NARCISO LUÉ
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5-04-2007
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La resurrección de Jesús está contada de modo muy similar por los cuatro evangelistas. No ahorraremos espacio en las transcripciones bíblicas, habida cuenta la importancia de esta materia. Pero antes, un apunte breve acerca de la época del año en que se conmemoran estos trágicos episodios vividos por el Jesús histórico, porque es un asunto que puede crear cierta incertidumbre. Su nacimiento coincidió con el comienzo del curso anual (el solsticio de invierno), que es el momento en el que comienza la mitad ascendente del año bajo el signo de capricornio. Esta circunstancia se explica sola: es el comienzo, en esta ocasión más que del año, de la nueva era cósmica en que se funda la verdad cristiana. Y ciertamente, todo el planeta está regido por el cómputo temporal que se inicia con el nacimiento de Jesús. El calendario es el cristiano. Nueva era o no, el mundo computa el tiempo conforme la teología cristiana. Sin embargo, lo que desde el punto de vista del nacimiento todo parece encajar a la perfección con los hitos sagrados que afianza la ciencia sagrada tradicional, se produce cuando llega el momento de comprender la razón por la que las fechas anualmente movibles de lo que se ha dado en llamar "la Semana Santa", está situada, bien es cierto que en la mitad ascendente del año, pero a medio camino entre el solsticio de invierno y el equinoccio de primavera; una especie de "tierra de nadie". Todos los momentos
históricos de una religión debieran coincidir con los
momentos terrenales o estelares que gobiernan los acontecimientos
históricos, pues de otro modo daría la impresión
que la rotación constante del tiempo circular, y la reiteración
anual en el tiempo lineal, variarían sus leyes fijas al desplazarse
del eje de rotación, extraviándose en el vacío
sideral. Desde la antigüedad, los acontecimientos básicos
de la historia de los héroes y dioses estuvieron regidos por
los astros, y el conocimiento de esta disciplina es una de las más
arcaicas en la historia de la humanidad. Así, pues, la Iglesia
católica hubo de corregir la época del nacimiento de
Jesús, pasándola del solsticio de verano al solsticio
de invierno para que coincidiera con el comienzo del año polar
(1).
Sin embargo, la época de su sacrificio y resurrección
que se sitúan en la Semana Santa, coincide con una época
en apariencia deslucida y sin referencia alguna al dictado de los
astros o la medición histórica del tiempo de acuerdo
con los datos simbólicos de la ciencia sagrada. Pero, no es
así.
La Semana Santa transcurre entre los meses de marzo y abril, es decir, cuando comienza el año astrológico bajo el signo de Aries cuyo recorrido está fijado entre el 21 de marzo y el 20 de abril que es, precisamente, el mes dentro del que las fechas movibles de la Semana Santa, quedan fijadas. El zodíaco es una faja imaginaria calculada en unos 16 grados de anchura, que está situada a ambos lados de la eclíptica. Dentro de estos límites se mueven las órbitas del sol, planetas y estrellas de doce constelaciones. Las estrellas que forman la zona o faja zodiacal son las que ejercen influencia sobre los seres humanos. En la actualidad y a causa de la precesión de los equinoccios que corrige aproximadamente un grado cada 72 años, el signo de Aries está en la constelación de Piscis. Por lo tanto, se puede inferir que Jesús nace conforme a las reglas de la medición temporal de la sabiduría perenne, y muere conforme las zodiacales, regidas por el movimiento aparente del sol y los astros, donde las esferas celestes tienen señalados sus ritmos y recíprocas relaciones, más cerca del ámbito divino que del terrestre, como que es una medición celeste y no terrenal. Si bien es cierto que la sabiduría proviene de Dios y ha sido trasmitida a los seres humanos por la mediación de los hermeneutas por Él elegidos para la tarea de traducir el "lenguaje de los pájaros", no es menos cierto que descifrar mediante la astrología el designio de la Providencia es una labor dirigida al mejor conocimiento de lo humano. Aclarado este punto, tócanos entrar a la lectura de la palabra escrita en los Evangelios.
De este relato de Mateo se colige que la
resurrección se produce lejos del conocimiento de los mortales.
Jesús fue sepultado en una gruta, y su cadáver envuelto en la
mortaja proporcionada por José de Arimatea, expuesto sobre una piedra,
con lo cual se reiteran los símbolos de su nacimiento: la gruta en la
montaña, y la soledad que ya se predecía en la imagen del
niño recién nacido y solo sobre un pesebre, según lo
explicamos en el capítulo El Icono de la Natividad. Al cerrar los
soldados esa gruta con una enorme piedra, se cumplía con el rito
judío de mantener el cuerpo exánime sin enterrar durante tres
días para que el muerto, descendido a los infiernos, a los tres
días pueda ser enterrado. Lo que callan los evangelistas es en qué
momento se produce la resurrección, porque no lo saben. Jesús no
descendió a los infiernos para resucitar a los tres días como reza
el Credo, sino que la resurrección se llevó a cabo de modo
inmediato, es lo que la lógica invita a suponer. Y puesto que
Jesús nada dijo al respecto, los discípulos y evangelistas
callaron, como era su deber de ajustarse a la verdad sin aditamentos.
Aquí conviene ir sembrando algunas conclusiones. La resurrección lo es del cuerpo, porque el alma es inmortal para la doctrina cristiana, aunque a Jesús-Dios no le es aplicable porque está impregnado de eternidad. Esto quiere decir que tiene un principio: el del nacimiento del ser humano al que se adherirá y en tal estado permanecerá a lo largo de toda esa vida, y carece de final porque seguirá existiendo por toda la eternidad. Ese aliento de eternidad divina que el alma conlleva, no se extingue jamás. En cuanto al semblante del Ángel, el símbolo del brillo como el relámpago, expresa ideas impregnadas de sabiduría sagrada, relacionada siempre con la luz. San Miguel Arcángel, Jefe de los ejércitos
celestiales remueve la piedra para que María Magdalena y María, la
madre de Santiago y José, comprueben la ausencia del cadáver. Este
enviado del Señor ostenta dos símbolos muy claramente expresados
en el Evangelio: su semblante brillando como un rayo y su vestidura blanca como
la nieve. Aquí nos detendremos, no sin antes advertir que de las palabras
del Ángel se colige que Jesús abandonó las tinieblas de la
gruta mientras estaba cerrada. Fuera de estos dos aspectos a considerar, todo lo
demás son circunstancias históricas, tal como se puede advertir
releyendo los versículos antes transcriptos.
El brillo semejante al rayo trae a consideración de forma clara, el símbolo de la espada que, por lo demás, es un componente ineludible de la figuración que pintores y escultores hacen del Arcángel San Miguel. Descartado San Gabriel según el Evangelio de Mateo, porque su cometido es siempre el de comunicador, sólo se puede hablar de Miguel, el que lucha con su espada contra el dragón. Marcos 16, 3-5, tiene una versión un tanto distinta, explicando que las mujeres, a quienes identifica como María Magdalena y María, la madre de Santiago, estaban acompañadas de una tercera mujer: Salomé, sobrina nieta de Herodes el Grande que siempre acompañó a Jesús. Las mujeres llegan a la gruta y se preguntan quién removerá la piedra que la cierra impidiendo la entrada, para luego comentar entre ellas que la piedra estaba ya apartada de la entrada de la gruta y una vez en su interior se hallaron con un joven sentado al lado derecho, vestido de blanco ropaje. Por su parte Lucas
24, 1-12, como Mateo habla de las mujeres que seguían a Jesús,
sin identificarlas. Cuando estas mujeres, que ya sabemos quiénes
eran, llegan a la puerta de la gruta, la piedra estaba ya fuera de
su sitio. Una vez dentro encuentran no a uno, sino a dos personajes
con vestiduras resplandecientes. Según el evangelista Lucas,
siempre tan explícito, altera el relato introduciendo un nuevo
personaje e indicando como fuente del resplandor, a las vestiduras
de ellos, de los que no da más detalles. Finalmente Juan 20,
1-18 nos cuenta que solamente fue María Magdalena la que acude
a la gruta, cuando todavía estaba oscuro. Como se ve,
la hora a la que las mujeres acudieron no es la misma para los cuatro
evangelistas. De todos modos, es un detalle carente de importancia
para nosotros. Hasta aquí, nada relevante pese a algunas disensiones
de detalle que no afectan a lo esencial del relato. Sin embargo, más
adelante sí que encontramos un detalle digno de mención.
María Magdalena hablaba con Jesús sin saber que era
Él, porque estaba de espaldas a esa voz que no reconoce como
de Jesús. Cuando se vuelve, tampoco lo
reconoce, como que lo confunde con "el hortelano" a quien
pide que le devuelva el cuerpo de Jesús, que ya no está
en su sepulcro. Finalmente lo reconoce y trata de tocarlo, entonces
le dice Jesús: No me toques, porque no he subido todavía
a mi Padre.
A los dos símbolos cuyos sendos significados
desentrañaremos, se suma este tercero, de importancia capital:
Jesús resucitado, permaneciendo entre los vivos. En los otros dos
está implicado el Ángel; hay, pues, una diferencia notable.
Queremos advertir que respecto a la resurrección, a diferencia de otros
episodios sagrados, es sorprendente la escasez de símbolos, lo que nos
induce a pensar que ello se debe a que el hecho singular de la
resurrección no puede ser descrito por los evangelistas porque se trata
de una fenomenología de acontecimientos no-manifestados. No es razonable
suponer otra cosa. Resucitar es llevar las consecuencias de la muerte a un plano
externo a las contingencias de cualquier ser manifestado de la Creación.
Por ello, lo que abundan son detalles históricos no menos interesantes
para quienes tienen como objetivo intelectual la historia de las religiones o la
teología cristiana desde un prisma de metafísica
especulativa.
Entrando a la simbología del Ángel, cuyo rostro fulguraba como un rayo, debe emparentarse con el símbolo de la espada y demás armas simbólicas. Las hachas de piedra simbolizan el rayo, así como las flechas y la espada y la lanza. En cuanto a la espada, considerada como un arma de doble filo, además de significar el Verbo y la Palabra, simboliza, como se dijo, el rayo. La luz fulgurante como un rayo no puede significar otra cosa que esa dualidad: Verbo y Palabra del Verbo, naturalmente; Verbo y Palabra son los dos filos de la espada. En el interior de la gruta sepulcral, las mujeres que seguían a Jesús se encuentran con dos Ángeles como cuenta Lucas, y no con uno solo, como lo expone Mateo. Quienes allí se presentan son el Arcángel Miguel, que remueve la piedra y Gabriel, quien comunica con las mujeres; por lo tanto, cada uno de ellos cumpliendo con su misión habitual, según las enseñanzas del cristianismo. Conviene en este momento retener la circunstancia que en el
relato de Mateo se muestra como un brillo en el rostro del ángel. Ese
brillo que procede de una fuente lumínica como es el propio
Arcángel San Gabriel, es un símbolo que se repite en los relatos
bíblicos. Aparece por primera vez en Oriente para guiar a los Magos hasta
Belén, y se detiene en el firmamento para indicarles el lugar exacto y
luego descender hasta el fondo de la gruta por la "puerta estrecha"
del solsticio de invierno que es la que representa el ascenso del curso
anual hasta su detención en el día más largo del
año: el del solsticio de verano, para desde allí comenzar a
apagarse el sol hasta el día más corto y la noche más larga
del año: el día del solsticio de invierno. Volviendo a la luz,
permanece dentro de la gruta iluminándola y dejando fuera las tinieblas
de la noche. Esa es la misma luz que, otra vez en una gruta, pero esta vez no
del nacimiento sino de la resurrección del mismo personaje sagrado,
ilumina toda la estancia, dejando afuera a las tinieblas.
* * * * * Con respecto a la
luz hay que decir que es un vocablo que está plagado
de significaciones, aunque todas ellas emparentadas. Nosotros solamente
daremos dos, que son las que más nos interesa por la, a nuestro
juicio, perfecta adecuación al episodio bíblico que
estamos desentrañando. En primer lugar, destacar que la luz
es en el ser humano el centro de la inmortalidad y del mismo modo
que el hueso del fruto contiene el germen, en el humano la luz vivificadora
para la restauración del ser está en el tuétano.
Las operaciones de sustitución de médula espinal enferma
por otra sana de un donante, de hecho prácticamente "resucitan"
a los enfermos atacados de leucemia. Por otra parte, la luz que genera
eternidad proviene de una fuente sagrada como lo es, en el caso que
tenemos entre manos, el Arcángel San Gabriel. No es una luz
espontánea ni generada por la propia naturaleza, como la del
rayo, cuyo significado, distinto, veremos de inmediato (2).
Es una luz que procede de la eternidad, allende el sol, y que es "enviada"
a la tierra para que se cumpla con la Palabra del Verbo. La simbología
del lenguaje no es obra de una dedicación cultural del ser
humano en los albores de la civilización o, dicho de otro modo,
no es producto de la inventiva humana. El lenguaje de los seres humanos
proviene de la "lengua sagrada", y prueba de ello es la
constante similitud que se encuentra entre todas las que se hablan
y se dejaron de hablar, sea en sus étimos, sus fonemas o su
grafía. Lo cierto es que no se puede negar la existencia de
una "lengua original", desvirtuada con el correr del tiempo,
y de la que proceden todas las demás, del mismo modo que tampoco
se puede negar que la sabiduría procede del Creador, de quien
aprende el ser humano haciendo uso de los métodos apropiados
para acceder al conocimiento siquiera indirecto de la verdad sagrada.
Platón asegura que conocer no es aprender sino recordar.
No se puede negar la excelencia de la luz, ni la afirmación de ser el núcleo vital del ser humano. A tal punto está presente en todas las culturas y en todos los sistemas gnósticos que, tal como lo enseñan los alquimistas, La luz -fuego ramificado y espiritualizado- posee las mismas virtudes y el mismo poder químico que el fuego elemental y grosero(3). Y para probar este aserto explican que si en un frasco se encierran volúmenes iguales de gas cloro e hidrógeno, ambos gases conservarán sus identidades propias, siempre que la redoma que los contiene sea mantenida en la oscuridad. Si en el recinto se permite la entrada de una luz difusa, la combinación de los gases se efectúa poco a poco, pero si el recipiente es expuesto a los rayos del sol, estalla con violencia. ¡Cómo negar las excelencias de la luz! Fulcanelli, se esfuerza en demostrar las virtudes de la luz, y conviene a nuestro interés actual, admitir con los alquimistas que ese fuego espiritual que para ellos es el fuego alquímico presente en la luz, es del todo equivalente a la luz que constituye el núcleo vital del ser humano, y que está en él sin manifestarse, tal como está no-manifestado en los elementos con los que trabajan los alquimistas. Para demostrarlo, Fulcanelli formula un enunciado y luego una serie de interrogantes. Leamos:
Sin abandonar aún el tema de la luz, en griego clásico, hombre es ανθρωπος mas, φως acuña como raíz el sustantivo φως φωτóς que significa hombre, ser humano y por extensión héroe, persona de alto rango. Con la misma raíz: φος-φóρoς (fósforos), que significa refulgente, fúlgido. La palabra luz enlaza con hombre en tanto que ser mortal. Traemos a colación esta evidencia idiomática para rematar este tema, aunque se pueden encontrar más enlaces del ser humano con lo lumínico, y lo concernido que está el símbolo de la luz con el núcleo que de trascendente tiene el humano por sí mismo, sin reflejo de los estados superiores del ser. Y lo tiene por la participación en la eternidad, que no se le puede negar, pues posee en su individualidad existencial el alma viviente pero no manifestada. San Gabriel es la luz que viene de lo eterno y conecta con los φως φωτóς (phosphotós) que llevan la luz en su sustancia informada, como los metales y los gases la llevan igualmente no manifestada pero que, bajo ciertas condiciones ambientales, se manifiesta a veces, en milésimas de segundo, según las pruebas aportadas por los alquimistas. Parece indudable que la luz no solamente es el núcleo vital del hombre, sino de todo lo creado: animales, vegetales, metales y minerales. Es esa chispa de divinidad que todo ente creado acogió en su interior en el momento en el que se producía su tránsito de lo no-manifestado a lo manifestado, lo que en términos aristotélicos equivale a pasar el ser, de la potencia al acto (5). * * * * * Pasando al doble filo de la espada, asimilado al filo del rayo que quema o rompe, tiene como cualquier arma cortante, variadas significaciones: la doble cara de Jano, por ejemplo, que puede ser aplicada perfectamente a Jesucristo, pues en una mano porta el cetro de todo el poder terrenal y celestial que le fuera concedido según el pasaje de Mateo antes trascrito, y en la otra mano la llave de los misterios de su doble naturaleza y demás secretos eternos. También se puede aplicar a este pasaje evangélico el significado de indivisibilidad e indestructibilidad, por la proximidad de sentido que tiene el rayo con el diamante. Mas, fundamentalmente y fuera de estos y otros significados, el rostro fulgurante del Mensajero, lo que viene a significar propiamente es la presencia espiritual de lo sagrado entre las tinieblas de la gruta sepulcral, iluminando, como en la Natividad, todo el interior y dejando fuera las terrenales tinieblas. Sólo dentro de la gruta fulgura la luz de lo divino, cuya fuente es el rostro del Ángel, y su vestimenta blanca como la nieve es el típico ropaje de los Pontífices que son, como su étimo lo pregona, los puentes tendidos entre lo divino y lo humano para establecer ese contacto. Téngase en cuenta que el puente de entendimiento entre lo divino y humano lo asume el Pontífice; él es el puente, y no cualquiera de los sacerdotes u oficiantes. En vista de lo cual, también el doble filo de la espada tiene otro significado: el de Pontífice y Soberano, las dos fuerzas terrenales que dominan a la humanidad. El naipe de la Justicia, en el Tarot, en una mano sostiene la balanza, símbolo de la equidad y el equilibrio del logos, mientras que en la otra sostiene la espada inflexible que fortalece las decisiones que surgen de los movimientos de la balanza. Sin embargo, y aunque todos estos significados se corresponden con el contenido simbólico que ostentan los versículos de Mateo, el símbolo del rayo asociado a la espada de doble filo, representa al Verbo y la Palabra, más que ninguna otra significación. En la Justicia humana se reproduce la misma figuración dado que los jueces ostentan dos atribuciones de modo simultáneo: la decissio con la que resuelven los conflictos que a ellos son sometidos, y la executio, con la que se cumple lo decidido, si es preciso, empleando la fuerza pública. En orden al instrumento de la palabra, habrá
que recordar lo que se ha dicho por no pocos pensadores y especialmente
teólogos en cuanto que, lo que se ha dado en llamar inteligencias
puras, cuyo sentido sería el de seres pneumáticos que
sustentan sus cualidades esenciales gracias a su grado de espiritualidad, no
precisan de los símbolos para conocer la verdad, porque se les presenta
tal como es en un eterno presente. Dicho de otro modo, serían seres
no-manifestados que, sin embargo, no son virtuales sino "actuales",
aunque no informados, lo que es obvio en razón de su
no-manifestación, aunque la imaginería de pintores y escultores
han creado un nada despreciable fondo figurativo de arte sagrado con
ángeles alados y santos coronados en plena levitación. Pero es que
además, a estas inteligencias habría que otorgarles otra que sea
apropiada a sus cualidades existenciales en la no-manifestación, para
conocer la realidad sin necesidad del auxilio de símbolos y con capacidad
como para comunicar la verdad evidente con otros seres igualmente espirituales y
de cualidades semejantes: los ángeles, por ejemplo. Y esto no es
cognoscible por el ser humano, ni por sí mismo ni de manera indirecta;
debe colegirlo del examen de todo el sistema de la simbología
tradicional. Para el ser humano, esto es imposible; precisa los símbolos
para entender ciertas cosas. De hecho, habría que decir, sin
escandalizar, que precisa de los símbolos, incluso para vivir en
agrupaciones sociales de cualquier grado y especie, porque sin la
simbología del lenguaje, estaría constantemente incomunicado. En
todo caso, esta tarea típicamente humana, eleva a quien a ella se dedica,
al conocimiento de las evidencias divinas que se consigue, ciertamente, mediante
los símbolos. Por lo demás, la simbología es la lengua de
la metafísica tras-ontológica.
Explica Guénon que "la naturaleza entera puede comprenderse como un símbolo de la realidad sobrenatural", lo que constituye una paráfrasis de "el plano inferior es el reflejo del plano superior". El símbolo, o más bien su significado, es superior, cósmico y sobrenatural, en el sentido de que "está por encima". Lo que "está encima" contiene una idea figurativa reclamada por el hábito empírico del intelecto, que "siempre ve" que lo que está encima está más arriba, lo que indicaría un grado de superioridad espacial o geográfica, pero en la definición de Guénon, lo sobre-natural carece de ubicación espacial; simplemente, es lo exterior a lo terrenal y por lo tanto, no está en el espacio encima de algo; está en el exterior de algo. Dicho esto, y volviendo a la tarea humana de descifrar los
símbolos con el propósito de desentrañar el sentido de la
Creación, la palabra como expresión directa de los símbolos
que intenta expresar, suele a veces y por ello mismo, resultar insuficiente para
poner en claro lo que entiende la inteligencia. La interpretación de los
símbolos entraña una doble actividad: por una parte, entender el
significado; por otra, explicarlo. En el primer caso, nada obsta para que el
conocimiento obtenido tenga o pueda tener toda la claridad exigible por una
inteligencia laboriosa, sin un solo nubarrón. En el segundo caso, las
cosas suelen complicarse por la insuficiencia del idioma para dar
explicación de conocimientos inéditos y por lo tanto, fuera del
tráfico normalizado de los símbolos hablados o escritos. El
vocabulario de cada idioma está cerrado a todo conocimiento carente de
comprobación dentro de la estructura idiomática. Las "nuevas
tecnologías" suponen que están creando un lenguaje propio
cuando en realidad lo que hacen es ocupar por la fuerza las raíces cuando
no las palabras completas, generalmente de origen griego o inglés, para
expresar algo nuevo: sea una parte del todo formal, sea un instrumento de
ejecución, pero sin que nada nuevo aporten.
El valor de la palabra tiene, pues, en la interpretación del pasaje bíblico, un significado apropiado a su relato histórico. La palabra está pronunciada, como siempre por el Arcángel Gabriel, el Gran Comunicador (6), y lo hace en la serie de acontecimientos involucrados en el misterio de la Resurrección. Reuniendo los significados simbólicos ya descifrados, se puede decir que en la resurrección la luz, en tanto que núcleo de la inmortalidad humana, se hace visible por mediación del rostro del Arcángel inundando la gruta de simbolismo sagrado (lo superior se refleja en lo inferior), donde el rayo-espada de dos filos, despliega la Palabra en la voz del Arcángel, presidiendo el Verbo inaccesible toda la escena implicada en la Resurrección que ya se ha producido sin la presencia de testigos y que da cuenta de ello, María Magdalena, que no reconoció al Verbo y cuando lo hizo, quiso tocarlo pero el propio Verbo se lo impidió porque todavía no había ascendido a su Padre ("subido", es la palabra del Evangelio, para ilustrar una idea carente de correlato lingüístico). Esta ascensión, explícita en todo lo que
figurativamente tiene en sí misma, no es tal, porque las palabras
utilizadas, insuficientes para explicar un fenómeno exterior a la
existencia individual, se refieren al retorno al Principio, que es el destino
sagrado de todo lo creado. La referencia al Padre ha de ser entendida,
obviamente, como el regreso a la eternidad verdadera, la extracósmica del
eterno presente que aún no se había producido. Esta circunstancia, por
demás sorprendente a primera vista, tiene adecuada interpretación
por poco que desarrollemos los elementos básicos de la
interpretación de los símbolos. En efecto, María Magdalena
no reconoce la voz de Jesús resucitado porque no es la voz la que la
habla, sino el ser situado en un plano superior, resucitado pero aún atado a las
leyes de la naturaleza. Tampoco es la presencia física la que finalmente
reconoce la Magdalena en Jesús, sino su existencia en trance de superar
lo terrenal para "establecerse" en la eternidad; es decir, en
Sí Mismo. Lo que ocurre con la Magdalena en ese momento es que adquiere
ciertos atributos propios de los elegidos, y es capaz de comprender el
"lenguaje de los pájaros" mediante el cual Jesús en la
tierra y antes de la eternidad, le trasmite los mensajes para sus
discípulos. Esto, para quienes aferrados a la palabra literal se
preguntan con malicia: si en la gruta sepulcral hallaron la mortaja y el
pañuelo con el que sujetaron su mandíbula inerte,
¿cómo se presentó Jesús resucitado, desnudo o vestido
de blanco con ropa "limpia"?
Hasta aquí, se ha interpretado la palabra sagrada que inspiró el Espíritu Santo. Corresponde ahora encarar las ideas que giran en torno a los elementos metafísicos que conciernen a este fenómeno de la no-manifestación sagrada, y que involucran al alma y al cuerpo de Jesús. * * * * * En una concepción realista del tiempo (concebida
también como acto gnoseológico intelectivo puro) ¿es posible
lograr un concepto puramente intelectual de la eternidad? ¿El tiempo es
susceptible de ser sometido a la experiencia? Al tiempo lo medimos con el reloj
y lo vemos fluir a través de los días y las estaciones que cambian
las cualidades contingentes de la naturaleza, pero eso no es experimentar lo que
el tiempo sea, sino estar en el tiempo padeciendo sus consecuencias, como lo
está la naturaleza, de la que el ser humano forma parte. Una cosa es
saber lo que es el deporte y otra cosa el practicarlo. Podemos saber que el
tiempo está fluyendo, pero sólo caemos en la cuenta por lo que nos
pasa (envejecer), o lo que les pasa a otros a causa de su fluir (morir).
El tiempo nos va llevando y sin embargo experimentamos solamente sus efectos, pero no experimentamos su seidad. El tiempo nos atraviesa constantemente segundo a segundo, pero no lo sentimos. La razón de esta imposibilidad se basa en que el presente no existe o, si se insiste en que tiene existencia, ha de decirse que no es aprehensible por tratarse de una chispa de eternidad. La naturaleza y todo lo que en ella hay, sólo tiene pasado y futuro. Basta con pensar en el presente para que el pensamiento, que es lo más veloz que es capaz de experimentar el hombre, ya sea pasado. Si decimos que el presente es "ya", cuando terminamos de pronunciar ese monosílabo ya es pasado y lo que pensamos decir, es futuro mas, cuando lo decimos es ya pasado reciente. El ser humano es, por ende, acto por su pasado y potencia por su futuro. Ananda Coomaraswamy, en los primeros párrafos de su obra El tiempo y la eternidad, expresa lo siguiente:
Según Heidegger, si el tiempo encuentra su sentido en la eternidad, entonces habrá que comprenderlo a partir de ésta. Con ello, el punto de partida y el curso de la indagación estarían previamente diseñados: de la eternidad al tiempo. Es la aplicación del método deductivo racional, con apego a las cualidades adecuadas a una realidad sensible. La razón especulativa al puro estilo clásico. A nuestro modo de ver, el camino que cabe recorrer es el inverso: del tiempo a la eternidad. Porque del tiempo sabemos algo, dado que estamos en él. Descifrando la incógnita del tiempo que es lo que tenemos a mano, podemos crecer hacia la noción de la eternidad. Se trataría de una inducción en todo caso intuitiva, pero de una intuición intelectual y no sensible, que intenta conocer un ser metafísico, y por esa razón, el camino intelectual que debe seguirse es el inverso del que propone Heidegger, pues él intenta conocer un ser óntico y no un ser cósmico como el que corresponde a una tarea teológica. Es metafísica su propuesta y lo es su solución; pero nosotros vamos tras un conocimiento igualmente tras humano, aunque de rango superior. La metafísica ontológica es limitada y su limitación viene dada por el modo de conocer y el objeto de conocimiento. La eternidad sólo puede ser comprendida (no decimos "conocida") mediante la intuición intelectual. Lo que experimentamos del tiempo son los signos que va
dejando en su devenir. Las consecuencia de ese devenir sobre la naturaleza.
Señales que el tiempo escribe en el entorno del ser humano y en él
mismo, y que son reconocibles a través de los sentidos. Siendo el tiempo
un objeto ideal, desde su naturaleza se puede lograr el conocimiento de un
tiempo indefinido, que no infinito. Porque como enseña la
filosofía de los números, lo infinito es una contradicción
en sí mismo cuando se aplica a una ciencia particular, ya que si el
número infinito en la notación matemática es la suma de
unidades hasta llegar al infinito, nada impide añadirle una unidad
más, y así hasta el infinito, para luego seguir añadiendo.
Por ello, tal vez convenga hablar de tiempo indefinido para referirlo a la
eternidad concebida como objeto gnóstico de la metafísica
clásica, bien entendido que como una analogía y no como un
concepto definible. En todo caso, se podría decir que la infinitud del
tiempo es la progresión de sus unidades (el segundo, por ejemplo), hasta
la cuantificación del tiempo indefinido, si fuera cuantificable.
Más que dejar una impronta en los seres vivos, el tiempo no es quien nos envejece, sino el curso natural de la vida, la oxidación, el desgaste de los órganos, las inclemencias del medio ambiente y las reyertas sociales. El tiempo no es quien nos conduce a la muerte, quien lo hace es la consecuencia de un vivir que marchita al viviente poco a poco hasta la extenuación total. Y a ello contribuye el movimiento, porque en la Creación todo se mueve y todo movimiento desgasta lo movible. Y si esto es así, mal podremos obtener una idea aproximada de la eternidad a partir del concepto metafísico del tiempo. Lo que se podría afirmar es que el tiempo en realidad no es más que la medición de nuestro devenir hacia la muerte. La circunstancia de que lo midamos y le demos nombres a sus segmentos convencionales no quita la verdad de que no es el tiempo lo que nos va llevando a través de la vida, sino el movimiento de nuestro ser. Si supusiéramos nada más que como una hipòtesis de trabajo que no hubiera una sucesión de días y noches y siempre fuera de día o siempre de noche, ¿cómo mediríamos el tiempo? ¿Cómo celebraríamos los aniversarios de cualquiera índole? Si nos proponemos un conocimiento más exhaustivo del
tiempo, podríamos concluir que ni en sí mismo, ni gracias a su
medición por los relojes, el tiempo es algo aprensible por una
definición óntica. Porque, en realidad, lo que medimos y llamamos
tiempo, no es el fluir de segundos, uno tras otro, de horas, semanas, meses y
años. Lo que en realidad llamamos tiempo, es la relación del
movimiento de los planetas alrededor del sol y los efectos lumínicos y
calóricos que generan tales movimientos implicados en un sistema
planetario dado. De ahí que la medición del "tiempo"
en otros planetas, está basada en una extensión temporal siempre
distinta. Sin sistema planetario, lo que llamamos tiempo, no existiría;
del mismo modo que los planetas sin sujeción a una fuerza de
atracción que genera el sol, no constituirían un sistema
planetario porque las esferas celestes vagarían a la deriva, sin
rotación propia ni elíptica. El tiempo es, pues, el resultado
lumínico y calórico que produce el sol sobre la tierra a causa de
su movimiento de rotación y de traslación. ¿Que ese
fenómeno sea mensurable? No cabe duda. Pero, eso es el tiempo, y no algo
distinto de eso. A lo sumo, se podría decir que el tiempo es el resultado
de una medición de la luz y el calor, generados por un sistema planetario
basado en la fuerza de gravedad de esa fuente de efectos lumínicos y
calóricos. Platón decía en su diálogo con
Glaucón:
Esta metáfora tan conocida de Platón, viene a
demostrar que el mundo físico sólo muestra la evidencia de un
reflejo del mundo real (una copia, en términos platónicos), que
estaba fuera de la caverna y que servía de prisión a aquellos
hombres que sólo oían voces y veían sombras provenientes
del exterior, proyectadas dentro de la caverna. De alguna manera, en otro
sentido, es una visión singular del estado inferior de la naturaleza,
reflejando la verdad cósmica de los estados superiores. En cierto modo,
lo que se reflejaba como realidad (sólo aparente) dentro de la caverna no
era del todo falso; podría decirse que posibilitaba una
interpretación errónea de lo que ocurría fuera por la
situación imaginaria en los que allí se encontraban. Era una
visión parcial o incompleta de la realidad exterior. El ejemplo de
Platón no pudo ser más feliz para explicar una más entre
tantas, su teoría de las Ideas.
Con lo dicho no se puede sostener que la eternidad sea un tiempo infinito, carente de principio y sin posibilidad de terminar en un instante, porque el tiempo carece de esencia, pues es un fenómeno que como tal, pertenece al ámbito de lo contingente y por lo tanto, rechaza el concepto y la definición ontológica. No habiendo ciencia del accidente y de lo mutable, sólo es concebible como fenómeno. Sin embargo, si se insiste en vincular el tiempo a la idea de eternidad, se estaría forzando una definición de algo que es indefinible. Tal indefinición obedece a que el concepto definible es obtenido siempre por un acto inteligente de abstracción y cuya fuente es el conocimiento humano: el hile mórfico. Por el contrario, la eternidad al estar fuera del mundo sensible del que se nutre la abstracción, rechaza toda definición o siquiera una mera explicación servida por conceptos propios de la metafísica óntica. Es por ello que sostenemos que a la eternidad así como a otros conocimientos no humanos, sólo podemos acercarnos y las más de las veces tímidamente, haciendo uso de una intelección intuitiva. La frase "la eternidad es un tiempo que no tiene fin" es una explicación lógica de una metafísica especulativa, que es verdadera para esa metafísica, pero no para todas las metafísicas, si cabe la expresión, dado que la metafísica en tanto que conocimiento suprahumano, es siempre una. Lo que varía es el objeto a conocer o el distinto modo de abordarlo para ser conocido. Tal vez convenga reiterar aquí una intuición
intelectual acerca de la eternidad. Pero antes, insistir en que no tenemos las
palabras adecuadas para una explicación correcta y sobradamente
comprensible, de modo que debemos servirnos del lenguaje profano que está
acuñado por conceptos y definiciones obtenidos de una única
fuente: la naturaleza (φυσις). Y con ese lenguaje
apropiado para una metafísica óntica, tenemos que afrontar la
explicación de lo que hemos captado intuitivamente por medio de un
proceso mental intelectivo. De ahí que, cuando decimos que Dios
está en la eternidad, estamos utilizando un verbo que es apropiado para
los seres existenciales e incluso para los seres esenciales, pero no para
nuestra idea del Ser. Porque Dios "no está" en ninguna parte
del espacio dado que Es todo el espacio, aunque tampoco el espacio es algo,
respecto a Dios, porque del mismo modo que el tiempo es asociado al concepto de
eternidad, de la que se pretende sea un reflejo, el espacio vendría a ser
el reflejo de la Totalidad de la Expansión del Ser. No es que nos faltan
sustantivos; lo que más echamos en falta son los verbos, inexistentes
para explicar nuestras intuiciones, porque los verbos en tanto que representan
"la acción" en la oración gramatical, y por
analogía representativa, al faltar los adecuados nos cercenan toda
posibilidad de expresar nuestras intuiciones.
Si el tiempo y el espacio que son realidades en el conocimiento terrenal y por ende humano, y también de una metafísica especulativa, en una metafísica intuitiva no pasan de ser reflejos de los estados superiores: la Eternidad Verdadera y la Expansión sublimada del Ser. Como dijimos antes, también para Platón es necesaria la intuición para obtener el conocimiento de la verdadera realidad: las Ideas. Existe, sin embargo, una diferencia que debemos dejar apuntada. Para Platón la única verdad es la del ámbito de las Ideas; todo lo demás es irreal, contingente, y creado por un dios artesano, el Demiurgo. Esta falsa realidad cede terreno a la verdadera, de la cual lo terrenal es una copia. En la Ciencia Tradicional, la existencia del doble plano terrenal y cósmico, que se corresponden con lo manifestado y lo no-manifestado, respectivamente, integran de modo conjunto la Creación siendo ambas realidades dado que, si lo no-manifestado es inaccesible a los sentidos, no lo es a causa de un grado de superioridad respecto de lo terrenal, porque lo único que supera en cualidad a estos dos planos es el Principio del que ambos derivan. Una ilustración personal de lo que se debe entender por eternidad, la explica un reconocido hinduista:
* * * * * Teniendo en cuenta
que la Creación en su plano no-manifestado contiene de modo
virtual la infinita posibilidad de manifestación, se puede
decir que de hecho, tanto física como intuitivamente es dable
llegar sin error a la conclusión que la Creación se
expande porque es el resultado propio del movimiento expansivo del
Ser y porque está probado por la observación debida
a Edwin Hube: en efecto, las estrellas se están distanciando
de la tierra y entre sí, lo que significa que el Big-Bang no
ha cesado de producir su efecto expansivo (10).
Y en el orden intuitivo también se puede admitir que si toda
la Creación se mueve constantemente lo es porque lo manifestado
"vive" en un sentido amplio del vocablo, y toda vida demanda
una evolución expansiva de su propio ser.
Es posible que por ineficacia de nuestra exposición se cometa el error de suponer que lo no-manifestado, por el hecho de carecer de contingencia y por ende, de los atributos propios de lo témporo-espacial, equivale o es lo mismo que la eternidad. Lo eterno es no-manifestado, pero no todo lo no-manifestado es eterno. La eternidad de lo no-manifestado depende de que su virtualidad de manifestación no se produzca en determinado momento histórico, o nunca. Pero, en todo caso, lo no-manifestado es tan eterno como lo es lo manifestado, pues son dos modalidades de la Creación en su Totalidad. Con lo dicho se abre paso a la afirmación de que la eternidad sea algo, y siéndolo, pueda ese algo ser conocido. No obstante, tal afirmación es una falsedad. Dios creó el Universo de la Nada, enseña la
doctrina católica, y mientras no limitemos esa idea de la Nada,
será difícil entrar a considerar la Eternidad. La
afirmación de la Creación ex nihilo es correcta en la
medida que quiere significar que antes de la Creación: Nada. Pero, es un
error atribuirle alguna entidad a esa Nada que, por tal, nada es. La Eternidad,
¿era ya antes de la Creación? De ser así, hubo dos
creaciones: primeramente la de la Eternidad; luego, la del Universo todo. Tal
pensamiento es falso. La Creación es Única. Y esto es así,
porque la Eternidad y Dios son la misma "cosa". No es certero
concebir a la eternidad como lo reflejado por el tiempo. Tampoco lo es el
concebirla como "algo" propio de la Creación. La Eternidad es
en Dios, o mejor aun: es Dios Mismo. No en vano, a falta de nombre, se le suele
llamar "El Eterno". Ello así, la Creación es la
expansión manifestada y no manifestada de Dios-Eternidad. Con esta idea
intuitiva de la Eternidad se comprenderá con mayor facilidad el
fenómeno de la resurrección de Jesús, según se
verá más adelante. Según Coomaraswamy, la
resurrección cristiana consiste en un paso desde el flujo de la
existencia temporal a una eternidad presente en la que no hay ni ayer ni
mañana: sólo hay un Ahora, que es a la vez presente temporal y
eternidad celestial.
Esta idea no contradice, y no es ninguna casualidad, a la ciencia positiva, si se piensa que el punto masa de volumen cero desde donde arrancó la expansión del Universo tras el Big-Bang, fue la primera manifestación del Universo expansivo que al extenderse en el ámbito de lo no-manifestado, fue dando una estructura formal a la Eternidad-Dios. Tal vez ahora se explique mejor la afirmación bíblica de que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, a lo que debiéramos añadir: y a todo lo demás, porque todo lo creado es una forma de ser de Dios-Eternidad, porque si Dios es toda la Creación, en todo lo creado está, de alguna manera, y todo lo creado lo es a Su imagen y semejanza. En lo manifestado mediante la luz, es lo que los alquimistas llaman el "espíritu alquímico" o "fuego alquímico". Está hasta en las piedras inertes; si chocamos violentamente una con otra "salta la chispa". En el ser humano la chispa de eternidad es su presente inaprensible, donde está radicada su alma y desde donde vuelve a Sí Misma tras la muerte. Porque la muerte es el olvido del pasado y la extinción del futuro pero, es también la supresión de la chispa sagrada a causa de la inacción del ser humano, convertido en despojo inerte y que a partir de entonces, todo su movimiento se reduce a la corrupción de su cuerpo por la acción del fuego, la tierra o el agua. El espíritu se diluye en el pneuma universal y el alma, como se dijo, vuelve a la totalidad de Sí Misma. Recoge Dios lo que de Sí Mismo ha sembrado en el ser humano. Es el momento sagrado en el que el ser humano asciende por la escala de Jacob hacia los estados superiores, aunque lo hace por medio de su alma que es eternidad "en un camino de retorno a casa" por decirlo de una manera simple. Es el retorno del "Sí Mismo" (Atmâ o la personalidad en términos occidentales) al "sitio" de donde procede. Como dice Dionisio el Areopagita del Sí Mismo del hombre: "Es algo que no es su individualidad, que está dentro de su alma y sin embargo fuera de él". En efecto, acompaña durante su vida al ser individual, pero no "está" físicamente en la manifestación, del mismo modo que algunos estados indiferenciados (como el sueño profundo) acompañan al hombre durante su vida y sin embargo no son más que condiciones de su estado individual. Sin la admisión de la tríada gnóstica
de cuerpo-alma-espíritu sería imposible dar respuesta inteligible
al fenómeno de la reencarnación e incluso, del de la
resurrección. Al interrogante de la razón por la que tras cada
reencarnación el ser humano nada recuerda de su vida anterior, se debe
responder que lo que transmigra es el alma, lo que se corrompe es el cuerpo y el
espíritu retorna al pneuma de donde provino, que es la sustancia
de la Creación no manifestada. Es en el espíritu donde radica la
psiquis y la conciencia; donde anidan los recuerdos y donde se determina por
cultura y tradición la vida moral que soporta de modo permanente la
resolución de la dualidad Bien-Mal en cada opción existencial del
individuo. Diluyéndose en el pneuma tras la muerte, no es posible
reconstruir ese banco de información psíquica, de suerte que el
alma al reencarnarse, lo hace conforme su "sustancia" que es la
Eternidad. Esta interpretación de la reencarnación es a juicio de
los hinduistas más afamados, ni hindú ni siquiera budista, sino
europea(11).
Tampoco sería explicable y por razones semejantes, la teoría de la resurrección, dado que el alma es impoluta y no puede recibir estímulos terrenales, entre los que se cuentan los sentimientos. Es el espíritu quien recibe tales estímulos, quien los crea y los alimenta y quien los guarda en el depósito que estructura la personalidad de cada ser humano. La resurrección es de los cuerpos para unirse con "su" alma, sin necesidad de espíritu, porque en esa eternidad no cabrán las contingencias terrenales. En la eternidad no hay amor, aflicción, alegría o penas: sólo hay eternidad o sea, un continuo presente, un continuo Ahora. En todo caso y al margen de la doctrina cristiana, la resurrección sólo podría ser admisible en una concepción tradicional del pensamiento, si se acepta la afirmación de que lo que nace en el tiempo muere con el tiempo y así, si el alma de los mortales nace simultáneamente unida al cuerpo, pasa a constituirse de alguna manera en el "Sí Mismo" de la metafísica tradicional; sólo que, habiendo nacido en el tiempo histórico de cada persona, permanece hasta el día de juicio esperando su resurrección en el mismo cuerpo y de ese modo todo queda encerrado en el paréntesis del tiempo. Con la resurrección la cuestión en más complicada pues está de por medio la concepción de la eternidad del alma y su salvación a través de sucesivas reencarnaciones. La primera objeción es que cada "Sí Mismo" es de un ser y no de muchos. Con la muerte el cuerpo se diluye en la fisis, el espíritu se diluye en el pneuma y el alma retorna a Sí Misma, de donde procede. Ese "Sí Mismo" es intransferible y además, enseña la tradición que un estado cualquiera jamás se repite, lo que en la manifestación recuerda a Heráclito pues nadie mete los pies dos veces en las mismas aguas de un río. Por añadidura, un estado superior no desciende a otro inferior; a la inversa, sí. Queremos concluir este apartado, necesario a nuestro juicio,
acerca del tiempo y la eternidad, recalcando que las definiciones de la
metafísica especulativa no son erróneas, comparadas con las de la
metafísica intuitiva; simplemente, son verdades distintas, con una
distinción no diferenciada porque como dijimos en líneas
anteriores: la metafísica siempre es una sola, en tanto que conocimiento
suprahumano. Con estas reflexiones podemos centrarnos más en el tema de
la resurrección de Jesucristo.
* * * * * El alma vive en el cuerpo humano con una semejanza de algo creado y no-manifestado aunque, como acabamos de explicar, es el alma una chispa de la eternidad. Tras la muerte del cuerpo, el alma continúa en el mismo estado de no-manifestación. Su estado se "actualiza" en el tiempo histórico carente de forma pero sujeta a las modalidades del ser individual en el que le ha tocado permanecer unida al cuerpo. Esa conjunción se mantiene intacta y está sujeta a las indefinidas opciones que como ser individual tenemos todos los humanos; las contingencias propias de la mutabilidad que produce el movimiento. Estas manifestaciones contingentes alteran las condiciones personales del cuerpo y del espíritu, pero jamás modifican el estado inmutable del alma, en razón de su esencia, si así podemos llamar a esta "chispa" de eternidad. Tras la muerte, el alma asciende hacia el plano celestial por la escala de Jacob, el obelisco, el árbol o el eje central e invisible del Sefirot, a través de la puerta solsticial del invierno, rumbo al símbolo solar, al que atraviesa por su centro para trascender allende el sol, hacia el extracosmos donde el Ser "es", con más intensidad aún que la Existencia Universal, porque ésta, a su modo, está en la Creación, mientras que el ámbito del Ser Total y Creador, no está en la Existencia sino que "es" la Existencia en todas y cualesquiera de sus posibilidades de manifestación. Mas, y este es el punto más difícil de concebir, del mismo modo que lo celestial puede descender hacia el plano terrenal, lo inverso es imposible, y nos referimos, claro está, al cuerpo humano. El "ascenso" del alma no manifestada hasta su
plano extracósmico no presenta dificultades de comprensión; sin
embargo, con la resurrección del cuerpo las dificultades se multiplican,
siempre hablando en el terreno de la comprensión. Lo primero que hay que
recordar es que lo inaceptable para la metafísica especulativa, puede ser
admisible para la metafísica sagrada de carácter intuitivo, que en
el desarrollo de una cosmogonía concreta, da conocimiento y fundamento a
una religión concreta.
Si como ya está explicado, la unión del cielo y la tierra contribuyen a iluminar el sentido y realidad cósmica de las dos naturalezas de Jesús, dado que esa unión es el "Hombre Universal" consustanciado en Dios mismo, nos sigue faltando la explicación de cómo puede ser pensado el "ascenso" del cuerpo yaciente de Jesús allende el sol, en el extracosmos, donde "es" la Eternidad Verdadera. Se podría comenzar diciendo que tras la muerte de Jesús, su alma realizó "el viaje" más allá del sol, llevando consigo el reflejo de su cuerpo. Si lo inferior es el reflejo de lo superior y los estados superiores pueden "descender" hasta el plano terrenal mediante esa re-flexión, los planos inferiores que abarcan los cuerpos terrenales, no "ascienden" a los planos superiores, porque no pueden trascender de lo que es una existencia precaria, total y completa como experiencia individual en una de sus indefinidas posibilidades de manifestación, pero parcial e incompleta para la Existencia Universal, en tanto que realización completa del Ser. Ese reflejo insustancial que la Existencia Universal produce en el cuerpo humano, como en todo ente, va unido al alma ascendente y con ella llega a ese destino extracósmico y allí se mantiene insustancial, que es el modo de ser de todo reflejo. De ahí que, para el plano cósmico, y mucho más para el extracósmico, lo terrenal será siempre Creación manifestada insustancial, pese a que lo informado, al adquirir individualidad, también adquiere aptitud para manifestarse de una manera indefinida de puntos de vista o formas de ser. Ante los postulados propios de un pensamiento
cosmogónico, como los que estamos desarrollando, conviene hacer un
paréntesis para reconocer que la gente suele reaccionar no sólo
con incredulidad, sino que también añaden a la incredulidad una
buena ración de ironía, y lo hacen sin preguntarse:
¿cómo es posible comprender y aceptar, como se acepta y con
razón, que el movimiento sólo es perceptible si existe un punto de
referencia respecto de lo que se mueve y que para ello es menester imaginar un
escenario absolutamente vacío y totalmente uniforme donde un punto se
mueva en un ámbito sin límites? Y, en razón de lo mismo,
¿que una cosa es la realidad virtual del movimiento en esta teoría,
y otra cosa su percepción sensorial? Y del mismo modo, ¿por
qué no se puede admitir que una cosa es la Creación manifestada y
otra la no- manifestada? ¿Cómo es posible aceptar la fórmula
de la relatividad, que cuando se dio a conocer, hasta su autor reconoció
que carecía de utilidad pero que era (y es) bella? Y más aún:
¿cómo es posible que la mente humana comprenda y admita sin reservas
la teoría del Big-Bang y sin embargo, esa misma mentalidad se niegue a
admitir los enunciados de una cosmogonía, cualquiera sea; en este caso la
cristiana? ¿Y con mayor razón, tratándose de pensamientos
acuñados por una sabiduría perenne, que como tal, apuntala a todas
las doctrinas sagradas de todas las épocas y de todas las civilizaciones?
Esta mentalidad moderna admite los dogmas de su religión, pero no admite sus fundamentos cosmogónicos. Admite y practica los ritos, pero se niega a admitir el significado de sus símbolos. No obstante esta cerrazón patológica que ha sido generada por la degradación de la espiritualidad que la especie fue extraviando a través del recorrido de su tiempo histórico, nosotros continuamos con nuestro empeño de predicar en el desierto. A propósito y antes de seguir adelante, conviene recordar las palabras con las que Guénon remata su obra El símbolo de la cruz:
Hay conceptos que por sus cualidades pueden ser atrapados
por las reglas de la metafísica y permanecer, como consecuencia, fuera
del plano de la individualidad terrenal; no obstante, esta metafísica
básicamente especulativa no puede acceder al conocimiento verdadero sino
mediante conceptos siempre relativos por estar referidos a alguno de los
aspectos indefinidos de la individualidad (el ser existencial). El ingreso al
sistema de ideas que conforman la identidad de un pensamiento dirigido a lo
sagrado le está vedado a esta clase de metafísica. La eternidad es
uno de los componentes de toda doctrina sagrada, aunque la metafísica
como trascendente que es en relación a lo meramente científico,
carece de la aptitud gnoseológica para acceder al conocimiento de lo
cósmico. La metafísica especulativa está limitada por el
sitio que le destina la epistemología clásica; y de ahí, no
se mueve. Por lo tanto, no es ése el método adecuado para llegar
tan lejos. Lo cósmico no puede ser conocido porque es inaprensible a los
sentidos. Por ello, Guénon sólo experimenta la
"sensación de la eternidad", y no porque renuncie a su
conocimiento, sino porque sabe que es imposible y que será vano todo
intento, y en el mejor de los casos, que sería casi imposible
transmitirlo a los demás con un lenguaje siempre
insuficiente.
Cerrado el paréntesis, volvemos a lo nuestro. El reflejo de lo cósmico no puede convertirse en lo reflejado; lo insustancial para lo cósmico no puede transformarse en sustancia cósmica porque no puede extenderse más allá de sus límites formales. Por ello, y frente a ciertas afirmaciones de que el cuerpo de Jesús fue enterrado y descubierta su tumba (12), tales descubrimientos carecen de interés para nuestro trabajo pues, como lo hemos dicho y repetido varias veces, el aspecto histórico de la vida de Jesús es asunto de los historiadores, antropólogos y excavadores. Nosotros estamos empeñados en el punto de vista teológico del cristianismo, y lo hacemos con la idea de que a fin de cuentas, el mundo, lo manifestado, no es más que el símbolo de toda la Creación. Lo dicho puede ir desbrozando el camino si se piensa que el alma no-manifestada de Jesús, tras la muerte, al liberarse se lleva consigo su propio reflejo que es el cuerpo en tanto que manifestación de un ser que ha perdido sus atributos a causa de la muerte. El reflejo en el alma no-manifestada se apaga por la extinción de la vida, y el alma lo recobra para sí, diluyéndolo en sí misma y así diluido, el reflejo y lo reflejado quedan fundidos e impregnados de eternidad verdadera. La explicación hindú lleva a la misma conclusión desde otro punto de vista. Para el hinduismo, Brahman no creó el mundo con la "materia" tal y como la entienden los occidentales. El mundo de la materia (υλη), el mundo hílico, no es propiamente materia en tanto que naturaleza. Lo que llena el espacio es sólo forma y fenómeno, lo que implica la idea firme de que desaparecida la forma y con ella el fenómeno que la actualizó, la manifestación terrenal se convierte en manifestación divina, aprehensible en el cosmos dimensionado. No hay, pues, un cuerpo "material" que "asciende" a los cielos, sino una manifestación divina provocada por la desaparición de la forma cósmica, que era lo propio de un ser manifestado. En cuanto al retorno, para que ese cuerpo extinguido como tal pueda regresar a la tierra para lograr el fenómeno sagrado de la transmutación (peregrinación, podría decirse), es preciso que "retorne" de allende el sol y se entregue en carne y espíritu a cada miembro del Cuerpo Místico. Ese "descenso" del extracosmos está ligado a la "sensación de eternidad" (Guénon), que en sus almas reciben los cristianos en el momento mismo de la eucaristía. Es un "descenso" virtual desde un punto de vista metafísico mas, se tras-forma (más allá de la forma) en un movimiento cosmogónico desde un punto de vista sagrado. Todo ello ocurre en un mínimo instante; es decir, lo que dura el presente si, como sabemos, el presente no existe ni siquiera para ciertas lenguas como el hebreo, porque para el hombre todo es pasado y es futuro. En el mismo momento en que está pensando en el presente ya ha dejado de serlo para ingresar en el pasado. Por ello, se ha dicho y con razón que el presente no es más que un débil soplo de eternidad. Por esa mínima grieta que posibilita el soplo escurridizo, es por donde retorna el cuerpo y la sangre de Jesús a comulgar con los miembros de su Cuerpo Místico. Así, no es preciso morir para que la eternidad siquiera en menos de un segundo nos penetre y entregue el cuerpo de Jesucristo: basta con cumplir con toda veracidad íntima el sacramento. Ese retorno de Jesús en uno de los grados de cada ser individual lo convierte en el "Hombre Universal", pero, sólo durante el instante de la eucaristía. Aplicando las ideas brahmánicas, ¿qué es lo que "retorna" en la eucaristía? Lo que retorna es la propia manifestación divina aprehensible mediante el poder de la denominación y la apariencia, que son los modos de manifestarse lo divino. A los discípulos les conmina, después de resucitado, que recorran todas las naciones bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El significado es claro: el retorno se produce mediante la invocación del nombre de la Trinidad que es, según ya se explicó antes, la Unidad en la Unicidad(13). La denominación y la apariencia son las modalidades de manifestación de lo divino, aprehensible en el cosmos dimensionado; es decir: manifestado. Para todo cristiano que practique el rito de la eucaristía sin saber lo que significa o, siquiera sin creer de verdad que el vino se transmuta en sangre y el pan en el cuerpo de Jesús, estará exteriorizando la forma del rito eucarístico, pero no asumirá con toda su verdad y consecuencias la eucaristía o lo que es lo mismo decir, que no penetrará en su plano terrenal individual nada del plano cósmico universal. Es en la eucaristía donde se produce la más pura y completa expresión cósmica del cristianismo y por la cual cada cristiano tiene la posibilidad de comulgar con Dios, no como un reflejo del plano celestial, sino como una verdad móvil de la Unidad en la Unicidad, que devuelve una y otra vez el cuerpo insustancial de Jesucristo, para que sea transmutado al plano terrenal en cada eucaristía, como un recuerdo del Adán Kadmon, esparciendo todos los fragmentos de su ser, para que la Creación sea. | ||
NOTAS * Este texto contiene letras hebreas, que pueden descargarse en esta dirección: (letra SPTiberian). (1) Ver el tratamiento que de este tema damos en Biunidad y dualidad de Jesús. (2) Acerca de este tema de la luz, e incluso la que se sitúa en la parte inferior de la columna, especialmente en los hombres, que a causa de ciertas posturas del hatha-yoga, se despierta y despliega a través de las chakras y kamalas, remitimos a René Guénon, El Rey del Mundo, cap. 7. (3) Fulcanelli, Las moradas filosofales, p. 44, ed. Plaza y Janés. (4) Idem, nota anterior. (5) El evangelista Juan nos recuerda la importancia de la
luz en la doctrina sagrada cristiana; de él se lee: En Él
estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres; y esta luz resplandece
en medio de las tinieblas, y las tinieblas no la han recibido (Juan
1, 4-5). La lucha permanente entre la Luz y las Tinieblas es un tema
recurrente en prácticamente todas las religiones, y está ligado
a la concepción moral del Bien y del Mal, que no es exclusivo
de los maniqueos. Está igualmente presente en la religión
mazdeísta y en la musulmana, como una lucha que se lleva a cabo
en el interior del hombre y en el hinduismo, como referencia necesaria
para determinar el premio o castigo en la próxima reencarnación
del alma, según haya sido su apego o su desapego a las apetencias
terrenales, perniciosas para lograr la "extinción de la agitación" que
es el significado de la apetecida Nirvana (decimos esto con
las reservas propias que alientan los hinduístas más
afamados en cuanto niegan que el hinduísmo de modo general haya
aceptado la teoría de la reencarnación). El dualismo
del Bien y el Mal también se encuentra en el cristianismo, como
una norma moral heredada del judaísmo bíblico y
que, en el protestantismo ha pasado a convertirse en precepto básico
a tal punto que estas modalidades cristianas no católicas han
suplantado los dogmas sagrados por unas normas morales con pretensiones
de ser expresiones de lo sagrado. (6) Ver La Inmaculada concepción. (7) Ananda Coomaraswamy, El tiempo y la eternidad, ed. Kairós, p. 10. (8) Platón, La República, VII, 2c. (9) Ananda Coomaraswamy, El tiempo y la eternidad, p. 83. (10) Edwin Hube en 1929 descubre que las estrellas se están separando de la Tierra y que además, se están separando entre sí, lo que llevó al convencimiento de que el Universo ni es estático ni es posible admitir su eternidad, puesto que del mismo modo que se está expandiendo, si recorremos el camino inverso, es irrefutable que tiene que irse achicando hasta terminar en un punto infinitesimal o en un NoSer, que no es equivalente a la Nada. Así, el Universo tiene que haber estado compactado en un punto-masa de volumen cero, lo que da paso a la teoría del Big-Bang. La idea de un volumen cero para los físicos contemporáneos es equivalente a la idea de la Nada, puesto que lo que carece de volumen, no es. Pero, esta idea científica no se acomoda con la filosófica que rechaza la afirmación de la Nada como algo que pueda ser algo. (11) Ananda Coomaraswamy, La venida del espíritu al nacimiento, en la web Symbolos: http://symbolos.com/coomara.htm (12) Robert Ambelain, destacado masón, ha escrito en
su obra Jesús, o el secreto mortal de los templarios,
p. 254, ed. Martínez Roca, lo siguiente: "Pero el destino le
devolvería duramente el golpe, ya que, mucho más tarde,
el Emperador Juliano mandaría abrir, cerca de Sebasta, aquella
tumba en la que reposaba el cuerpo de aquel al que él llama el
muerto, al que los judíos adoran como un dios, del que
pretenden que resucitó, y haría quemar sus restos
y dispersar sus cenizas al viento". |
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