NARCISO LUÉ
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VIII |
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3-04-2007
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El símbolo de la cruz es precristiano y está presente en
todas las doctrinas arcaicas del lejano Oriente; pasó a la cultura hebrea y de
ella al cristianismo. La elección de la crucifixión como forma de ejecución de
la pena de muerte para los que no tenían la ciudadanía romana nada tiene que
ver con el simbolismo de la cruz, en el que para nada intervino la cultura del
Imperio. Estas consideraciones previas al tema de este capítulo se deben a que
los tres episodios fundamentales de la cristiandad (la pasión, crucifixión y
resurrección) están signados por la cruz, símbolo augusto de la cristiandad
desde que sustituyó al pez de los primeros tiempos que era, más bien, una seña
de identidad secreta para reconocerse, cuando arreciaba la persecución romana.
Para
una clara interpretación de lo que sigue, queremos insistir en
que no habrá modo de comprender lo que se piense y escriba acerca
de estos temas, en la medida en que el corsé que aprieta la inteligencia
especulativa, impida la liberación de la estructura de la metafísica
óntica, para aprovechar un sistema de pensamiento basado en el
indicio de la intuición guiadora, toda vez que surja una aporía
gnoseológica derivada de la modalidad existencial de lo pensado
ya que, llegado al plano de la no manifestación, el acceso al
conocimiento directo está prácticamente vedado. Bien es
sabido que si se habla de metafísica se está dando por
sentado que el pensamiento ha trascendido el plano empírico para
situar el conocimiento en un plano de no manifestación que es,
en Occidente, el de los conceptos abstraídos de la realidad.
Porque en definitiva, los conceptos son los contenidos abstractos que
fecundan un lenguaje y favorecen el entendimiento entre los humanos.
Como quiera que sea visto, el lenguaje es el primer sistema orgánico
de símbolos que aprende el ser humano, desde el mismo momento
en que deja de explicar la realidad señalando cada ente (esta
rosa) para empezar a sustituir ese método de comunicación
mediante el concepto (la
rosa). Pero, con todo, ese grado de abstracción es insuficiente
para intentar con eficacia el conocimiento de la ciencia sagrada que
exige una actitud libérrima ante ciertos enunciados que al hombre
actual se le antojan, por lo menos, fantasiosos y carentes de toda utilidad.
Todo
intento por parte del ser humano de remontar sus accidentes existenciales
hacia un estado superior de la conciencia, implica un considerable esfuerzo
de actitud a causa del temor que encierra en sí mismo lo desconocido.
Hay que pensar que todo lo que exceda el contenido y la forma de lo
cotidiano, entra de lleno en la esencia de "lo misterioso". Basta con
comprobar el impacto que produce el primer contacto con las doctrinas
filosóficas clásicas, en cuyos laberintos metafísicos
el espíritu se extravía sin rumbo hasta que de a poco
va comprendiendo que fuera del mundo empírico de lo que se piensa
y se dice cotidianamente en la comunicación con los demás,
hay otros planos de conocimiento que también conciernen a la
conciencia humana. Ese salto al vacío dado desde el pensamiento
más profano y empírico hasta hacer pie en el conocimiento
de lo metafísico en cualquiera de sus manifestaciones escolásticas,
deja grabado en el alma una impronta decididamente grata y sedienta
de mayor actividad espiritual. A ese empirismo cotidiano que la vida
impone, no se debe ni se puede renunciar porque forma parte de una de
las indefinidas modalidades del ser existencial individual, y son todas
válidas. Esa
experiencia espiritual se acrecienta toda vez que mediante nuevos grados
de iniciación se abren "puertas estrechas" para ascender por
los peldaños de la escala de Jacob y con paciencia y tino, ir
accediendo a los conocimientos, en la medida en la que cada cual puede,
según su propia singularidad. Tal sabiduría, varias veces
milenaria, favorece la gnosis del hermetismo con el que se expresan
las cosmogonías y posibilitan el descubrimiento de todo lo que
ellas tienen en común, que es mucho más de lo imaginable.
Ese nuevo salto espiritual eleva aun más al ser humano alejándolo
de su cualidad terrenal, y lo aleja también, acusadamente, de
la modalidad existencial actual, que es esclavizante a causa de las
sujeciones a las apetencias degradantes de nuestro mundo. Si este ser
humano occidental y de alma laica fuera creyente de una doctrina oriental,
sería repetidamente condenado a reencarnarse a causa de su egoísmo,
alejado de toda posibilidad de "extinción de la agitación",
que abre la senda a lo Absoluto (Nirvana). También dejamos apartada la cuestión de si
la teoría escatológica de la reencarnación tuvo
su comienzo en el norte de Si
para cualquier profano es extraño escuchar las palabras de quien
aborda un tema de "filosofía perenne" en la línea aristotélico-tomista,
cuánto más indigeribles le han de resultar las palabras
de quien se expresa acerca de la "sabiduría perenne", de Entre
las modalidades del ser se cuentan los indefinidos puntos de vista o
modalidades formales de la existencia individual de cada cual, con las
cuales no consigue la cualidad de ser total; es un ser imperfecto del
punto de vista de No
es impropio decir que para todo buen cristiano es un deber ineludible
la exigencia de sufrir con la mente y el corazón la pasión
de Jesús y para ello, nada mejor que vivir espiritualmente cada
paso de aquella tragedia sangrienta. Esta experiencia sagrada está
basada en la exigencia de la reconstrucción histórica
de aquellos vejámenes y tormentos padecidos por Jesús,
y es lo que se conmemora todos los años en todas las ciudades,
pueblos y rincones donde habitan cristianos practicantes. Sin perder
de vista el hecho de que Jesús ostentaba una doble naturaleza,
estos sacrificios espirituales de la cristiandad tienen su razón
de ser. El Jesús histórico ha sufrido, y esa pasión
hay que recordarla con sentimiento contrito, como si cada cristiano
hubiera causado la herida del costado que acabó con su vida.
Pero, todo esto, el cristiano actual lo vive como una conmemoración
repetidamente ritual, y no como una re-actualización del episodio
sagrado, y es así aunque, en lo más recóndito del
símbolo, como se verá, la pasión no fue realmente
hiriente para Jesús en razón de haber asumido la condición
del "sabio perfecto". Una
interpretación tan escasa, aunque verdadera en su contenido histórico,
nos parece insuficiente para justificar la presencia de Dios en la tierra.
A los ojos de los mortales, está la sangre, la tortura y el vejamen,
porque así aconteció. Más allá de tales
signos terrenales está el Principio Encarnado, exigiendo otra
interpretación de los hechos de la pasión. Pocas líneas
más abajo trascribiremos los textos sagrados, y se podrá
apreciar que no se dan demasiados detalles esotéricos de este
acontecimiento mayúsculo que, junto a la crucifixión y
la resurrección centran los aspectos más singulares de
esta religión. La
exigencia de mayor ponderación en la descripción de los
símbolos sirve, de paso, para acallar a quienes siguen preguntándose
por qué razón Jesús, como Dios que Es, permitió
que abrieran tantas llagas en su cuerpo, para crucificarlo después
y morir en la cruz sin zafarse de las ataduras terrenales y ascender
a los cielos a los ojos de todos los testigos (no muchos) que de lejos
presenciaban los hechos. El Jesús histórico se condenó
confesándose rey de los judíos ante Pilato; es decir,
cometió el delito de sedición contra el Emperador romano,
único rey de todas las tierras conquistadas por sus legiones
mas, Pilato no vio en ello delito alguno y se lavó las manos
sobrecogido por la presencia muda y tolerante de Jesús y las
admoniciones de su esposa que le imploraba en la privacidad del lecho
que no condenara a ese inocente. La condena debía cumplirse,
no obstante, y según las Escrituras, pese a que debía
condenarlo se abstuvo y como última posibilidad de salvarlo recurrió
a la elección del pueblo para que decidiera si perdonaba a Barrabás
o a Jesús. Estaba claro que Pilato quería salvarlo y cuando
vio que nada podía hacer, salvó a Barrabás y entregó
a Jesús, que fue lo que eligió el pueblo de Jerusalén.
Era irreducible la situación: Jesús debía sufrir
los tormentos y morir en la cruz. El
Jesús cuya naturaleza divina no estaba manifestada, no vivió
aquellos episodios en la manifestación, sino que estaban en Él
desde siempre. Cabe aquí, a nuestro entender, la doctrina del
"yo" y del "Sí Mismo" que, aunque proveniente del extremo Oriente,
algunos teólogos cristianos de la primera época se sirvieron
de ella. Nos referimos al "yo" que asume todo ser humano en la manifestación
y que, no cabe duda, es una afirmación de su presencia entre
los demás, la de su cuerpo y alma y la de sus posesiones terrenales
y su voluntad social. Frente al "yo" está el "Sí Mismo",
el Atmâ hindú, que con alguna
licencia se puede equiparar a la "personalidad", que es algo que está
en el interior del ser humano, encerrando en sí, y que es lo
más profundo y verdadero de cada ser. Esa "personalidad" no está
en la manifestación aunque esté en cada ser humano, del
que se desprende tras la muerte, y que constituye el cuarto estado de
Atmâ. Los otros tres son: la vigilia,
el sueño (la ensoñación) y el sueño profundo.
Pues bien, El Jesús cósmico de la pasión estaba
ya fuera del Jesús histórico, como caso único del
desdoblamiento y separación del "yo" y del "Sí Mismo"
antes de la muerte de un humano. Hecha
esta aclaración, se puede decir que el Jesús hijo de María
sí que vivió tales episodios mas, es del caso poner en
claro cómo lo hizo y de qué manera padeció. La
inquietud que emerge desde un principio es llegar a comprender cómo
han logrado unificarse estas dos aparentes oposiciones que han sido
en realidad, dos principio complementarios. Con sólo afirmar
que uno sufrió y el otro no, nada se acredita en el desciframiento
de los aspectos simbólicos de la pasión, y carece de todo
valor como afirmación si no va acompañada de la descripción
intelectual del simbolismo que en Jesús cobra una dimensión
exageradamente mayor que en cualquier otro ente de Si
Jesús predicó y con su presencia forjó los cimientos
para que sus seguidores levantaran el edificio de la nueva Iglesia,
es de pensar que incluso en su condición humana era un ser especial,
distinto a los demás, capaz de atraer el amor de sus fieles y
el odio de quienes se sentían amenazados por la autoridad de
su fuerza espiritual. Las doctrinas sagradas del extremo Oriente suelen
distinguir la diferencia que existe entre la sabiduría del sabio
y los conocimientos del profano. Podríamos añadir que
en este sentido, conocer algo no es lo mismo que saberlo. Se puede conocer
un símbolo y no saber lo que significa; por ejemplo, el signo
de la cruz, conocido por todos los cristianos que, en su inmensa mayoría
no saben lo que significa en la sabiduría tradicional, que trasciende
el mero hecho de recordar el patíbulo del Salvador y representar
Si
admitimos, como asegura Guénon(2),
que la razón de las cosas es invisible y por lo tanto inaprehensible,
hay que concluir que de ellas sólo conocemos su aspecto empírico
conforme el servicio que nos prestan, sin conocer su razón más
verdadera, más profundamente verdadera que las demás verdades
relativas, adecuadas a las distintas posibilidades de conocimiento que
tiene el ser individual. Un ejemplo de lo que decimos es que si el hombre
estuviera capacitado para conocer la razón de las cosas, principiaría
con la más próxima: él mismo, y no se preguntaría
¿qué sentido tiene la vida?, o ¿por qué
estoy en este mundo? Desconoce las razones. Es el hombre profano desentendido
de la sabiduría. El sabio perfecto, dice Guénon que está
situado en el centro de la rueda cósmica, que la mueve con
su sola presencia, sin participar en su movimiento y sin tener que preocuparse por ejercer ninguna acción. Esta
actitud de inmovilidad voluntaria conduce al sabio a un estado de indiferencia
frente a todo y a todos. El desapego de la vida y sus contingencias
lo colocan fuera de la lucha de las oposiciones. El "sabio perfecto"
de que habla Guénon, está casi fuera de la vida y dentro
de la sabiduría capaz de devolverlo al Principio Universal Único,
o como dicen los guenonistas al "Estado Primordial", donde las cosas
se conocen directamente sin necesidad de dilucidar símbolos para
conocer esa razón de cada cosa. Equivale este símbolo
al "desasimiento" del Maestro Eckhart. Un desasimiento que produce en
el hombre terrenal una desunión, un desapego de sus accidentes
contingentes para sumirse en los estados superiores. El ser desasido
no va hacia Dios, sino que Dios viene hacia él porque con esa
actitud está su alma fuera de lo terrenal: está en Dios
mismo(3).
Dijimos
que de momento no nos preguntaríamos si ese acceso a un estado
tan superior es vivido como una evidencia subjetiva o como una realidad
trascendente. Sin resolverla ahora y aquí, sólo la dejamos
planteada porque en ningún caso afecta al desarrollo del pensamiento
que va forjando el camino para llegar a la comprensión de la
oposición habida entre ambas naturalezas de Jesús. Y esto
es así porque a mayor proximidad del centro de la rueda, mayor
desapego del mundo y de los valores del ser accidental. Los yogî,
esos seres "despegados" del mundo, en plena meditación son inmunes
al dolor debido a la reabsorción en el plano de lo no manifestado.
Nada tiene que ver con esto la técnica de superación del
trance del dolor, que se enseña en los cuarteles donde se forjan
las élites de combatientes, porque ésta se basa en ejercicios
severos de la voluntad y no en las consecuencias naturales de la cesación
de las oposiciones y unificación de los complementarios. Estos
seres humanos no son "sabios perfectos", sino atletas del dominio de
las sensaciones naturales. De los "sabios perfectos", por nuestra parte,
decimos: Dichoso
el que no viene ni va, porque ha llegado. La
actitud de los sabios, tan indiferente frente a las demandas permanentes
de la vida, desacelera toda emoción, debilita hasta la extinción
toda ambición y se accede a un grado de simplicidad tal, que
resulta indudable un acercamiento al Principio Universal y Único,
como si fuera lo único visible por el espíritu. En Jesús,
se puede asegurar que durante la pasión o más propiamente
desde el momento en que se confiesa rey de los judíos frente
a Pilato, concluye su recorrido terrenal para situarse en esa rueda
cósmica que mueve sin moverse, y se entrega sin reservas a la
condición del "sabio perfecto". Es un hombre que en palabras
de Guénon Ha alcanzado la impasibilidad perfecta; la
vida y la muerte le son igualmente indiferentes, el derrumbamiento del
universo (manifestado) no le causaría ninguna emoción(4).
En tal condición humana se entrega Jesús a sus verdugos. Ese
abismo del que hablábamos antes, se ha cerrado, uniendo ambas
orillas hasta hacer desaparecer la cicatriz que en la tierra quedó
marcada, de modo que ya no hay complementarios que unificar porque esa
unificación se ha logrado mediante la actitud de desapego del
sabio indiferente. Ni siente dolor, ni teme a la muerte. Está
totalmente alejado del mundo y penetrando en el centro de la rueda cósmica,
unido al Jesús de los estados superiores, de suerte que ambos
ingresarán unificados en la eternidad. La inserción del
ser humano en las sensaciones naturales que están adecuadas a
su naturaleza le proporcionan una serie indefinida de posibilidades
sensibles a su ser individual pero, a la vez, crean un régimen
desordenado de vicisitudes que en el sabio perfecto han desaparecido
a causa del acceso a la simplicidad del ser individual. Como consecuencia
de lo dicho, el ser simple está más cerca de Esto
es lo que representa para el propio Jesús su pasión; su
aparente padecimiento, desde la óptica de la verdad histórica,
pero que desde la verdad del "sabio perfecto" no ha existido jamás,
ni para el Jesús histórico por haberse situado en el centro
de la rueda, ni mucho menos para el Jesús cósmico, porque
a Él le es extraño toda sensación humana, incluyendo,
claro está, el padecimiento del dolor y el sufrimiento derivado
del vejamen. Ahora podemos afirmar que el Hijo de Dios, no sufrió
dolor ni humillación en cualquiera de sus dos naturalezas mas,
a los ojos de los mortales, la pasión ha de ser simbolizada mediante
otros significados, más cercanos al entendimiento profano. Se
puede decir que la pasión comienza inmediatamente después
de su prendimiento en el Huerto de los Olivos. Se lee en Mateo: "Y
los que prendieron a Jesús lo condujeron a casa de Caifás,
que era sumo pontífice aquel año, donde los escribas y
los ancianos estaban congregados. Y Pedro le iba siguiendo de lejos,
hasta llegar al palacio del sumo pontífice. Y habiendo entrado,
estaba sentado con los sirvientes para ver el paradero de todo esto.
Los príncipes de los sacerdotes y todo el concilio andaban buscando
algún falso testimonio contra Jesús, para condenarle a
muerte, y no lo hallaban, siendo así, que se presentaron muchos
testigos. Por último, aparecieron dos falsos testigos, y dijeron:
Este dijo: Yo puedo destruir el Templo de Dios, y reedificarlo en tres
días. Entonces, poniéndose en pie el sumo sacerdote, le
dijo: ¿No respondes nada a los que deponen contra ti? Pero Jesús
permanecía en silencio. Y le dijo el sumo sacerdote: Yo te conjuro
de parte de Dios vivo, que nos digas si Tú eres el Cristo, Hijo
de Dios. Le respondió Jesús: Tú lo has dicho, y
aun os declaro que veréis después a este Hijo del Hombre
sentado a la diestra de la majestad de Dios, venir sobre las nubes del
cielo. A tal respuesta el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras,
diciendo: Blasfemado ha, ¿qué necesidad tenemos ya de
testigos?; vosotros mismos acabáis de oír la blasfemia;
¿Qué os parece? A lo que respondieron ellos, diciendo:
Reo es de muerte. Luego empezaron a escupirle en la cara a maltratarle
a puñetazos y otros le daban bofetadas, diciendo: Cristo, profetízanos,
¿quién es el que te ha herido?" Con
palabras muy similares, Marcos 14, 53-65, aclarando que antes de comenzar
a maltratarle le taparon la cara para luego preguntarle: Adivina, quién te ha dado, referencia
útil para aclarar el episodio. Del mismo modo, Lucas 22, 54-65.
Juan es más explícito ya que, luego de coincidir con los
anteriores, contiene un diálogo de interés: "Entretanto
el pontífice se puso a interrogar a Jesús sobre sus discípulos
y su doctrina. A lo que respondió Jesús: Yo he predicado
públicamente delante de todo el mundo, siempre he enseñado
en la sinagoga y en el Templo, donde concurren todos los judíos
y nada he hablado en secreto. ¿Qué me preguntas a mí?
Pregunta a los que han oído lo que Yo les he enseñado,
pues ellos saben cuáles cosas haya dicho Yo. A esta respuesta,
uno de los asistentes dio una bofetada a Jesús, diciendo: ¿Así
respondes al pontífice? Y Jesús le dijo: Si he hablado
mal, manifiesta lo malo que he dicho; pero, si bien, ¿por qué
me hieres? Le había enviado Annás atado, al pontífice
Caifás" (Juan 18, 19-24). Antes
de proseguir con las citas evangélicas, tócanos examinar
lo que acabamos de trascribir. La acusación de dos testigos falsos
consistía en haber oído a Jesús proclamar que podía
destruir el Templo y reconstruirlo en tres días. Obviamente,
ni Caifás ni los demás sacerdotes y escribas del Sanedrín
captaron el sentido simbólico de las palabras de Jesús,
pues no se refería realmente al Templo sino a su cuerpo, templo
de Dios, es decir, cofre donde estaba arraigada su alma eterna (su Atmâ). En efecto, Jesús destruiría el Templo que
era su cuerpo, para reconstruirlo en tres días, después
de descender a los infiernos y ascender desde allí para resucitar.
Y fue lo que hizo. Pensar que el Hijo de Dios estaba dispuesto a sorprender
a sus enemigos con juegos de magia que destruyeran lo que se reconstruiría
en tres días, es inaudito. Jesús estaba hablando en el
"lenguaje de los pájaros", y nadie había allí para
comprender sus palabras. Los del Sanedrín estaban ciegos de odio
y temor, mientras Jesús permanecía sublimado en la indiferencia
del "sabio perfecto". Está muy claro que el Jesús histórico
estaba ya, durante estos episodios, más allá de la vida
y de la muerte. Confirmando
asimismo su naturaleza divina, les aclaró a los profanos de la
sabiduría perenne, que lo verían "después", sentado
a la diestra de Dios y llegando sobre las nubes del cielo. Leídas
en su acepción literal, tales palabras resultan incomprensibles
pues, existe una contradicción espacial: no se puede ver a alguien
sentado a la diestra de Dios y al mismo tiempo verle venir
sobre las nubes del cielo. Este simbolismo requiere otra dimensión
intelectual para descubrir la advertencia que contienen las palabras
esotéricas de Jesús. Ya lo hemos dicho antes(5)
y lo reiteraremos aunque brevemente: toda referencia que en los cánones
cristianos se hace al "Padre", debe ser entendida como hecha a Jesús
mismo porque, si el Creador es una Unicidad, como tal es indivisible
e indestructible. No puede el Principio Creador partirse en dos: el
Hijo y el Padre. Pero,
¿dónde está situado el Padre, desde un punto de
vista estrictamente imaginario para obtener una visión también
imaginaria de esa "diestra" espacial? La diestra de Dios Padre o sea,
según acabamos de ver, la diestra de Sí Mismo para Jesús-Dios,
es una de las seis direcciones que desde Sí, se expanden en el
Universo creado, en todo lo manifestado y lo no manifestado. Si tomamos
el plano de dos dimensiones, de rango horizontal, se verá que
la diestra corresponde a Oriente, donde inicia el sol su recorrido diario
hasta ponerse en el magreb
islámico. Sin embargo, si ese plano horizontal es observado en
tres dimensiones, lo alto ya no será el norte del plano horizontal
o círculo, sino el cenit de la esfera. Esta tercera dimensión
modifica el concepto de "arriba" que desde siempre estuvo destinado
a ese punto cardinal. Lo que ocurre es que para representarlo
en un papel o escribiendo con una astilla en la tierra, el plano horizontal
es una imagen plana "vista desde arriba"; pero, ese plano puede ser
visto imaginariamente de frente a los ojos y no bajo los ojos. Como
si el plano levantara del papel donde está dibujado, y se pusiera
de frente a los ojos. Solamente en esta situación es posible
hablar propiamente de arriba y de abajo, desde un punto de vista espacial.
En otro caso, sobre el papel extendido sobre la mesa de trabajo, lo
que está arriba y lo que está abajo dependerá de
la situación de quien esté mirando. Es algo similar a
lo que ocurre cuando observamos un mapa y para situarnos mejor en relación
a los puntos cardinales, damos vuelta ese mapa hasta colocarlo a la
inversa o sólo cuarenta y cinco grados más a la derecha
o izquierda. ¿Cuál
es la diestra de Dios? En otras palabras: a partir de la esfera virtual
donde están inscritas imaginariamente las seis direcciones del
espacio real, ¿dónde está lo de arriba y dónde
está la diestra, que en el plano horizontal se representa como
el Este? En la esfera que admite las tres dimensiones, no hay arriba,
ni abajo, ni derecha, ni izquierda. Los puntos cardinales se desplazan
constantemente desde el eje inmóvil que los sostiene para que
roten incesantemente. Cualquiera de los cuatro puntos cardinales está
dentro de la esfera sin una localización fija y permanente, porque
cualquiera de ellos está siempre en todos y cada uno de los puntos
que contiene la esfera. La diestra de Dios está, pues, en todas
partes, dentro de la esfera que contiene las seis direcciones y las
tres dimensiones. Por ello, cuando Jesús menciona a Su Padre
como situado en el centro y Él a su diestra, lo que hace es utilizar
el concepto espacial de comprensión terrena, a fin de que Antes
de proseguir con las citas evangélicas conviene no pasar por
alto una circunstancia que tiene que ver con algo que dijimos antes:
el silencio y pasividad de Jesús ante las afrentas, malos tratos
y humillaciones a las que lo sometían los del Sanedrín
en el palacio del pontífice. Jesús, dicen las escrituras,
que no respondía, lo que induce a pensar que soportaba todo aquello
sin siquiera quejarse. Estaba, pues, en el desapego absoluto, la total
indiferencia e impasibilidad; como se dijo antes: estaba más
allá de la vida y la muerte y carnalmente, nada le importaba
ya porque había asumido la simplicidad del "sabio perfecto".
No se debe interpretar, pues, ese silencio como signo de una psiquis
debilitada por el sufrimiento, o como una relajación causada
por la impotencia, porque esa visión de los acontecimientos es
errónea. Jesús no respondía ante los estímulos
exteriores porque estaba en un estado de sublimación alejado
de las contingencias terrenales. Y sólo respondía cuando
debía dejar sellado un símbolo sagrado. Pasaremos por
alto las negaciones de Pedro y el suicidio de Judas y lo que hicieron
con esas treinta monedas recuperadas por los miembros del Sanedrín.
Lo que sigue, pues, es esto: "Fue, pues, Jesús, presentado ante el presidente, y el
presidente le interrogó, diciendo: ¿Eres Tú el rey de los judíos? Y Jesús le
respondió: Tú lo dices, lo soy. Y por más que le acusaban los príncipes de los
sacerdotes y los ancianos, nada respondió, por lo que Pilato le dijo: ¿No oyes
de cuántas cosas te acusan? Pero, Él a nada contestó de cuanto le dijo, por
manera que el presidente quedó en extremo maravillado."
"Acostumbraba el presidente conceder por razón de la
fiesta, la libertad de un reo, a elección del pueblo; y teniendo a la sazón en
la cárcel a uno muy famoso, llamado Barrabás, preguntó Pilato a quienes habían
concurrido: ¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, que es
llamado Cristo? Porque sabía que se lo habían entregado por envidia."
"Y
estando él sentado en su tribunal, le envió a decir su
mujer: No te mezcles en las cosas de ese justo; porque son muchas las
congojas que hoy he padecido en sueños por su causa. Entretanto
los príncipes de los sacerdotes y los ancianos, indujeron al
pueblo para que pidiese la libertad de Barrabás y la muerte de
Jesús. Así es que el presidente les pregunto: ¿A
quién de los dos queréis que os suelte?, respondiendo
ellos: A Barrabás. Y Pilato les replicó: Pues, ¿qué
he de hacer con Jesús, llamado el Cristo? Dicen todos: Sea crucificado.
Y el presidente: Pero, ¿qué mal ha hecho? Mas, ellos comenzaron
a gritar más, diciendo: Sea crucificado. Con lo que viendo Pilato
que nada adelantaba, antes bien, que cada vez más crecía
el tumulto, mandando traer agua, se lavó las manos a la vista
del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo, allá
os lo veáis vosotros. A lo cual respondiendo todo el pueblo,
dijo: Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos. Entonces,
les soltó a Barrabás. Y a Jesús, después
de haberle hecho azotar, le entregó en sus manos para que fuese
crucificado" (Mateo 27, 11-26). Estos
versículos se prodigan en significaciones que enlazan a la perfección
los episodios bíblicos y las consecuencias de un ciclo terminal
de La
mujer de Pilato intercede por Jesús ante su marido, y nada consigue.
Esa mujer ha recibido en sueños, como suele ser costumbre del
Arcángel Gabriel, el requerimiento de su intersección
a favor de Jesús. Lo que consigue es que Pilato entregue a Jesús
a los del Sanedrín para que le ejecuten, si es que así
lo desean, y tanto más, que los judíos no pueden matarlo
en la época de las fiestas y están decididos a que el
poder romano se implique en la consumación de la pena de muerte.
Es lo que explica Juan, con estas palabras: "Llevaron
después a Jesús desde la casa de Caifás al pretorio.
Era muy de mañana, y ellos no entraron en el pretorio, por no
contaminarse, a fin de poder comer de las víctimas de En
cuanto a la afirmación de Jesús de que no es de este mundo
y que su deber es "bajar" a la tierra para pregonar la verdad y que
solo quien en ella estén pueden oír su voz, es un simbolismo
bastante claro, incluso para las mentes profanas. Es la clara exposición
de un elegido para los oficios sacrificiales tras el descendimiento
desde "los Cielos", desde la no-manifestación, en fin, desde
dios Mismo, conforme una antiquísima tradición sagrada
por cierto, muy anterior a Jesús. En ninguna otra parte se puede
leer con tanta claridad la admisión por parte de Jesús
de su naturaleza divina. El que hablaba era el Jesús histórico,
obviamente mas, el contenido del mensaje trasmitido a Pilato provenía
de los estados superiores del ser no manifestado que, sirviéndose
del Jesús terrenal, intenta convencer a Pilato para que desista
de cometer injusticia, sabiendo que no lo convencerá, pues lo
que se ha de consumar es el sacrificio. Con ello, lo que se quiere demostrar
es que la maldad y la ceguera de los seres humanos en este final de
ciclos cósmicos, son ciegas y sordas, lo que indica la fatalidad
de un final exterminador. Mi reino no es de este mundo, dice Jesús,
añadiendo: si de este mundo
fuera mi reino; claro está que mi gente me hubiera defendido
para que no cayese en manos de los judíos. Esta es una afirmación
para nada enigmática: si hubiera venido a combatir con las armas
a los romanos y liderara a su pueblo como un rey, "su gente" hubiera
acudido en su ayuda impidiendo el complot romano-judío y luego
la crucifixión mas, como su reino es del mundo cósmico
y no terrenal, nadie acude en ayuda del Jesús histórico
que debe sufrir las consecuencias de la impiedad para que se cumpla
Con
palabras muy semejantes se expresa Marcos, pero añade una circunstancia
destacable, que contiene un simbolismo extraño, aunque a la vista
de los profanos, nada singular. Leemos en Marcos: "Al
fin Pilato, deseando contentar al pueblo, les soltó a Barrabás.
Y a Jesús, después de haberle hecho azotar, se les entregó
para que fuese crucificado. En seguida, los soldados le llevaron entonces,
al patio de pretorio, y reuniéndose allá toda la cohorte,
le visten con un manto de grana a manera de púrpura, y le ponen
una corona de espinas entretejidas. Comenzaron enseguida a saludarle,
diciendo: Salve, rey de los judíos. Al mismo tiempo herían
su cabeza con una caña; y le escupían, e hincando las
rodillas le adoraban." "Después
de haberse así mofado de Él, le desnudaron de la púrpura,
y volviéndole a poner sus vestidos, le condujeron afuera para
crucificarle. Al paso alquilaron a un hombre que venía de una
granja, llamado Simón Cireneo, padre de Alejandro y de Rufo,
obligándole a que llevase la cruz de Jesús. Y de esta
suerte le conducen a un lugar llamado Gólgota, que quiere decir
Calvario, vocablo que proviene de "calavera". Allí le dieron
a beber vino mezclado con mirra mas, él no quiso beberlo" (Marcos
15, 1-23). Dejando
de lado lo del manto de púrpura vinculado a la exaltación
de la magistratura y el cesarismo de la época, en esta ocasión
está más bien enlazado por su color, con la sangre vertida
desde Abel por los justos; este color púrpura es, asimismo, el
color definitivo de la obra alquímica, la fase tercera de la
obra que iniciando el proceso con el negro, pasa al blanco y de éste
al rojo purpúreo. El hecho de que los soldados después
de desnudarle le arrojasen un manto purpúreo para que se cubriese,
predice sin error el vertido de la sangre que se habrá de derramar.
Es también y quizá el más adecuado, el de la conclusión
de Lo
que consideramos de más valía, aunque nada debe ser descartado
en el orden axiológico, es la corona de espinas. La mofa de los
soldados, en su ignorancia estaban destacando con claridad la eminencia
de la figura de Jesús, coronado de espinas. El simbolismo de
la corona está enlazado al de los cuernos. Todos los héroes
de las civilizaciones arcaicas portaban coronas rematadas en aristas
fulgurantes, semejantes a espinas, y cuando no, eran yelmos semicirculares
terminados en un par de cuernos en sus extremos, como si se extendieran
desde las sienes. El David de Miguel Ángel luce un par de cuernos
directamente erigidos desde su propia cabeza, y Alejandro era conocido
como el hombre de "dos cuernos". La idea básica que irradia el
cuerno es la de poder, fortaleza, gobierno, superioridad. En griego,
stefanov
significa corona, diadema, guirnalda, pero también recompensa,
triunfo y gloria, y es esta última acepción la que nos
interesa por estar vinculada, obviamente, a las cualidades de Jesús
mortificado. La gloria desciende sobre su cabeza coronada de espinas
porque cada una de ellas significa un rayo y en su totalidad, un aro
que contiene una multitud de rayos, que como los cuernos remiten sin
duda a la idea de potencia sacerdotal y real, y puesto que son rayos
luminosos, aportan el sentido de la luz que es la chispa escondida en
el corazón del ser humano y de todos los entes de Según
René Guénon, "los cuernos, en su empleo simbólico,
revisten dos formas principales: la de los cuernos de carnero, que es
propiamente solar, y la de los de toro, que es lunar (recuerdan la forma de una media
luna)"(8).
Los cuernos de la estatua de David son los de carnero, breves y fuertes.
Amplificando la idea de que la coronilla del ser humano es la "puerta
estrecha" por donde con acceso solsticial se eleva hacia los planos
superiores, si esa salida al cosmos está coronada con rayos solares
que apuntan hacia la misma dirección, tenemos el significado
del símbolo completamente terminado(9).
Una diadema de rayos cósmicos circundan la estela que dibuja
el ascenso del hombre indiferente, inmóvil y despegado, que está
más allá de la vida y de la muerte. Ese Jesús histórico
que cediendo su condición de reflejo del estado superior, a su
momento se unirá con "El
hombre moderno a-religioso asume una nueva situación existencial:
se reconoce como único sujeto y agente de la historia, y rechaza
toda llamada a la trascendencia. Dicho de otro modo: no acepta ningún
modelo de humanidad fuera de la condición humana, tal como se
puede descubrir en las diversas situaciones históricas. El hombre
se hace a sí mismo y no llega a hacerse completamente más
que en la medida en que se desacraliza y desacraliza el mundo. Lo sacro
es el obstáculo por excelencia que se opone a su libertad. No
llegará a ser él mismo hasta el momento en que se desmitifique
radicalmente. No será verdaderamente libre hasta no haber dado
muerte al último dios"(11).
NOTAS
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