NARCISO LUÉ
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VII |
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19-09-2006
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Abordar La Última Cena es elevar el pensamiento al significado de la copa y por ende, al de la expresión tan cara a los cristianos como lo es la del "Sagrado Corazón de Jesús", asunto ligado de modo incuestionable al misterio del Santo Grial y al de la transmutación, y algunos otros aspectos no menos importantes, porque existe entre los símbolos una trama firme que da coherencia a la urdimbre de la totalidad. Los cuatro evangelistas tratan de este tema y lo hacen de modo muy semejante; sin embargo, la circunstancia de que en esta ocasión Juan introduce algunas referencias acerca de Judas, nos lleva a la decisión de seguir su texto, y complementarlo con el de Lucas y Marcos, que explica más que los otros acerca del dueño de la casa donde debía celebrarse la Última Cena de Jesús y sus invitados. Es también Juan el que trata del lavatorio de los pies de Jesús a sus apóstoles, hecho que no se encuentra relatado en ninguno de los otros tres Evangelios. De todos los dogmas evangélicos, el más espiritual y misterioso a los ojos de los cristianos es, sin duda, el de la transmutación; y es en él donde se manifiesta vívido el diálogo más íntimo entre cada uno de los miembros del Cuerpo Místico de Cristo y su Dios, que impone y enseña la eucaristía a sus discípulos para que lo practiquen permanentemente en memoria suya. Antes de proseguir, leamos lo que ha escrito Juan:
"La víspera del día solemne de la Pascua, sabiendo Jesús que era llegada la hora de su tránsito de este mundo al Padre, como hubiese amado a los suyos, que vivían en el mundo, los amó hasta el fin. Y así, acabada la cena, cuando ya el demonio había sugerido en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, el designio de entregarle, Jesús, que sabía que el Padre le había puesto todas las cosas en sus manos, y que como era venido de Dios, a Dios volvía, se levanta de la mesa y se quita sus vestidos, y habiendo tomado una toalla, se la ciñe. Echa agua en una jofaina y se pone a lavar los pies de sus discípulos, y a limpiarlos con la toalla que se había ceñido. Viene a Simón Pedro y Pedro le dice: ¡Señor! ¿Tú lavarme a mí los pies? Y Jesús le respondió: Lo que Yo hago tú no lo entiendes ahora, lo entenderás después. Pedro, le dice: Jamás me lavarás Tú a mí los pies. Jesús le respondió: Si Yo no te lavo, no tendrás parte conmigo. Simón Pedro, le dice: Señor, no solamente los pies, las manos también, y la cabeza. Jesús le dice: El que acaba de lavarse, no necesita lavarse más que los pies, estando como está, limpio todo lo demás. Y en cuanto a vosotros, limpios estáis, aunque no todos. Pues, como sabía quien era el que le iba a hacer traición, por eso dijo: No todos estáis limpios. Después que les hubo lavado los pies, y tomara otra vez su vestido, puesto de nuevo a la mesa, les dijo: ¿Comprendéis lo que acabo de hacer con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo Soy. Pues si Yo, que soy el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, debéis también vosotros lavaros los pies uno al otro. Porque ejemplo os he dado, para que pensando en lo que Yo he hecho con vosotros, así lo hagáis vosotros también. En verdad, en verdad os digo, que no es el siervo más que su amo, ni tampoco el enviado mayor que aquel que le envió. Entretanto un nuevo mandamiento os doy, y es: Que os améis unos a otros, y que del modo en que Yo os he amado a vosotros, así también os améis recíprocamente (Juan 13, 1-34). Como se aprecia, en el Evangelio según Juan, nada se dice de la cena propiamente dicha ni, por ende, de la eucaristía. Solamente describe con singular extensión el lavatorio de los pies como signo de humildad, sin que ese signo cambie la realidad: el fuerte y el poderoso debe ser complaciente y solidario con sus siervos, así como todo poderoso con los débiles mas, no es el siervo más que su amo, como tampoco el Enviado más que quien lo envió. El respeto al orden establecido es el corolario de este pasaje evangélico. Una cosa es el alto grado de humildad y comprensión que deben tener los fuertes respecto de los débiles, y otra muy distinta el crear la confusión de una absoluta igualdad imposible de lograr entre los mortales, sencillamente porque alguien tiene que sembrar para que todos puedan moler el trigo y hornear el pan, otros tienen que limpiar y otros que enseñar a leer, otros oficiar en los templos y algunos deben cuidar para que los delincuentes no cometan robos y asaltos, y otros habrán de juzgarlos. Siquiera por la diversidad de trabajos, unos más incómodos o despreciados que otros, no hay ni habrá jamás igualdad absoluta entre los hombres, y de esa desigualdad nadie debe sacar provecho a su favor ni a favor de otro, es lo que viene a enseñar Jesús con el lavatorio de los pies. En este pasaje de Juan, sin embargo, hay un par de frases que debemos rescatar de ese relato de orden moral y religioso, para nada hermético. Lo simbólico es el comentario del evangelista cuando afirma que Jesús sabía que era llegada la hora de su tránsito de este mundo al Padre; no dice que había llegado la hora de regresar a la diestra de Dios-Padre, como suele leerse en otros pasajes evangélicos. No vuelve a un sitio determinado, sino al seno del Padre, que es lo mismo que decir que vuelve a Sí Mismo, tal como lo tenemos explicado en otro lugar 1. Comprender la cita de modo distinto, siguiendo al pie de la letra la palabra, sería lo mismo que admitir la existencia de dos dioses, lo que contraría el principio de Unicidad del Creador. Lo Único no admite Otro, pues en ese caso, dejaría de ser Único. La segunda frase a tener en cuenta es la que dice Jesús: Lo que Yo hago, Tú no lo entiendes ahora; lo entenderás después. No se refiere al lavado de los pies, puesto que ese gesto es explicado en ese mismo momento por Jesús; se refiere, seguramente, a la crucifixión, momento en el que Jesús se entrega al mayor de los sacrificios en su doble papel de víctima propiciatoria y oficiante, y como todopoderoso, Maestro y Señor, permite la humillación, vejación y tortura para redimir a seres inferiores atrayéndolos a Sí. Es el ejemplo mayor del gesto inferior de lavar los pies. Ese ejemplo mayor sucedería a partir del día siguiente, pues la misma noche de la Última Cena se produce su prendimiento, cuando da comienzo La Pasión que se extiende por todo un día hasta llegado el momento de la crucifixión. Unas pocas palabras respecto de la traición de Judas. Dice Jesús que no todos están limpios y, aunque en todo momento parece referirse a la limpieza exterior, pues, está lavando los pies de sus discípulos, la limpieza a la que alude es a la del alma ya que uno de ellos no está limpio. Si va a cometer traición, poco importa si se ha higienizado o no; lo que importa en relación a ese hecho es si tiene limpia el alma, no los pies. En cuanto a la traición misma, revela sin lugar a dudas la mentalidad del hombre de entonces que es la de nuestra actualidad: vender al amigo, al familiar y a cualquiera a cambio de obtener beneficios terrenales: poder, fortuna y hacerlo a base de engaños, como actuó Judas Iscariote, que fue capaz de cenar con Jesús, su Maestro y Señor en compañía de sus amigos y abandonar a prisa ese lugar para cometer la traición que llevaría a la muerte al traicionado Maestro por un puñado de monedas. Para estudiar el contenido evangélico de la Última Cena, echaremos mano de lo que escribió Lucas. Dice este evangelista:
"Llegó entretanto el día de los ázimos, en el cual era necesario sacrificar el cordero pascual. Jesús, envió a Pedro y a Juan, diciéndoles: Id a prepararnos lo necesario para celebrar la Pascua. Dijeron ellos: ¿Dónde quieres que la dispongamos? Les respondió: Así que entrareis en la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle hasta la casa en la que entre, y diréis al padre de familia de ella: El Maestro nos envía decirte: ¿Dónde está la habitación en que Yo he de comer el cordero pascual con mis discípulos? Y él os enseñará una sala grande bien aderezada; preparad allí lo necesario. Idos que fueron, lo hallaron todo como les había dicho, y dispusieron la Pascua." Con palabras más o menos similares pero manteniendo lo esencial, la Última Cena y sus preparativos está relatada por los cuatro Evangelistas. De la casa donde habría de celebrarse la cena solamente explicitan el modo de hallarla, Lucas y Marcos, revelando que fue el mismo Jesús quien envía a Juan y a Pedro a arreglar el asunto. Debían hallar a un hombre que transportara un cántaro con agua. Sin más pistas, resulta realmente extraño que en Jerusalén en aquellos tiempos, no fuera posible encontrar en las calles de la ciudad a más de un hombre portando cántaros. Además, debían poco menos que adivinar que lo que llevara el cántaro fuera agua, pues igualmente se usaban para guardar y transportar aceite y vino. Este extraño simbolismo que está figurado con el cántaro y el agua, se relaciona asimismo con la casa y la sala donde se celebrará la Última Cena. La coincidencia entre la celebración de los ázimos y la entrega de Jesús a su sacrificio para ejercer de víctima y oficiante, es del todo simbólica, pues la pascua judía no tiene las mismas connotaciones que la cristiana. Y esa diferencia se puede apuntar desde el comienzo cuando Jesús les dice a sus discípulos: Ardientemente he deseado comer este cordero pascual con vosotros. Por otro lado, también desde el principio se debe reconocer que la elección de Jesús de la época en la que se llevaría a cabo su Pasión y Muerte, no es propiamente una coincidencia porque como judío que era y conocedor de la tradición religiosa de su pueblo, elige la Pascua porque su significado bíblico es precisamente sacrificio en el sentido de matanza. Sacrificar la pascua es lo mismo que decir que se matará al cordero como sacrificio religioso, y que luego será comido. De ahí que el significado no sea otro que la matanza del cordero. Más tarde este significado post-bíblico trastornaría este significado a punto tal que la Pascua dejó de significar la matanza o sacrificio del cordero, para pasar a ser, groseramente, el alimento de la cena. Quedó convertida la Pascua en una fiesta para comer el cordero sacrificado, y no el sacrificio de un cordero que luego de muerto hay que comerlo. Esta diferencia parece poco importante, pero no lo es porque "Pascua" es el nombre de un sacrificio, mientras que a la fiesta se la llama Hag HaMatzot (la Fiesta de Panes Ázimos). Se ha sustituido el significado de la Pascua por la fiesta de los panes ázimos. Esta confusión no existía en la época de Jesús. Eligió la Pascua para ser sacrificado como un cordero, que es la representación de la docilidad, indefensión y pacifismo. En sentido analógico, que es de significado invertido, el cordero se muestra también como león, figuración de la fortaleza y de su condición de rey, aunque de otro lado, en el Evangelio se deja constancia de que la cena es una fiesta (la de los ázimos) y no una celebración religiosa. Con esta pequeña sutileza comienza a separarse la tradición cristiana de la hebrea, diferenciación inaugurada, según el Evangelio, por el propio Jesús. No dice: sacrifiquemos el cordero, sino que desea ardientemente compartir esa comida con sus discípulos (interpretación post-bíblica, no judía). Que la Pascua sea una fiesta y no una celebración ritual de la matanza se explica, en la tradición cristiana, porque lo que se festeja con alborozo es la Resurrección de Jesús y no su muerte, aunque ambas cosas están insertas en los dogmas principales del cristianismo. Volviendo al símbolo del agua, ya ha sido explicado anteriormente 2. La primera significación es la de una iniciación por la que se muere y se renace a una nueva vida, a un nuevo grado de conocimiento, a una nueva fraternidad o logia, en fin, es una destrucción y disolución de un estado anterior, para renacer en un estado nuevo al que se accede voluntariamente; siempre son estados diferenciados del Ser individual, aunque pueda tener connotaciones religiosas, porque lo humano por sí mismo no puede superar el estado al que pertenece y subir la escala cósmica con su propio esfuerzo. Introduciendo el cuerpo en su totalidad o simplemente la cabeza debajo del agua, se destruye y se diluye, pero nunca de modo permanente, porque luego se emerge y al emerger, el iniciado lo hace como un ser nuevo. Pero, éste no es el caso del pasaje evangélico que estamos comentando. En efecto: el agua del cántaro no representa la iniciación a la que ya había sido sometido Jesús cuando fue bautizado en el Jordán por Juan; no se trata, pues, de una reiteración del significado del símbolo. El agua también significa la fuente de la vida tal como lo explicamos en otro lugar, porque del agua proviene la tierra, en tanto que del agua emerge la tierra cuando se contrae por el hielo de los polos. Se lee en Mircea Eliade que: "Una de las imágenes ejemplares de la creación es la de la isla que aparece de repente en medio de las olas" 3. Este autor en el mismo lugar explica que "las aguas simbolizan la suma universal de las virtualidades; son fons et origo, el depósito de todas las posibilidades de existencia; preceden a toda forma y soportan cada creación". Con lo trascrito resultaría ocioso dar una explicación de este simbolismo y su perfecta adecuación al símbolo del agua en el cántaro, porque está perfectamente explicado en tales palabras. Para el hinduismo el agua es el elemento mantenedor de la vida que circula a través de toda la naturaleza, sea en forma de lluvia, de savia, de leche o de sangre 4. Aún es posible distinguir entre "aguas superiores" y "aguas inferiores". Las superiores significan las entidades virtuales aun no manifestadas, mientras que las inferiores representan a la Creación manifestada; es decir, a todos los entes o en términos aristotélicos: los seres en cuanto tales. Sintetizando la significación del agua del cántaro, se puede decir que es la representación de la Totalidad del Ser que es y está en Jesús aun mortal pero poseyendo también una naturaleza divina. En Él están las aguas superiores de donde nacerán nuevos seres y están las inferiores que ya han emergido de la no manifestación para permanecer en el tiempo terrenal. Pero, todo lo terrenal es frágil, provisional y escasamente duradero; por ello, el cántaro de arcilla puede en cualquier momento quebrarse y derramar las aguas inferiores que contiene. Una conclusión de los tiempos finales de una vida degradada de la especie humana, y que arrastrará consigo a todas las demás especies con vida de este planeta. Jesús les asegura a sus discípulos que no volverá a comer el cordero pascual ni a beber vino hasta que llegue el reino de Dios. Ese reino no es otro que la Jerusalén celeste de la que comentamos en el capítulo destinado a El Doble Bautismo. Para los cristianos, la Pascua sí que es una celebración porque se rememora la Resurrección de Jesucristo, como ya dijimos antes. Es una fiesta por todo lo alto y no hay en ello ninguna confusión o sustitución de símbolos como aconteció con la Pascua judía. Sin embargo, no deja de ser relevante la circunstancia de que la Pascua judía se celebra "entre las dos tardes"; es decir, entre el anochecer y la noche cerrada; en hebreo "atardecer" es , que es equivalente a la expresión "entre las dos tardes" que en hebreo es . Ajustado a la tradición hebrea de sacrificar el cordero pascual entre las dos tardes, tras la expiración de Jesús en la cruz, se produce un fenómeno atmosférico que ensombrece todo Jerusalén, coincidiendo de este modo el momento propicio para el sacrificio del cordero pascual con el sacrificio de Jesús, el cordero de Dios que quita los pecados del mundo: "Y desde la hora sexta hasta la hora nona quedó toda la tierra cubierta de tinieblas. Y cerca de la hora nona, exclamó: Eli Eli, ¿lamma sabactani?, esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27, 45-56). "Y a la hora sexta, se cubrió toda la tierra de tinieblas, hasta la hora nona" (Marcos 15, 33) "Era ya casi la hora sexta, y las tinieblas cubrieron toda la tierra hasta la hora nona. El sol se oscureció, y el velo del Templo se rasgó por el medio" (Lucas 23, 44-45) La Cena es el cenit de este episodio evangélico. En ella se produce la doble transmutación: el pan en cuerpo de Cristo y el vino en su sangre. Esta transmutación lleva implícita una serie de simbolismos que iremos conociendo uno a uno. La simbología del corazón suele ser ligada al "vaso" o una copa, y esto viene siendo así desde las antigua religiones egipcias. De hecho, esta vinculación entre el corazón y la copa o vaso hace nacer en la tradición cristiana la leyenda del Santo Grial, el vaso donde bebió Cristo en la Última Cena, y en el que José de Arimatea recogió de su costado sangre y agua que vertía la herida proferida por el lanzazo del centurión. Lo del vaso que aparece desde las antiguas tradiciones sustituido por la figura del corazón viene a manifestar una identidad entre ambos, de manera que el corazón sea, en realidad, el vaso en el que de modo continuo elabora la sangre vital. Dada esta identidad, el corazón de Cristo fue el vaso donde bebieron sus discípulos y donde se efectuó el milagro de la transmutación. Se admita o no que esta simbología sea anterior al cristianismo, no es asunto por el que se pueda privar a esta doctrina de su legitimidad en relación al Grial y al significado del vaso identificándolo con el corazón; más bien, todo lo contrario. Porque en efecto, viene a confirmar la teoría de que todas las doctrinas sagradas de la humanidad desde siempre han tenido una fuente común: la doctrina sagrada que emana del Creador, cualquiera sea el nombre con el que se lo quiera identificar porque, en definitiva, siempre se trata del Único, del Principio, del Hacedor de todo lo hecho. Otro símbolo muy unido al del vaso y el corazón es el floral. En Oriente, la flor simbólica por sobre toda otra es el loto; en Occidente es la rosa. Y la rosa, cuyos pétalos rojos nos conducen a la figuración de la sangre, lo hace vertiéndola como la mirra transparente y frágil, destinada a los rituales hebreos. Esa rosa en su más elocuente simbología está centrada en la intersección de los brazos de la cruz; es recibida en ese centro simbólico de todos los tiempos y en el que Cristo eligió como mensaje de sacrificio y redención. La cruz ocupa el centro de la rosa, y esa cruz con pétalos sangrantes ocupa el centro de Cristo que es su pecho. La imagen recurrente del Sagrado Corazón de Jesús nos muestra un corazón ardiente del que caen gotas de sangre, y está encerrado en un triángulo con el vértice hacia abajo, cuyo figuración repite la forma del vaso y del corazón, en una singular alegoría triple del vaso, corazón y triángulo. Se ha dicho que: "La expresión "corazón de Cristo", ha de entenderse en un sentido que no es precisamente "histórico"; pero hay que añadir de inmediato que los propios hechos históricos, al igual que todo lo demás, traducen a su manera las realidades superiores y se conforman a la ley de la correspondencia, única capaz de explicar ciertas "prefiguraciones". Se trata, valga la expresión, del Cristo-Principio, es decir, del Verbo manifestado en el punto central del Universo; pero, ¿quién pretenderá que el Verbo eterno y su manifestación histórica, terrestre y humana, no son real y sustancialmente un solo y único Cristo bajo dos aspectos distintos? Late en el fondo la relación de lo temporal y lo intemporal; quizá sea conveniente no insistir en ello, pues es uno de esos temas que sólo el simbolismo es capaz de expresar en la medida en que son expresables" 5. La rosa sosteniendo en su centro una cruz ha dado lugar a algunas confusiones respecto del origen de ciertas logias, que se atribuyen la propiedad del símbolo. Los rosacruces no fueron jamás los padres del símbolo que arropa a la logia del mismo nombre, porque como dice Fulcanelli, eran hombres solitarios:
"La pretendida Fraternidad de la Rosa Cruz jamás ha tenido existencia social. Los adeptos que llevan título son sólo hermanos por el conocimiento y el éxito de sus trabajos. Ningún juramento los liga, ningún estatuto los vincula entre sí y ninguna regla influye en su libre arbitrio, como no sea la disciplina hermética libremente aceptada y voluntariamente observada. Todo cuanto se haya podido escribir o contar, según la leyenda atribuida al teólogo de Cawle, es apócrifo y digno, todo lo más, de alimentar la imaginación y la fantasía novelesca de un Bulwer Lytton. Los rosacruces no se conocían. No tenían lugar de reunión, ni sede social, ni templo, ni ritual, ni marca exterior de reconocimiento. No pagaban cotizaciones ni jamás hubieran aceptado el título dado a ciertos hermanos, de caballeros del estómago, pues los banquetes les eran desconocidos. Fueron, y son aú Es significativo que un alquimista como Fulcanelli (y no el único de entre ellos), comparta tan estrecha opinión respecto de los rosacruces que se suponen herederos de la rosacruz precristiana y por ende, hijos directos de la primera fraternidad masónica, extraída del fondo de los tiempos. Porque, en efecto, René Guénon dice de no pocos de estos grupos pretendidamente ocultistas, u ocultistas pretendidamente esotéricos, lo siguiente:
"Junto a estas asociaciones simplemente "fraternales", como dicen los norteamericanos, que parecen las de mayor difusión, hay otras que tienen pretensiones iniciáticas o esotéricas pero que, en su mayoría, no merecen tomarse más en serio que las anteriores, aun siendo quizá más peligrosas en razón de esas pretensiones, aptas para engañar y extraviar a los ingenuos o mal informados. El título de "Rosacruz", por ejemplo, parece ser muy seductor y ha sido adoptado por un buen número de organizaciones cuyos dirigentes no tienen la menor noción de lo que fueron los verdaderos Rosacruces; ¿y qué decir de las agrupaciones con rótulos orientales, o de aquellas que se auto proclaman herederas de antiguas tradiciones, cuando en realidad pregonan las ideas más occidentales y modernas?" 7. Volviendo al objeto de nuestro interés, los apóstoles acudieron a la cena sin saber lo que ocurriría. Es singular el hecho de que Jesús haya elegido para la labor apostólica a doce discípulos. Doce son los signos del zodíaco que representan la totalidad del año en un mito de retorno eterno, y doce los caballeros de la mesa redonda, doce las tribus hebreas, y como buen judío, hace honor a las doce letras simples, distribuidas en las distintas direcciones del espacio, que duplican las seis direcciones y tres dimensiones de la cruz representativa de la Totalidad de la Creación. A su vez, en el suplemento al Capítulo V del Sepher Yetzirah, estas doce letras simples o elementales se corresponden con los signos del zodíaco, los doce meses del año, los doce gobernantes del alma masculina y femenina. Esas doce letras son: (Heh), (Vav), (Tzayin), (Chet), (Teth), (Yod), (Lamed), (Nun), (Samekh), (Ayin), (Tzaddi), (Qoph). No es coincidencia que las doce letras simples, siendo también las llamadas elementales y no por su composición gráfica, contengan las cualidades de los apóstoles, a quienes conviene la simplicidad y a la vez, lo elemental de la doctrina apostólica. Así, pues, la elección del número de los apóstoles es también simbólica, pues pudieron ser cinco, o veinte o cualquier otro número; pero fueron doce, que es también el número duplicado de los ancianos del Apocalipsis, con sus vestiduras blancas y sus cabezas coronadas en oro. Fue en la cena donde se puso de manifiesto la traición de uno de ellos, que no es más que el ejemplo que da Jesús de la perversión de la especie, tal como dijimos en líneas anteriores; una especie capaz de traicionar al ser más querido por dinero, posición social o ejercicio ilegítimo de poder. Pero, fue después del lavatorio de los pies cuando Jesús enfrenta a sus discípulos a la dura prueba de la eucaristía. No son los evangelistas demasiados explícitos en la narración de este aspecto tan importante de la dogmática cristiana. Por el contrario, se limitan a un par de frases que, seguramente a su juicio, eran suficientes. Este par de frases se refieren a la conversión del pan en cuerpo y el vino en la sangre de Jesús. La transmutación (fenómeno del movimiento de los estados, que los conduce allá de la simple mutación) es un ejercicio de fe para los cristianos. De entre ellos, habrá quienes de verdad asuman que Cristo entra en sus naturalezas con todo el espectro de la divinidad, y que en la Hostia lo hace en cuerpo y en el vino en Sangre. Esa suerte de "traslación" se produce en el presente más absoluto, aunque bastaría decir "presente" ya que no hay más que uno y tan fugaz que resulta imposible atraparlo. Es sabido que desde los tiempos más antiguos y las doctrinas sagradas más arcaicas, el tiempo se mide entre el pasado y el futuro, sin ninguna referencia al presente pues, en realidad, no existe más que como la posibilidad de tránsito entre lo que fue y lo que de inmediato será. El presente actúa sobre la existencia manteniéndola siempre en movimiento, y en ese modo están todos los seres creados; con este presente se posibilita el desarrollo existencial de los seres vitales e inertes. Pero este presente, siquiera como existencia de servicio a la continuidad del tiempo, está siempre de modo esquivo en la continuidad temporal de lo terreno. Los maniqueos afirmaban sin hesitación que el hombre tiene guardado en el interior de su alma una "chispa" de divinidad, con la que cuenta para sostener sus fuerzas espirituales en la lucha cotidiana contra el Mal, representado por YHVH, creador de un mundo perverso. Dejando de lado tal juicio demasiado severo incluso referido a un Dios, lo cierto es que la chispa de divinidad que no es otra cosa que una chispa de eternidad, es algo que está presente en todas las ciencias sagradas incluyendo las más arcaicas. En definitiva, tampoco parece demasiado exigente una creencia semejante si recordamos que los estados inferiores son el reflejo de los superiores y que si Dios crea al hombre a su imagen y semejanza, nada tiene de extraño que se haya depositado una chispa de eternidad en las entrañas del ser humano, dicho esto desde el punto de vista estrictamente metafísico. Esa chispa de eternidad es lo que significa el presente para los humanos que suponen que controlan el tiempo mediante los relojes, cuando en realidad sólo atinan a medirlo, seccionándolo en unidades que, respecto de la hora son los segundos; respecto del día son las horas; respecto de la semana son los días; respecto de los meses son los años... y así sucesivamente, sin contar realmente con una unidad única de medición. En esta medición del tiempo que se hace de lo que ya ha pasado o de lo que está por venir, no está el presente. En los calendarios están los días, las semanas y los meses que van cayendo a medida que discurre el tiempo, hasta que se colma de pasado y el año que estaba en curso fenece. Pero, en los calendarios no está el presente. Tampoco está en nuestras vidas, salvo como una idea obtenida mediante un proceso de la inteligencia intuitiva. Es mediante esta especie de inteligencia alejada de la ontología, como es posible lograr el acceso a ese instante fugaz de eternidad "durante" el cual se puede abrir toda la existencia para que la transmutación divina penetre en cada cristiano tal y como la concibió el propio Jesús en la Última Cena. Aquellos cristianos que no puedan o no quieran asumir esta verdad, tomarán la Hostia y beberán el vino en la eucaristía, sin que llegue a producir los efectos sagrados. Dijimos que en ese instante místico del presente fugaz es la oportunidad para "sentir" el fenómeno de la transmutación, y también dijimos que ello es posible mediante un acto íntimo que se logra con un ejercicio de inteligencia intuitiva, ya que de otro modo es imposible acceder a estos conocimientos por su carácter de tras-humanos o no-humanos. Al no intervenir los sentidos, es imposible concebir una abstracción que nos posibilite crear un concepto del que se pueda obtener una definición. La intuición de carácter intelectual, como toda intuición, es un conocimiento tan íntimo que resulta intransferible. Las palabras no pueden explicar lo captado, sino como una aproximación a esa verdad. Y es así, sencillamente porque al no haber la posibilidad de crear un concepto, se carece del vocablo apropiado a ese conocimiento y sólo se lo puede atrapar intuitivamente dando rodeos mediante paráfrasis más o menos acertadas, según haya sido más o menos claro el conocimiento adquirido. Es como pretender que los místicos expliquen sin fisuras idiomáticas la sensibilidad psíquica que los conduce a la contemplación de Dios o al fenómeno de la levitación. El bautismo es el acto de iniciación por el que bautizado, una vez cumplidos los ritos, pasa a formar parte del Cuerpo Místico de Cristo. Si es así y Jesucristo aseguró a sus discípulos y mediante ellos a todos los cristianos que siempre estaría con todos, ¿qué sentido tiene entonces la eucaristía? Un cristiano respondería: no tiene otro sentido que reafirmar la fe de que sigue con nosotros. Un niño sabe que su madre lo quiere y cuida de él; sin embargo, cuando la madre se aparta unas horas, siente el niño la necesidad de tenerla y cuando regresa, comulga con ella los mejores sentimientos que mutuamente son capaces de transmitirse con reciprocidad. El símbolo de la Última Cena está centrado en la eucaristía, que es el sacramento por el cual el Dios de los cristianos se manifiesta en el alma de sus creyentes con una presencia cierta, tan cierta como la que los hiperbóreos experimentaban en todo momento de sus vidas plenas de hierofanía. No es un estar constantemente con Cristo, con el pensamiento, por ejemplo, sino estar en Cristo mismo a causa de la transmutación durante la celebración. Y cada eucaristía sirve al propósito de reiterar el compromiso sagrado que cada miembro del Cuerpo Místico tiene concertado con Dios. Una reafirmación continuada de la alianza prometida al Creador.
NOTAS (1) Ver el cap. La Resurrección. (2) Ver el cap. El doble bautismo. (3) Mircea Eliade, Lo sagrado y lo profano, cap. III. (4) Zimmer Heinrich, Mitos y símbolos de la India, ed. Siruela. (5) René Guénon, Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada, cap. III. (6) Fulcanelli, Las moradas filosofales, cap. "Louis D'Estissac". (7) René Guénon, Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada, cap. LXXI. | ||