JEAN D'ESPAGNET (s.
XVII)
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LA FILOSOFIA NATURAL RESTITUIDA |
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Los que están arriba, estos están abajo:
Dios es el ser eterno, la unidad infinita, el principio radical de todas las cosas. Su esencia es una luz inagotable; su poder, una omnipotencia; su voluntad, es el bien soberano y, su menor deseo, una obra perfecta. Quien quisiera sondear más la profundidad de su gloria, sería sorprendido por el espanto, el silencio y el abismo. II La mayoría de los sabios enseñaron que, desde toda la eternidad, el Mundo fue trazado y manifestado en su Arquetipo. Pero este Arquetipo, que es la luz total, antes de la creación del Universo, estaba doblado sobre sí mismo como un libro y sólo brillaba para sí. Se abrió y desenvolvió en la producción del Mundo, como si diera a luz. Por medio de una extensión de su esencia, hizo manifiesta su obra, que antes estaba escondida en espíritu como en un molde. Fue así como produjo el Mundo ideal y, después, el Mundo actual y material como imitando una imagen aumentada de la divinidad. Fue lo que Trimegisto quiso decir cuando afirma que Dios cambió de forma y que todas las cosas fueron repentinamente reveladas y convertidas en luz. En verdad, el Mundo no es otra cosa sino una imagen manifestada y visible de la divinidad oculta. Parece que los Antiguos quisieron hacer entender este nacimiento del Universo valiéndose del mito de Palas: salió del cerebro de Júpiter por gracia de Vulcano, o sea, con la ayuda de un fuego o de una luz. III El eterno autor de las cosas, tan sabio en sus disposiciones como poderoso en su creación, distribuyó la masa orgánica del Mundo en un orden de tal modo admirable que las cosas más elevadas se mezclan, sin confundirse, con las más profundas y, las más bajas se mezclan con las más altas sin confundirse, estableciéndose entre ellas, una semejanza por obra de una analogía. Así, las extremidades de toda la obra merced a un vínculo secreto y esencial, están unidas estrechamente entre sí por grados intermedios insensibles y, todas obedecen espontáneamente al moderador supremo con respeto a la dirección de la naturaleza inferior, siempre prontas a disociarse a la menor orden de aquel que las unió. Es por eso por lo que Hermes afirma, con razón, que lo que está arriba es como lo que está abajo. IV Aquel que pone la autoridad suprema del Universo en una naturaleza diferente de la naturaleza divina, niega la existencia de un Dios. En efecto, no está permitido reconocer otra voluntad increada a no ser esta naturaleza, tanto para producir como para conservar las individualidades de la máquina amplia. Pues no fue sino el propio espíritu del Divino Arquitecto, ese espíritu que al comienzo se espejaba sobre las aguas, que hizo que las semillas de todas las cosas confundidas en el caos pasasen de la potencia al acto, el que, después de haberlas sacado de allí, trató a las esencias inferiores haciendo girar la rueda en una constante alteración, para componerlas y disolverlas según un modo geométrico. V Ignora las leyes del Universo todo aquél que desconoce que este espíritu es el Alma del Mundo, espíritu creador y rector del Mundo, que se halla esparcido e infuso en las obras de la Naturaleza como por un soplo continuo, y que mueve todos los universales según su género y todos los singulares por medio de un acto secreto y perenne. Pues el creador se reserva el derecho de gobernar aquello que creó. Y es preciso confesar que este Espíritu inmutable preside la creación, la generación y la conservación. VI Aquel sin embargo, que reconozca que la Naturaleza es la causa segunda universal, que está al servicio de la primera, cual instrumento y sujeto al poder que mueve sin (otra) mediación y con orden todas las cosas del Mundo material, ése no se alejará del pensamiento de los Filósofos y Teólogos que, a la primera, dieron el nombre de Naturaleza naturante y, a la segunda, Naturaleza naturada. VII Aquel que fue instruido en los arcanos de la Naturaleza no tendrá la mínima duda en aceptar que esta segunda Naturaleza, que sirve a la primera, es el Espíritu del Universo, o sea, una virtud vivificante dotada de una fecundidad secreta por la luz que fue creada al comienzo y concentrada en el cuerpo del Sol. Fue a este Espíritu de Fuego a quien Zoroastro y Heráclito dieron el nombre de fuego invisible, el Alma del Mundo. VIII El Orden de la Naturaleza no es otra cosa sino la continuación, formando con ellas textura, de las leyes eternas que fueron formuladas y promulgadas por el supremo Soberano e impresas en múltiples ejemplares para sus innumerables pueblos cada uno a su manera. Bajo sus auspicios la masa del Universo ejecuta sus movimientos. La vida y la muerte ocupan alternadamente los extremos finales de este volumen, mientras que todo el resto representa el movimiento que se despliega, de uno a otro, recíprocamente. IX El Mundo es como una obra de artífice hecha con torno. Sus partes están unidas por eslabones mutuos como los anillos de una cadena. La Naturaleza está situada en el medio como una Obrera sustituta que dirige los cambios de todas las cosas y, presente por doquier, suple y restaura incesantemente, como el propio Constructor, aquellas que se gastan. X Del hecho de que este Mundo universal se presenta bajo una triple naturaleza, se deduce que está dividido en tres regiones: la supraceleste, la celeste y la inferior. La supraceleste, que fue llamada mundo inteligible, es la más alta de todas, siendo totalmente espiritual e inmortal: está muy próxima a la Majestad divina. La celeste se encuentra situada entre las otras dos: en ella están presos cuerpos de una especie muy perfecta que hace que existan allí espíritus en gran cantidad y que virtudes incontables y soplos vitales se distribuyan por canales genuinamente espirituales. Aunque libre de corrupción, no escapa sin embargo a la mutación cuando su período se ha completado. Finalmente, la región inferior,' que vulgarmente se llama elemental, ocupa la región menor y más baja del Mundo. Como ella es en sí completamente material, sólo posee en préstamo los dones y los beneficios espirituales, siendo el principal la vida, debiendo por ella pagar tributo al cielo. En su seno ninguna generación se realiza sin corrupción, ningún nacimiento se efectúa sin muerte. XI La ley de la Creación dispuso que las cosas inferiores obedezcan y sirvan a las del medio; las del medio a las superiores y, las superiores, al supremo Rector sin ninguna otra mediación sino por la voluntad de éste. Este es el orden y la medida común (symmetria) del Universo entero. XII Como solamente el Creador tiene poderes para crear de la nada y para crear lo que le place, de la misma forma sólo a él le asiste el derecho de hacer retornar a la nada las cosas creadas. Pues, todo lo que trae el carácter del Ser o de la sustancia, no se puede disociar ya de ellos y, por la ley de la Naturaleza, no le es permitido pasar al no ser. Es por esto por lo que Trimegisto afirma, con propiedad, que en el mundo nada muere sino que todas las cosas pasan y sufren transformación. Pues los cuerpos mixtos compuestos por los elementos por la rueda de la Naturaleza, se resuelven directamente en sus elementos: "Es propio de la ley de la Naturaleza, disolver de nuevo todas las cosas. En sus elementos. Pero sin anularlas sin embargo hasta la nada". [Lucrecio, De rerum naturae, I, 215-216]. XIII Los filósofos creyeron que existe una Materia primera más antigua que los elementos. Pero, como no tuvieron mucho conocimiento de la misma, poco hablan de eso y, cuando lo hacen, la describen como envuelta en un velo: que está exenta de cualidades y accidentes, pero que constituye el primer sujeto de las cualidades y accidentes; que está vacía de cantidad, pero que, por ella, todas las cosas son cuantitativas; que es simple, pero que, en ella, residen los contrarios; que, aunque desconocida por los sentidos, es la base de las cosas sensibles; que su presencia no se percibe en ninguna parte, si bien está dispersa por todos sitios; que siempre anhela poseer formas, aunque no consiga retener ninguna. Origen de todos los cuerpos, sólo puede ser concebida por una operación del intelecto, sin ser de ningún modo perceptible a los sentidos. Por último, no habiendo en ella nada en acto consiste toda en potencia. De esta manera fue como establecieron un fundamento de la Naturaleza ficticio y quimérico. XIV Aristóteles, que creía en la eternidad del mundo, habló con más prudencia de una cierta materia primera y universal. Para evitar su oscuridad, habló sucintamente y en términos ambiguos. Dice que es preferible creer que existe una sola y misma materia inseparable de todas las cosas, pero que se diferencia según la razón; que los primeros cuerpos imperceptibles y también los perceptibles se componen de ella y que ella constituye su primer principio; dice, además, que no es separable de los mismos, sino que está siempre unida a ellos con repulsión; que constituye la causa y la base de los contrarios y que de ella salieron los elementos. XV Pero habría revelado mejores cualidades de Filósofo si hubiera eximido a esta materia primera del combate de los contrarios y la hubiera reconocido libre de toda repulsión. Pues entre los propios elementos no hay ninguna contradicción ya que ésta resulta del exceso de las cualidades, según sabemos por la experiencia común del fuego y del agua en los cuales, todo lo que existe de opuesto, procede del exceso (intensio) de las cualidades. Pero, en los elementos puros que concurren para la generación de los mixtos, estas cualidades no son de modo alguno opuestas las unas a las otras, porque en ellos se hallan en estado de reposo. Y las cosas (bien) moderadas no admiten ninguna contradicción (interna). XVI Tales, Heráclito y Hesíodo juzgaron que el agua era la primera materia de las cosas. Parece que el escritor del santo Génesis da su asentimiento al parecer de los mismos cuando llama a esa materia un abismo y un agua. Se puede sospechar que, diciendo esto, no quería significar nuestra agua común sino una especie de humo o vapor húmedo y tenebroso que erraba de un lado para otro, agitado, a su vez, por un movimiento incierto sin ninguna ley. XVII No es fácil, de ningún modo, decir algo seguro respecto a ese antiguo principio de las cosas, puesto que no sabría como emerger a la luz del espíritu humano, ya que fue creado en las tinieblas. Por lo tanto, si todo lo que sobre él dijeron los Filósofos y los Teólogos hasta el presente es o no verdadero, es cosa que sólo el autor de la Naturaleza sabe. A quien trata de esos asuntos oscuros le cabe tan sólo decir lo que parece más verosímil. XVIII Algunos que en eso concuerdan con la opinión de los rabinos creyeron que, al comienzo, hubo un cierto principio material antiquísimo, aunque oscuro e inefable, llamado (con una palabra poco adecuada) Hila, que precedió a la primera materia y que puede ser identificado menos como un cuerpo que como una sombra inmensa; menos como una cosa que como la imagen muy opaca de las cosas, una especie de máscara tiznosa del Ser, noche llena de tinieblas y escondrijo de las sombras; donde nada hay en acto sino que todo esta en potencia; algo pues que la mente humana sólo conseguiría imaginarse en sueños. Nuestra imaginación no puede mostrarnos este principio ambiguo, este tenebroso Orco, de la misma manera que a un ciego de nacimiento sus orejas no le muestran el Sol. XIX Creen también que de ese principio muy lejano, Dios extrajo y creó cierto abismo cubierto de brumas, informe y sin orden, que habría sido la materia próxima de los elementos y del Mundo. Pues bien, el texto sagrado denomina a esta masa "tierra vacía y desierta", o "agua", aunque en acto no fuera ni una ni otra porque esa masa era las dos en potencia y en destino. Nosotros podemos conjeturar que la materia de esa masa era bastante parecida a un humo o vapor negro al cual estaba mezclado cierto espíritu, completamente entorpecido por el frío y las tinieblas. XX La separación de las aguas superiores de las inferiores, según la evoca el Génesis, parece hacerse por la separación de lo sutil y lo denso como separación del espíritu tenue y de los cuerpos aún oscuros. Fue la obra de un espíritu luminoso que emanó del Verbo divino. Pues la luz, que en tanto que espíritu es ígnea, al separara los heterogéneos, empujó hacia abajo las tinieblas más densas y las separó de la región superior; esparciéndose sobre la materia homogénea, más sutil y más espiritual, la iluminó como un aceite incombustible para que fuera una luz inmortal ante el trono de la Majestad divina. Es el cielo altísimo, el medio entre el mundo inteligible y el mundo material, que se alza como horizonte y frontera entre los dos. Pues del mundo inteligible recibe las cualidades espirituales que comunica al cielo inferior, situado más cerca nuestro y que ocupa un espacio entre nosotros y el firmamento altísimo. XXI La razón exigía que ese abismo tenebroso, o materia próxima del mundo, fuese acuoso o, por lo menos, húmedo, a fin de que la masa entera de los cielos y de toda su máquina pudiera ser equilibrada más cómodamente, y, por este equilibrio de la materia, extenderse en un cuerpo continuo. Pues lo propio de lo húmedo es fluido y la continuidad de todo cuerpo proviene sólo del beneficio del humor, el cual es como la cola o la soldadura de los elementos y de los cuerpos. Pero el fuego, actuando contra el humor por la calefacción, lo rarifica. En efecto, el calor es el instrumento del fuego que, por él, opera dos cosas contrarias en una sola acción: separando lo húmedo de lo terrestre enrarece a aquel y condensa a éste. Así se opera la congregación de los homogéneos por la separación de los heterogéneos, y mediante este arte química inicial (hac arte protochimica) el espíritu increado, constructor del mundo, estableció la separación de las naturalezas de las cosas que anteriormente estaban confundidas. XXII La materia y la forma son los principios más antiguos de las cosas El espíritu, Arquitecto del mundo, comenzó la obra de la Creación por dos principios universales: uno formal y otro material. A esto corresponden, efectivamente, las palabras del profeta que dice: "Al comienzo, Dios creó el cielo y la tierra". Sólo Dios podía, al comienzo de la formación de la materia, haber distinguido dos grandes principios que, formal uno y material el otro, constituyen el cielo y la tierra. Pues, con la palabra "tierra" se debe entender esta masa tenebrosa y aún sin forma de las aguas y del abismo, lo que está señalado por las palabras que siguen ("La tierra era vacía y desierta y sobre la faz del abismo se cernían las tinieblas, etc."). Fue ella lo que el Creador encerró y limitó con el cielo supremo, o sea, el Empíreo, que es, en la Naturaleza, el primer principio formal, aunque lejano. XXIII El Espíritu de Dios, que es propio esplendor de la divinidad, habiéndose esparcido en ese momento de la creación por encima de las aguas, es decir sobre la faz húmeda u opaca del abismo; apareció inmediatamente la luz que, en un instante, invadió la parte más alta y más sutil de la materia y la cercó con una circunferencia luminosa, con una aureola que, como el brillo de un relámpago, lanza una luz de fuego desde el Oriente hasta Occidente o, como la llama que ilumina con rapidez el humo que la rodea. Fue así como comenzó el primer día, perla parte más baja de las tinieblas, vacía de luz, siguió siendo noche. Así es como las tinieblas fueron divididas en día y noche. XXIV De este primer cielo, que es el principio formal, no fue dicho que estaba vacío, desierto y enterrado en las tinieblas. Y esto indica suficientemente que fue separado de la masa tenebrosa subyacente por medio de la luz súbita que en ella se derramó, a causa de la proximidad de la gloria y la majestad divina, y debido a la presencia del espíritu luminoso que provenía de ella. XXV Por consiguiente, desde el comienzo ha habido dos principios de las cosas creadas: uno luminoso y próximo a la naturaleza espiritual y otro enteramente corporal y tenebroso. Aquel, para ser el principio del movimiento, de la claridad y del calor; esté, para ser el principio del entorpecimiento, de la opacidad y del frío; aquél, activo y masculino, éste, pasivo y femenino. Del primero procede, en el Mundo elemental, el movimiento hacia la generación, de donde procede la Vida; del segundo, el movimiento tendente a la corrupción, en donde la muerte tiene su origen. En ellos, se encuentra el doble término del mundo inferior. XXVI Pero, puesto que el amor siempre tiende a derramarse fuera de sí mismo, la Divinidad quiso que, por su extensión y por la multiplicación de su imagen, esta luz ardentísima, se dilatase y comunicase a su vez, porque por su naturaleza estaba impaciente con su soledad y contemplaba su (propia) belleza en la luz que acababa de crear como reflejada en un espejo. Entonces, como consecuencia de ese espíritu ígneo que partía del pensamiento divino y remolineaba, la luz comenzó a actuar sobre tinieblas más próximas. Una vez vencidas y empujadas hacia el centro, (del abismo), brilló un segundo día, que se constituyó en la segunda morada (mansio) de la luz, o segundo cielo. Este segundo cielo abarca toda la región etérea, en cuya parte superior fueron después fijadas y sembradas antorchas en cantidad, mientras que, en la parte más baja, fueron dispuestos en orden siete astros errantes que, con su luz, movimiento e influencia, dictan su ley a toda la naturaleza inferior y sublunar, como sus rectores y gobernantes. XXVII Y, para que esta obra tan grande, ideada hace mucho tiempo en el pensamiento divino, no careciese de nada, este mismo Espíritu, con una espada de fuego y centelleante, combatió a las tinieblas condensadas y a las sombras que yacían por debajo, en el lado opuesto, empujándolas en dirección al centro del abismo. De esta manera fue vivificando, gracias a la luz, el último espacio de los Cielos que nosotros llamamos aire o Cielo inferior. Y he aquí que surgió el tercer día. Y, las tinieblas que al principio cubrían toda la faz del abismo fueron bajadas durante estos tres días a la región ínfima por acción de la luz que sobrevino. Y fueron condensadas hasta tal punto por causa de la estrechez del lugar y de la compresión y contracción debidas al frío, que se transmutaron en la naturaleza y en la masa de agua, en medio de la que el cuerpo sólido y opaco de la tierra fue equilibrado, endurecido con los excrementos y la crasitud del abismo, transformándose en el núcleo y centro de toda la obra, de la misma forma que el valle funerario es el túmulo de las Tinieblas. Como consecuencia de ello y por el impulso de este mismo Espíritu, las aguas abandonaron la faz de la tierra y se arrojaron afuera de ella. Fue así como la faz de la tierra apareció seca, para poder producir un número casi infinito de especies de plantas y de animales, y para que pudiera servir de morada al hombre que debía dominarla, proporcionando a aquellos el alimento y, al hombre, una abundante reserva de utensilios. Por consiguiente la tierra y el agua compusieron un único globo cuya opacidad o sombra, que es una imagen del abismo, rodea continuamente y en vuelve toda la proximidad del aire que está opuesto al sol. Efectivamente huye la luz que le impele rumbo al espacio opuesto al que ocupa y, "siempre fugitiva, se retira semejante a quien se desvanece". XXVIII Creación del sol Esta luz, que estaba esparcida en los espacios del abismo después de la derrota y de la destrucción de las tinieblas, al supremo Obrero le pareció conveniente reunirla en un globo luminoso y nobilísimo -el globo luminoso del sol- con un tamaño y una forma excelente, a fin de que, estando allí encerrada, actuase con más eficacia y emitiese sus rayos con más fuerza; y, para que esa luz creada -pero cuya naturaleza se aproxima a la gloria divina- procedente de la unidad increada, se difundiera en las criaturas, partiendo de la unidad. XXIX Todos los demás cuerpos extraen su luz de esa antorcha del Mundo pues la opacidad que percibimos en el globo de la Luna, a causa de la proximidad de la Tierra y de la extensión de su sombra, nos convence de que existe una semejante en todos los otros globos aunque la distancia nos impida percibirla. Esta primera y supereminente naturaleza, fuente de luz para todos los seres sensibles, de la cual las cosas de aquí abajo debían extraer el soplo de la vida, debía pertenecer a la Unidad. Es por causa de esto por lo que un Filósofo dice, con mucha propiedad: "El sol y el hombre engendran al hombre". XXX Ciertos filósofos dijeron razonablemente que el Alma del Mundo estaba en el sol y que el sol estaba colocado en el centro del Universo. En efecto, parece que la justicia de la Naturaleza y la consiguiente proporción exigen que el cuerpo del Sol esté igualmente distante de la fuente y origen de la luz creada, o sea, del cielo empíreo, y del centro tenebroso que constituye la Tierra, que son los extremos de toda la obra. Para que esta Antorcha del Mundo, en calidad de naturaleza intermediaria y conciliadora de estos dos extremos, ocupe su sitio en el medio para recibir más cómodamente del polo superior la inmensa riqueza de las virtudes que posee y transmitirlas a la Tierra inferior a una igual distancia. XXXI Antes que la luz creada se reuniera en el cuerpo del Sol, la Tierra estaba ociosa, y solitaria a la espera del macho, a fin de que, fecundada por su cópula, engendrase todos los géneros de animales. Pues, hasta entonces, sólo había producido obras abortadas y de algún modo imperfectas, como son los vegetales. Pues anteriormente, el calor de la luz era débil e impotente para triunfar sobre la materia húmeda y fría y no habría podido extender más lejos sus fuerzas. XXXII La luz es la forma universal Así pues la materia primera recibió su forma de esta luz, al igual que los elementos. Les es común y, pasando a ellos cumple la misma función que la sangre; crea entre los mismos un amor estrecho y no el odio y el combate como pretende la opinión del vulgo. Abrazándose con el lazo por lo tanto natural de la necesidad, se coagulan en los cuerpos variados de los mixtos, según sus especies. Y la luz del Sol, también llamada forma universal, mucho más fuerte que antes, es la que en la obra de la generación derrama todas las formas naturales, en la materia predispuesta y en las simientes de los seres. Pues, todo individuo sea el que sea encierra en sí una chispa de la naturaleza de esa luz, cuyos rayos comunican secretamente una virtud activa y motriz a la simiente. |
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