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MAESTRO ECKHART (h.1260 -1327)

"OBRAS ALEMANAS"
TRATADOS Y SERMONES
(Selección, sermones 18, 30, 57, 58, 59)

EDITORIAL EDHASA 1983
        Traducción, introducción y notas, Ilse M. De Brugger
 

SERMON XVIII

Adolescens, tibi dico: surge.


        Nuestro Señor se dirigió a una ciudad, llamada Naím, y con El iban una muchedumbre y también los discípulos. Cuando llegó al portón [de la ciudad] estaban sacando de ahí a un joven muerto, hijo único de una viuda. Nuestro Señor se acercó y tocó el féretro donde yacía el muerto, y dijo: "Joven, yo te digo ¡levántate!". El joven se incorporó y en seguida comenzó a hablar gracias a [su inherente] semejanza [con el Verbo divino = Cristo], diciendo que había resucitado merced a la Palabra eterna (Lucas 7, 11 a 15).

        Ahora digo yo: "Él se dirigió a la ciudad". Esa ciudad es aquella alma que se halla bien ordenada y fortificada y protegida contra las imperfecciones y que ha excluido toda multiplicidad y se encuentra en armonía y bien fortalecida en la salvación por Jesús, mientras está amurallada y cercada por la luz divina. Por eso dice el profeta: "Dios es un muro alrededor de Sión" (Cfr. Isaías 26, 1). Dice la eterna Sabiduría: "Pronto descansaré de nuevo en la ciudad bendecida y santificada" (Eclesiástico 24, 15). Nada descansa ni une tanto como lo semejante; por ende, todo lo semejante se halla adentro y cerca y al lado. Es bendita aquella alma en la cual se encuentra sólo Dios y donde ninguna criatura logra [su] descanso. Por eso dice: "Pronto descansaré de nuevo en la ciudad bendecida y santificada". Toda santidad proviene del Espíritu Santo. La naturaleza no salta por encima de nada; siempre comienza a obrar en la parte más baja y sigue obrando así hasta llegar a lo más elevado. Dicen los maestros que el aire, si primero no se ha vuelto enrarecido y caliente, nunca se convierte en fuego. El Espíritu Santo toma al alma y la purifica en la luz y en la gracia y la atrae hacia arriba hasta lo altísimo. Por eso dice : "Pronto descansaré de nuevo en la ciudad santificada". Cuanto descansa el alma en Dios, tanto descansa Dios en ella. Si ella descansa [sólo] en parte en Él, Él descansa [sólo] en parte en ella; si ella descansa totalmente en El, El descansa totalmente en ella. Por eso dice la Sabiduría eterna: "Pronto descansaré de nuevo".

        Dicen los maestros que en el arco iris los colores amarillo y verde se unen el uno al otro tan parejamente que no hay ningún ojo dotado de vista tan aguda que sea capaz de percibir [la transición]; tan parejamente obra la naturaleza, y se parece con ello al primer efluvio violento, al cual los ángeles todavía se asemejan en forma tal que Moisés no se animó a escribir sobre ello a causa de la [poca] comprensión de la gente imperfecta, para que no adorasen a ellos [=los ángeles]: tanto se asemejan al primer efluvio violento. Dice un maestro muy eminente que el ángel supremo de los espíritus [=inteligencias] se halla tan cerca del primer efluvio violento y encierra en sí una parte tan grande de la semejanza divina y del poder divino que él creó todo este mundo y además todos los ángeles que se encuentran por debajo de él. Esta [idea] encierra la buena enseñanza de que Dios es tan alto y tan puro y tan simple que influye en su criatura más elevada de modo tal que ella obra [revestida] de su poder, así como un trinchante obra como apoderado del rey y gobierna su país. Dice: "Pronto descansaré de nuevo en la ciudad santificada y bendecida".

        El otro día dije que la puerta por donde Dios se derrite hacia fuera, es la bondad. [El] ser, empero, es aquello que se conserva dentro de sí mismo y no se derrite hacia fuera; al contrario, se derrite hacia dentro. Por otra parte, es [una] unidad aquello que se mantiene en sí mismo como uno solo, separado de todas las cosas sin comunicarse hacia fuera. [La] bondad, empero, es aquello donde Dios se derrite hacia fuera comunicándose a todas las criaturas. [El] ser es el Padre, [la] unidad es el Hijo junto con el Padre, [la] bondad el Espíritu Santo. Ahora bien, el Espíritu Santo toma al alma, "la ciudad santificada", en [su punto] más puro y elevado y la alza hasta su origen, este es el Hijo, y el Hijo continúa llevándola hasta su origen, este es el Padre, en el fondo, en lo primigenio donde el Hijo tiene su esencia, allí donde la eterna Sabiduría "pronto descansará de nuevo en la ciudad bendecida y santificada", o sea, en lo más íntimo.

        Ahora dice: "Nuestro Señor se dirigió a la ciudad de Naím". "Naím" quiere decir lo mismo que "hijo de la paloma" y significa simplicidad. El alma no ha de descansar jamás en la fuerza potencial hasta que llegue a ser totalmente una en Dios. [Naím] quiere decir también "un caudal de agua" y significa que el hombre ha de mantenerse inmóvil frente a los pecados e imperfecciones. "Los discípulos" son la luz divina que debe fluir copiosamente en el alma. "La muchedumbre", éstas son las virtudes de las que hablé el otro día. El alma tiene que ascender con ardientes ansias y sobrepasar en las grandes virtudes buena parte de la dignidad de los ángeles. Allá se llega al "portón", es decir, [se entra] en el amor y la unidad, [o sea] "el portón" por donde se sacaba al muerto, el joven, hijo de una viuda. Nuestro Señor se acercó y tocó [el féretro] donde yacía el muerto. Paso de alto cómo se acercó y cómo tocó, pero no que dijo: "¡Incorpórate, joven!"

        Era el hijo de una viuda. El marido estaba muerto, de ahí que también el hijo estuviera muerto. El único hijo del alma, esto es la voluntad y lo son todas las potencias del alma; ellas son todas uno en lo más íntimo del entendimiento. [El] entendimiento, en el alma es el marido. Puesto que el marido está muerto, también está muerto el hijo.

        A este hijo muerto le dijo Nuestro Señor: "¡Te digo, joven, levántate!" El Verbo eterno y el Verbo vivo en el cual viven todas las cosas y que sostiene todas las cosas, infundió vida al muerto, y éste "se incorporó y comenzó a hablar". Cuando la Palabra habla dentro del alma y el alma contesta en medio de la Palabra viva, entonces el Hijo cobra vida en el alma.

        Los maestros preguntan ¿qué es lo que es mejor: [el] poder de las hierbas o [el] poder de las palabras o [el] poder de las piedras? Hay que reflexionar sobre qué es lo que se elige. Las hierbas tienen gran poder. Oí decir que una víbora y una comadreja luchaban entre ellas. Entonces la comadreja se alejó corriendo y buscó una hierba y la envolvió en otra cosa y arrojó la hierba sobre la víbora y ésta reventó y [ahí] yacía muerta. ¿Qué le habrá dado semejante inteligencia a la comadreja? El hecho de estar enterada del poder de la hierba. En esto reside realmente una gran sabiduría. También [las] palabras tienen gran poder; uno podría obrar milagros con palabras. Todas las palabras deben su poder al Verbo primigenio. También [las] piedras tienen gran poder a causa de la igualdad que producen en ellas las estrellas y la fuerza del cielo. Sí, pues, lo igual es tan poderoso en lo igual, el alma debe levantarse a su luz natural hacia lo más elevado y puro y entrar así en la luz angelical, llegando con la luz angelical a la luz divina, y así ha de estar parada por entre las tres luces en el cruce de caminos, [allá] en las alturas donde se encuentran las luces. Allá habla el Verbo eterno infundiéndole la vida; allá el alma cobra vida y da su respuesta dentro del Verbo.

Que Dios nos ayude para que nosotros también lleguemos a responder dentro del Verbo. Amén.

SERMON XXX

Praedica verbum, vigila, in omnibus labora.

        Hoy y mañana se lee una palabrita con respecto a Santo Domingo, mi patrono, y San Pablo la escribe en la Epístola, y en lengua vulgar reza así: "¡Predica la palabra, enúnciala, sácala afuera, prodúcela y da a luz a la palabra!" (Cfr. 2 Timoteo 4, 2).

        Es muy extraño el hecho de que algo emane y, sin embargo, permanezca adentro. El que la palabra emane y, sin embargo, permanezca adentro, es muy extraño; el que todas las criaturas emanen y, sin embargo, permanezcan adentro, es muy extraño; lo que Dios ha dado y ha prometido dar, es muy extraño, y es incomprensible e increíble. Y está bien que así sea; pues, si fuera comprensible y creíble, no estaría bien. Dios se halla en todas las cosas. Cuanto más está dentro de las cosas, tanto más está fuera de las cosas: cuanto más adentro, tanto más afuera, y cuanto más afuera, tanto más adentro. Ya he dicho varias veces que en este instante [nž] Dios crea todo el mundo. Todo lo creado alguna vez por Dios, hace seis mil y más años, cuando hizo el mundo, Dios lo está creando ahora todo junto. Él se halla en todas las cosas pero, en cuanto Dios es divino y Dios es razonable, no se encuentra en ninguna parte con tanta propiedad como en el alma y en el ángel, si quieres, en lo más entrañable del alma y lo más elevado del alma. Y cuando digo: "lo más entrañable" me refiero a lo más elevado, y cuando digo "lo más elevado" me refiero a lo más entrañable del alma. En lo más entrañable y en lo más elevado del alma: ahí los concibo a ambos juntos en uno solo. Allí donde nunca entró el tiempo, en donde nunca cayó el brillo de una imagen, en lo más entrañable y lo más elevado del alma, crea Dios todo este mundo. Todo cuanto creó Dios hace seis mil años, cuando hizo el mundo, y todo cuanto Dios habrá de crear luego de mil años –con tal de que el mundo exista durante todo ese tiempo– lo crea Dios en lo más entrañable y lo más elevado del alma. Todo lo pasado y todo lo presente y todo lo futuro, lo crea Dios en lo más entrañable del alma. Todo cuanto obra Dios en todos los santos, lo obra en lo más entrañable del alma. El Padre engendra a su Hijo en lo más entrañable del alma, y te engendra a ti junto con su Hijo unigénito [y] no [en condición] inferior. Si he de ser hombre, tengo que ser hijo dentro del mismo ser en que Él es Hijo y en ningún otro. Si he de ser hombre, no puedo ser hombre dentro del ser de ningún animal, he de ser hombre dentro del ser de un hombre. Mas, sí he de ser este hombre [determinado], he de serlo dentro de esta naturaleza [determinada]. Ahora bien, San Juan dice: "Sois hijos de Dios" (Cfr. 1 Juan 3, 1).

        "¡Di la palabra, enúnciala, sácala afuera, prodúcela y da a luz a la palabra!" "¡Enúnciala!" Lo hablado desde fuera hacia dentro, es cosa burda; mas [aquella palabra] se pronuncia adentro. "¡Enúnciala!", esto quiere decir: Date cuenta de que esto se halla dentro de ti. Dice el profeta: "Dios dijo una cosa y yo escuché dos" (Cfr. Salmo 61,12). Es verdad: Dios nunca dijo sino una sola cosa. Su dicho no es sino uno solo. En este único dicho pronuncia a su Hijo y al mismo tiempo al Espíritu Santo y a todas las criaturas y, no obstante, no hay sino un solo dicho en Dios. Mas el profeta dice: "Escuché dos", esto quiere decir, escuché a Dios y a las criaturas. Allí donde Dios las pronuncia [= a las criaturas], allí es Dios; mas aquí [= en esta tierra] es criatura. La gente se imagina que Dios sólo se había hecho hombre allí [en su Encarnación histórica]. No es así, pues Dios [aquí] se ha hecho hombre lo mismo que allí, y se hizo hombre a fin de engendrarte a ti como a su Hijo unigénito y no [en condición] inferior.

        Ayer estaba sentado en un lugar y dije una palabra que se halla en el Padrenuestro y que reza:

        "¡Hágase tu voluntad!" (Mateo 6,10). Mas sería mejor: "¡Hágase tuya [la] voluntad!"; para que mi voluntad llegue a ser su voluntad, que yo llegue a ser El: esto es lo que quiere decir el Padrenuestro.

        Esta palabra tiene dos significados. Uno es: "¡Duerme frente a todas las cosas!", quiere decir, que no habrás de saber nada ni del tiempo ni de las criaturas ni de las representaciones... Dicen los maestros:. Si un hombre dormido profundamente durmiera cien años, no sabría nada de criatura alguna, ni de tiempo ni de imágenes... y entonces podrás percibir qué es lo que Dios obra en ti. Por eso dice el alma en El Libro de Amor: "Duermo y mí corazón está de vigilia" (Cantar de los Cant. 5, 2). Por lo tanto, sí todas las criaturas duermen en tu interior, podrás percibir qué es lo que Dios obra dentro de ti.

        La palabra: "¡Esfuérzate en todas las cosas!" abarca [a su vez] tres significados. Quiere decir más o menos lo siguiente: ¡Obra tu provecho en todas las cosas!, esto significa: ¡Aprehende a Dios en todas las cosas!, porque Dios se halla en todas las cosas. Dice San Agustín: "Dios creó a todas las cosas [y esto] no en el sentido de que haya hecho que llegaran a ser mientras Él siguiera por su camino, sino que ha permanecido dentro de ellas". La gente se imagina que tiene más cuando tiene las cosas junto con Dios, que en el caso de que tenga a Dios sin las cosas. Pero, en esto se equivocan; porque todas las cosas agregadas a Dios no son más que Dios solo; y si alguien, teniendo al Hijo y junto con El al Padre, se imaginara que tenía más que en el caso de tener al Hijo sin el Padre, estaría equivocado. Porque el Padre junto con el Hijo no es más que el Hijo solo, y el Hijo con el Padre tampoco es más que el Padre solo. Por eso, toma a Dios en todas las cosas: ésta es una señal de que te ha engendrado como a su Hijo unigénito y no [en condición] inferior.

        El segundo significado es el siguiente: ¡Obra tu provecho en todas las cosas! o sea: "¡Amarás a Dios más allá de todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo!" (Cfr. Lucas 10, 27), y éste es un mandamiento [dado] por Dios. Mas, yo digo que no sólo es un mandamiento sino que Dios, también, lo ha regalado y prometido regalarlo. Si prefieres cien marcos tuyos a los de otro, haces mal. Si prefieres una persona a otra, haces mal; y si amas más a tu padre y a tu madre y a ti mismo que a otra persona, haces mal; y si prefieres la bienaventuranza tuya a la de otro, haces mal. "¡Líbreme Dios! ¿Qué estáis diciendo? ¿No he de preferir la bienaventuranza mía a la de otro?" Hay muchas personas letradas que no comprenden tal cosa y les parece muy difícil; mas no es difícil, es fácil. Te mostraré que no es difícil. Mirad: la naturaleza persigue dos finalidades con cada miembro para que opere en el hombre. La primera finalidad que el [miembro] persigue en sus obras, consiste en servir al cuerpo en su totalidad y luego, a cada miembro, por separado, tal como a sí mismo, y no menos que a sí mismo, y en sus obras no se refiere más a sí mismo que a otro miembro. Esto tiene mucha mayor validez para [la esfera de] la gracia. Dios debe ser la regla y el fundamento de tu amor. La intención primaria de tu amor debe dirigirse puramente hacia Dios y luego hacía tu prójimo como a ti mismo y no menos que a ti mismo. Y si amas la bienaventuranza tuya más que la de otro, está mal hecho; pues, si amas la bienaventuranza más en ti que en otro, te amas a ti mismo. Donde te amas a ti, Dios no constituye tu amor puro, y eso está mal hecho. Porque, si amas la bienaventuranza de San Pedro y de San Pablo como en ti mismo, posees la misma bienaventuranza que, también, tienen ellos. Y si amas la bienaventuranza en los ángeles tanto como en ti mismo, y si amas la bienaventuranza de Nuestra Señora tanto como en ti, gozas de la misma bienaventuranza, propiamente dicha, que ella misma; te pertenece lo mismo a ti que a ella. Por eso se dice en El Libro de la Sabiduría: "Lo hizo similar a sus santos" (Eclesiástico 45, 2).

        El tercer significado de: ¡Obra tu provecho en todas las cosas! es éste: ¡Amarás a Dios de la misma manera en todas las cosas!; esto quiere decir: Ama a Dios tan gustosamente en [la] pobreza como en [la] riqueza, y tenle tanto amor en [la] enfermedad como en [la] salud; ámalo tanto en [la] tentación como sin tentación y en [el] sufrimiento como sin sufrimiento. Ah sí, cuanto mayor [el] sufrimiento, tanto menor [el] sufrimiento; [es] como dos baldes: cuanto más pesado [es] el uno, tanto más liviano [es] el otro, y cuanto más sacrifica el hombre, tanto más fácil le resulta el sacrificio. A un hombre que ama a Dios, le resultaría tan fácil renunciar a todo este mundo como a un huevo. Cuanto más sacrifica, tanto más fácil le resulta el sacrificio, como [fue con] los apóstoles: cuanto más pesados eran [sus] sufrimientos, con tanta más facilidad los soportaban (Cfr. Hechos 5,41).

        "¡Esfuérzate en todas las cosas!" quiere decir [finalmente]: Donde te encuentras [centrado] en múltiples cosas y en otra parte que no sea el ser desnudo, puro, simple, ahí pon tu empeño, quiere decir: "¡Esfuérzate en todas las cosas!"... "cumpliendo con tu ministerio" (Cfr. 2 Tim. 4, 5). Esto equivale a decir: ¡Levanta tu cabeza!, lo cual tiene dos sentidos. El primero es: Despójate de todo lo tuyo y entrégate a Dios, entonces Dios te pertenecerá tal como se pertenece a sí mismo y El es Dios para ti como es Dios para sí mismo y nada menos. Aquello que es mío, no lo he obtenido de nadie. Pero, si lo he recibido de alguien, no es mío, sino que pertenece a aquel de quien lo he recibido. El segundo significado es: ¡Levanta tu cabeza!, esto es: ¡Dirige todas tus obras hacia Dios! Hay mucha gente que no lo comprende y no me parece sorprendente; porque el hombre que ha de comprenderlo, debe estar muy apartado de todas las cosas y muy por encima de ellas.

        Que Dios nos ayude para que lleguemos a esta perfección. Amén.

SERMON LVII

Vidi civitatem sanctam Ierusalem novam descendentem de caelo a domino etc.
San Juan vió "una ciudad" (Apocalipsis 21, 2).


        Una "ciudad" significa dos cosas. Primero: que está fortificada de modo que nadie puede dañarla; segundo: la armonía entre la gente. "Esa ciudad no tenía oratorio, Dios mismo era el templo. No se necesita ninguna luz, ni del sol ni de la luna; la claridad de Nuestro Señor la ilumina" (Apocalipsis 21, 22 s.).

        Esa "ciudad" significa cualquier alma espiritual, según dice San Pablo: "El alma es un templo de Dios" (Cfr. 1 Cor. 3, 16), y es tan fuerte, de acuerdo con lo dicho por San Agustín, que nadie puede dañarla, a no ser que ella misma se haga daño por capricho.

        En primer lugar, uno debe fijarse en la paz que ha de reinar en el alma. Por eso, se la llama "Jerusalén". San Dionisio dice: "La paz divina atraviesa y ordena y termina todas las cosas; y si la paz no lo hiciera, todas las cosas se desparramarían y no habría orden en ellas"... En segundo lugar: la paz hace que las criaturas se viertan y fluyan por amor y no para dañar... En tercer lugar hace que las criaturas se vuelvan serviciales unas con otras de manera que mutuamente se den estabilidad. Aquello que una no puede tener por sí misma, lo recibe de otra. Por ello, una criatura proviene de otras... En cuarto lugar hace que [las criaturas] se vuelvan a plegar otra vez hasta su primer origen, es decir: hasta Dios.

        El otro [significado se ve] cuando afirma que la "ciudad" es "santa". San Dionisio dice que [la] "santidad es pureza total, libertad y perfección". [La] pureza reside en que el hombre se halla apartado de los pecados; este hecho libera al alma. El deleite y la alegría máximos que existen en el cielo, se constituyen en [la] semejanza; y si Dios entrara en el alma y ella no fuera semejante a El, ese hecho la atormentaría, pues San Juan dice: "Quien comete el pecado, es siervo del pecado" (Juan 8, 34). Podemos afirmar de los ángeles y de los santos que son perfectos, pero de los santos no en sentido pleno, ya que todavía abrigan amor a sus cuerpos que yacen aún en cenizas; solamente en Dios hay completa perfección. Me sorprende que San Juan alguna vez haya osado decir que existen tres personas [divinas] a no ser que lo haya visto en el espíritu: cómo el Padre, con toda perfección, se vierte en el Hijo en el nacimiento, y se vierte con bondad en el Espíritu Santo como en [un flujo de] amor.

        En segundo término: "santidad" significa "aquello que ha sido tomado de la tierra". Dios es un algo y un ser puro, y el pecado es [la] nada y aleja de Dios. Dios creó a los ángeles y al alma de acuerdo con un algo, quiere decir, de acuerdo con Dios [= a su imagen]. El alma fue creada como a la sombra del ángel y, sin embargo, ellos comparten una naturaleza común; y todas las cosas corpóreas fueron creadas de acuerdo con [la] nada y distanciadas de Dios. El alma, por el hecho de que se derrama sobre el cuerpo, es oscurecida y hace falta que, junto con el cuerpo, sea elevada nuevamente hacia Dios. Cuando el alma está libre de las cosas terrestres, entonces es "santa". Mientras Zaqueo se hallaba al nivel de la tierra, no podía ver a Nuestro Señor (Cfr. Lucas 19, 2 a 4). San Agustín dice: "Si el hombre desea volverse puro, que deje las cosas terrestres". Ya he dicho varias veces que el alma no puede volverse pura si no es empujada otra vez a su pureza primigenia, tal como Dios la creó; del mismo modo, que no se puede hacer oro del cobre que se afina por el fuego dos o tres veces, a no ser que uno lo haga retroceder a su naturaleza primigenia. Porque todas las cosas que se derriten por el calor o se endurecen por el frío, tienen una naturaleza totalmente acuosa. Por lo tanto, hay que hacerlas retroceder del todo al agua, privándolas por completo de la naturaleza en que se encuentran en este momento; de tal manera, el cielo y el arte prestan auxilio para que [el cobre] sea transformado íntegramente en oro. Es cierto que [el] hierro se compara con [la] plata, y [el] cobre con [el] oro: [pero] cuanto más se lo compara [el uno con el otro], sin privarlo [de su naturaleza], tanto mayor es la equivocación. Lo mismo sucede con el alma. Es fácil señalar las virtudes o hablar de ellas; pero, para poseerlas en verdad, son muy raras.

        En tercer término dice que esa "ciudad" es "nueva".

        "Nuevo" se llama aquello que no está ejercitado o se halla cerca de su comienzo. Dios es nuestro comienzo. Cuando estamos unidos a El, nos tornamos "nuevos". Alguna gente, por necia, se imagina que Dios habría hecho eternamente, o retenido en Él mismo, las cosas que vemos ahora, y que las dejaría salir a luz en el tiempo. Debemos entender que la obra divina no implica trabajo, según quiero explicaros: Yo estoy parado aquí, y si hubiera estado parado aquí hace treinta años, y si mi rostro hubiese estado desembozado sin que nadie lo hubiera visto, yo habría estado aquí lo mismo. Y si se tuviera a mano un espejo y lo colocaran delante de mí, mi rostro se proyectaría y configuraría en él sin trabajo mío; y si ello hubiera sucedido ayer, sería nuevo, y otra vez, [si fuera] hoy, sería más nuevo todavía, y lo mismo luego de treinta años o en la eternidad, sería [nuevo] eternamente;y si hubiera miles de espejos, sería sin trabajo mío. Así [también] Dios contiene en Sê, eternamente, todas las imágenes, [y esto] no como alma o como cualquier criatura, sino como Dios. En El no hay nada nuevo ni imagen alguna, sino que –tal como he dicho del espejo– en nosotros es tanto nuevo como eterno. Cuando el cuerpo está preparado, Dios le infunde el alma y la forma de acuerdo con el cuerpo, y ella tiene semejanza con él y a causa de esta semejanza, amor [por él]. Por eso no existe nadie que no se ame a sí mismo; se engañan a sí mismos quienes se imaginan que no se quieren a sí mismos. Deberían odiarse y [ya] no podrían existir. Debemos amar correctamente las cosas que nos conducen a Dios; sólo esto es amor junto con el amor divino. Si mi amor se cifrara en atravesar el mar, y me gustara tener un barco, ello sería tan sólo porque desearía estar allende el mar; y cuando hubiera logrado cruzar el mar, el barco ya no me haría falta. Dice Platón: Qué es lo que es Dios, no lo sé –y quiere decir: El alma, mientras se encuentra en el cuerpo, no puede conocer a Dios– pero lo que no es, lo sé bien, como se puede observar en el sol cuyo brillo no lo puede aguantar nadie, a no ser que primero sea envuelto en el aire y que luego alumbre así la tierra. San Dionisio dice: "Si la luz divina ha de alumbrar mi fuero íntimo, tiene que estar insertada [en él] tal como está insertada mi alma [en el cuerpo]. El dice también: La luz divina aparece en cinco clases de personas. Las primeras no la recogen. Son como los animales, incapaces de recibir, como se puede ver en un símil. Si me acercara al agua y -ésta estuviera revuelta y turbia, no podría ver en ella mi cara a causa del desnivel [de la superficie del agua]... A los segundos se les hace visible sólo un poco de luz, como [por ejemplo] el destello de una espada cuando alguien la está forjando... Los terceros reciben más [de la luz divina], [algo así] como un fuerte destello que ora es luz y ora oscuridad; son todos aquellos que reniegan de la luz divina, [cayendo] en pecado... Los cuartos reciben más todavía de ella; pero a veces los elude [Dios con su luz], sólo para incitarlos y ampliar sus anhelos. Es cierto, si alguien quisiera llenar el regazo de cada uno de nosotros, cada cual ensancharía su regazo para poder recibir mucho. Agustín: Quien quiere recibir mucho, que amplíe su anhelo... Los quintos reciben una gran luz, como si fuera de día, y, sin embargo, es como si se hubiera colado por una fisura. Por eso dice el alma en El Libro de Amor: "Mi amado me ha mirado a través de una fisura; [y] su rostro era agraciado" (Cfr. Cantar de los Cant. 2, 9 y 14). Por ello dice también San Agustín: "Señor, tú das a veces una dulzura tan grande que, si ella se hiciera completa [y] esto no fuera el reino de los cielos, yo no sabría qué es el reino de los cielos". Un maestro dice: Quien quiere conocer a Dios sin estar adornado con obras divinas, será echado atrás hacia las cosas malas. Mas ¿no hace falta ningún medio para conocer a Dios por completo?... Ah sí, de esto habla el alma en El Libro de Amor: "Mi amado me miraba a través de una ventana" (Cantar de los Cant. 2, 9) –esto quiere decir: sin impedimento–, "y yo lo percibía, estaba parado cerca de la pared" –esto quiere decir: cerca del cuerpo que es decrépito–, y dijo: "¡Ábreme, amiga mía!" (Cantar 5, 2), esto quiere decir: Ella me pertenece por completo en el amor porque "El es para mí, y yo soy sólo para él" (Cfr. Cant. 2, 16); "paloma mía" (Cantar 2, 14) –esto quiere decir: en el anhelo–, "hermosa mía" –esto quiero decir: en la obras– , "¡Levántate rápido y ven hacia mí! El frío ha pasado!" (Cfr. Cant. 2, 10 y 11) por el cual mueren todas las cosas; por otra parte, todas las cosas viven por el calor. "Ha desaparecido la lluvia" (Cantar 2,11) –esta es la concupiscencia de las cosas perecederas–. "Las flores han brotado en nuestra tierra " (Cantar 2, 12) –las flores son el fruto de la vida eterna–. "¡Vete, aquilón que resecas!" (Cantar 4,16) –con ello Dios le manda a la tentación que ya no estorbe al alma–. "¡Ven, auster y sopla por mi jardín para que mis aromas se desparramen! " (Cfr. Cant. 4, 16) –con ello Dios le ordena a toda la perfección que se adentre en el alma.

 

SERMON LVIII

Qui mihi ministrat, me sequatur, et ubi ego sum, illic et minister meus erit.

        Estas palabras las dijo Nuestro Señor Jesucristo: "Quien me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará mi servidor junto conmigo" (Cfr. Juan 12, 26).

        En estas palabras se pueden notar tres cosas. Una consiste en que se debe seguir y servir a Nuestro Señor por cuanto Él dice: "Quien me sirve, que me siga". Por ello, las palabras vienen a propósito para San Segundo, [cuyo nombre] dice lo mismo que "el que sigue a Dios", pues él [San Segundo] dejó [sus] bienes y vida y todo por amor de Dios. Así, todos cuantos quieren seguir a Dios, habrán de dejar cuanto puede ser un estorbo para [su trato] con Dios. Dice Crisóstomo: Estas son palabras duras para quienes se inclinan hacia este mundo y las cosas corpóreas, las cuales, para ellos, son una posesión muy dulce y [les es] difícil y amargo dejarlas. En esto se puede ver lo difícil que resulta a algunas personas, que no conocen las cosas espirituales, renunciar a las materiales. Como ya he dicho varias veces: ¿Por qué no les gustan las cosas dulces a los oídos lo mismo que a la boca?... Porque no están hechos para ello. Por la misma razón, el hombre carnal no conoce las cosas espirituales, ya que no tiene la disposición correspondiente. En cambio, a un hombre conocedor que conoce las cosas espirituales, le resulta fácil dejar todas las cosas corpóreas. San Dionisio dice que Dios pone en venta su reino de los cielos; y no hay cosa de tan poco valor como el reino de los cielos cuando está en venta, y nada es tan noble y su posesión hace tan feliz con tal de que se lo tenga merecido. Se dice que es de poco valor porque se le ofrece a cada cual por cuanto él sea capaz de procurar. Por ello, el hombre ha de dar todo cuanto posee a trueque del reino de los cielos: [en especial] su propia voluntad. Mientras conserva algo de su propia voluntad, no tiene merecido el reino de los cielos. A quien renuncia a si mismo y a su propia voluntad, le resulta fácil dejar todas las cosas materiales. Como ya he narrado varias veces que un maestro le enseñó a su discípulo cómo podía llegar a conocer las cosas espirituales. Entonces dijo el discípulo: "Maestro, tu instrucción me ha enaltecido y sé que todas las cosas materiales son como un barquito que se mece en el mar, y como un pájaro que vuela por el aire". Porque todas las cosas espirituales están por encima de las materiales; cuanto más elevadas están, tanto más se extienden y van comprendiendo a las cosas materiales. Por eso, las cosas materiales son pequeñas frente a las espirituales; y cuanto más sublimes son las cosas espirituales, tanto más grandes son; y cuanto más vigorosas son en las obras, tanto más puras son en [su] esencia. Lo he dicho también varias veces y es cierto y un enunciado verdadero: Si un hombre estuviera muriendo de hambre y si se le ofreciese la mejor de las comidas, sin que hubiera en ella semejanza con Dios, él, antes de probar o gustar [la comida], se moriría de hambre. Y, si el hombre sintiera un frío mortal y se le ofreciese cualquier clase de vestimenta, sin que en ella hubiera semejanza con Dios, él no podría echarle mano ni ponérsela. Esto se refiere al primer [punto] de cómo hay que dejar todas las cosas y seguir a Dios [= Cristo].

        Segundo: de qué manera debemos servir a Nuestro Señor. San Agustín dice: "Un servidor leal es aquel que no busca en todas sus obras nada más que sólo la gloria de Dios". El señor David dice también: "Dios es mi Señor, quiero servirlo" (Cfr. Josué 24, 18 y 24), porque El me ha servido y en todos sus servicios no me necesitaba, sino [que lo ha hecho] sólo para provecho mío; así he de servirlo yo por mi parte, buscando únicamente su gloria. Otros señores no proceden así; buscan su propio provecho al prestar[nos] servicios, porque nos sirven sólo para aprovecharse de nosotros. Por eso, no estamos obligados a prestarles grandes servicios; la retribución ha de ser proporcional a la magnitud y nobleza del servicio.

        El tercer [punto] consiste en que nos fijemos en esa recompensa, [o sea] en lo que dice Nuestro Señor: "Donde estoy yo, habrá de estar conmigo mi servidor" (Cfr. Juan 12, 26). ¿Dónde se halla la morada de Nuestro Señor Jesucristo? Ella se encuentra en el ser-uno con su Padre. Es una recompensa demasiado grande el que todos cuantos lo sirven, habrán de habitar en unión con Él. Por eso dijo San Felipe, cuando Nuestro Señor hablara de su Padre: "Señor, muéstranos a tu Padre y nos basta" (Cfr. Juan 14, 8), como sí quisiera decir que le bastaba la [mera] visión. Debemos sentirnos mucho más contentos [empero] por habitar en unión con El. Cuando Nuestro Señor se transfigurara en la montaña y les mostrara un símil de la claridad que hay en el cielo, San Pedro pidió también a Nuestro Señor que permanecieran allí eternamente (Cfr. Mateo 17, 1 a 4; Marcos 9, 1 a 4; Lucas 9, 28 a 33). Deberíamos tener un anhelo desmedidamente grande de [llegar a] la unión con Nuestro Señor [y] Dios. Esta unión con Nuestro Señor [y] Dios se ha de conocer sobre la base de la siguiente instrucción: Así como Dios es trino en las personas, así es uno por naturaleza. De ese modo hay que comprender también la unión de Nuestro Señor Jesucristo con su Padre y con el alma. Así como se distingue entre [el] blanco y [el] negro –el uno no puede tolerar al otro, el blanco no es negro– así sucede [también] con [el] algo y [la] nada. Nada es aquello que no puede tomar nada de nada; algo es aquello que recibe algo de algo. Exactamente así sucede con Dios: aquello que es algo, se halla siempre en Dios; allí no falta nada de ello. Cuando el alma es unida a Dios, tiene en El todo cuanto es algo, en su entera perfección. Allí, el alma se olvida de sí misma –tal como es en sí misma– y de todas las cosas y se reconoce como divina en Dios, por cuanto Dios se halla en ella; y hasta ese punto se ama en El a sí misma como divina y se halla unida con El sin diferenciación de modo que no goza ni se alegra de nada a excepción de El. ¿Qué más quiere apetecer o saber el hombre cuando se halla unido con Dios con tanta felicidad? Dios creó al hombre para esta unión. Cuando el señor Adán infringiera el mandamiento, fue expulsado del paraíso. Entonces, Nuestro Señor colocó delante del paraíso a dos custodios: un ángel y una espada llameante que era de doble filo (Cfr. Génesis 3,23 ss.). Esto significa dos cosas mediante las cuales el hombre puede volver al cielo así como cayó de él. La primera: por medio de la naturaleza del ángel. San Dionisio dice: "La naturaleza angelical significa lo mismo que la revelación de la luz divina". Con los ángeles, [y] por medio de los ángeles y la luz [divina], el alma ha de dirigirse otra vez hacia Dios hasta que retorne al origen primigenio... Segundo: por medio de la espada llameante, esto quiere decir que el alma ha de volver por medio de obras buenas y divinas, hechas con amor ardiente por Dios y el hermano en Cristo.

Que Dios nos ayude para que esto nos suceda. Amén.

SERMON LIX

El profeta Daniel dice: Te seguimos...

El profeta Daniel dice: "Te seguimos de todo corazón y te tememos y buscamos tu rostro" (Daniel 3, 41).


Esta sentencia cuadra bien con lo que dije ayer:

"Lo llamé y lo invité y lo atraje, y el espíritu de la sabiduría ha entrado en mi fuero íntimo, y lo he apreciado más que todos los reinos y [el] poder y [el] dominio, y más que [el] oro y [la] plata, y más que [las] piedras preciosas, y en comparación con el espíritu de la sabiduría he considerado todas las cosas como grano de arena y fango y nada" (Sabiduría 7, 7 a 9). Constituye evidente señal de que posee "el espíritu de la sabiduría" aquel hombre que considera pura nada a todas las cosas. "El espíritu de la sabiduría" no vive en aquel que mira a alguna cosa como [si fuera] algo. Cuando él [= el sabio] dijo "como un grano de arena", esto era demasiado poco; cuando dijo "como fango", también era demasiado poco; cuando dijo: "como nada", estaba bien dicho, porque todas las cosas son pura nada en comparación con "el espíritu de la sabiduría". "Lo llamé y lo atraje y lo invité, y el espíritu de la sabiduría ha entrado en mí fuero íntimo". Quien lo llama dentro de lo más entrañable, en éste entra "el espíritu de la sabiduría".

        En el alma hay una potencia que es más extensa que todo este mundo. Tiene que ser muy extensa ya que Dios mora allí adentro. Alguna gente no "invita al espíritu de la sabiduría"; "invita" a [la] salud y a [las] riquezas y a [la] voluptuosidad, pero en éstas no entra "el espíritu de la sabiduría". La cosa que solicitan, la prefieren a Dios –como cuando alguien da un penique por un pan, él prefiere el pan al penique–, convierten a Dios en servidor de ellos. "¡Hazme esto y sáname", diría acaso un hombre rico, "pide lo que quieras, yo te lo daré!". Y si alguien luego solicitara un cuarto sería una necedad; y sí le solicitara cien marcos, el [otro] se los daría gustosamente. Por eso es una enorme necedad cada vez que alguien le pide a Dios otra cosa que [no sea] El mismo. Para El [semejante pedido] es indigno porque no existe nada que dé tan gustosamente como a sí mismo. Dice un maestro. Todas las cosas tienen un porqué, pero Dios no tiene ningún porqué; y el hombre que le solicita a Dios otra cosa que [no sea] Él mismo, le crea a Dios un porqué.

        Pues bien, él [= el sabio] dice: "Con el espíritu de la sabiduría he recibido a la vez todas las cosas buenas" (Sabiduría 7, 11). Por entre los siete dones, el don de la sabiduría es el más noble. Dios no da ninguno de estos dones sin darse primero El mismo, y de modo igual y de manera engendrante. Todo cuanto es bueno y puede traer gozo y consuelo, lo poseo todo en el "espíritu de la sabiduría" y [también] toda la dulzura, de manera que no permanece fuera [del espíritu] ni tanto como la punta de una aguja; y, sin embargo, sería nonada si uno no lo poseyera tan perfecta e igual y rectamente como lo goza Dios, así gozo yo lo mismo de modo igual en su naturaleza. Porque El, en "el espíritu de la sabiduría", opera en forma completamente igual de modo que lo mínimo llega a ser como lo máximo, pero no lo máximo como lo mínimo. Es como si alguien injertara un vástago noble en un tronco tosco, luego todos los frutos salen según la nobleza del vástago y no según la tosquedad del tronco. Así sucede también en este espíritu: allí todas las obras se vuelven iguales, porque lo mínimo llega a ser como lo máximo, y no lo máximo como lo mínimo. El [= Dios] se entrega de manera engendrante, porque la obra más noble en Dios es engendrar, con tal de que en Dios una cosa fuera más noble que otra; porque todo el placer de Dios está cifrado en engendrar. Todo cuanto me es congénito no me lo puede quitar nadie, a no ser que me quite a mí mismo. [En cambio] todo cuanto me puede caer en suerte, lo puedo perder; por eso, Dios nace íntegramente en mí para que no lo pierda nunca; pues, todo cuanto me es congénito, no lo pierdo. Dios tiene todo su placer en el nacimiento, y por eso engendra a su Hijo en nuestro fuero íntimo para que tengamos en ello todo nuestro deleite y engendremos junto con Él al mismo Hijo natural; porque Dios cifra todo su placer en el nacimiento y por eso nace dentro de nosotros para tener todo su deleite en nuestra alma y para que nosotros tengamos todo nuestro deleite en Él. Por eso dijo Cristo, según escribe San Juan en el Evangelio: "Me siguen" (Juan 10, 27). Seguir a Dios en sentido propio, eso está bien: que obedezcamos a su voluntad, como dije ayer: "¡Hágase tu voluntad!" (Mateo 6, 10). San Lucas escribe en el Evangelio que Nuestro Señor dijo: "Quien quiere seguirme, que renuncie a sí mismo y tome su cruz y sígame" (Lucas 9, 23). Quien renunciara a sí mismo en sentido propio, éste pertenecería a Dios por antonomasia, y Dios le pertenecería a él por antonomasia; de ello estoy tan seguro como del hecho de ser hombre. Para semejante hombre resulta tan fácil renunciar a todas las cosas como a una lenteja; y a cuanto más renuncia, tanto mejor.

        Por amor de Dios, San Pablo deseaba ser apartado de Cristo por [la salud de] sus hermanos (Cfr. Romanos 9, 3). Este [aspecto] preocupa mucho a los maestros y les produce grandes dudas. Algunos dicen que [sólo] se refería a un tiempo determinado. Esto, en absoluto es verdad; de tan mal grado por un instante como eternamente, y también con tanto gusto eternamente como por un instante.

        Siempre y cuando ponga sus miras en la voluntad de Dios, será más de su agrado cuanto más dure, y cuanto mayor sea el suplicio, tanto más lo querrá, exactamente como [sucede con] un mercader. Sí él estuviera seguro de que aquello que compraba por un marco, le rendiría diez, pondría todos los marcos que poseyese, y todo el trabajo necesario, con tal de estar seguro de que volvería a casa con vida y ganaría tanto más... todo esto le resultaría agradable. Justamente esto le sucedió a San Pablo: la cosa de la que sabía que era la voluntad de Dios... cuanto más tiempo, tanto más querida, y cuanto mayor [el] suplicio, tanto mayor [la] alegría; porque cumplir con la voluntad divina, es el reino de los cielos; y cuánto mayor [sea] el suplicio [sufrido] de acuerdo con la Voluntad divina, tanto mayor [será] la bienaventuranza.

        "¡Renuncia a ti mismo y toma tu cruz!" (Cfr. Lucas 9, 23). Los maestros dicen que el suplicio consiste en ayunar y otros sufrimientos [= ejercicios de penitencia]. Mas, yo digo que esto no constituye sino un librarse del suplicio porque a tal actitud no la sigue sino alegría. Luego [de Juan 10, 27] dice Él: "Les doy la vida" (Juan 10, 28). Muchas otras cosas que se hallan en los entes racionales, son accidentes; mas la vida es propia de toda criatura racional, como ser suyo. Por eso dice: "Yo les doy la vida", porque su ser es su vida; pues Dios se da por completo cuando dice: "Yo doy". Ninguna criatura sería capaz de darla [= la vida]; sí fuera posible que alguna criatura pudiera darla, Dios amaría [no obstante] tanto al alma que no podría tolerarlo, sino que El mismo quiere darla. Si alguna criatura la diera, le repugnaría al alma; le importaría tan poco como una mosca. Exactamente como si un Emperador le diese una manzana a un hombre, éste la apreciaría más que si otra persona le regalara un jubón; del mismo modo el alma tampoco puede admitir que reciba la [vida] de otro que no sea Dios. Por eso, dice: "Yo doy", para que sea perfecta la alegría del alma por el don.

        Ahora bien. Él dice: "Yo y el Padre somos uno" (Juan 10, 30): el alma en Dios y Dios en ella. Si alguien vertiera agua en un recipiente, éste circundaría el agua, mas el agua no se hallaría en medio del recipiente ni el recipiente en medio del agua; pero el alma es tan uno con Dios, que el uno no puede entenderse sin el otro. El calor, sí, se entiende sin el fuego, y el resplandor, sin el sol, pero Dios no se puede conocer sin el alma ni el alma sin Dios; tan uno son.

        El alma no tiene diferencia frente a Nuestro Señor Jesucristo, sólo que el alma tiene un ser más burdo, porque su ser [de Cristo] está vinculado a la persona eterna [del Hijo], Pues, en cuanto ella se deshiciera de su tosquedad –y si pudiera deshacerse de ésta por completo–, ella sería perfectamente lo mismo [que Cristo]; y todo cuanto se puede decir de Nuestro Señor Jesucristo, se podría decir del alma.

        Un maestro dice: Todas las criaturas están repletas de lo ínfimo de Dios, y su grandeza no se encuentra en ninguna parte. Os relataré un cuento. Una persona preguntó a un hombre bueno qué significaba que algunas veces lo atraían mucho la devoción y las oraciones y otras veces no lo atraían. Entonces le dio la siguiente contestación: El perro, cuando ve a la liebre y la olfatea y halla su rastro, corre en pos de la liebre; los otros [perros] lo ven correr y entonces ellos corren, pero pronto se cansan y desisten. Así sucede con un hombre que ha visto a Dios y lo ha olfateado: él no desiste, todo el tiempo corre [tras Él]. Por eso dice David: "¡Gustad y mirad lo dulce que es Dios!" (Salmo 33, 9). Ese hombre no se cansa, pero los otros se cansan pronto [de correr detrás de Dios]. Algunas personas corren adelantándosele a Dios, algunos [corren] al lado de Dios, algunos lo siguen a Dios. Quienes se le adelantan, son los que siguen a su propia voluntad y no quieren aprobar la voluntad de Dios; eso está del todo mal. Otros, aquellos que van al lado de Dios, dicen: "Señor, no quiero otra cosa que la que Tú quieres" (Cfr. Mateo 26, 39). Mas, cuando están enfermos, desean que Dios quiera que estén sanos, y eso se puede perdonar. Los terceros le siguen a Dios adonde quiera [ir], ellos lo siguen de buena voluntad, y ésos son perfectos. De ello habla San Juan en el Libro de la Revelación: "Ellos siguen al cordero dondequiera que va" (Apocalipsis 14, 4). Esa gente sigue a Dios a dondequiera El la guía: en los días de enfermedad o en [la] salud, hacia [la] buena suerte o [el] infortunio. San Pedro se iba adelantando a Dios; entonces dijo Nuestro Señor: "¡Satanás, vete detrás de mí!" (Mateo 16, 23). Resulta que Nuestro Señor dijo: "Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí" (Juan 14, 11). Del mismo modo, Dios está en el alma y el alma está en Dios.

        Ahora bien, él dice: "Buscamos tu rostro". [La] verdad y [la] bondad son una vestimenta de Dios; Dios se halla por encima de cuanto podemos expresar con palabras. [El] entendimiento "busca" a Dios y lo toma en la raíz donde salen el Hijo y toda la divinidad; pero [la] voluntad permanece afuera y está adherida a la bondad, porque [la] bondad es una vestimenta de Dios. Los ángeles supremos toman a Dios en su vestuario, antes de que sea vestido con [la] bondad o cualquier cosa que se pueda expresar con palabras. Por eso dice: "Buscamos tu rostro", porque el "rostro" de Dios es su esencia.

        Que Dios nos ayude a comprender eso y a poseerlo de buena voluntad. Amén.

 
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