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NARCISO LUÉ

VIII
"
LA PASIÓN"

3-04-2007

El símbolo de la cruz es precristiano y está presente en todas las doctrinas arcaicas del lejano Oriente; pasó a la cultura hebrea y de ella al cristianismo. La elección de la crucifixión como forma de ejecución de la pena de muerte para los que no tenían la ciudadanía romana nada tiene que ver con el simbolismo de la cruz, en el que para nada intervino la cultura del Imperio. Estas consideraciones previas al tema de este capítulo se deben a que los tres episodios fundamentales de la cristiandad (la pasión, crucifixión y resurrección) están signados por la cruz, símbolo augusto de la cristiandad desde que sustituyó al pez de los primeros tiempos que era, más bien, una seña de identidad secreta para reconocerse, cuando arreciaba la persecución romana.

Uno de los aspectos más relevantes del símbolo de la cruz es su visión esférica que sigue inspirando estudios en la actualidad, y se debe a unos breves párrafos de Tito Flavio Clemente de Alejandría(1), uno de los primeros teólogos del cristianismo. Como adelanto de lo que diremos en el capítulo de la Crucifixión, las seis direcciones de la cruz esférica son las del espacio en su totalidad manifestada y no manifestada. Y las tres dimensiones que resultan de las seis direcciones son la altura, la anchura y la hondura. En la visión horizontal de dos dimensiones de la cruz, se tomará en consideración la extensión, y la exaltación en la visión esférica. Tal vez convenga dejar aclarado desde ahora mismo que la cruz cristiana no es propiamente la cruz esférica o circular de la tradición hermética, en razón de sus radios desiguales; no obstante, seguiremos por este camino, seguros de que caminamos por la buena dirección.

Para una clara interpretación de lo que sigue, queremos insistir en que no habrá modo de comprender lo que se piense y escriba acerca de estos temas, en la medida en que el corsé que aprieta la inteligencia especulativa, impida la liberación de la estructura de la metafísica óntica, para aprovechar un sistema de pensamiento basado en el indicio de la intuición guiadora, toda vez que surja una aporía gnoseológica derivada de la modalidad existencial de lo pensado ya que, llegado al plano de la no manifestación, el acceso al conocimiento directo está prácticamente vedado. Bien es sabido que si se habla de metafísica se está dando por sentado que el pensamiento ha trascendido el plano empírico para situar el conocimiento en un plano de no manifestación que es, en Occidente, el de los conceptos abstraídos de la realidad. Porque en definitiva, los conceptos son los contenidos abstractos que fecundan un lenguaje y favorecen el entendimiento entre los humanos. Como quiera que sea visto, el lenguaje es el primer sistema orgánico de símbolos que aprende el ser humano, desde el mismo momento en que deja de explicar la realidad señalando cada ente (esta rosa) para empezar a sustituir ese método de comunicación mediante el concepto (la rosa). Pero, con todo, ese grado de abstracción es insuficiente para intentar con eficacia el conocimiento de la ciencia sagrada que exige una actitud libérrima ante ciertos enunciados que al hombre actual se le antojan, por lo menos, fantasiosos y carentes de toda utilidad.

Todo intento por parte del ser humano de remontar sus accidentes existenciales hacia un estado superior de la conciencia, implica un considerable esfuerzo de actitud a causa del temor que encierra en sí mismo lo desconocido. Hay que pensar que todo lo que exceda el contenido y la forma de lo cotidiano, entra de lleno en la esencia de "lo misterioso". Basta con comprobar el impacto que produce el primer contacto con las doctrinas filosóficas clásicas, en cuyos laberintos metafísicos el espíritu se extravía sin rumbo hasta que de a poco va comprendiendo que fuera del mundo empírico de lo que se piensa y se dice cotidianamente en la comunicación con los demás, hay otros planos de conocimiento que también conciernen a la conciencia humana. Ese salto al vacío dado desde el pensamiento más profano y empírico hasta hacer pie en el conocimiento de lo metafísico en cualquiera de sus manifestaciones escolásticas, deja grabado en el alma una impronta decididamente grata y sedienta de mayor actividad espiritual. A ese empirismo cotidiano que la vida impone, no se debe ni se puede renunciar porque forma parte de una de las indefinidas modalidades del ser existencial individual, y son todas válidas.

Esa experiencia espiritual se acrecienta toda vez que mediante nuevos grados de iniciación se abren "puertas estrechas" para ascender por los peldaños de la escala de Jacob y con paciencia y tino, ir accediendo a los conocimientos, en la medida en la que cada cual puede, según su propia singularidad. Tal sabiduría, varias veces milenaria, favorece la gnosis del hermetismo con el que se expresan las cosmogonías y posibilitan el descubrimiento de todo lo que ellas tienen en común, que es mucho más de lo imaginable. Ese nuevo salto espiritual eleva aun más al ser humano alejándolo de su cualidad terrenal, y lo aleja también, acusadamente, de la modalidad existencial actual, que es esclavizante a causa de las sujeciones a las apetencias degradantes de nuestro mundo. Si este ser humano occidental y de alma laica fuera creyente de una doctrina oriental, sería repetidamente condenado a reencarnarse a causa de su egoísmo, alejado de toda posibilidad de "extinción de la agitación", que abre la senda a lo Absoluto (Nirvana). También dejamos apartada la cuestión de si la teoría escatológica de la reencarnación tuvo su comienzo en el norte de la India arcaica o si, como afirman con severidad los hinduístas más acreditados, salvo escasos hechos concretos en épocas igualmente concretas, la reencarnación no puede ser atribuida al hinduísmo.

Si para cualquier profano es extraño escuchar las palabras de quien aborda un tema de "filosofía perenne" en la línea aristotélico-tomista, cuánto más indigeribles le han de resultar las palabras de quien se expresa acerca de la "sabiduría perenne", de la Ciencia Tradicional. Por ello, es cierto que si se desea tomar contacto con el pensamiento que bucea en la sabiduría perenne para descubrir el significado de los símbolos tradicionales, es del todo necesario dar ese salto desde la metafísica especulativa a la metafísica intuitiva, mucho menos formal y más expansiva dentro del mundo espacioso del conocimiento "aprendido", que deriva del logos original. Con ese salto del todo necesario, se logrará la ruptura gnoseológica entre el Jesús histórico y el Jesús cósmico, sin que el primero niegue al segundo, ni viceversa. Son dos, de entre los múltiples estado del ser, que ni se corrigen ni se contradicen. Porque lo individual no es una parte de lo universal dado que este último es único y pertenece al plano de lo no-manifestado, mientras que toda individualidad es una contengencia de la manifestación.

Entre las modalidades del ser se cuentan los indefinidos puntos de vista o modalidades formales de la existencia individual de cada cual, con las cuales no consigue la cualidad de ser total; es un ser imperfecto del punto de vista de la Totalidad cósmica, pero puede, según sus propias contingencias, estár completo en su propia individualidad, pues forma parte de la serie indefinida de los estados del Ser Total. El ser de existencia individual carece por sí mismo de cualquier principio que le sea exterior, aunque lleva implícita la virtualidad del Ser Total. La tendencia lógica para la razón y natural para lo fenoménico, no puede ser otra que integrar esa Totalidad compuesta por seres manifestados y seres no manifestados, reabsorbiéndolos en lo Uno, o para ser más precisos, en lo Único. La visión que de Jesús se intentará captar con este intento al que estamos abocados, no es otra que la del Jesús cósmico, por lo cual, ese esfuerzo del que hablábamos en líneas anteriores, es exigible desde ahora mismo para entrar con eficacia en los dogmas más destacados de entre todos los que conciernen a la doctrina sagrada del cristianismo. No obstante, también se tomarán en consideración algunos aspectos del Jesús histórico toda vez que sea exigible esa inserción por necesidades gnósticas. Continuando con las aclaraciones que estimamos de absoluta necesidad a fin de evitar malentendidos, damos por cierto que la teología carece del grado de totalidad que alcanza la metafísica pura, en razón de la limitación de su objeto, que es lo sagrado, en sus diversas especies y modalidades, seguiremos en la búsqueda de la verdad dogmática del cristianismo que es nuestro propósito aquí y ahora.

No es impropio decir que para todo buen cristiano es un deber ineludible la exigencia de sufrir con la mente y el corazón la pasión de Jesús y para ello, nada mejor que vivir espiritualmente cada paso de aquella tragedia sangrienta. Esta experiencia sagrada está basada en la exigencia de la reconstrucción histórica de aquellos vejámenes y tormentos padecidos por Jesús, y es lo que se conmemora todos los años en todas las ciudades, pueblos y rincones donde habitan cristianos practicantes. Sin perder de vista el hecho de que Jesús ostentaba una doble naturaleza, estos sacrificios espirituales de la cristiandad tienen su razón de ser. El Jesús histórico ha sufrido, y esa pasión hay que recordarla con sentimiento contrito, como si cada cristiano hubiera causado la herida del costado que acabó con su vida. Pero, todo esto, el cristiano actual lo vive como una conmemoración repetidamente ritual, y no como una re-actualización del episodio sagrado, y es así aunque, en lo más recóndito del símbolo, como se verá, la pasión no fue realmente hiriente para Jesús en razón de haber asumido la condición del "sabio perfecto".

Una interpretación tan escasa, aunque verdadera en su contenido histórico, nos parece insuficiente para justificar la presencia de Dios en la tierra. A los ojos de los mortales, está la sangre, la tortura y el vejamen, porque así aconteció. Más allá de tales signos terrenales está el Principio Encarnado, exigiendo otra interpretación de los hechos de la pasión. Pocas líneas más abajo trascribiremos los textos sagrados, y se podrá apreciar que no se dan demasiados detalles esotéricos de este acontecimiento mayúsculo que, junto a la crucifixión y la resurrección centran los aspectos más singulares de esta religión.

La exigencia de mayor ponderación en la descripción de los símbolos sirve, de paso, para acallar a quienes siguen preguntándose por qué razón Jesús, como Dios que Es, permitió que abrieran tantas llagas en su cuerpo, para crucificarlo después y morir en la cruz sin zafarse de las ataduras terrenales y ascender a los cielos a los ojos de todos los testigos (no muchos) que de lejos presenciaban los hechos. El Jesús histórico se condenó confesándose rey de los judíos ante Pilato; es decir, cometió el delito de sedición contra el Emperador romano, único rey de todas las tierras conquistadas por sus legiones mas, Pilato no vio en ello delito alguno y se lavó las manos sobrecogido por la presencia muda y tolerante de Jesús y las admoniciones de su esposa que le imploraba en la privacidad del lecho que no condenara a ese inocente. La condena debía cumplirse, no obstante, y según las Escrituras, pese a que debía condenarlo se abstuvo y como última posibilidad de salvarlo recurrió a la elección del pueblo para que decidiera si perdonaba a Barrabás o a Jesús. Estaba claro que Pilato quería salvarlo y cuando vio que nada podía hacer, salvó a Barrabás y entregó a Jesús, que fue lo que eligió el pueblo de Jerusalén. Era irreducible la situación: Jesús debía sufrir los tormentos y morir en la cruz.

El Jesús cuya naturaleza divina no estaba manifestada, no vivió aquellos episodios en la manifestación, sino que estaban en Él desde siempre. Cabe aquí, a nuestro entender, la doctrina del "yo" y del "Sí Mismo" que, aunque proveniente del extremo Oriente, algunos teólogos cristianos de la primera época se sirvieron de ella. Nos referimos al "yo" que asume todo ser humano en la manifestación y que, no cabe duda, es una afirmación de su presencia entre los demás, la de su cuerpo y alma y la de sus posesiones terrenales y su voluntad social. Frente al "yo" está el "Sí Mismo", el Atmâ hindú, que con alguna licencia se puede equiparar a la "personalidad", que es algo que está en el interior del ser humano, encerrando en sí, y que es lo más profundo y verdadero de cada ser. Esa "personalidad" no está en la manifestación aunque esté en cada ser humano, del que se desprende tras la muerte, y que constituye el cuarto estado de Atmâ. Los otros tres son: la vigilia, el sueño (la ensoñación) y el sueño profundo. Pues bien, El Jesús cósmico de la pasión estaba ya fuera del Jesús histórico, como caso único del desdoblamiento y separación del "yo" y del "Sí Mismo" antes de la muerte de un humano.

Hecha esta aclaración, se puede decir que el Jesús hijo de María sí que vivió tales episodios mas, es del caso poner en claro cómo lo hizo y de qué manera padeció. La inquietud que emerge desde un principio es llegar a comprender cómo han logrado unificarse estas dos aparentes oposiciones que han sido en realidad, dos principio complementarios. Con sólo afirmar que uno sufrió y el otro no, nada se acredita en el desciframiento de los aspectos simbólicos de la pasión, y carece de todo valor como afirmación si no va acompañada de la descripción intelectual del simbolismo que en Jesús cobra una dimensión exageradamente mayor que en cualquier otro ente de la Creación. Entre el sufrimiento del Jesús histórico y la traslación de esa realidad al principio cósmico del Hijo de Dios, se abre un abismo inconmensurable que debe cerrarse con la evidencia de la verdad sagrada, sólo posible mediante la cosmogonía, que entrega al ser humano el resto de la Creación superabundante.

Si Jesús predicó y con su presencia forjó los cimientos para que sus seguidores levantaran el edificio de la nueva Iglesia, es de pensar que incluso en su condición humana era un ser especial, distinto a los demás, capaz de atraer el amor de sus fieles y el odio de quienes se sentían amenazados por la autoridad de su fuerza espiritual. Las doctrinas sagradas del extremo Oriente suelen distinguir la diferencia que existe entre la sabiduría del sabio y los conocimientos del profano. Podríamos añadir que en este sentido, conocer algo no es lo mismo que saberlo. Se puede conocer un símbolo y no saber lo que significa; por ejemplo, el signo de la cruz, conocido por todos los cristianos que, en su inmensa mayoría no saben lo que significa en la sabiduría tradicional, que trasciende el mero hecho de recordar el patíbulo del Salvador y representar la Redención. La cuestión, pues, versa acerca de la posibilidad de obtener sabiduría cercana al logos de las cosas. Se ha dicho que la verdadera razón de cada cosa es invisible, inaprehensible, indefinible, indeterminable. Es preciso que el espíritu sea capaz de restablecer para sí el estado de simplicidad perfecta para alcanzar la contemplación profunda de la razón de todas las cosas. La pregunta que surge espontáneamente es: ¿esta contemplación lograda como consecuencia del restablecimiento del estado de la simplicidad absoluta es una sensación subjetiva del que busca, o una realidad viviente capaz de ascender a planos superiores alejados de sus propias cualidades? En cualquiera de los dos casos, a nuestro interés da exactamente igual, aunque es un asunto digno de explicación para quien tenga exigencias metafísicas.

Si admitimos, como asegura Guénon(2), que la razón de las cosas es invisible y por lo tanto inaprehensible, hay que concluir que de ellas sólo conocemos su aspecto empírico conforme el servicio que nos prestan, sin conocer su razón más verdadera, más profundamente verdadera que las demás verdades relativas, adecuadas a las distintas posibilidades de conocimiento que tiene el ser individual. Un ejemplo de lo que decimos es que si el hombre estuviera capacitado para conocer la razón de las cosas, principiaría con la más próxima: él mismo, y no se preguntaría ¿qué sentido tiene la vida?, o ¿por qué estoy en este mundo? Desconoce las razones. Es el hombre profano desentendido de la sabiduría. El sabio perfecto, dice Guénon que está situado en el centro de la rueda cósmica, que la mueve con su sola presencia, sin participar en su movimiento y sin tener que preocuparse por ejercer ninguna acción. Esta actitud de inmovilidad voluntaria conduce al sabio a un estado de indiferencia frente a todo y a todos. El desapego de la vida y sus contingencias lo colocan fuera de la lucha de las oposiciones. El "sabio perfecto" de que habla Guénon, está casi fuera de la vida y dentro de la sabiduría capaz de devolverlo al Principio Universal Único, o como dicen los guenonistas al "Estado Primordial", donde las cosas se conocen directamente sin necesidad de dilucidar símbolos para conocer esa razón de cada cosa. Equivale este símbolo al "desasimiento" del Maestro Eckhart. Un desasimiento que produce en el hombre terrenal una desunión, un desapego de sus accidentes contingentes para sumirse en los estados superiores. El ser desasido no va hacia Dios, sino que Dios viene hacia él porque con esa actitud está su alma fuera de lo terrenal: está en Dios mismo(3).

Dijimos que de momento no nos preguntaríamos si ese acceso a un estado tan superior es vivido como una evidencia subjetiva o como una realidad trascendente. Sin resolverla ahora y aquí, sólo la dejamos planteada porque en ningún caso afecta al desarrollo del pensamiento que va forjando el camino para llegar a la comprensión de la oposición habida entre ambas naturalezas de Jesús. Y esto es así porque a mayor proximidad del centro de la rueda, mayor desapego del mundo y de los valores del ser accidental. Los yogî, esos seres "despegados" del mundo, en plena meditación son inmunes al dolor debido a la reabsorción en el plano de lo no manifestado. Nada tiene que ver con esto la técnica de superación del trance del dolor, que se enseña en los cuarteles donde se forjan las élites de combatientes, porque ésta se basa en ejercicios severos de la voluntad y no en las consecuencias naturales de la cesación de las oposiciones y unificación de los complementarios. Estos seres humanos no son "sabios perfectos", sino atletas del dominio de las sensaciones naturales. De los "sabios perfectos", por nuestra parte, decimos:

Dichoso el que no viene ni va, porque ha llegado.

La actitud de los sabios, tan indiferente frente a las demandas permanentes de la vida, desacelera toda emoción, debilita hasta la extinción toda ambición y se accede a un grado de simplicidad tal, que resulta indudable un acercamiento al Principio Universal y Único, como si fuera lo único visible por el espíritu. En Jesús, se puede asegurar que durante la pasión o más propiamente desde el momento en que se confiesa rey de los judíos frente a Pilato, concluye su recorrido terrenal para situarse en esa rueda cósmica que mueve sin moverse, y se entrega sin reservas a la condición del "sabio perfecto". Es un hombre que en palabras de Guénon Ha alcanzado la impasibilidad perfecta; la vida y la muerte le son igualmente indiferentes, el derrumbamiento del universo (manifestado) no le causaría ninguna emoción(4). En tal condición humana se entrega Jesús a sus verdugos.

Ese abismo del que hablábamos antes, se ha cerrado, uniendo ambas orillas hasta hacer desaparecer la cicatriz que en la tierra quedó marcada, de modo que ya no hay complementarios que unificar porque esa unificación se ha logrado mediante la actitud de desapego del sabio indiferente. Ni siente dolor, ni teme a la muerte. Está totalmente alejado del mundo y penetrando en el centro de la rueda cósmica, unido al Jesús de los estados superiores, de suerte que ambos ingresarán unificados en la eternidad. La inserción del ser humano en las sensaciones naturales que están adecuadas a su naturaleza le proporcionan una serie indefinida de posibilidades sensibles a su ser individual pero, a la vez, crean un régimen desordenado de vicisitudes que en el sabio perfecto han desaparecido a causa del acceso a la simplicidad del ser individual. Como consecuencia de lo dicho, el ser simple está más cerca de la Unidad, mientras que el desordenado se encuentra alejado de ella a causa del desorden de su propia multiplicidad.

Esto es lo que representa para el propio Jesús su pasión; su aparente padecimiento, desde la óptica de la verdad histórica, pero que desde la verdad del "sabio perfecto" no ha existido jamás, ni para el Jesús histórico por haberse situado en el centro de la rueda, ni mucho menos para el Jesús cósmico, porque a Él le es extraño toda sensación humana, incluyendo, claro está, el padecimiento del dolor y el sufrimiento derivado del vejamen. Ahora podemos afirmar que el Hijo de Dios, no sufrió dolor ni humillación en cualquiera de sus dos naturalezas mas, a los ojos de los mortales, la pasión ha de ser simbolizada mediante otros significados, más cercanos al entendimiento profano. Se puede decir que la pasión comienza inmediatamente después de su prendimiento en el Huerto de los Olivos. Se lee en Mateo:

"Y los que prendieron a Jesús lo condujeron a casa de Caifás, que era sumo pontífice aquel año, donde los escribas y los ancianos estaban congregados. Y Pedro le iba siguiendo de lejos, hasta llegar al palacio del sumo pontífice. Y habiendo entrado, estaba sentado con los sirvientes para ver el paradero de todo esto. Los príncipes de los sacerdotes y todo el concilio andaban buscando algún falso testimonio contra Jesús, para condenarle a muerte, y no lo hallaban, siendo así, que se presentaron muchos testigos. Por último, aparecieron dos falsos testigos, y dijeron: Este dijo: Yo puedo destruir el Templo de Dios, y reedificarlo en tres días. Entonces, poniéndose en pie el sumo sacerdote, le dijo: ¿No respondes nada a los que deponen contra ti? Pero Jesús permanecía en silencio. Y le dijo el sumo sacerdote: Yo te conjuro de parte de Dios vivo, que nos digas si Tú eres el Cristo, Hijo de Dios. Le respondió Jesús: Tú lo has dicho, y aun os declaro que veréis después a este Hijo del Hombre sentado a la diestra de la majestad de Dios, venir sobre las nubes del cielo. A tal respuesta el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: Blasfemado ha, ¿qué necesidad tenemos ya de testigos?; vosotros mismos acabáis de oír la blasfemia; ¿Qué os parece? A lo que respondieron ellos, diciendo: Reo es de muerte. Luego empezaron a escupirle en la cara a maltratarle a puñetazos y otros le daban bofetadas, diciendo: Cristo, profetízanos, ¿quién es el que te ha herido?"

Con palabras muy similares, Marcos 14, 53-65, aclarando que antes de comenzar a maltratarle le taparon la cara para luego preguntarle: Adivina, quién te ha dado, referencia útil para aclarar el episodio. Del mismo modo, Lucas 22, 54-65. Juan es más explícito ya que, luego de coincidir con los anteriores, contiene un diálogo de interés:

"Entretanto el pontífice se puso a interrogar a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina. A lo que respondió Jesús: Yo he predicado públicamente delante de todo el mundo, siempre he enseñado en la sinagoga y en el Templo, donde concurren todos los judíos y nada he hablado en secreto. ¿Qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído lo que Yo les he enseñado, pues ellos saben cuáles cosas haya dicho Yo. A esta respuesta, uno de los asistentes dio una bofetada a Jesús, diciendo: ¿Así respondes al pontífice? Y Jesús le dijo: Si he hablado mal, manifiesta lo malo que he dicho; pero, si bien, ¿por qué me hieres? Le había enviado Annás atado, al pontífice Caifás" (Juan 18, 19-24).

Antes de proseguir con las citas evangélicas, tócanos examinar lo que acabamos de trascribir. La acusación de dos testigos falsos consistía en haber oído a Jesús proclamar que podía destruir el Templo y reconstruirlo en tres días. Obviamente, ni Caifás ni los demás sacerdotes y escribas del Sanedrín captaron el sentido simbólico de las palabras de Jesús, pues no se refería realmente al Templo sino a su cuerpo, templo de Dios, es decir, cofre donde estaba arraigada su alma eterna (su Atmâ). En efecto, Jesús destruiría el Templo que era su cuerpo, para reconstruirlo en tres días, después de descender a los infiernos y ascender desde allí para resucitar. Y fue lo que hizo. Pensar que el Hijo de Dios estaba dispuesto a sorprender a sus enemigos con juegos de magia que destruyeran lo que se reconstruiría en tres días, es inaudito. Jesús estaba hablando en el "lenguaje de los pájaros", y nadie había allí para comprender sus palabras. Los del Sanedrín estaban ciegos de odio y temor, mientras Jesús permanecía sublimado en la indiferencia del "sabio perfecto". Está muy claro que el Jesús histórico estaba ya, durante estos episodios, más allá de la vida y de la muerte.

Confirmando asimismo su naturaleza divina, les aclaró a los profanos de la sabiduría perenne, que lo verían "después", sentado a la diestra de Dios y llegando sobre las nubes del cielo. Leídas en su acepción literal, tales palabras resultan incomprensibles pues, existe una contradicción espacial: no se puede ver a alguien sentado a la diestra de Dios y al mismo tiempo verle venir sobre las nubes del cielo. Este simbolismo requiere otra dimensión intelectual para descubrir la advertencia que contienen las palabras esotéricas de Jesús. Ya lo hemos dicho antes(5) y lo reiteraremos aunque brevemente: toda referencia que en los cánones cristianos se hace al "Padre", debe ser entendida como hecha a Jesús mismo porque, si el Creador es una Unicidad, como tal es indivisible e indestructible. No puede el Principio Creador partirse en dos: el Hijo y el Padre. La Trinidad es una representación simbólica de un Único Dios en todos los sentidos, para todos los estados del ser y de la Creación , lo que no impide que para una mejor catequesis se pueda hablar de Dios Padre, como "situado" en el cielo, y Dios-Hijo, situado en la tierra. De ahí que, la cita, carece de cualquier contradicción porque el estar sentado Dios a la diestra del "Padre" es lo mismo que estar a la diestra de Sí Mismo. Es una paráfrasis catequista o apostólica de la idea sana de Dios que está, a la diestra de Sí Mismo, a la siniestra, arriba, abajo, en el cenit y en el nadir de todo lo creado. Estos seis puntos o direcciones son los que señalaba Clemente de Alejandría como expansión de Dios Mismo en la Creación. De Él parten las seis direcciones en tres dimensiones: alto, ancho y hondo. La elección de la diestra debe tener un significado, y lo tiene. Aunque es un tema que está relacionado con el símbolo de la crucifixión donde lo trataremos con más extensión, aquí debemos hacer, necesariamente, algunas consideraciones.

Pero, ¿dónde está situado el Padre, desde un punto de vista estrictamente imaginario para obtener una visión también imaginaria de esa "diestra" espacial? La diestra de Dios Padre o sea, según acabamos de ver, la diestra de Sí Mismo para Jesús-Dios, es una de las seis direcciones que desde Sí, se expanden en el Universo creado, en todo lo manifestado y lo no manifestado. Si tomamos el plano de dos dimensiones, de rango horizontal, se verá que la diestra corresponde a Oriente, donde inicia el sol su recorrido diario hasta ponerse en el magreb islámico. Sin embargo, si ese plano horizontal es observado en tres dimensiones, lo alto ya no será el norte del plano horizontal o círculo, sino el cenit de la esfera. Esta tercera dimensión modifica el concepto de "arriba" que desde siempre estuvo destinado a ese punto cardinal.  Lo que ocurre es que para representarlo en un papel o escribiendo con una astilla en la tierra, el plano horizontal es una imagen plana "vista desde arriba"; pero, ese plano puede ser visto imaginariamente de frente a los ojos y no bajo los ojos. Como si el plano levantara del papel donde está dibujado, y se pusiera de frente a los ojos. Solamente en esta situación es posible hablar propiamente de arriba y de abajo, desde un punto de vista espacial. En otro caso, sobre el papel extendido sobre la mesa de trabajo, lo que está arriba y lo que está abajo dependerá de la situación de quien esté mirando. Es algo similar a lo que ocurre cuando observamos un mapa y para situarnos mejor en relación a los puntos cardinales, damos vuelta ese mapa hasta colocarlo a la inversa o sólo cuarenta y cinco grados más a la derecha o izquierda.

¿Cuál es la diestra de Dios? En otras palabras: a partir de la esfera virtual donde están inscritas imaginariamente las seis direcciones del espacio real, ¿dónde está lo de arriba y dónde está la diestra, que en el plano horizontal se representa como el Este? En la esfera que admite las tres dimensiones, no hay arriba, ni abajo, ni derecha, ni izquierda. Los puntos cardinales se desplazan constantemente desde el eje inmóvil que los sostiene para que roten incesantemente. Cualquiera de los cuatro puntos cardinales está dentro de la esfera sin una localización fija y permanente, porque cualquiera de ellos está siempre en todos y cada uno de los puntos que contiene la esfera. La diestra de Dios está, pues, en todas partes, dentro de la esfera que contiene las seis direcciones y las tres dimensiones. Por ello, cuando Jesús menciona a Su Padre como situado en el centro y Él a su diestra, lo que hace es utilizar el concepto espacial de comprensión terrena, a fin de que la Trinidad sea comprendida por los profanos a su modo, y por los iniciados, al suyo. Si se pretendiera darle a la esfera una trasposición de plano horizontal, cabría dibujar la rueda cósmica de seis rayos, con un diámetro dividido en dos por el centro, que hace las veces de eje horizontal, y otros dos diámetros también partidos por el centro, situados oblicuamente respecto del eje que polar. Esos seis rayos, sumados al eje tridimensional que nace del centro de la rueda, es el séptimo rayo celeste de la rueda cósmica.

Antes de proseguir con las citas evangélicas conviene no pasar por alto una circunstancia que tiene que ver con algo que dijimos antes: el silencio y pasividad de Jesús ante las afrentas, malos tratos y humillaciones a las que lo sometían los del Sanedrín en el palacio del pontífice. Jesús, dicen las escrituras, que no respondía, lo que induce a pensar que soportaba todo aquello sin siquiera quejarse. Estaba, pues, en el desapego absoluto, la total indiferencia e impasibilidad; como se dijo antes: estaba más allá de la vida y la muerte y carnalmente, nada le importaba ya porque había asumido la simplicidad del "sabio perfecto". No se debe interpretar, pues, ese silencio como signo de una psiquis debilitada por el sufrimiento, o como una relajación causada por la impotencia, porque esa visión de los acontecimientos es errónea. Jesús no respondía ante los estímulos exteriores porque estaba en un estado de sublimación alejado de las contingencias terrenales. Y sólo respondía cuando debía dejar sellado un símbolo sagrado. Pasaremos por alto las negaciones de Pedro y el suicidio de Judas y lo que hicieron con esas treinta monedas recuperadas por los miembros del Sanedrín. Lo que sigue, pues, es esto:

"Fue, pues, Jesús, presentado ante el presidente, y el presidente le interrogó, diciendo: ¿Eres Tú el rey de los judíos? Y Jesús le respondió: Tú lo dices, lo soy. Y por más que le acusaban los príncipes de los sacerdotes y los ancianos, nada respondió, por lo que Pilato le dijo: ¿No oyes de cuántas cosas te acusan? Pero, Él a nada contestó de cuanto le dijo, por manera que el presidente quedó en extremo maravillado."

"Acostumbraba el presidente conceder por razón de la fiesta, la libertad de un reo, a elección del pueblo; y teniendo a la sazón en la cárcel a uno muy famoso, llamado Barrabás, preguntó Pilato a quienes habían concurrido: ¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, que es llamado Cristo? Porque sabía que se lo habían entregado por envidia."

"Y estando él sentado en su tribunal, le envió a decir su mujer: No te mezcles en las cosas de ese justo; porque son muchas las congojas que hoy he padecido en sueños por su causa. Entretanto los príncipes de los sacerdotes y los ancianos, indujeron al pueblo para que pidiese la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Así es que el presidente les pregunto: ¿A quién de los dos queréis que os suelte?, respondiendo ellos: A Barrabás. Y Pilato les replicó: Pues, ¿qué he de hacer con Jesús, llamado el Cristo? Dicen todos: Sea crucificado. Y el presidente: Pero, ¿qué mal ha hecho? Mas, ellos comenzaron a gritar más, diciendo: Sea crucificado. Con lo que viendo Pilato que nada adelantaba, antes bien, que cada vez más crecía el tumulto, mandando traer agua, se lavó las manos a la vista del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo, allá os lo veáis vosotros. A lo cual respondiendo todo el pueblo, dijo: Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos. Entonces, les soltó a Barrabás. Y a Jesús, después de haberle hecho azotar, le entregó en sus manos para que fuese crucificado" (Mateo 27, 11-26).

Estos versículos se prodigan en significaciones que enlazan a la perfección los episodios bíblicos y las consecuencias de un ciclo terminal de la Manvántara en la que estamos inmerso, y dentro de ella, en el cuarto de sus ciclos, el llamado Kali-Yuga, en el que la humanidad degradada, se hunde en las profundidades de un materialismo siempre sediento y una espiritualidad inconsolable. Los que, a veces, están dispuestos a conceder la gracia de una justicia cada vez más perversa por lo parcial y corrupta, se ven obligados a ceder ante la crueldad y el deseo de venganza, y concluyen entregando a los justos para que los necios y fanáticos satisfagan sus crueles necesidades o sacien su sed de venganza. Tal degradación llega al punto de pedir que la sangre de los justos caiga sobre sus cabezas e incluso, sin derecho alguno, condenan también a sus descendientes. Estos síntomas evidentes de los últimos tiempos del Kali-Yuga no son aplicables de modo exclusivo a estos episodios del Evangelio, sino en general a toda la humanidad descreída y ciega de odios y fanatismo, de lo que estos versículos no son más que la demostración de esa verdad. Se trata, quiérase o no, de una verdad trascendente y como siempre, las verdades auténticas de las doctrinas sagradas son atemporales.

La mujer de Pilato intercede por Jesús ante su marido, y nada consigue. Esa mujer ha recibido en sueños, como suele ser costumbre del Arcángel Gabriel, el requerimiento de su intersección a favor de Jesús. Lo que consigue es que Pilato entregue a Jesús a los del Sanedrín para que le ejecuten, si es que así lo desean, y tanto más, que los judíos no pueden matarlo en la época de las fiestas y están decididos a que el poder romano se implique en la consumación de la pena de muerte. Es lo que explica Juan, con estas palabras:

"Llevaron después a Jesús desde la casa de Caifás al pretorio. Era muy de mañana, y ellos no entraron en el pretorio, por no contaminarse, a fin de poder comer de las víctimas de la Pascua. Por eso, Pilato salió afuera, y les dijo: ¿Qué acusación traéis contra este hombre? Y le respondieron: Si éste no fuera malhechor, no lo hubiéramos puesto en tus manos. Les replicó Pilato: Pues, tomadle vosotros, y juzgadle según vuestra Ley. Los judíos le dijeron: A nosotros no nos es permitido matar a nadie. Con lo que vino a cumplirse lo que Jesús dijo, indicando el género de muerte con el que había de morir. Oído esto, Pilato entró de nuevo en el pretorio, y llamó a Jesús, y le preguntó: ¿Eres tú el rey de los judíos? Respondió Jesús ¿Dices tú eso de ti mismo, o te lo han dicho de Mí, otros? Replicó Pilato: Qué, ¿acaso soy yo judío? Tu nación y los pontífices te han entregado a mí; ¿qué has hecho? Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si de este mundo fuera mi reino; claro está que mi gente me hubiera defendido para que no cayese en manos de los judíos; más mi reino no es de aquí. Y le replicó a esto, Pilato: Con que tú eres rey? Respondió Jesús: Así es como dices; Yo soy rey. Yo para esto nací y para esto vine al mundo; para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que pertenece a la verdad, escucha mi voz" (Juan 18, 28-40).

En cuanto a la afirmación de Jesús de que no es de este mundo y que su deber es "bajar" a la tierra para pregonar la verdad y que solo quien en ella estén pueden oír su voz, es un simbolismo bastante claro, incluso para las mentes profanas. Es la clara exposición de un elegido para los oficios sacrificiales tras el descendimiento desde "los Cielos", desde la no-manifestación, en fin, desde dios Mismo, conforme una antiquísima tradición sagrada por cierto, muy anterior a Jesús. En ninguna otra parte se puede leer con tanta claridad la admisión por parte de Jesús de su naturaleza divina. El que hablaba era el Jesús histórico, obviamente mas, el contenido del mensaje trasmitido a Pilato provenía de los estados superiores del ser no manifestado que, sirviéndose del Jesús terrenal, intenta convencer a Pilato para que desista de cometer injusticia, sabiendo que no lo convencerá, pues lo que se ha de consumar es el sacrificio. Con ello, lo que se quiere demostrar es que la maldad y la ceguera de los seres humanos en este final de ciclos cósmicos, son ciegas y sordas, lo que indica la fatalidad de un final exterminador. Mi reino no es de este mundo, dice Jesús, añadiendo: si de este mundo fuera mi reino; claro está que mi gente me hubiera defendido para que no cayese en manos de los judíos. Esta es una afirmación para nada enigmática: si hubiera venido a combatir con las armas a los romanos y liderara a su pueblo como un rey, "su gente" hubiera acudido en su ayuda impidiendo el complot romano-judío y luego la crucifixión mas, como su reino es del mundo cósmico y no terrenal, nadie acude en ayuda del Jesús histórico que debe sufrir las consecuencias de la impiedad para que se cumpla la Palabra y se enseñe al mundo la parábola mayor: la del sacrificio de los justos. Se podría decir que en esta ocasión la naturaleza cósmica de Jesús se impone a la terrena y puesto que su "lucha" no es de este mundo, abandona a su suerte a la naturaleza contingente que será la que  ostente padecimiento y sea crucificada.

Con palabras muy semejantes se expresa Marcos, pero añade una circunstancia destacable, que contiene un simbolismo extraño, aunque a la vista de los profanos, nada singular. Leemos en Marcos:

"Al fin Pilato, deseando contentar al pueblo, les soltó a Barrabás. Y a Jesús, después de haberle hecho azotar, se les entregó para que fuese crucificado. En seguida, los soldados le llevaron entonces, al patio de pretorio, y reuniéndose allá toda la cohorte, le visten con un manto de grana a manera de púrpura, y le ponen una corona de espinas entretejidas. Comenzaron enseguida a saludarle, diciendo: Salve, rey de los judíos. Al mismo tiempo herían su cabeza con una caña; y le escupían, e hincando las rodillas le adoraban."

"Después de haberse así mofado de Él, le desnudaron de la púrpura, y volviéndole a poner sus vestidos, le condujeron afuera para crucificarle. Al paso alquilaron a un hombre que venía de una granja, llamado Simón Cireneo, padre de Alejandro y de Rufo, obligándole a que llevase la cruz de Jesús. Y de esta suerte le conducen a un lugar llamado Gólgota, que quiere decir Calvario, vocablo que proviene de "calavera". Allí le dieron a beber vino mezclado con mirra mas, él no quiso beberlo" (Marcos 15, 1-23).

Dejando de lado lo del manto de púrpura vinculado a la exaltación de la magistratura y el cesarismo de la época, en esta ocasión está más bien enlazado por su color, con la sangre vertida desde Abel por los justos; este color púrpura es, asimismo, el color definitivo de la obra alquímica, la fase tercera de la obra que iniciando el proceso con el negro, pasa al blanco y de éste al rojo purpúreo. El hecho de que los soldados después de desnudarle le arrojasen un manto purpúreo para que se cubriese, predice sin error el vertido de la sangre que se habrá de derramar. Es también y quizá el más adecuado, el de la conclusión de la Gran Obra alquímica. Conclusión que se producirá más que en el instante de su muerte, en el de su resurrección. Esta breve interpretación nos parece suficiente para darle sentido al color del manto. Sólo una cosa más: la desnudez previa a la cobertura que le dará el manto, sirve a la pureza del cuerpo ya castigado físicamente, sin ropas ni adornos, sólo el cuerpo, que en el proceso de la Gran Obra alquímica cubrirá el símbolo sagrado de la desnudez del Jesús simbólicamente cósmico, para luego serle devueltas sus prendas y de ese modo retornar a la verdad histórica que relatan los Evangelios. Los colores asumen el cenit en la representación de la Gran Obra alquímica(6). No obstante, volveremos sobre la túnica cuando tratemos en el capítulo siguiente de la Crucifixión.

Lo que consideramos de más valía, aunque nada debe ser descartado en el orden axiológico, es la corona de espinas. La mofa de los soldados, en su ignorancia estaban destacando con claridad la eminencia de la figura de Jesús, coronado de espinas. El simbolismo de la corona está enlazado al de los cuernos. Todos los héroes de las civilizaciones arcaicas portaban coronas rematadas en aristas fulgurantes, semejantes a espinas, y cuando no, eran yelmos semicirculares terminados en un par de cuernos en sus extremos, como si se extendieran desde las sienes. El David de Miguel Ángel luce un par de cuernos directamente erigidos desde su propia cabeza, y Alejandro era conocido como el hombre de "dos cuernos". La idea básica que irradia el cuerno es la de poder, fortaleza, gobierno, superioridad. En griego, stefanov significa corona, diadema, guirnalda, pero también recompensa, triunfo y gloria, y es esta última acepción la que nos interesa por estar vinculada, obviamente, a las cualidades de Jesús mortificado. La gloria desciende sobre su cabeza coronada de espinas porque cada una de ellas significa un rayo y en su totalidad, un aro que contiene una multitud de rayos, que como los cuernos remiten sin duda a la idea de potencia sacerdotal y real, y puesto que son rayos luminosos, aportan el sentido de la luz que es la chispa escondida en el corazón del ser humano y de todos los entes de la Creación, porque esa chispa interior está presente aunque casi siempre escondida en un rincón de los seres vivos, de los metales y los minerales, según lo enseñan los alquimistas(7). La luz es, por lo demás, el símbolo de la sabiduría. El lenguaje simbólico del pueblo lo expresa de la misma manera, aunque ignorando el valor del símbolo. En efecto, en las tiras de dibujos humorísticos, cuando a un personaje se le ocurre una idea los creativos suelen dibujarle sobre la cabeza, una bombilla irradiando luz; para idéntico efecto simbólico hubiera valido una vela o un candil.

Según René Guénon, "los cuernos, en su empleo simbólico, revisten dos formas principales: la de los cuernos de carnero, que es propiamente solar, y la de los de toro, que es lunar (recuerdan la forma de una media luna)"(8). Los cuernos de la estatua de David son los de carnero, breves y fuertes. Amplificando la idea de que la coronilla del ser humano es la "puerta estrecha" por donde con acceso solsticial se eleva hacia los planos superiores, si esa salida al cosmos está coronada con rayos solares que apuntan hacia la misma dirección, tenemos el significado del símbolo completamente terminado(9). Una diadema de rayos cósmicos circundan la estela que dibuja el ascenso del hombre indiferente, inmóvil y despegado, que está más allá de la vida y de la muerte. Ese Jesús histórico que cediendo su condición de reflejo del estado superior, a su momento se unirá con la Luz Verdadera y accederá al cosmos, atravesará el sol por su centro y en su viaje llegará finalmente al extracosmos de la eternidad(10).

"El hombre moderno a-religioso asume una nueva situación existencial: se reconoce como único sujeto y agente de la historia, y rechaza toda llamada a la trascendencia. Dicho de otro modo: no acepta ningún modelo de humanidad fuera de la condición humana, tal como se puede descubrir en las diversas situaciones históricas. El hombre se hace a sí mismo y no llega a hacerse completamente más que en la medida en que se desacraliza y desacraliza el mundo. Lo sacro es el obstáculo por excelencia que se opone a su libertad. No llegará a ser él mismo hasta el momento en que se desmitifique radicalmente. No será verdaderamente libre hasta no haber dado muerte al último dios"(11).

Los pilares cósmicos del ser humano actual son, como alegoría de un falso e irónico sefirot, el positivismo científico, el hedonismo materialista y el exterminio laicista de lo sagrado. La creación manifestada, la de los griegos, empezó envuelta en un ambiente totalmente sagrado, con la presencia de Dios en cada rincón de la naturaleza, para ir perdiendo esta cualidad a medida que la espiritualidad se fue agostando, perdiendo el verde hacia un ocre deslucido y triste que va, irremediablemente hacia los tramos finales de su destino. La presencia de Jesucristo en la tierra es, en el más exaltado de sus significado, la confirmación de esa fatalidad anunciada para quienes hubieran querido verla entonces y ahora. Quien pueda entender, que entienda, dice Jesús en Mateo 19, 12.

 

NOTAS

(1)
El párrafo de Clemente de Alejandría está obtenido de la obra La Kabbale Juive de P. Vulliaud, citado por René Guénon, en su libro El simbolismo de la cruz, cap. IV. y en El Rey del Mundo, cap. 7, titulado Luz o la morada de la inmortalidad. Por su parte, el propio Guénon también desarrolla la idea de Clemente de Alejandría en el ya mencionado cap. IV de El simbolismo de la cruz
(2)
Ver René Guénon, El Simbolismo de la Cruz, cap. VII. La expresión "sabio perfecto" ya era conocida en los albores del cristianismo; fue usada por Filón como título de una de sus obras: Sobre la migración y la vida del sabio perfecto de acuerdo con la justicia, citado por Eusebio de Cesarea (libro II, cap. 18), como una de las tantas de Filón que llegó intacta a su conocimiento y el de sus contemporáneos.    
(3)
Ver El desasimiento del Maestro Eckhart, en la web de Symbolos: Antología de textos herméticos : "Los profesores elogian grandemente el amor, como hace San Pablo quien dice: "Cualquier obra que yo haga, si no tengo amor, no soy nada" (Cfr. 1 Cor. 13, 1s.). Yo, en cambio, elogio al desasimiento antes que a todo el amor. En primer término, porque lo mejor que hay en el amor es el hecho de que me obligue a amar a Dios, el desasimiento, empero, obliga a Dios a amarme a mí. Ahora bien, es mucho más noble que yo lo obligue a Dios [a venir] hacia mí en lugar de que me obligue a mí [a ir] hacia Dios. Y ello se debe a que Dios se puede relacionar más intensamente y unir mejor conmigo de lo que yo podría relacionarme con Dios. El que el desasimiento pueda obligar a Dios [a venir] hacia mí, lo demuestro como sigue: cualquier cosa gusta de estar en su lugar propio y natural. Ahora bien, el lugar propio y natural de Dios lo constituyen [la] unidad y [la] pureza que provienen del desasimiento. Por lo tanto, Dios debe entregarse, Él mismo, necesariamente a un corazón desasido. Por otra parte, elogio al desasimiento antes que al amor, porque el amor me obliga a sufrir todas las cosas por Dios, en tanto que el desasimiento hace que yo no sea susceptible de nada que no sea Dios. Ahora, resulta que es mucho más noble no ser susceptible de nada que no sea Dios, antes que sufrir todas las cosas por Dios, porque en el sufrimiento el hombre presta una cierta atención a las criaturas de las cuales proviene el sufrimiento del ser humano, el desasimiento, en cambio, se halla completamente libre de todas las criaturas."
(4) Idem nota nº 2.
(5) Ver Biunidad y dualidad de Jesús.
(6)

En Fulcanelli, El misterio de las catedrales, p. 103, ed. Plaza y Janés, se puede leer lo siguiente: "Para dar una idea del alcance que toma el simbolismo de los colores (y en particular de los tres colores mayores de la Obra ), observemos que siempre se representa a la Virgen vestida de azul (equivalente al negro); a Dios de blanco y a Cristo de rojo".

(7) Ver más adelante Crucifixión, donde se explica la tesis alquimista.
(8) R. Guénon, Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada, p. 152.
(9)

El símbolo de la "puerta estrecha" está no solamente en escrituras sagradas, como en el cristianismo (Mateo, 7, 14) sino en todas las culturas y mitos. Ver: Mircea Eliade, Lo sagrado y lo profano, p. 132 y René Guénon, Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada, cap. XLI, dedicado íntegramente al tema.

(10) Ver acerca de este tema, más adelante: Resurrección.
(11) Mircea Eliade, Lo sagrado y lo profano, p. 148, ed. Paidós.