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NARCISO LUÉ

"EL PARÁCLITO"(*)

(6-04-2007)

Después de la Resurrección... el Paráclito. Porque dijo Jesús: Yo os digo la verdad; os conviene que Yo me vaya, porque si Yo no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré (Juan 16, 7).

Una de las cuestiones más ásperas con las que el cristianismo y más específicamente el catolicismo hubo de enfrentarse a sus detractores fue y sigue siendo la de la Trinidad. En su momento el arrianismo arrinconó a los teólogos católicos demandándoles coherencia y repartiendo diatribas acusándolos de fraude teológico por predicar la unicidad divina y a la vez la existencia de una Trinidad igualmente divina. Si hay un Dios-Padre y un Dios-Hijo, sostenían, hay un antecesor y un descendiente. Por lo tanto, hay dos dioses y no uno solo. Como es de advertir, se trata de una cuestión para nada histórica-terrenal, sino puramente teológica, lo que implica una buena dosis básica de metafísica.

A esta cuestión por nuestra parte, le damos suficiente sostén en el capítulo Biunidad y dualidad de Jesús. Aquí, nos centraremos en la tercera persona: la del Espíritu Santo, no sin antes advertir que a nuestro juicio el error de los teólogos católicos consiste en la formulación o definición de la Trinidad pues, más que afirmar que se trata de tres personas distintas y un solo Dios verdadero, habría que decir que se trata de tres maneras que tiene el ser humano de concebir a Dios. Del mismo modo que se pregona un Dios Bueno, un Dios Justo, un Dios Eterno, un Dios... y a nadie se le ocurre pensar en más de un Dios, del mismo modo se puede decir de un Dios Padre, un Dios Hijo y un Dios Espíritu. Que sea o no posible atribuir a Dios-Creador cualidades típicamente humanas, es algo que tiene que ver con los dogmas de cada religión, y no nos referimos solamente a las tres monoteístas que existen en la actualidad, sino, incluso, a las arcaicas.

La primera aproximación al tema nos obliga a considerar que sólo encauzando el pensamiento por la senda de una metafísica intuitiva es posible captar de modo subjetivo algún grado de conocimiento de lo sagrado. Ya sabemos que los agnósticos niegan toda posibilidad de conocer alguna dimensión de lo sagrado, por lo cual ni niegan ni admiten la existencia de Dios porque para ellos, Dios es, de existir, inaccesible al conocimiento humano. Sin negar la concepción agnóstica, sería igualmente lícito el aserto de quienes se aferran a esa posibilidad, aunque con una dimensión estrictamente personal y por ende, intransferible, dado que todo lo que existe puede ser conocido, salvo para los ineptos por lo cual, hecha esta salvedad, de persistir, no se podría hablar de agnosticismo sino de ateísmo. Esta intuición de lo sagrado puede ser explicada, aunque con enorme dificultad porque es un conocimiento que trasciende lo puramente ontológico, en virtud de que la metafísica intuitiva de la que ya hablaba Platón aunque con resultado óntico (1), no permite definiciones claras y altamente comprensivas porque carecen del sustento de la realidad física de la que se pueden obtener conceptos mediante el acto intelectivo de la abstracción, según lo explica la gnoseología aristotélica.

Como no sea acudiendo a ejemplos analógicos o de reflexión, nada se adelantará en la comprensión de la idea de lo sagrado que experimenta otra persona. Platón definió el mundo físico como una copia de la realidad absoluta, y de ahí que la división de la Creación entre lo visible y lo invisible se corresponda con el conocimiento de lo sensible y lo inteligible (2). Teniendo en cuenta que lo manifestado de la Creación es el reflejo de lo no manifestado pero no por ello inexistente, con ese apoyo se puede intentar la explicación, bien entendido que va dirigida a personas con un grado de espiritualidad suficiente como para captar ciertas ideas no residentes en el trasiego de la vida actual, teñida de materialismo y maldad (3). La ciencia sagrada sólo es capaz de ser desarrollada haciendo uso de la intelección intuitiva, muy lejos de la intuición sensible obtenida de la aproximación del acto gnoseológico intelectual (νóησις) a la φυσις, lo que en otras palabras se podría explicar diciendo que la intuición metafísica se basa en una visión intelectual de lo sagrado, en tanto que dimensión no manifestada de la Creación.

Hay una diferencia sustancial entre el conocimiento propio de la metafísica ontológica y de la metafísica intuitiva. En ambos casos interviene la mente sólo que, en un caso con la razón mientras que en el otro con el intelecto. La metafísica ontológica obtiene resultados relativos al ser en cuanto ser pero, de un ser existente en la Creación manifestada o sea, la φυσις griega. Se trata de un ser sustancial y que ostenta accidentes relativos a su singularidad: sustancia y accidente que llevados a una categoría superior del conocimiento metafísico es capaz de lograr determinar la esencia de ese ser, más alejado de la física o naturaleza en sentido griego. Todo este proceso gnoseológico aplicado a lo físico obtiene mediante la abstracción una serie interminable de conceptos que esencialmente son aplicables a una gran cantidad de seres concretos; son los universales de que habla Aristóteles. El concepto hombre es aplicable a todos y cada uno de los seres humanos existentes y que han dejado de existir y que existirán en el futuro (ser en potencia a la espera de su actualización).

La visión intelectual que es propia de la intuición no sensible, en cambio, no produce conceptos aplicables a una serie de seres no manifestados, sino que produce un conocimiento directo del objeto cognoscible (4). He ahí la diferencia. Porque en definitiva, el concepto es una apoyatura mental para captar un ser físico, aunque intelectualizado mediante la abstracción con lo cual desaparece la individualidad; sin embargo, pese a ese alto grado de abstracción conceptual, sigue atado a lo físico, aunque mediante generalizaciones. El conocimiento ontológico, sea generalizador mediante la obtención de su esencia, o singularizado en el ser sustancial, siempre será un conocimiento derivado, indirecto y asido a lo físico, mientras que la visión intelectual de una intuición nada tiene de indirecto pues, por el contrario, se trata de un enfrentamiento entre la cualidad gnóstica del ser humano y el objeto conocido. No hay concepto porque no hay abstracción, y no hay abstracción porque el pensamiento sostenido por la inteligencia, conoce directamente el objeto como si se tratara de un deslumbramiento, un flash, y no una luz o un rayo de luz buscado con afán mediante la abstracción. Como decía Aristóteles, el pensamiento y lo pensado son la misma cosa.

En la tradición aristotélico-tomista esta cuestión se explica con fundamentos semejantes aunque con terminología propia, como es lógico. Para esta escuela filosófica hay tres clases de esencias: dos físicas y una inmóvil; y si “todo ser en acto tiene, al parecer, la potencia, mientras que el que tiene la potencia no siempre pasa al acto” (5), resulta que existe en la Creación un estado de manifestación (lo físico) y un estado de no manifestación (lo no visible), que es inmutable. La mutabilidad es una cualidad propia del ser sensible, mientras que la inmutabilidad no produce cambio alguno y aunque se trate de un ser en acto, no es susceptible de mutación. Se puede colegir que estos principios filosóficos se adecuan perfectamente a la teoría de la Creación manifestada y no manifestada que es propia de la tradición hermética, y que a su vez coinciden en lo sustancial con la teoría platónica del conocimiento de lo sensible y lo inteligible. La separación de estos dos “mundos” o ámbitos dentro de la Creación toda, se puede colegir de estas reflexiones: “Es evidente, conforme con lo que acabamos de decir, que hay una esencia eterna, inmóvil y distinta de los objetos sensibles. Queda demostrado igualmente que esta esencia no puede tener ninguna extensión, que no tiene partes y que es indivisible. Ella mueve, en efecto, durante un tiempo infinito. Y nada que sea finito puede tener una potencia infinita” (6).

Está visto que aun en filosofías irreconciliables, la admisión de dos “maneras de ser” de la Creación, así como las actitudes gnoseológicas que se deben asumir para el conocimiento de cada uno de los “ámbitos” de lo creado, son admisibles aunque claramente diferenciadas. Dejando de lado la consideración de la cualidad (real o irreal) de los entes en razón de los distintos resultados propios de cada ontología, lo cierto es que se afirma la existencia de una esencia inmutable, eterna, veraz, inmóvil que, y esto es lo importante, exige para su conocimiento parámetros gnoseológicos singulares y por ende, del todo diferentes de los que se utilizan para el conocimiento de la realidad sensible (φυσις). Esta introducción al tema central del Paráclito y su participación en la doctrina cristiana de la Trinidad Santa, nos ha servido para encarar la cuestión con una advertencia nada desdeñable: no se puede conocer lo no manifestado de la Creación de la misma manera que lo manifestado; simplemente, porque tienen diferente “esencia” o, si se quiere, dificultades dispares para obtener el conocimiento de ellas.

Para simplificar el resultado gnóstico obtenido en el capítulo acerca de la Biunidad y dualidad de Jesús, aquí nos basta con recordar que a nuestro juicio, Dios es la Eternidad, o de lo contrario habría que admitir que existieron dos Creaciones: la de la eternidad, independiente de toda otra consideración, y luego la del Universo manifestado y no manifestado, y con ella, el tiempo, lo que constituye una afirmación absurda. Ya en aquellos tiempos de la aurora del pensamiento humano, Aristóteles reconocía que tal dualidad (Dios-Eternidad) era en realidad, un concepto simple e indivisible cuando afirmó refiriéndose a Dios, que “La vida reside en él, porque la acción de la inteligencia es una vida, y Dios es la actualidad misma de la inteligencia; esta actualidad tomada en sí, tal es su vida perfecta y eterna. Y así decimos que Dios es un animal eterno, perfecto. La vida y la duración continua y eterna pertenecen, por lo tanto, a Dios, porque esto mismo es Dios(7) (el subrayado es nuestro).

Si la Eternidad es Dios y viceversa, la cualidad divina de la naturaleza doble de Jesús contiene la Eternidad sustentada por el cuerpo histórico de Jesús físico, sensible, mutable. Si lo único carece de la posibilidad de división, no es admisible hablar de un Dios-Padre y un Dios-Hijo como de dos cosas distintas relativas a un mismo objeto de conocimiento. Si como dice Aristóteles “la sustancia sensible es susceptible de mudanza” y “todo lo que cambia tiene una materia” (8), está claro que lo físico tiene la cualidad del cambio o la alteración, y ha de ser pensado como un ser en acto que puede ser conocido como ser sustancial, sea como esencia, como universal, como género y como sujeto; a su vez, es un ser que en existencia admite accidentes o sea: lo que no subsiste ni siempre, ni en la mayoría de los casos (9). Si el objeto del pensamiento es compuesto a causa de la variabilidad propia de los accidentes, la inteligencia en tal caso, mudaría, porque recorrería las distintas partes del objeto y de una a otra parte, de uno a otro lugar, de una a otra cualidad e incluso cantidad. Esa modalidad del pensamiento es propia de los entes materiales, los que están en la existencia y mudan y se mueven.

Mientras que los seres inmateriales, careciendo de tales cualidades, son pensados de modo diferente. La inmaterialidad permite pensar en tales objetos asumiendo la existencia del pensamiento mismo, porque al carecer de existencia propia, no tienen una existencia independiente de quien los piensa o, para decirlo mejor, del pensamiento que los piensa. Y como corolario decir que, “el pensamiento eterno, que también se apodera de su objeto en un instante indivisible, se piensa a sí mismo durante la eternidad” (10). Quizá sea esta última reflexión de Aristóteles la más bella y a la vez certera aproximación a lo que en lenguaje platónico se conoce como el conocimiento noético.

Asumiremos que la inmaterialidad de la filosofía clásica se corresponde con el ámbito no manifestado de la Creación, en lenguaje de la ciencia tradicional hermética. Si ello es así, los estados superiores del Ser son susceptibles de pensamiento, pero no de un pensamiento volcado a unos resultados ontológicos pues, evidentemente que no se trata del ser en cuanto tal o más propiamente del ente en cuanto ente. Esta inmaterialidad, esta no manifestación de la Creación reclama un comportamiento gnoseológico que descarta toda fantasía dimanante de la imaginación; por el contrario, ha de ser un acto gnoseológico propio de toda intelección, pero de una intelección intuitiva, que permita “ascender” a tales estados superiores por la generación de un conocimiento directo, sin la intermediación de conceptos, universales o abstracciones. Por ello, y tal como se dijo en líneas anteriores, esta suerte de conocimiento es subjetivo e intransferible y difícil de explicar a los demás. Es el típico conocimiento de lo sagrado.

Con todo lo dicho desembocamos en el Paráclito, en tanto que ser inmaterial, no manifestado y “residente” en los estados superiores de la Creación. Como consecuencia de ello, deben ser examinados dos aspectos dispares: el conocimiento de lo que es para el ser humano el Paráclito para lo cual echaremos mano de los textos bíblicos si lo consideramos como un objeto teológico de conocimiento, y de otra parte la relación que este espíritu celestial tiene con la concepción cristiana de la Trinidad de un punto de vista puramente metafísico. No obstante la limpieza gnoseológica de tal acceso a lo sagrado, no es comparable el conocimiento del Paráclito con el de los hiperbóreos porque aquéllos conocían lo sagrado de modo directo porque lo sagrado estaba manifestado de manera permanente, mientras que el modo directo de acceso al Paráclito y sus mensajes se logra tras un ejercicio de metafísica intuitiva. Esta intuición no era necesaria para los hiperbóreos porque les bastaba posar sus sentidos en lo sagrado para “verlo” sin intermediaciones mentales o psicológicas. En algún sentido, la actitud del hombre hundido en la Kali Yuga es más meritoria porque debe afrontar la iniciación de una serie de grados del conocimiento para lograr el fin perseguido.

La visión gnóstica se presenta como una individualidad a los ojos del ente cognoscente y no constituye a este respecto ninguna novedad (11). Es el Paráclito como objeto de pensamiento teológico, un ser inmutable, de una inmutabilidad generada y por lo tanto, individual, pues en principio el ser humano no aprecia su verdadera naturaleza. Tal individualidad no se corresponde con ninguno de los innumerables estados del ser contingente, sino que se encuentra con su singularidad, inmersa entre los demás seres incorporados en el ámbito de lo no manifestado. Esta copia o reflejo de la realidad contingente es la primera visión que el ser humano contempla del Espíritu Santo; lo considera como algo que “reside” en lo no manifestado, desde donde emite los mensajes en el “lenguaje de los pájaros” o “lenguaje celestial” a los elegidos para que sean éstos quienes los trasmitan a los humanos a quienes en realidad van dirigidos. Pero, esta visión primera no es la verdadera pues es preciso ahondar más aún en el conocimiento para descubrir la diferencia habida entre el Paráclito y entidades como los arcángeles, ángeles y tronos quienes, en razón de su naturaleza constituyen un ingrediente de la Creación no manifestada integrando la pléyade de Jerarquías Celestiales. El Paráclito es una cualidad de Dios y por lo tanto será objeto de conocimiento en la medida que el Creador lo “agita” para que cumpla su misión de intermediario entre el Cielo y la Tierra, donde residen el hombre y la mujer. Hay, pues, una diferencia entre los entes no manifestados pero ya creados, y el Paráclito, porque éste no es un ente sino una cualidad divina, como acabamos de decir.

El propósito de este capítulo es demostrar que el Espíritu Santo no forma parte de la Trinidad como un ser individualizado, porque la Trinidad es la expresión de humano entendimiento de tres atributos de Dios: la Eternidad creadora (Dios-Padre), la redención de los arrepentidos y advertencia del Kali Yuga de nuestra Manvántara (Dios-Hijo), y la Sabiduría originaria (el Espíritu Santo), quien tiene, por añadidura, la virtud de consolar a la grey de Jesús.

Mas, Yo os digo la verdad; os conviene que Yo me vaya, porque si Yo no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré. Y cuando Él venga, convencerá al mundo en orden al pecado, en orden a la justicia y en orden al juicio. En orden al pecado, por cuanto no han creído en Mí; respecto a la justicia de mi causa, porque Yo me voy al Padre, y ya no me veréis; y tocante al juicio, porque el Príncipe de este mundo ha sido ya juzgado. Aun tengo otras muchas cosas que deciros, mas por ahora no podréis comprenderlas. Cuando venga el Espíritu, de verdad Él os enseñará todas las verdades necesarias para la salvación; pues no hablará de suyo, sino que dirá todas las cosas que habrá oído, y os pronunciará las venideras. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío, y os lo anunciará. Todo Lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá de lo mío y os lo anunciará (12).

Sin pretender ser exhaustivo, baste en este lugar realizar tres puntualizaciones en orden al tema que nos ocupa. En primer lugar la advertencia que hace Jesús a sus discípulos a quienes revela que si Él no se va, el Espíritu Santo no vendrá a ellos, o lo que es lo mismo decir que si está Jesús en la tierra, sobra el Paráclito, quien sólo consolará si se ausenta Jesús, porque como hemos dicho en líneas anteriores, el Paráclito no es otra cosa que uno de los atributos divinos. Por ello, en segundo lugar queremos apuntar que les aclara Jesús a sus discípulos que el Espíritu Santo “no hablará de suyo, sino que dirá todas las cosas que habrá oído”, que es un modo metafórico de decir que hablará por boca de Dios-Padre y de Dios-Hijo, ya que el Paráclito no es otra cosa que la Sabiduría original que será trasmitida a los elegidos (en este caso a los apóstoles) para que recibiendo tal sabiduría en el lenguaje de los pájaros, puedan luego recorrer el mundo predicando la palabra de Dios. Y la tercera puntualización se refiere a la Unicidad de Dios, que parece quebrarse con la expresión Dios-Padre y Dios-Hijo, cuando en realidad son la misma cosa, y así resulta de la frase de Jesús: Yo me voy al Padre. No dice que se va a sentar a la diestra de Dios-Padre, sino que va al Padre, que es lo mismo que decir vuelvo a mí mismo.

La interpretación exotérica que se ajusta a los significados de las palabras y las frases no conduce a las cercanías de los símbolos básicos del cristianismo. Por ello queremos insistir una vez más respecto del enunciado de la Santísima Trinidad sosteniendo que debe ser éste: tres concepciones que tiene el ser humano de la grandeza de Dios, y no como se sigue oyendo decir que la Trinidad está integrada por tres personas distintas y un solo Dios verdadero, expresión que destroza cualquier comprensión lógica, como sostenía el arrianismo. Porque una cosa es desentrañar el significado de los aspectos simbólicos del cristianismo, y otra distinta justificar lo que a primera vista resulta contrario a la lógica y a la comprensión más modesta cuando viene exigida por un recto ejercicio de la razón.

* * * * *

El Espíritu Santo, el Paráclito o simplemente Espíritu, está presente a lo largo de toda la tradición judeocristiana. Se lo menciona en el Antiguo Testamento/Tanaj, en el Nuevo Testamento e incluso en los controvertidos manuscritos del Mar Muerto, de autor o autores desconocidos y que casi la totalidad de los investigadores rechazan como certeza que la secta que allí vivió o que simplemente depositó en esas cuevas de Qumrán aquellos rollos de variado contenido hubieran sido los esenios, palabra que no aparece ni una sola vez en esos manuscritos, pues la secta se llamaba a sí misma “la comunidad”.

Lo destacable del Espíritu es que aparece en los textos bíblicos cumpliendo misiones diversas. A veces como informante de episodios importantes; otras, como mensajero de Dios; en ocasiones como Consolador de las almas; también como protector de la grey y como trompeta que rasga el espacio anunciando la palabra final del Mesías en su segundo descenso a la tierra, en la consumación de los tiempos. Reflexionaremos acerca de algunas de las citas bíblicas (13).

No hay que buscar mucho en la Biblia para encontrar por primera vez la palabra Espíritu:

En el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra, empero, estaba informe y vacía, y las tinieblas cubrían la superficie del abismo. Y el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas (Génesis 1, 1-2).

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             xwrw Mwht ynp l( K#xw whbw wht htyh Cr)h                           
                     (14) Mymh ynpl( tpxrm Myhl)

Se puede observar que el texto católico y de la mayoría de las iglesias cristianas alejadas del papado, es casi idéntico al texto hebreo en sus primeros versículos. Más adelante se sustituye en el texto a los Elohim (Myhl)) por YHVH, lo que dio lugar a una doble concepción del Tanaj: los escritos debidos a los Elohim y los que responden a la inspiración de YHVH que, por lo demás, fue uno de los 72 Elohim, de quienes se apartó para incidir en la Creación con espíritu propio, exclusivo y excluyente.

La interpretación exotérica nos muestra a un Creador artesano, separando las aguas para la emersión de una tierra informe y vacía; en una palabra, el caos, y el Espíritu del Creador moviéndose sobre las aguas. Las aguas no eran caóticas, sino solamente la tierra; y esto es así porque las aguas tienen en este pasaje bíblico un simbolismo relacionado con la emersión. La primera aproximación a la evidencia esotérica indica que el comienzo de este relato cosmogónico se apoya en una arcaica tradición recordada por Mircea Eliade, en la que las aguas contienen la virtualidad universal de toda creación (15). De las aguas que simbolizan la no manifestación de lo creado, emerge lo manifestado o naturaleza en el sentido más amplio de la palabra.

En cuanto a que el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas, también exotéricamente muestra a un Creador trabajando en la materia húmeda para preparar la emersión de la tierra, lo que esotéricamente es imposible de ser aceptado. Dios no trabaja, pues se trata de una metáfora salvo para explicar a los más alejados de las concepciones sagradas, que a Él se deben todos los entes de la manifestación creativa del Universo. Lo que sin embargo tiene significado inequívoco es en el nacer y también un re-nacer que están simbolizados en el tránsito de las tinieblas a la luz, del fango tenebroso a la claridad de la vida, algo que se comprende sin dificultad en estos versículos del Tanaj. Y no podía ser de otra manera si, como tantas veces lo hemos recordado, todas las lenguas y todas las tradiciones sagradas provienen de una fuente común: la sabiduría original. Y es en este aspecto donde queremos detenernos un poco, no sin antes hacer un paréntesis para interpretar lo del abismo (las tinieblas estaban sobre la faz del abismo). Ese abismo no es la sima al borde de un risco. No es el precipicio en el que los cuerpos caen, sino la no manifestación, que no se debe confundir con la nada, porque ésta no es, mientras que la no manifestación es un modo de ser de la creación. Y entrando a la cuestión del Espíritu, merece también una interpretación esotérica. Porque ninguna doctrina sagrada debe ser interpretada de modo exclusivo con sometimiento a la literalidad de sus textos.

Si nos preguntáramos qué tiene que ver la mención del Espíritu de Dios (Myhl) xwr) con su Dios de hacer emerger de las aguas la tierra húmeda, habría que ahondar en el concepto bíblico del Espíritu en la tradición judeocristiana. Sin alejarnos por el momento de esta primera mención del Espíritu que contiene la Biblia, es de advertir que se “movía” sobre las aguas, que era lo único creado. Unas aguas caóticas y tenebrosas de las que debía emerger por causa de la voluntad divina, la Tierra, donde el Espíritu no dejará de influir. Pero esta emersión tiene un alto grado de simbolismo hierofánico, por cuanto precede a la Creación y la reabsorbe sin traspasar los límites de su propio modo de ser que está dado por la imposibilidad de manifestarse como una forma (16). En este sentido, las aguas sobre las que se movía el Espíritu de Dios no equivalen a las tinieblas del infierno, sino al ámbito creado de la virtualidad de las formas, donde se hará presente también el hombre y luego la mujer. Ese es el significado del caos del Génesis/Bereshit, y no un caos enemistado con los entes de toda la Creación. Más bien, es la madre de la naturaleza en tanto que manifestación de todas las formas cognoscibles.

El moverse sobre las aguas atrapa la idea de una agitación del Espíritu sobre el caos virtual para que se produzca esa emersión donde residirán los entes y empezará el tiempo a fluir. En definitiva, el movimiento del Espíritu divino no es otra cosa que la artesanía sagrada de la manifestación que emerge de la no manifestación y que en la Biblia, con una visión exotérica se lo representa como una tiniebla caótica, casi repudiable y para nada benéfica. Por ello, tenemos que insistir que las doctrinas sagradas deben ser interpretadas con alcance esotérico y no exotérico, pues de no hacerlo así, sólo se consigue descubrir contradicciones, y se promueven conceptos erróneos, a veces favorables y otras, del todo incompatibles con lo benéfico para el ser humano.

Ese movimiento del Espíritu es la traducción católica del Antiguo Testamento/Tanaj, que tiene en la versión original hebrea, un significado distinto. El verbo que se lee en Bereshit es tpxrm, que se ha traducido como “revolotear”(17), y parece ser una traducción acomodada a la raíz del verbo utilizado, pues está emparentado con “vuelo” (Pxr), porque bien visto ambos verbos tienen la misma virtualidad conceptual en tanto que dan a entender que el Espíritu se mantenía suspendido sobre la superficie de las aguas Mwht ynp l(, revoloteando (tpxrm). La idea completa es, pues, que el Espíritu de Dios (Myhl) xwr) se mantenía fuera del caos informe de donde emergería la manifestación de lo creado. Piénsese que la misma raíz Pxr significa “apartado, distante”, y también “extensión”, de lo que resulta que el Espíritu de Dios se encontraba suspendido sobre la superficie de las aguas informes, extendido sobre ellas y distante del caos. No formaba parte de ese primer momento de la Creación que fue lo no manifestado, sino que se mantuvo distante, apartado de la Creación no manifestada y de la cual habría de surgir la Creación manifestada de los entes puestos en la existencia donde el movimiento es la cualidad más sobresaliente, si descartamos al “tiempo”, que es el factor de medición de los hechos sucesivos de la historia de la humanidad.

Este Espíritu no es el movimiento o energía que puso en marcha el acto creador; tampoco es parte de la Creación mas, si aceptamos la idea de que Dios es la Creación y no algo “salido” de Él, llegaremos a la conclusión de que su Espíritu es una forma alegórica de referirnos a Él Mismo, puesto que su Espíritu no puede ser otra cosa que su Mismidad presente en la Creación. Si esto parece ser tan evidente, ¿por qué razón en el Génesis/Bereshit se lo introduce? Tal vez sea porque para el ser humano el Espíritu de Dios “tiene” que estar presente para favorecer su fe en el Creador y Gran Desconocido, sea como fuerza atrayente del espíritu humano necesitado de alguna señal hierofánica, sea como guía permanente pues sin ese Espíritu vagaría extraviado por los rincones de la Creación. A lo largo de toda la historia sagrada de los hebreos, el espíritu de Dios siempre estuvo presente: a veces para echarles una mano en los momentos difíciles; a veces para reprenderlos y hasta castigarlos con deportaciones masivas lejos de la tierra prometida. En los primeros momentos de la Creación quiere Dios estar presente para tranquilizar a los espíritus temerosos y domeñar a los díscolos, premiar a los obedientes y vigilar a los descarriados.

Asume este Espíritu divino variadas singularidades. La expresión bíblica “arrebatado del Espíritu del Señor” se la encuentra en I Samuel 10, 10; 11, 6; 19, 20, lo que denota una consubstanciación entre lo sagrado y lo profano. En Nehemías 9, 20 el Espíritu instruye a los israelitas por medio de Moisés, lo que lo convierte en una línea conductora entre las instrucciones divinas y la recepción de ellas a través de Moisés, elegido de Dios para interpretar el “lenguaje de los pájaros”(18). En Job 32, 8, el Espíritu, con su inspiración, proporciona la inteligencia a los seres humanos depositándola en el alma. En el Libro de la Sabiduría 1, 7, el Espíritu se identifica claramente con Dios Mismo, con estas palabras: Por cuanto el Espíritu del Señor llena el mundo universo, y como comprende todas las cosas, tiene conocimiento de todo, hasta de una voz. No se puede negar que tal identificación se adecua perfectamente a la idea del Espíritu del Génesis/Bereshit que explicamos en líneas anteriores. En el mismo sentido y con mayor elocuencia, Isaías 40, 13: ¿Quién ayudó al Espíritu del Señor? O, ¿Quién fue su consejero, o le comunicó alguna idea? ¿A quién Él llamó a consulta, o quién hay que le haya instruido a Él, o mostrándole la senda de la justicia, o comunicándole la ciencia, o le haya hecho conocer el camino de la prudencia? Está muy claro que el espíritu se identifica en este pasaje bíblico del Tanaj con la Sabiduría originaria de la que desciende todo conocimiento humano y todas las lenguas muertas y vivas. A veces, el Espíritu se identifica con Dios; otras, con su sabiduría; otras, con su inspiración para instruir, en fin, que asume distintas misiones terrenales. La cita completa sería demasiado extensa y sin más provecho que lo tratado hasta aquí, pues la intención era la de comprobar cómo este Espíritu del Tanaj tiene las mismas cualidades que el del Nuevo Testamento, según veremos. Se trata, pues, de una línea no interrumpida de lo que se ha dado en llamar la tradición judeocristiana. Sólo añadir que en los Rollos del Mar Muerto, se enseñaba que el Espíritu Santo inspiró a quienes escribieron acerca de la revelación divina, que es lo que se lee en Nehemías 9, 20.

Al entrar al tratamiento del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento habrá que tener presente en cada episodio consultado, la circunstancia de la doble naturaleza de Jesús, pues esa relación Espíritu Santo-Jesús se evidencia de manera distinta según sea el contenido de cada episodio evangélico que está siempre respondiendo a esa dualidad. Asimismo, es de advertir que el Espíritu Santo está con Jesús en vida y como una promesa de seguro advenimiento tras su muerte. Así, por ejemplo, Marcos, en el inicio mismo de su Evangelio deja leer lo siguiente:

“Principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios, conforme a lo que se halla escrito en el Profeta Isaías: He aquí que despacho Yo a mi Ángel ante tu presencia, el cual irá delante de Ti, preparándote el camino. Esta es la voz que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, hacedle rectas las sendas. Estaba Juan en el desierto bautizando y predicando el bautismo de penitencia para la remisión de los pecados. Acudía a él todo el país de Judea, y toda la gente de Jerusalén, y confesando sus pecados recibían de su mano el bautismo en el río Jordán. Andaba Juan vestido con un saco de pelo de camello y un ceñidor de cuero a la cintura, sustentándose de langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo: En pos de mí viene otro que es más poderoso que yo, ante el cual no soy digno ni de postrarme para desatar la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua mas, Él os bautizará con el Espíritu Santo”.

“Por esos días fue que vino Jesús desde Nazaret, ciudad de Galilea, y Juan le bautizó en el Jordán. Y luego, al salir del agua, se abrieron los Cielos y el Espíritu Santo descendió en forma de paloma, y se posó sobre Él mismo. Y se oyó esta voz del Cielo: Tú eres el Hijo mío querido, en ti me estoy complaciendo”.

“Luego el Espíritu Santo le arrebató al desierto, donde se mantuvo cuarenta días y cuarenta noches. Allí fue tentado por Satanás; moraba entre las fieras y los Ángeles lo asistían”(19).

Según Lucas, transcurridos los cuarenta días y sus noches, el Espíritu Santo seguía en Jesús:

“Entonces Jesús, por impulso del Espíritu Santo, volvió a Galilea, y su fama recorrió toda la comarca. Él enseñaba en las sinagogas, y era estimado y honrado por todos. Habiendo ido a Nazaret, donde se había criado, entró, según su costumbre, el día del sábado en la sinagoga, y se levantó para encargarse de su lectura. Para ello le fue entregado el libro del Profeta Isaías. Y abriéndolo, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor reposó sobre Mí; con lo cual me ha consagrado con su unción divina, y me ha enviado a evangelizar a los pobres, a curar a los que tienen el corazón contrito, a anunciar la libertad de los cautivos, y a los ciegos la vista, a soltar a los que están oprimidos, a promulgar el año de las misericordias del Señor o del jubileo, y el día de la retribución. Y luego de enrollar el libro se lo entregó al ministro y se sentó. En la sinagoga, todos tenían sus ojos fijos en Él”(20).

Antes de proseguir con otras citas es conveniente reflexionar acerca de estos dos pasajes de los evangelistas Marcos y Lucas que acabamos de transcribir. No insistiremos en lo que tenemos dicho en capítulos anteriores acerca de la doble naturaleza de Jesús (21) y el significado esotérico del bautismo practicado con agua (22). No obstante, estas dos citas contienen mensajes singulares.

Queremos destacar que cuando Marcos se refiere a Juan el Bautista, lo hace reseñando ciertos aspectos personales como ser su modo anacoreta de vestir y vivir lo que, si le añadimos sus palabras que, según Marcos, predicaba el bautismo de penitencia para la remisión de los pecados, nos da una imagen de un auténtico esenio, sobrio, virtuoso y siervo leal del Señor. Porque en realidad, la remisión de los pecados en la doctrina cristiana es una misión encomendada por el Padre a su Hijo, lo que operaría mediante el sacrificio Pascual de la Crucifixión. Esa penitencia a través del bautismo con agua tiene mucho que ver con la doctrina de los “últimos días” que predicaban los esenios y los integrantes de la auto denominada “Comunidad” por los que residieron y depositaron los rollos en las cuevas de Qumrán, a orillas del Mar Muerto. Juan estaba convencido que tras él vendría el Mesías, pues el fin de los tiempos estaba muy cercano. Al fin de cuentas, cristianos y esenios, así como los integrantes de la Comunidad que algunos pocos creen que fueron los esenios sin que hayan pruebas evidentes de tal hecho histórico, todos creían en el final próximo de este ciclo cósmico y con ello, el advenimiento del Paráclito; incluso Jesús lo presagió después de vaticinar la destrucción de Jerusalén y su Templo, diciendo:

“Y se verán fenómenos prodigiosos en el sol, la luna y las estrellas, y en la tierra estará consternada toda la gente por el estruendo del mar y de las olas; secándose los hombres de temor y de sobresalto por las cosas que han de sobrevenir a todo el universo; porque las virtudes de los cielos o esferas celestes se bambolearán; y entonces será cuando vean al Hijo del Hombre venir sobre una nube con gran poder y majestad. Y vosotros, al ver que comienzan a suceder estas cosas, abrid los ojos y alzad la cabeza, porque vuestra redención está cerca” (23).

Juan bautizó con agua a Jesús, y aunque predijo que después de él vendría otro que sería más poderoso y a quien ni siquiera sería digno de desatar las correas de sus sandalias, parece ser que cuando practicó ese bautismo de Jesús, no lo reconoció, pues se lee en el Evangelio de Mateo, que Juan, prisionero de Herodes, envió a sus discípulos a averiguar qué había de cierto acerca de los milagros que llevaba a cabo ese hombre llamado Jesús, y la pregunta esencial era, en relación a si era o no el Mesías:

“¿Eres Tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro? A lo que Jesús les respondió: Id y contad a Juan lo que habéis oído y visto. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia la Buena Nueva a los pobres, y bienaventurado aquel que no tomare de Mí, ocasión de escándalo” (24).

Con lo dicho se puede colegir que la relación habida entre Jesús y el Bautista, desde un punto de vista teológico se podría decir que ha sido escasamente instrumental, pues son dos caminos que apenas se tocan en episodios necesarios para el afianzamiento esotérico de la doctrina sagrada, sin otra consecuencia destacable. Lo hecho por Juan sirve a la finalidad de la hierofanía cristiana, cualquiera sea la veracidad histórica que se le quiera dar a esos dos episodios contradictorios de los Evangelios.

El Espíritu Santo se posa en Jesús cuando sale del agua ya bautizado y la voz que se oye desde el Cielo (la de Dios-Padre) diciendo que Jesús es el Hijo querido, no hace más que confirmar la interpretación de que ese Espíritu divino es la sabiduría divina con la que el Creador posa su esencia en este Hombre-Dios que ha de cumplir con su misión en la tierra. Ese Espíritu lo arrebata de sus hábitos, de lo que era su vida para fortalecer sus virtudes humanas, llevándolo al desierto donde deberá permanecer cuarenta días y cuarenta noches sufriendo las tentaciones del demonio, lo que no ha de ser interpretado literalmente como si de verdad el Espíritu lo hubiera llevado en vuelo al desierto, pues para soportar los embates del demonio no es preciso viajar a parte alguna, ya que está presente en todo sitio y tiempo histórico. Esa lucha se libra en el interior de cada persona donde quiera que esté. Esta templanza que precisaba el Jesús hombre, el Jesús histórico, duró cuarenta días y sus noches hasta que la sabiduría de Dios detuvo la prueba por haberse cumplido el propósito. De esta manera, el Jesús histórico estaría a la altura de las exigencias de la naturaleza divina que portaba en su ser. En el mismo sentido, Lucas 4, 1-20, y en especial el versículo 18.

Cuando el Espíritu Santo se posa en Jesús después de ser bautizado y cuando lo asiste durante su prueba de fortaleza espiritual durante los días en que es tentado por el demonio, lo que de verdad ocurre es que esa sabiduría original que proviene del Creador, penetra en la materialidad histórica de Jesús para mantenerlo incorruptible frente al doloroso final que tiene que afrontar, en plena juventud. Esa fortaleza es lo que en un capítulo anterior hemos singularizado como el desasimiento en palabras del Maestro Eckhart (25) y lo que Guénon llama el desapego del sabio perfecto. Sólo así pudo Jesús afrontar su sacrificio.

La futuridad del Espíritu Santo se relaciona con los tiempos venideros en general y con los discípulos de Jesús en especial. Cuando Juan el Bautista les asegura a sus bautizados que él bautiza con agua pero otro más grande que él vendrá a bautizarlos en el Espíritu Santo, deja sin explicar en qué consiste ese método bautismal. ¿Qué es el bautismo en el Espíritu Santo de que habla Juan? Es de tener presente que el bautismo con agua es el cristiano y que en algunas iglesias no católicas se practica sumergiendo en agua al iniciado, como debe ser, pues el significado esotérico consiste en “emerger” del caos o de lo informe, hacia lo formal y organizado; de la potencia al acto. Es un renacer en el Espíritu Santo; es decir, un renacer en la sabiduría original, comprendiendo los mensajes ocultos que están depositados en las enseñanzas evangélicas. Este bautismo con inmersión total del cuerpo sólo es posible practicarlo con adultos que voluntaria y libremente deciden ingresar en esa iglesia. En el catolicismo son los padres quienes deciden adherir a la Iglesia Universal a sus niños de pocos días de vida. Al fin de cuentas, el efecto que producirá el Espíritu Santo en uno y en el otro caso, siempre será el mismo, cualquiera sea la edad del iniciado; y en cuanto a verter unas gotas de agua sobre la cabeza del niño casi recién nacido es un simbolismo que equivale a la inmersión.

Cuando Jesús instruye a sus discípulos acerca de cómo habrán de llevar a cabo su apostolado, les enseña que no deben preparar sus discursos porque cuando llegue el momento no serán ellos los que hablen, sino el Espíritu Santo (Marcos 13, 11). También les indica que deben instruir a todas las naciones “bautizándolas en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” o sea, en nombre del Dios Único Creador y presente en la Creación, de su presencia en la naturaleza histórica de Jesús y proporcionando la sabiduría original.

La futuridad del Espíritu Santo está tratada con holgura y sensibilidad en Juan, el más espiritual de los evangelistas. Es en este pasaje donde además, es el propio Jesús quien destaca la unicidad de Dios cuando les dice a sus discípulos: El Padre que está en Mí, Él mismo hace conmigo las obras que Yo hago. ¿Cómo negar la unicidad de Dios, incluso en la versión de la Trinidad en la que, como dijimos antes, el enunciado es erróneo cuando se dice que la Trinidad son tres personas distintas y un solo Dios verdadero, por la que se debiera enunciar que la Trinidad es una triple visión o ideas que el ser humano tiene de Dios. La cita completa es ésta, y merece la pena recordarla:

“No se turbe vuestro corazón. Pues creéis en Dios, creed también en Mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; que si no fuese así, os lo hubiera Yo dicho. Yo voy a preparar lugar para vosotros. Y cuando habré ido y os habré preparado lugar, vendré otra vez y os llevaré conmigo, para que donde Yo estoy, estéis también vosotros. Que ya sabéis a dónde voy y asimismo el camino. Tomás le dice: Señor, no sabemos a dónde vas; pues, ¿cómo podemos saber el camino? Y Jesús le responde: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por Mí. Si me hubieseis conocido a Mí, hubierais sin duda, conocido también a mi Padre. Pero, le conoceréis luego, y ya le habéis visto en cierto modo. Felipe le dice: Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta. Jesús le responde: Tanto ha que estoy con vosotros, ¿y aún no me habéis conocido? Felipe: quien ve en Mí, ve también al Padre. Pues, ¿cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No creéis que Yo estoy en el Padre, y que el Padre está en Mí? Las palabras que Yo hablo, no las hablo de Mí mismo. El Padre que está en Mí, Él mismo hace conmigo las obras que Yo hago. ¿Cómo no creéis que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí? Creedlo a lo menos por las obras que Yo hago. En verdad, en verdad os digo, que quien cree en Mí, ése hará también las obras que Yo hago, y las hará todavía mayores, por cuanto Yo me voy al Padre. Y cuando pidiereis al Padre en mi nombre, Yo lo haré, a fin de que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, Yo lo haré.”

“Si me amáis, observad mis mandamientos. Y Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador (otro Paráclito), para que esté con vosotros eternamente, a saber: el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero, vosotros le conoceréis porque morará con vosotros, y estará dentro de vosotros. No os dejaré huérfanos. Yo volveré a vosotros. Aun resta un poco de tiempo, después del cual el mundo ya no me verá. Pero, vosotros me veréis, porque Yo vivo, y vosotros viviréis. Entonces conoceréis vosotros que Yo estoy en Mi Padre, y que vosotros estáis en Mí, y Yo en vosotros” (26).

Esta cita, a propósito incluida en toda su extensión, lleva el propósito de dejar definitivamente claro que las llamadas “personas” de la Santísima Trinidad católica, son en realidad manifestaciones intelectuales de una unicidad que se puede definir como el Creador, el Eterno, Dios... o el nombre que se le quiera otorgar. Repetidamente Jesús, cuando consuela a sus discípulos se preocupa en recalcarles la unicidad existente en Él mismo y el Padre, con palabras claras pero tal vez incomprensibles para unos discípulos arrancados de las tareas del mar para predicar la Buena Nueva; pero no importa su ignorancia porque no hablarán ellos, sino que por ellos hablará el Espíritu. Cuando expresa: Si me hubieseis conocido a Mí, hubierais sin duda conocido también a Mi Padre; pero, le conoceréis luego y ya le habéis visto en cierto modo, significa que conocer a Jesús es lo mismo que conocer al Padre, y esto viene a ser el desideratum de la cuestión. Es por ello que con cierta pícara verdad les dice que en cierto modo ya han conocido al Padre, pues esto es así en virtud de que le conocieron a Él. O igualmente cuando les dice: Quien me ve a Mí, ve también al Padre, rematando la respuesta con una pregunta: ¿No creéis que Yo estoy en el Padre y que el Padre está en Mí? Y luego insiste con la misma pregunta: ¿Cómo no creéis que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí? Finalmente, les asegura que rogará al Padre para que les envíe otro Consolador (otro Paráclito). Esta afirmación sirve para disipar toda duda acerca de la unicidad de Dios. Ya ha explicado Jesús que Él mismo y el Padre son una sola y única cosa. En cuanto al Paráclito, les asegura que el Padre (o sea, Él Mismo), les enviará otro Paráclito, lo que quiere decir que ya les envió uno y ese Paráclito es el propio Jesús. Por ello, les promete a sus discípulos que cuando Él ya no esté entre ellos en carne y huesos, se les enviará otro Paráclito para que esté con ellos eternamente. Jesús no abandonará a los suyos y a todos los que conformen el Cuerpo Místico.

Si el propio Jesús fue el primer Paráclito o Consolador de sus discípulos, el segundo que les sería enviado tras la partida del Maestro, habría de ser ese Espíritu Santo que es el signo inequívoco de la sabiduría primordial, la que les será trasmitida a los doce a fin de que realicen prodigios aún mayores que los realizados por Jesús, según se lee en la cita evangélica que precede a este comentario. También será el inspirador de sus conocimientos: Yo volveré a vosotros. Aún resta un poco de tiempo, después del cual el mundo ya no me verá. Pero, vosotros me veréis, porque Yo vivo, y vosotros viviréis. Entonces conoceréis vosotros que Yo estoy en Mi Padre, y que vosotros estáis en Mí, y Yo en vosotros. Les dice Jesús que volverá y al final de los tiempos sus discípulos conocerán que Él está en el Padre o lo que es lo mismo, decir que Él es el Padre. Lo que está en algo es ese algo y no como parte sino en sustancia. La harina y el agua están en el pan no como harina y agua sino como una sustancia nueva que se llama “pan”. El Padre y el Hijo están en la Trinidad como una sustancia única en una concepción intelectual, y esa sustancia singular se conoce como Unicidad. Y a ellos se suma el Paráclito que inspira a los apóstoles: Estas cosas os he dicho, conversando con vosotros. Mas, el Consolador, el Espíritu Santo, que mi Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo, y os recordará cuantas cosas tengo dichas (27).

La evidencia del Paráclito es la sabiduría original que proviene del Creador y trasmite a los apóstoles para que instruyéndose de la palabra sagrada puedan adquirir los conocimientos tradicionales mediante el “lenguaje de los pájaros”, tal como lo tenemos ya explicado (28), y comunicarlo a todos los mortales para que integrando el Cuerpo Místico de Jesucristo comulguen con las verdades teológicas de su doctrina.

 

NOTAS

* Este texto contiene letras hebreas, que pueden descargarse en esta dirección: (letra SPTiberian).

(1) El conocimiento noético es para Platón, el grado más alto de conocimiento, y se caracteriza por su percepción inmediata y unitaria del objeto noético (Timeo 37-c). Para Platón no es posible hacer ciencia de lo mutable (Timeo 28-a), pues se pregunta: “¿Qué es lo que siempre es y no deviene y qué, lo que deviene continuamente, pero nunca es? Uno puede ser comprendido por la inteligencia mediante el razonamiento, el ser siempre inmutable; el otro es opinable, por medio de la opinión unida a la percepción sensible de lo no racional”. Del mismo modo, para Aristóteles no es posible hacer ciencia de lo accidental del ser (Metafísica VI, II). Ambas afirmaciones se basan en el mismo argumento: lo mutable pertenece al mundo sensible, visible, físico, pero no es dable que asuma la condición de objeto de una ciencia, pues toda ciencia trata del ser inmutable (la esencia) o lo inmutable del ser (la sustancia), en términos aristotélicos. En términos platónicos, al conocimiento de lo sensible le corresponde la doxa (δoξα): opinión, que está muy lejos de ser un conocimiento noético, que es metafísico.

(2) Reflexionando acerca del tiempo, Platón afirma que “fue hecho según el modelo de la naturaleza eterna para que este mundo tuviera la mayor similitud posible con el mundo ideal, pues el modelo posee el ser por toda la eternidad, mientras que el ser, es y será todo el tiempo completamente generado” (Timeo 38-c). Respecto de las cosas sensibles (visibles), se pregunta si acaso las sensibles “¿no se las puede tocar y ver y percibir con los demás sentidos, mientras a las que siempre se encuentran en el mismo estado es imposible aprehenderlas con otro órgano que no sea la reflexión de la inteligencia, puesto que son invisibles y no se las puede percibir con la vista?” (Fedón 79-a). Aquí, el vocablo “reflexión” debe ser interpretado como actividad de la inteligencia.

(3) Dice Platón que “Descubrir al hacedor y padre de este universo es difícil; pero, una vez descubierto, comunicárselo a todos es imposible” (Timeo 28-c).

(4) La percepción inmediata del objeto noético, sea la idea o sea la mónada en tanto que principio trascendente a ella, es el más alto grado de conocimiento, que sólo es posible mediante la intuición intelectiva. Explica Platón que “Cuando su padre y progenitor vio que el universo se movía y vivía como imagen generada de los dioses eternos, se alegró y, feliz, tomó la decisión de hacerlo todavía más semejante al modelo. Entonces, como éste es un ser viviente eterno, intentó que este mundo lo fuera también en lo posible. Pero, dado que la naturaleza del mundo ideal es sempiterna y esta cualidad no se le puede otorgar completamente a lo generado, procuró realizar una cierta imagen de la eternidad y, al ordenar el cielo, hizo de la eternidad que permanece siempre en un punto, una imagen eterna que marchaba según el número, eso que llamamos tiempo”.
     La relación aparentemente rota entre los dos mundos en la filosofía platónica, no está tan claramente expuesta a lo largo de sus Diálogos. Más bien el reflejo de lo absoluto es un principio vinculante con el mundo sensible ya que el hacedor “es bueno y el bueno nunca anida ninguna mezquindad acerca de nada”. Y así –continúa Platón–, “Como el dios quería que todas las cosas fueran buenas y no hubiera en lo posible nada malo, tomó todo cuanto es visible, que se movía sin reposo, de manera caótica y desordenada, y lo condujo del desorden al orden, porque pensó que en todo sentido es éste mejor que aquél” (Timeo 29-e, 30-a). Y en Timeo 28-a, explica que “todo lo que deviene, deviene necesariamente por alguna causa; es imposible, por lo tanto, que algo devenga sin una causa. Cuando el artífice de algo, al construir su forma y cualidad, fija constantemente su mirada en el ser inmutable y lo usa de modelo, lo así hecho será necesariamente bello”. De esta manera, es posible pensar en la similitud que el mundo de las ideas tiene su reflejo en el mundo sensible de la naturaleza, pues éste trae su causa de aquél.

(5) Aristóteles, Metafísica, XII, VI.

(6) Aristóteles, Metafísica, XII, VII.

(7) Aristóteles, Metafísica, XII, VII.

(8) Aristóteles, Metafísica, VIII, II.

(9) Aristóteles, Metafísica, VI, II.

(10) Aristóteles, Metafísica, XII, IX.

(11) Véase lo que respecto del Arcángel San Gabriel decimos en el capítulo La Inmaculada Concepción. Este comunicador cristiano que remeda a la perfección la misión de Hermes, “reside” también en ese ámbito de la no manifestación y se ofrece a la inteligencia del cognoscente como una individualidad.

(12) Juan 16, 7-15.

(13) Como siempre, nos servimos de la traducción al castellano de la Vulgata Latina de San Jerónimo, La Sagrada Biblia, ediciones Paulinas, traducida por Félix Torres Amat, 3ª edición, con la versión del Salterio según la nueva interpretación autorizada por S.S. Pío XII, Buenos Aires 1959.

(14) Edición de Joseph, Iacob y Abraham de Salomón Props, Estampadores y Mercaderes de Libros hebraicos y españoles, Amsterdam Año 5.522.

(15) Mircea Eliade, Lo sagrado y lo profano, p. 97: Las aguas simbolizan la suma universal de las virtualidades; son fons et origo, el depósito de todas las posibilidades de existencia; preceden a toda forma y soportan toda creación. Una de las imágenes ejemplares de la creación es la de la isla que “aparece” de repente en medio de las olas.

(16) A propósito de esto, Mircea Eliade en Lo sagrado y lo profano, p. 98, expone que : “Las aguas no pueden trascender la condición de la virtualidad, de los gérmenes y las latencias. Todo lo que es forma se manifiesta por encima de las aguas, separándose de ellas”.

(17) Así, en la Torah publicada por la Editorial Sinaí de Tel-Aviv (Editorial Árbol de la Vida, Israel 2005). Hay que reconocer que la raíz del verbo revolotear tiene semejanza con la de volar: Pxr y Pxrm son dos modalidades de un mismo concepto ya que revolotear es volar de una manera específica: jugueteando o, en otro sentido, con una dulce agitación apenas perceptible.

(18) El significado de esta expresión lo tenemos explicado en el capítulo El Icono de la natividad.

(19) Marcos 1, 1-13.

(20) Lucas 4, 14-20.

(21) Ver: Biunidad y dualidad de Jesús.

(22) Ver: El doble bautismo.

(23) Lucas 21, 25-28.

(24) Mateo 11, 1-6.

(25) Ver: La Pasión. En cuanto al desasimiento, ver Tratados y Sermones, del Maestro Eckhart, ed. Edhasa, Barcelona 1983.

(26) Juan 14, 1-20.

(27) Juan, 14, 25-26.

(28) Ver: El Icono de la Natividad.