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NARCISO LUÉ

I
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GNOSEOLOGÍA Y METAFÍSICA
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19-09-2006

La iglesia Universal ha sufrido y sufre aún un constante acoso intelectual contra la afirmación de la realidad histórica de Jesús, su cualidad de Mesías, la virginidad de su madre y en general, la sucesión de episodios que jalonaron su vida pública. Otros ataques van dirigidos a causa del hallazgo de contradicciones en las narraciones de los cuatro evangelistas.

Ese ataque, a veces feroz de sus enemigos se debe, esencialmente, al dogma de la doble naturaleza de Jesús, dado que los anticristianos no admiten que un Dios proveniente de los textos sagrados del Antiguo Testamento/Tanaj, reencarnado entre los hombres se someta a toda clase de vejaciones, torturas y finalmente una crucifixión humillante, patíbulo donde los romanos ejecutaban a los delincuentes.

Esta vinculación entre la historia sagrada hebrea y la cristiana es debida al empeño de los teólogos cristianos en buscar y hallar vestigios en las profecías hebreas del Tanaj que sirvan de justificación de los hechos importantes del cristianismo pues, esa relación directa viene a dar fe de su verdad teológica, de suerte que el camino quede despejado al más importante de los dogmas de esta doctrina sagrada: el atribuir a Jesús la condición de Cristo, pues de otro modo sería imposible defender con fundamento la misión mesiánica. Ese parentesco ha dado en llamarse la "tradición judeocristiana". La cristología precisa del antecedente hebreo o no habría cristianismo, a lo sumo, "jesuísmo", sin más.

Enfrentados con este problema cabe señalar que resulta extraño que los historiadores de la época y los más cercanos a estos acontecimientos, pasen por alto la existencia de Jesús y todos los episodios que rodearon su vida. La excepción es Flavio Josefo, quien menciona a Jesús en su Antigüedades Judías, libro XVIII, n 63, del que se ocupa en un estrecho párrafo pese a que normalmente es un historiador que se distingue por su acendrada meticulosidad. No pocos historiadores modernos afirman por esta razón, que se trata de una interpolación interesada de los cristianos para justificar su realidad histórica. El mencionado único párrafo de su extensa obra, dice lo siguiente:

"El famoso, aunque ¿espúreo? Testimonium Flaviarum. 3. Por esas fechas vivió Jesús, un hombre sabio, si es que procede llamarlo hombre. Pues, fue autor de hechos extraordinarios y maestro de gente que gustaba de alcanzar la verdad. Y fueron numerosos los judíos e igualmente numerosos los griegos que ganó para su causa. Éste era el Cristo. Y aunque Pilato lo condenó a morir en la cruz por denuncia presentada por las autoridades de nuestro pueblo, la gente que lo había amado anteriormente, tampoco dejaron de hacerlo después, pues se les apareció vivo de nuevo al tercer día, milagro éste, así como otros más en número infinito, que los divinos profetas habían predicho de él. Y hasta el día de hoy, todavía no ha desaparecido la raza de los cristianos, así llamados en honor de él."

Y eso es todo lo que nos dice Flavio Josefo. En este breve párrafo se pueden advertir que ciertas afirmaciones son contrarias a la doctrina hebrea y muy especialmente a lo sostenido por los fariseos, enemigos acérrimos de Jesús por la manera con que los fustigaba señalando sus abusos y pecados. Vale la pena recordar que Flavio Josefo provenía de una familia de fariseos y por mucho que intentara ser un historiador objetivo, cualquier diría que se cruzó de acera de modo inexplicable. En primer lugar, no es propio de un judío y fariseo para más datos, dar por cierto que Jesús fuera el Mesías cuando en los Evangelios se ponen de manifiesto las no pocas veces que trataron de buscarle la perdición tendiéndole trampas para desenmascararlo.

En segundo lugar, es impropio de un judío y menos si es proclive a los romanos, afirmar en clara alusión a su naturaleza divina que era un hombre sabio y añadir ...si es que procede llamarlo hombre. En tercer lugar, que fue maestro de gente que gustaba de alcanzar la verdad, con lo cual viene a desacreditar implícitamente la verdad judía, que es contraria a la cristiana ya que, si Jesús es el Mesías, es ésa la verdad y no la que proclaman los judíos, negándole tal condición. Para rematar la alusión, añade un frase de expresa afirmación: Éste era el Cristo. Ya sin ambages se pronuncia a favor de su divinidad, lo que los judíos jamás se lo hubieran perdonado, porque tales palabras es para esa religión, una blasfemia. En cuarto lugar, un judío no puede admitir que Jesús resucitó de entre los muertos al tercer día. En fin, que todo parece indicar que se trata, en efecto, de una interpolación cristiana, que no sirve con suficiencia para imponer la certeza de la existencia histórica de Jesucristo entre las páginas de esta acreditada historia hebrea, dado que finalmente se puede señalar que jamás un judío como Flavio Josefo hubiera admitido algo que los judíos niegan sistemáticamente: que fueron las autoridades eclesiales judías las que incitaron a Pilato a condenar a muerte a Jesús y ordenar su ejecución a manos de soldados romanos. Todo hace sospechar de la autenticidad de esta cita histórica escrita pocos años después de la muerte de Jesús.

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Bien visto el problema, y a la distancia, hay que reconocer, en cuanto a la severidad de los hechos enjuiciados, que los brujos, adivinos y magos que realizaban prodigios, eran moneda corriente en la Palestina de aquella época, y lo decimos sin pretender ninguna comparación con la entidad de los milagros atribuidos a Jesús en los Evangelios. También hay que resaltar que los padecimientos de Jesús desde su prendimiento hasta su muerte en la cruz, no fueron excepcionales pues se aplicaban a todo condenado a muerte. No fueron específicamente cruentos e inhumanos por tratarse de quien se trataba. El Imperio aplicaba, de ordinario, dos clases de ejecuciones: una para los ciudadanos romanos que consistía en la decapitación, como que así murió San Pablo en Roma dada su condición de ciudadano romano y personaje ilustre de la familia del Rey Herodes quien fuera su tío abuelo, y otra ejecución mediante la crucifixión para quienes carecían de la condición de romanos. Nos referimos a la época de Jesús, pues Roma fue cambiando su política y sus leyes para con los pueblos conquistados, según fluían los tiempos. Si contemplamos con rigor lógico estas dos advertencias, se podría colegir que los episodios dolorosos y crueles que rodearon la pasión y muerte de Jesús, no dan pábulo, por sí mismos, para su inserción en una obra de historia de Palestina o del pueblo hebreo de aquellos tiempos, ya que tales tormentos eran de aplicación a todo condenado a morir en la cruz.

El problema no viene planteado en razón de la lógica de los hechos descarnados, sino por el contenido teológico que tales hechos fecundan. Desde los primeros tiempos de esta secta de "los hombres buenos" como se conocía a los seguidores de Jesucristo, hasta bastantes años después de su muerte cuando se los comenzó a reconocer como "cristianos", el contenido de sus dogmas fue motivo de enconadas discrepancias entre los primeros teólogos. La disputa se mantuvo a lo largo de la Edad Media y entre los más sectarios se recuerda a los cátaros, para quienes todo lo que se relata en los Evangelios no es más que pura simbología, sin correspondencia alguna con la realidad histórica. Lo cierto es que nunca sabremos si los cátaros llegaron a desentrañar los símbolos del cristianismo o si solamente se limitaron a negar la realidad histórica por ser incomprensible para ellos: una historia que habla de milagros, de resurrección y de maternidad virginal, entre otros misterios sagrados. Y no lo sabremos porque por aquel entonces se escribía poco y lo poco que pudieran haber escrito los cátaros fue destruido por los cruzados contra los albigenses. Que los relatos evangélicos sean o no meros símbolos sin asidero histórico, carecería de importancia en la medida en que la simbología hubiera sido desentrañada ofreciendo una interpretación teológica coherente y creíble como teología. Porque si de teología se trata, la verdad histórica debe ceder ante la verdad sagrada, que no puede ser acreditada en términos humanos. La cuestión radica en que las otras dos religiones monoteístas admiten la realidad de Jesús como profeta, pero jamás como un Hombre-Dios, lo que de hecho viene a rechazar su naturaleza divina.

La conversión de un profeta en un Dios es lo que irrita a los anticristianos. Para los judíos, Dios ni siquiera puede ser nombrado y a tal punto es así, que carece de nombre, pues se lo identifica como "el Creador y Gran Desconocido", y más propiamente "el Innombrable" atribuyendo ciertos caracteres divinos a simples emisarios o dioses menores al estilo del Demiurgo platónico. Tales nombres supuestamente referidos al Creador y Gran Desconocido son entre otros, Yahveh y Elohim, incluyendo a veces el de Adonai que en realidad no es más que una invocación para el ingreso a una sinagoga y que puede ser traducido como "Mi Señor" o "Mi Amo". Si es así, bien claro queda que para los judíos resulta inadmisible que Dios haya puesto sus pies sobre la tierra convertido en una naturaleza humana y haya sido vejado por el propio pueblo judío y sus jerarquías, haya sido torturado por los romanos, vejado y humillado con su ejecución en la cruz. Otro tanto ha de ser dicho respecto del Islam, ya que Allâh está en tan alto estado de superioridad respecto de la Creación, que es intocable, siquiera con la posibilidad de representarlo con figuras o cualquier clase de imaginería humana, prohibición que se extiende a su profeta Mahoma. La católica es la única religión monoteísta que permite el irreverente paseo por las calles de imágenes de Dios, la Virgen y los santos, bamboleándose sobre los hombros de una multitud fanatizada por el espectáculo circense con la bendición de los sacerdotes.

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La cuestión está centrada, no cabe duda, en la reyerta inacabable que enfrenta a los historiadores con los teólogos. La pregunta es si resulta de alguna manera posible que ambas verdades coincidan por necesidad o por casualidad y, en todo caso, si es necesario que un dogma sagrado deba estar por imposición lógica o metafísica, asentado en firmeza de un hecho histórico que le otorgue legitimidad, para ingresar sólo de tal manera a la categoría de dogma sagrado.

Nosotros decimos que lo histórico puede servir como apoyatura terrenal para un mejor entendimiento de ciertos aspectos del dogma; también, como instrumento apropiado para la docencia; es decir, una fuente vital o vitalizada por la historia, para que la gente que carece de cualidades culturales pueda tener acceso a la descripción exotérica de la doctrina sagrada que, de otra manera, les sería del todo inalcanzable. Pero, por sobre todo otro aspecto, el relato histórico que contiene una doctrina sagrada, cualquiera fuere, oculta su verdadera esencia en símbolos que encierran lo más prístino de la doctrina, y la tarea requerida consiste en interpretarlos para saciar la sed de conocimiento que de lo divino ha tenido en todas las épocas el ser humano, bien entendido que no hay que confundir lo sagrado con la religión, ni la religión con las palabras pronunciadas por las jerarquías eclesiales. Lo sagrado es una manifestación que en mayor o menor medida penetra la vida de un ser humano y lo hace de modo tan natural que se asemeja a la naturalidad con la que respiramos. Porque lo sagrado está presente en todos los aspectos de la vida humana como algo inherente a ella y por lo tanto, formando parte de su existencia, en la medida que el receptor se afane en ello. Todo árbol, toda piedra, animal o luz celestial adquieren una dimensión hierofánica que inunda por completo el espíritu del ser humano que vive en ese estado de gracia. Por consiguiente no está, ni cercanamente, al alcance de todos los mortales.

En los primeros tiempos de nuestra Manvántara, los hiperbóreos no precisaban de símbolos para comprender la dimensión y el contenido de lo sagrado por estar inmersos en ello; un contacto existencial con todo lo manifestado, pero muy cercano a la creación no manifestada; una condición propia del estado humano del Ser, que permitía reflejar en su interior toda la grandeza de la "chispa" de la eternidad que se asoma con sutileza en la sucesión permanente del presente inasible. Todo estaba cerca y Dios estaba en todo. El conocimiento humano de lo divino era directo e inmediato, sin representaciones ni intermediarios necesarios para descifrar aspectos confusos, pues todo era pura diafanidad, y el cofre de los símbolos estaba vacío porque la comprensión era absoluta. Tan cercano estaba el ser humano de la sabiduría original, que no necesitaban de una religión que los transportara a las puertas del conocimiento de Dios. Vivían en Él. Estaban en Él y eran Él mismo, según lo sentían y comprendían conforme a la especialidad del estado de su ser, es decir, sin perder las limitaciones propias de su contingencia; dicho de otro modo, una condición propia del sueño profundo, durante el cual el estado humano asciende a un estado superior semejante a la no manifestación, pero que se queda sólo en la indiferenciación debido a que no se ha separado definitivamente del componente corpóreo con el que forma la individualidad del ser humano.

De lo dicho resulta que las religiones sobrevinieron mucho después, cuando lo sagrado que impregnaba la manifestación, se fue oscureciendo entre los nubarrones de la perversión, el descreimiento, el acopio desesperado de bienes terrenales que no es otra cosa que la ambición de poseer más de lo que se precisa para llevar una vida placentera. Y finalmente, las jerarquías eclesiales, que se arrogan el derecho exclusivo de proclamar lo que se debe creer y lo que es anatema; el diseñar la práctica de los ritos y la forma de acceder a la mirada de Dios. Esto tiene una ventaja y una desventaja. La ventaja consiste en evitar que cada cual arregle sus asuntos con Dios y lo haga con rituales singulares, lo que llevaría a una anarquía total de la religión o a su desaparición, pues sería tanto como reconocer que existen tantas religiones como personas que las practican. Y es sabido que el camino que trazan las religiones llevan el propósito de hermanar energías vitales para superar las dificultades de ascenso a los estados superiores del ser. Es la razón por la que todas las religiones han diseñado ritos colectivos, al margen de las oraciones que individualmente puede y debe hacerse para comulgar con el Creador. En cuanto a la desventaja, consiste en que las jerarquías encargadas de dirigir el culto terminan por asumir la tiranía insuperable con la que dominan a los fieles, de modo que la religión termina convirtiéndose en el arma más eficaz del Leviatán.

Desde que fue necesario echar mano de las religiones para que los humanos puedan "estar" ligados a Dios, surgió la necesidad de transmitir los dogmas, lo que se hizo a través de dos canales: la transmisión oral y la escrita. Dejando de lado la transmisión por medio de la palabra (que fue la primera forma utilizada), se plasmó el catálogo de dogmas a través de la escritura, y fue entonces cuando nació el conocimiento exotérico de las religiones, basado en el conocimiento exclusivo de la literalidad de los textos sagrados. Un ejemplo, sólo uno, de este fenómeno llevado al paroxismo, se da en no pocas sectas de los EE.UU., donde la palabra escrita tiene tal poder de convicción y concentración de voluntades, que se llega a los extremos más absurdos por ese respeto irrenunciable de la palabra escrita. Dios dijo..., y a partir de ahí, dan por cierto todo lo que leen sin tratar de entender algo. La palabra de Dios se asemeja a una piedra inalterable e inamovible. Desde luego que es mucho más fácil asumir una religión con ese método de comprensión de lo sagrado pero, lo que se olvida es que los textos sagrados no son más que apoyaturas útiles para descifrar lo que en su profundidad tales textos nos enseñan o pretenden enseñarnos. Dios no puede estar tan en la superficie de los libros. Dios no puede estar encuadernado y sellado en cada página de cada Biblia que se vende en todas partes. Porque no hay doctrina sagrada que pueda llegar al corazón de los hombres y mujeres creyentes a través del conocimiento exotérico plasmado en sus textos canónicos. Esto es algo que se ha dicho siempre hasta el cansancio, pero que los teólogos más conservadores se niegan a aceptarlo por el peligro que encierra la apostasía latente en el corazón humano con la consecuente facilitación de apertura a un sinnúmero de sectas heréticas, fenómeno social que no se puede negar.

El peligro es cierto; no obstante, no es posible que en defensa de los más propensos a ser engañados por una recua de "iluminados" que manipulan la idea de Dios, se conviertan en un obstáculo permanente al conocimiento tras-humano que toda metafísica sagrada implica de suyo. Los símbolos deben ser descifrados y su significado trasmitido a todos los creyentes porque no es bueno que lo sagrado permanezca oculto entre una maraña de engañosas interpretaciones exotéricas, sin provecho para alguien.

Piénsese que lo profano ha ido degradando cada vez con mayor eficacia la concepción sagrada de la vida, y no sólo lo profano de tinte laicista, sino incluso, y lo que es peor, los ritos religiosos por haber enseñoreado el rito minusvalorando la esencia de la hierofanía. Tan culpable es el laicismo como la santurronería. Y esa degradación ha dado paso a una nueva concepción vital representada por la ambición de bienes y poder para ejercer una dominación incontrolable del hombre sobre el hombre. Esa nueva concepción insufla al ser humano de una sensación de bienestar toda vez que aplastando cabezas superan a sus semejantes en esta antropofagia inacabable.

Es difícil llegar al corazón humano mediante el significado de los símbolos sagrados ya que ni siquiera llaman la atención las palabras escritas en los libros canónicos; es mucho más fácil encender la llama de la fe adorando imágenes policromadas, de suerte que se "pueda tocar" a Dios, a la Virgen y a los santos. De ahí que se desvanezca toda posibilidad de hacer comprender en qué medida la simbología es el medio eficaz para reconocer el ámbito de lo sagrado y una vez allí, acceder a los estados superiores del Ser. Y a la vez, saber también que se precisa de esta simbología desde el momento en que la espiritualidad humana ha perdido luminosidad y con ello, el medio útil para reconocer de modo directo e inmediato lo sagrado. Perdida esta cualidad y desentendido el hombre de la importancia de los símbolos, poca esperanza queda. Tal vez resulte incomprensible y falto de interés para el ser humano actual el saber que cuando la sabiduría original proveniente de la divinidad se extravió en la Creación por alejamiento voluntario del hombre, no le quedó otro remedio que buscarla entre la maraña de símbolos en que está encerrada esa verdad única. Y esto no es patrimonio del cristianismo ni de cualquiera otra religión, sino de todas ellas, de lo que resulta que todas tienen sorprendentes semejanzas porque en definitiva no hay más que un solo Creador y una sola y única Sabiduría que de Él emana, que es Primordial y de las que son tributarias todas las civilizaciones y religiones de la humanidad.

Pero esta obstrucción que produce el laicismo con apoyo en el materialismo (por dar nombres que resulten de fácil comprensión), se traduce siempre en dos cosas que van unidas aunque tengan una manifestación autónoma: el factor económico y el político. En cualquiera de los dos aspectos el resultado será siempre el mismo y se manifiesta como la dominación del hombre por el hombre. La dominación de Dios que se manifestaba en los hombres primitivos como los designios terribles de las fuerzas de la naturaleza, ha cedido terreno a favor de los designios terribles de los hombres dominantes cuyas ambiciones carecen de limitaciones y de posibilidad alguna de control. Y esta manera de proceder se evidencia sin ningún género de dudas como un fenómeno social que las sociedades contemporáneas se han habituado a padecer admitiéndolo con callada resignación, ignorando que este efecto devastador se debe a la pérdida de la espiritualidad, al arrinconamiento de lo sagrado para que no incomode con reproches y advertencias severas la actividad del Leviatán. Ha ocurrido con los perversos e insaciables dominantes que han cortado la cabeza de Juan el Bautista para que deje de recriminarles su corrupción e inmoralidades. Lo profano ha ganado sitio en esta sociedad actual y el deshumanizado laicismo presumiendo de progresía desliza el futuro de la humanidad por un despeñadero aterrador. Esta idea de la felicidad en tanto que riqueza, encierra un voluntarismo incontrolable y suicida al que todos cierran los ojos para no sentir los escalofríos que produce la visión del futuro. Es tal la desesperación de los dominados de la tierra, que prefieren morir contaminados por las emanaciones de la radioactividad antes que perder su puesto de trabajo en la central nuclear. Entre el hambre y la muerte prematura prefieren la muerte, pese a que eligiendo cualquiera de los factores de la opción la muerte estará presente con una premura injusta.

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A lo largo de esta obra se repetirá algo que, por su importancia, creemos que merece se insista una y otra vez: esta obra no es un alegato encendido ni una apología a favor de los dogmas de la doctrina cristiana. Lo decimos porque puede dar esa impresión dado que nuestro punto de vista es siempre el mismo y lo adelantamos ahora: si lo que se pretende es descifrar la simbología de una doctrina sagrada, cualquiera sea, no hay otro camino que recorrer sus textos e ir reconociendo cada símbolo que se evidencia por sí mismo para descubrir los significados ocultos de cada palabra, de cada frase o de cada episodio histórico que en su intimidad esconde una verdad sagrada y no una verdad histórica. Por ello, lo que no haremos será empecinarnos en promover objeciones o formular críticas al contenido de los dogmas porque cuando se desea conocer algo de verdad y sin reparos, la actitud debe ser la de aceptar lo que pregona la doctrina y dentro de ella buscar el sentido sagrado que contiene. En otras palabras: no se puede conocer con profundidad y sinceridad al cristianismo, si no se adopta una actitud cristiana; es decir, pensando como un buen cristiano. Hecho el trabajo, se puede disentir o asentir con sus dogmas lo que, evidentemente, es otra cosa. No se puede conocer el pensamiento de un filósofo discutiéndolo desde su primera frase.

A los historiadores cristianos les corresponde poner empeño en defender al cristianismo de los ataques de quienes están obsesionados en lograr su destrucción mediante la demostración de los errores históricos que contienen los Evangelios. Por nuestra parte, simplemente decididos a servir al conocimiento, llevamos ese emblema para adentrarnos en los textos sagrados, y trataremos de hallar el sentido de ciertos dogmas simbolizados en palabras las que, tras una primera lectura resultan increíbles, cuando no ininteligibles. El esfuerzo es ponderable y con la historia como reflejo de un espejo que, con la inversión de la imagen puede ser engañosa ya que esa inversión no es más que el desideratum de la analogía, algo bastante corriente en el contenido esotérico de los episodios bíblicos.

En el último capítulo trataremos del Paráclito y lo haremos comparando el Génesis católico con el Bereshit hebreo. En todo caso, y al margen de la enorme similitud de ambos textos y de modo especial en esta parte inicial de la Biblia, lo cierto es que ofrecen algo que, singularmente en la versión hebrea, muestra una descripción simbólica de la Creación; así, por ejemplo, cuando hace mención del Espíritu de Dios "moviéndose" sobre las aguas según la versión católica y "revoloteando" según la hebrea. Lo importante, sin embargo, es el sentido de los verbos "moverse" o "revolotear" sobre las aguas, y hacerlo lejos del abismo y de lo informe y caótico que, sin duda alguna, es una alusión clarísima a la idea de la Creación aún no manifestada; es decir, de esa fusiV en el sentido griego de "naturaleza"; o sea, no sólo lo que cae bajo la apreciación de los sentidos en tanto que algo físico, sino también en el sentido de manifestación de lo creado. El Espíritu de Dios "revoloteaba", volaba o se movía sobre la superficie de lo no manifestado (informe aún) y mientras lo hacía, la Creación iba lentamente manifestándose, pasando del No-Ser al Ser, bien entendido que el No-Ser no es la Nada, porque la Nada, nada es. Mientras lo no manifestado iba tornándose en fusiV, se mostraba reconocible por los sentidos del ser humano que, obviamente, también forma parte de la fusiV. En cuanto al simbolismo del agua como materia informada de la que surge la materia ya formada, es algo tradicional entre los conocedores de la simbología sagrada que atravesando la esencia de todas las civilizaciones y ciencias sagradas, engarza sutilmente a todas ellas en una realidad oculta pero posible de ser conocida, tema que desarrollamos en el capítulo El doble bautismo.

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Expuesta la cuestión y asumida la actitud intelectual con la que enfrentaremos el examen de los dogmas de la cristiandad, es conveniente dejar aclarado cuál será la metafísica empleada en esta tarea, así como la gnoseología apropiada.

Toda metafísica lleva implícito el conocimiento de algo que trasciende lo puramente humano. Así como la física o cualquiera de las ciencias humanas permiten la demostración de sus teorías mediante el conocimiento por medio de los sentidos, de una realidad transformada por causa de la manipulación practicada en los elementos de la naturaleza, la metafísica, por su parte, no permite esta clase de demostración tangible. Toda metafísica, como su propio nombre lo indica, es algo que está más allá de la fusiV, y por lo tanto, su demostración ha de ser siempre intangible, aunque no por ello, carente de certeza y realidad.

La diferencia consiste en que la demostración de una verdad metafísica se lleva a cabo en el laboratorio de la mente, donde el intelecto movilizado por la fuerza espiritual, elabora el entendimiento de esas verdades. Los conceptos carecen de realidad o para decirlo de otro modo, no pueden ser captados en la naturaleza porque no están en ella; sólo están en la mente de quien los piensa. Por ello, los conceptos no son fusiV, sino meta-fusiV. Renunciando a la explicación del origen de este vocablo a propósito de la obra de Aristóteles, lo cierto es que etimológicamente facilita la comprensión de que lo metafísico es algo que está más allá de lo físico, no como la distribución de un libro que está colocado después de otro, sino como conocimiento más allá de otro; un más allá que no está referido al espacio terrenal sino al cosmogónico.

Este conocimiento que nace, se desarrolla y se manifiesta dentro de la mente sin que pueda ser cotejado con algo similar que esté manifestado en la naturaleza, es la clase de conocimiento que permite el entendimiento de realidades intangibles para el ser humano, pero reales en la realidad de su experiencia personal que no es más que la realidad que se convierte en verdad probada gracias al movimiento del intelecto conducido por la intuición entregada a la lógica, que es el instrumento que evita la dispersión caótica de las ideas y pensamientos humanos. La lógica como instrumento y no como contenido de cada logro de la intuición intelectual.

De un punto de vista gnoseológico, para el realismo es posible el conocimiento del ser mediante su inmovilidad lograda por medio de la conceptuación de su esencia. Aristóteles, reflexionando acerca de la teoría platónica de las ideas decía, aplicando su propia teoría gnoseológica que si hay participación de los seres en las ideas, haya ideas sólo de las esencias, porque no se tiene participación en ellas mediante el accidente 1. Para un filósofo del realismo, las ideas, aun en su concepción más intangible, más alejada de la realidad física, han de ser siempre un conocimiento encerrado en una metafísica ontológica, pues la filosofía aristotélica está centrada en el conocimiento del Ser en cuanto tal; es decir, un Ser plasmado en una diversidad de puntos de vista, obtenido por los cinco sentidos, más el sentido común, la imaginación y la fantasía, pero captado siempre de la realidad física, y explicaba que era imposible para el ser humano, en tanto que individualidad, el pensar sin imágenes. Un ser, el del realismo aristotélico y toda la escolástica posterior, del que es posible obtener su inmovilidad gracias al ejercicio intelectual de la abstracción.

Con el uso de la intelección se puede ordenar el conocimiento del Ser en tres categorías según sea el punto de vista: como una esencia y su consecuente naturaleza; como una sustancia y sus singulares accidentes; y como el ser en acto o en potencia, según esté o no esté manifestado en la fusiV. De ahí que para Aristóteles las ideas, en definitiva, puedan ser objeto de conocimiento con la condición de que sean sometidas a las reglas de la gnoseología del realismo filosófico, lo que conduce sin remedio a la esencia como categoría máxima del conocimiento del Ser (pero, del Ser manifestado en la fusiV). Se trata de una metafísica ontológica que trasciende lo humano como toda metafísica, pero que carece de cualidades intelectuales como para llegar a los estados superiores del Ser, donde los correlatos físicos no tienen la fuerza espiritual como para remontar un vuelo hacia los confines de la realidad intangible. Un vuelo más allá del Sol cósmico (no el astronómico), donde está la Creación de la que se nutre la fusiV con sus correlatos analógicos.

La cuestión es saber si la gnoseología platónica tiene una visión distinta de la aristotélica, hablando, en ambos casos, de metafísica. Mientras que para el realismo aristotélico la metafísica es ontología, en la metafísica platónica es noesis. No obstante esta diferencia que es importante en tanto que califica la afirmación de lo que para cada una de estas concepciones es la realidad, en ambos casos lo que se busca de cada realidad son las esencias, bien entendido que en el idealismo existe una ruptura entre el mundo de las ideas y el de las copias donde está asentada la realidad existencial (terrenal). En el realismo tal ruptura no existe; muy por el contrario, se da por cierto la correspondencia absoluta entre lo existencial y lo intelectual, como que el conocimiento se logra mediante los cinco sentidos, más el sentido común, la imaginación y la fantasía, que son modos diversos de conocer y que tienen una distinta adecuación a la realidad de donde, en definitiva, proceden. De ahí, el desarrollo de una ontología comprensiva de lo físicamente perceptible y lo intelectualmente comprensible.

Esta dualidad (inteligible-sensible) es lo propio del idealismo platónico, admitiendo lo inmutable de Parménides (lo absoluto) y la mutabilidad de Heráclito (el mundo sensible que está siempre cambiando). Y a partir de ahí introduce la dialéctica, que tiene una doble acepción: como método de conocimiento y como el conocimiento mismo, en su más alta consideración. El conocimiento verdadero no puede ser otro a juicio de Platón, que el conocimiento de las ideas, que es el conocimiento de lo perfecto y absoluto, lo inmutable, y en esto se asemeja al realismo de Aristóteles en cuanto que no puede haber metafísica de lo mutable (los accidentes, para Aristóteles); es decir, el ente en la existencia 2. El conocimiento de la realidad se logra mediante la intelección, mientras que el conocimiento del ser sensible y mutable, mediante la opinión (doxa).

El conocimiento recae, según Platón, en dos clases de seres: los visibles y los inteligibles; estos últimos no son visibles para los sentidos 3. A partir de allí, se explican los cuatro grados del conocimiento platónico:

En primer lugar, la "imaginación" (eikasia), que es el conocimiento de imágenes, generado por la comparación con otras imágenes. Se trata de un conocimiento falso por cuanto se basa en una doxa, y no en un conocimiento basado en la certeza que dimana de la episthmh. Es el conocimiento de una copia de algo real, lo que no lo convierte en realidad.

En segundo lugar, la "creencia" (doxa), que es el conocimiento de las cosas sensibles, orgánicas, inorgánicas y creadas por el ser humano. A esta clase de conocimiento corresponde la física, que para Platón no tenía la cualidad de ciencia porque su objeto gnoseológico carece de realidad al ser apenas el reflejo de lo absoluto e inmutable. Este conocimiento no pertenece a la episteme (episthmh) sino a la doxa (doxa).

En tercer lugar, el "pensamiento" (dianoia), que es el conocimiento propio de las matemáticas y que opera mediante hipótesis y demostraciones intelectuales, sin referencia alguna a los seres sensibles y cambiantes. Por ello, este conocimiento no está inserto entre los que llevan el signo de la (doxa), sino que es propio de la (episthmh). Pero, aun no se puede decir que se ha llegado al más alto de los conocimientos posibles para el ser humano. Ello ocurre con la cuarta modalidad.

En cuarto lugar, la "intuición" (nohsis), que es el conocimiento de la verdad y que recae sobre las ideas fundamentales: el ser inmutable y absoluto, y se logra por la intuición, en tanto que visión intelectual directa, sin intermediación alguna y carente de representación en el mundo sensible. Hay, pues, dos clases de intuiciones en la gnoseología platónica: la intuición sensible por la que se accede al conocimiento de las ciencias (conocimientos opinables), y la intuición intelectiva, por la que se accede al conocimiento del ser esencial (conocimiento verdadero); esto es, a la verdad de la única realidad, de lo que resulta que verdad y realidad de lo absoluto son términos intercambiables.

La intuición intelectual permite el conocimiento de los estados superiores al ser humano, pero es una sabiduría adquirida mediante el ejercicio de la propia experiencia intelectual porque aunque el conocimiento sea el alumbramiento de una reminiscencia, el acceso a los límites siquiera de la sabiduría original es un acto de fe íntima y por lo tanto intransferible, que permite el intento de explicarlo, aunque sin garantías por la falta de verbos y sustantivos apropiados pues, como decía Platón: Descubrir al hacedor y padre de este universo es difícil mas, una vez descubierto, comunicárselo a todos es imposible 4. En el acceso al conocimiento de las cosas intangibles, siendo idénticas a sí mismas e inmutables y aun hallándose siempre en el mismo estado, sólo es posible aprehenderlas gracias a la reflexión de la inteligencia, al estar fuera del alcance de los sentidos 5. No obstante, no todo depende de la espontánea actividad del intelecto, dado que en todos los casos es preciso someterse a los ritos de una iniciación. Ya lo decía Sócrates: Quien llega profano y sin iniciar al Hades, yacerá en el fango; mientras que el que allí llega purificado e iniciado, habitará con los dioses 6.

Esta intuición intelectual de Platón conduce irremediablemente a una ontología idealista, que no por ello deja de ser pura y simplemente ontología y tanto como la aristotélica, aunque con distinciones, como es obvio. Porque en ambos casos estamos en presencia del conocimiento del Ser en cuanto tal. En el idealismo, ese Ser constituye el conocimiento verdadero apenas la inteligencia descubre la esencia de las ideas, única realidad posible porque en esa experiencia gnóstica se manifiesta el Ser inmutable tal como es; todo otro conocimiento será sólo el reflejo de la verdadera realidad, la única realidad posible accesible al ser humano. De lo que resulta que es de toda necesidad que este mundo sea la imagen de algo 7, porque aun en el mundo sensible, pese a toda su falsedad, precisa de un modelo donde obtener su reflejo que es su modo de existir. En la filosofía realista, esa realidad es captada en la naturaleza donde el intelecto abstrae los caracteres que permiten crear con las cualidades abstraídas, el concepto de todas las cosas captadas por los sentidos del ser humano. Esa abstracción es la fórmula intelectual por la cual el Ser mutable puesto en la existencia se convierte en inmutable poniendo en evidencia su esencia. Sea dentro de lo manifestado o de lo no manifestado de toda la Creación, lo cierto es que en ambas filosofías se accede a una esencia que es propia de una metafísica ontológica. Aristóteles parte de una realidad sensible para acceder al ser intangible al que encierra en un concepto, que no es la realidad física del ente sino su realidad intelectual, de lo que es vivo ejemplo todo lenguaje, que se compone en su mayor parte de conceptos. Platón parte de la realidad intangible para acceder a la idea y encerrarla en un concepto, que es su realidad única, de la que a lo sumo, tiene un reflejo en el mundo cambiante de la realidad sensible.

La intuición necesaria para acceder al conocimiento de una ciencia sagrada, cualquiera ella sea, es una intuición intelectual mas, de resultado no ontológico porque estos objetos de conocimiento no pueden ser conceptuados. No es posible dar un concepto de Dios porque no es posible abstraer de una realidad sensible sus cualidades atribuibles a todo Dios del que se pueda hablar. A veces se suele usar la expresión "naturaleza divina" para entender ciertas ideas de otra manera imposibles de ser explicadas, y esto es útil en la medida en que se lo haga con la debida corrección intelectual. En el ámbito de los estados superiores no hay esencias ni sustancias porque no hay entidades de las cuales se pueda predicar cualidades o maneras de ser o de estar en una realidad comprensible por el humano a través de sus cinco sentidos, más su sentido común, su imaginación y su fantasía, porque chocará con el muro que limita su conocimiento, porque no puede extenderse más allá de lo que conoce del modo en que un humano puede conocer. El conocimiento de lo no manifestado es un conocimiento directo, de percepción inmediata, sin la intermediación de abstracciones, reflejos o analogías. Una percepción unitaria del objeto noético que puede aparecer como una idea o un principio fundamental o una palabra inédita de la sabiduría original. La esencia es el conocimiento del estado inmutable del ente existencial; es lo absoluto una vez abstraídos todos sus accidentes que lo singularizan y por lo tanto, la esencia no tiene más realidad que la que la mente genera y conserva para sí. En cuanto a la naturaleza, es la estructura física del ente, donde se recluirán los accidentes que convienen a ese Ser existencial para ser él mismo y no otro, afianzando así el principio de identidad, correlato del de contradicción: cada ser es lo que es y no lo que no es (no contradicción); cada ser es lo que es y no otro ser (identidad).

Si como dijo Aristóteles, el ser humano sólo piensa mediante imágenes, es fácil comprender lo difícil y para muchos imposible, el llegar al conocimiento de Dios, producido en la intimidad de la intuición intelectual de cada persona. Ello sólo será posible mediante reiteradas iniciaciones en los grados de conocimiento que permitan ir decolorando las imágenes y sustituyéndolas por intuiciones directas de lo que se quiere conocer. A medida que se intensifica este procedimiento intelectual, más se acerca el espíritu humano al conocimiento de la Sabiduría Primordial que permite acceder al conocimiento de Dios y más se aleja de los contingencias propias de su ser individual que es propio de su estado humano entre la multiplicidad del Ser.

La metafísica de la ciencia sagrada, como se ha dicho ya tantas veces por quienes la cultivan, siendo un acto de fe, carece de un catálogo de conceptos o descripciones óptimas para trasmitir el conocimiento de lo no manifestado de la Creación, sencillamente porque si se trata de algo no manifestado, carece de una realidad siquiera semejante a la fusiV. Y lo no manifestado, como en los primeros versículos del Génesis/Bereshit, es un abismo donde las aguas informes sobre las que el Espíritu de Dios/Elohim se mueve/revolotea, mantienen escondida aun a la futura manifestación de la Creación, lo que suele conocerse como la Posibilidad Total, que equivale al Infinito Universal.

A tal punto la intuición intelectual del rango platónico es ontología de uso imposible para el conocimiento de una ciencia sagrada, que el Demiurgo crea el concepto de tiempo, derivado de la eternidad, algo del todo inaceptable en toda gnoseología de lo sagrado 8. Las analogías, no siempre auxilian con rigor en el conocimiento de lo sagrado sino que más bien terminan perturbando la tarea. Decir que el tiempo es una analogía de la eternidad, aunque esté incluido en ella, es un absurdo. Desde la filosofía helena clásica se consideraba ya que el tiempo sólo se compone de pasado y futuro, ya que el presente es sólo un "ahora", y como tal "ahora", no está incluido en el tiempo, pues sólo sirve tanto para unir como para separar los dos términos pasado-futuro, del mismo modo que el punto que es adimensional, separa las distancias existentes entre la serie de puntos y a la vez une tales distancias construyendo la línea recta. Y pese a que los "ahoras" no son siempre el mismo "ahora", sin embargo cumplen eternamente la misma función o, dicho de otro modo: los "ahoras" son todos el mismo, pero se diferencian aparentemente por los tiempos realmente diferentes con los que se asocian 9, y la diversidad de contingencias que experimenta el Ser manifestado. La evanescencia del presente se manifiesta incluso en idiomas como el hebreo que, en realidad, carece del verbo en tiempo presente. Cuando en hebreo se expresa algo en tiempo presente, quienes conocen este idioma saben que se está significando que la acción que el verbo indica, ya ha "pasado". Es lo que en inglés se utiliza como el present continuous tense o también llamado present progressive, que es un estar llevando a cabo una acción no terminada, y es un tiempo verbal que une el pasado con un futuro que se va deshojando a medida que la acción se lleva a cabo. En castellano se trata del verbo "estar", al que se le añade el gerundio del verbo que se está conjugando, por lo que no es un tiempo verbal propiamente dicho, sino una solución gramatical. Como se ve, el "tiempo presente" genera no pocos problemas de entendimiento incluso en algunas lenguas.

Esta idea del presente que, en realidad carece de existencia en el tiempo, es la participación de la eternidad en la Creación manifestada, que es un modo de ser de Dios y de la Creación. La percepción de estos conocimientos es lo que constituye el "objeto" de la intuición intelectual con la que se intenta el conocimiento directo e inmediato de la Creación no manifestada donde están incluidos los estados superiores al ser humano. Y sirviéndonos de la simbología tradicional para desentrañar los dogmas del cristianismo, afrontaremos esta tarea, una vez expuesta la cuestión a desvelar, el modo de abordarla y el método de conocimiento apropiado10.

 

NOTAS

(1) Aristóteles, Metafísica I, 9, capítulo que versa acerca de la Refutación de la teoría de las ideas.

(2) Aristóteles, Metafísica VI, 2, capítulo que titula, precisamente y de modo rotundo: No hay ciencia del accidente. En el Libro I, cap. IX que titula Refutación de la teoría de las ideas, insiste en la afirmación de su metafísica ontológica, expresando: No hay ideas, sino de las esencias, lo que viene a consagrar que incluso en el idealismo, la metafísica del ser inmutable o parmenídico es una metafísica ontológica, aunque se utilice la intuición intelectual.

(3) Platón, La República, 509-d.

(4) Platón en Timeo 28-b.

(5) Platón en Fedón 79-a.

(6) Platón en Fedón 69-c.

(7) Platón en Timeo 29-b.

(8) Platón en Timeo 37-d.

(9) Aristóteles, Física 4, 11, 219-b. Sobre este tema es grato leer a Ananda Coomaraswamy en su El tiempo y la eternidad, ed. Kairós.

(10) Hemos obviado, para evitar disgregaciones perturbadoras, todo lo relativo a los estados múltiples del Ser, lo formal e informal, la necesidad y la contingencia, la razón y la inteligencia, y demás cuestiones emparentadas con el desarrollo de la metafísica trascendental, llamada también metafísica pura, completa o total.