Atrivm. Portal cristiano.
Colaboraciones
Atrivm
NARCISO LUÉ

IX
"
LA CRUCIFIXION
"*

4-04-2007

Comenzaremos las citas canónicas con Juan, el más explícito y espiritual en el tratamiento de las cuestiones sacras; es además, el que contiene mayor cantidad de referencias simbólicas, sin contar con las del Apocalipsis a quien la Iglesia católica le atribuye esta profecía, en contra de no pocos historiadores que rechazan tal afirmación.

"Era entonces, el día de la preparación, o el viernes de Pascua, cerca de la hora sexta, y dijo a los judíos: Aquí tenéis a vuestro rey. Ellos gritaban: Quítale del medio, crucifícale. Les dice Pilato: ¿A vuestro rey tengo que crucificar? Respondieron los pontífices: No tenemos rey sino al César. Entonces se los entregó para que le crucificasen. Se apoderaron, pues de Jesús, y le sacaron fuera."
"Y llevando Él mismo su cruz a cuestas, fue caminando hacia el sitio llamado el Calvario, y en hebreo Gólgota, donde le crucificaron, y con Él a otros dos, uno a cada lado, quedando Jesús en medio. Escribió asimismo Pilato un letrero, y lo puso sobre la cruz. En él estaba escrito Jesús Nazareno Rey de los Judíos. Este rótulo lo leyeron muchos de los judíos, porque el lugar donde fue Jesús crucificado estaba contiguo a la ciudad, y el título estaba en hebreo, en griego y en latín. Y los pontífices de los judíos decían a Pilato: No has de escribir Rey de los Judíos, sino que Él ha dicho: Yo soy el Rey de los Judíos. Respondió Pilato: Lo escrito, escrito está. Entretanto los soldados, habiendo crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, de los que hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y la túnica, la cual era sin costura, y de un solo tejido de arriba abajo. Por lo que dijeron entre sí: No la dividamos, echemos a suerte para ver quién se la queda. Con lo que se cumplió la Escritura, que dice: Partieron entre sí mis vestidos, y sortearon mi túnica. Y esto es lo que hicieron los soldados" (Juan 19, 14-24).

Los otros tres evangelistas prodigan un relato similar; no obstante, Mateo y Lucas añaden circunstancias muy importantes que se producen inmediatamente después de que Jesús expirara.

"Y al momento el velo del Templo se rasgó en dos partes, de arriba abajo, y la tierra tembló, y se partieron las piedras, y los sepulcros se abrieron, y los cuerpos de muchos santos que habían muerto, resucitaron. Y saliendo de los sepulcros después de la resurrección de Jesús, vinieron a la ciudad santa y se aparecieron a muchos" (Mateo 27, 51-56, y en palabras casi idénticas Lucas 23, 44-49).

Estos extraordinarios acontecimientos que relatan dos de los cuatro evangelistas son una crónica anticipada del final de los tiempos del cuarto ciclo cósmico que estamos viviendo: el Kali-Yuga, caracterizado por un previsible cataclismo que cierre el último de su "Gran Año" para dar paso a la siguiente Manvántara. Ese cataclismo que abarcaría todo o gran parte del mundo, está anunciado por la muerte de Jesús y después de haber resucitado, según relatan Mateo y Lucas. Sin perjuicio de que se quiera atribuirlo a la infamia cometida contra el Hijo de Dios, el significado más apropiado se vincula con el movimiento descontrolado del eje del Universo que es el cuerpo erguido de Jesús y que, tras su muerte, llama la atención de la humanidad representada por los curiosos que desde lejos observan para evitar las peligrosas persecuciones que se desataron tras la detención de Jesús en el Huerto de los Olivos. También podría añadirse el símbolo de los dos ladrones crucificados uno a cada lado de Jesús, significando la realidad última de este mundo en el que los justos están cercados por los malvados.

La muerte de Jesús conmociona la realidad cósmica con la alegoría del cataclismo. Es Dios que advierte lo que ocurrirá fatalmente, sin que la fortaleza de los muros del Templo sean capaces de proteger la sutileza de los velos, que en su interior se rasgan sin remedio, dando así solución de continuidad al símbolo de la cruz inserto en la urdimbre y la trama, que forjan con sus cruzamientos. Este tema lo trataremos más adelante, cuando desvelemos el simbolismo del manto de Jesús, que los soldados echan a suerte. Con todo, no es el velo del Templo lo que importa, sino su sentido irredento. Luego de tan trágico anuncio, la tierra se recupera de las tinieblas y de los terremotos cuando Jesús retoma el control del movimiento universal sosteniéndolo desde su cualidad axial, pues la conmoción dura lo que la exhalación del Hijo del Hombre.

Volviendo a los Evangelios, antes de descubrir los significados herméticos de la cruz y los distintos enlaces que se pueden reseñar en orden a la crucifixión de Jesús, que no son pocos, hemos de considerar los más directamente vinculados a este episodio sagrado, siguiendo el texto de Juan, trascrito más arriba, y lo haremos aun a costa de restar una momentánea ausencia de claridad por entrar tan abruptamente a los Evangelios sin antes dar algunas precisiones acerca del símbolo de la cruz. Lo haremos de este modo porque el método inverso alteraría la adecuada exposición del tema. Solamente destacaremos la quietud física y psíquica con la que se comportó Jesús en tales circunstancias, asumiendo la indiferencia y desapego propios del "sabio perfecto", como lo hemos explicado en la Pasión, y se corresponde con la idea de "desasimiento" del Maestro Eckhart.

El primer símbolo que se muestra por sí mismo en el relato es la cruz llevada a cuestas por el propio Jesús. No es aquí el lugar apropiado para la discusión acerca de si era una cruz o el madero horizontal que encajaría en el pivote central del eje de la cruz, ya plantado sobre la tierra del Calvario. Es algo que dejamos para los historiadores e investigadores del hecho histórico, dedicados por lo general, a descubrir errores o contradicciones en la palabra escrita de los cuatro evangelistas. Ese dato es, para nosotros irrelevante. En cuanto al símbolo en sí, teniendo en cuenta el significado de la cruz, cargarla sobre las espaldas es echarse a sí mismo toda la responsabilidad de los acontecimientos del mundo que es, por lo demás, lo que ha trascendido como interpretación de esa expresión que el pueblo, sin saberlo, la usa correctamente, aunque sin profundizar más allá del hecho claro de "cargar con la maldad y las perversiones del mundo". El dicho popular "cada cual carga su propia cruz" derivado del Evangelio, significa la aceptación de la "responsabilidad personal" habiendo sido solamente Jesús quien cargó con la "responsabilidad total" de la humanidad. Al mismo tiempo, cuando Jesús carga a sus espaldas la cruz está desvelando el sentido cabal de la Redención ya que todos los irredentos pueden desde entonces y para siempre, ser redimidos si se reúnen en nombre de Jesús y acomodan sus vidas a los dictados de su palabra, escrita por los evangelistas. La Redención no viene dada a todos los pecadores, sino solamente a aquellos que se entregan al significado iniciático de proponerse voluntariamente la adhesión al Cuerpo Místico de Cristo; es decir, ser un miembro más de la Asamblea Ecuménica.

Volviendo a esa petición de profundidad en la comprensión del sentido principal del signo de la cruz, es conveniente comenzar recordando que tiene dos aspectos, siendo el uno, continuidad del otro, tanto en el orden lógico como en el cósmico. Nos referimos a la visión horizontal (plana) de la cruz, y a su visión esférica (tridimensional); porque si la horizontal es por sí misma un eminente símbolo sagrado, tal eminencia se completa con la visión esférica.

La cruz es el símbolo de toda la Creación; de lo manifestado y de lo no manifestado, porque en ella están inscritas las seis direcciones del espacio cósmico y sus tres dimensiones terrenales. No hay punto más hermético, sagrado y colosal del cristianismo que el símbolo de la cruz y por extensión, la crucifixión de Jesús. Todo lo que se diga de la cruz será poco; está presente en todas las civilizaciones y doctrinas sagradas con significados similares, y aunque se aplique este signo a episodios, héroes o dioses diferenciados, todos llevan grabada la misma raíz, sea como fonema, étimo o una figura.

La cruz puede ser considerada en un plano horizontal o de tres dimensiones. La más conocida, es sin duda, la cruz horizontal o plana, cuya figura representa una visión aérea o más bien, celestial; es decir, los "ojos" de Dios puestos sobre la tierra. Tiene semejanza con la rueda de cuatro rayos, con sus cuatro direcciones orientadas hacia los cuatro puntos cardinales, partiendo del centro de la rueda hacia los confines del espacio que son los puntos de la circunferencia desde donde retornan hacia el centro. Un movimiento constante de huída y retorno que es el movimiento interior de la rueda o cruz inscrita en la circunferencia. La rueda tiene, además, otro movimiento que se contrae hacia su propio logos cuando es centrípeto, y se expande hacia su exterior cuando es centrífugo. Ese movimiento no es cualquier movimiento, sino el movimiento del Universo. Donde se aprecia con claridad este movimiento es en la circunferencia donde está encerrada la cruz de cuatro radios y a la que, si añadimos cuatro tangentes de movimiento centrífugo nace la figura imaginaria de una svástica, signo inequívoco del movimiento mas, no de cualquier movimiento sino el de toda la Creación, sea como Principio en el acto creador, sea como progresión constante de la expansión del Universo. Esa cruz está inscrita en cualquier punto de la Creación. Si a la figura svástica comenzamos por borrarle las cuatro tangentes, y luego quitamos la circunferencia, para finalmente extirpar los cuatro radios, sólo quedará el punto central e inmóvil, sobre el que rotaba la cruz y la svástica. Ese punto es uno de los infinitesimales que se mueven en el Universo, también constantemente móvil.

Quisiéramos dejar aclarado que todo el desarrollo del pensamiento en esta ocasión está dirigido a la cruz encerrada en una circunferencia, lo que no significa que cuando se habla de la extensión de las cuatro direcciones que nacen desde el centro de la cruz para extenderse en dirección opuesta a ese centro, no está fatalmente enlazada a esa idea única de la cruz en el círculo. Esa extensión, de hecho, es ilimitada o, si se quiere, de una dimensión indefinida. Es una amplitud cósmica, no mensurable. De modo que esta nueva idea acerca de la extensión de los radios de la circunferencia debe estar presente en el desarrollo de los párrafos siguientes, como si se tratara de algo que está siempre tras el velo.

Nos vemos obligados a introducir una disgregación para no crear una conclusión falsa acerca de los movimientos de los puntos interiores. Y esto nos lleva sin remedio a la consideración del punto y la extensión. Lo primero que hay que decir es que el punto no está en la extensión porque carece de dimensión y por lo tanto, carece de forma. La oposición entre dos puntos lo más cercanamente posible entre sí, crea una dimensión espacial llamada distancia. Por esto, la línea es la consecuencia de la suma de las distancias entre una multitud de puntos consecutivos, y este fenómeno producido en el espacio temporal se traduce en movimiento ya que, al moverse los puntos desde el centro hacia la periferia, van creando nuevas distancias, lo que explicaría el movimiento expansivo de los radios, pero no el de retracción o reabsorción.

Este segundo movimiento se explica si pensamos que, aunque el punto carece de dimensión y por ende de forma (ya lo dijimos), es sin embargo el elemento básico de la línea, ya que toda extensión se basa en la suma de la sucesión de distancias habidas entre los sucesivos puntos vecinos. A falta de puntos, no hay extensión posible, y en este sentido se puede decir que el punto carente de dimensión es la base ineludible para que la dimensión se genere y con ella, la distancia. De lo que se puede colegir que, si se suprime la manifestación formal del espacio donde se produce el fenómeno de la extensión, los puntos desaparecen por reabsorción que de ellos realiza el punto Principal Único, que como único, carece de algún punto opuesto con el cual generar una distancia.

Esta extensión y reabsorción provocan el movimiento de los puntos interiores de los brazos de la cruz y, aunque precisan de una manifestación espacial para extenderse, se retraen por la no manifestación del espacio celestial. Porque una cosa es decir que la extensión precise de una manifestación espacial para realizarse, y otra el negar que la no manifestación, que también forma parte de la Creación, no pueda producir la reabsorción al suprimir lo manifestado que, en todo caso, no está en la realidad sino en el pensamiento.

Tanto el punto como la línea y otras expresiones geométricas, son objetos ideales que solamente pueden ser representados en la realidad mediante trazos y señales que, no obstante, carecen de realidad, o para decirlo de otro modo, no tienen sustento físico en la naturaleza; lo tienen en el pensamiento puro; por ello, no son realidades sino representaciones. Pensemos en el punto que se dibuja en una pizarra o en la hoja de un cuaderno escolar; son ambos, entes ideales están en la manifestación gracias al pensamiento que es una de las tantas modalidades de las manifestaciones posibles del ser individual. Como quiera que se lo mire, su representación, por no ser más que eso, falsea la realidad y evidencia una dimensión concretada en la señal que se ha dejado en la pizarra o el cuaderno, que conforman realidades groseras de la idea. Esa dimensión, por muy pequeña que sea, ocupa un lugar concreto en el espacio total de la pizarra o de la hoja de cuaderno. Porque, ¿cómo es el punto?  ¿Es cuadrado, rectangular o circular?  Lo representamos siempre como algo circular, pero ¿es acaso la marca que deja la punta del lápiz en un papel, o el círculo del tamaño de una moneda? Dependerá de cómo queramos dibujarlo o mejor dicho, representarlo. Por ello, hasta es posible cuantificarlo si establecemos una unidad de medición. Un punto gigantesco dibujado en una valla publicitaria es muchísimo mayor que el punto de la hoja de cuaderno que dibuja el estudiante de geometría. Si ambos son puntos porque de sólo observarlos caemos en la cuenta de que efectivamente son puntos, ¿cuál es, entonces, la dimensión verdadera del punto geométrico?

Pero, obviamente, no es éste el "punto" de que estábamos hablando. El punto que nos ocupa no es una realidad física, sino una realidad de naturaleza ideal y por lo tanto carece de forma y de dimensión porque precisamente es una realidad manifestada por el solo ejercicio de la inteligencia, sin participación de la naturaleza. Encontrar su duplicación en la naturaleza (la base del corte transversal de un árbol o el ojo de un ave), no serán otra cosa que figuraciones sensitivas para una más fácil comprensión de su forma. El espacio no manifestado, que es muy difícil de concebir, y aun más de comprender, a falta de vocablos apropiados podría decirse con licencia idiomática, que es el ámbito de las realidades extra terrenales y por lo tanto, puramente celestiales.

Cuando esa no manifestación espacial que sin embargo existe en la Existencia Total de lo creado, actúa, genera entre otras consecuencias respecto de los puntos de los brazos de la cruz, una reabsorción de todos ellos hacia el punto único formado por el punto de cruzamiento de los dos radios. Y ese punto Único de reabsorción es el cuerpo de Jesús clavado en la cruz, y específicamente el punto central, que es su corazón. A partir de entonces, el fenómeno vuelve a comenzar, repitiéndose una y otra vez. No es posible pensar que una parte cualquiera de la Creación se mantenga inmóvil para sí misma y respecto a todo lo demás, manifestado y no manifestado. Este movimiento expansivo conviene a la naturaleza histórica de Jesús, clavado en la cruz y expandiendo toda la dimensión de su ser hacia los cuatro confines del espacio a través de los puntos móviles interiores, y reabsorbiéndolos con la fuerza atractiva de su naturaleza divina no manifestada. Lo histórico de Jesús, expande; lo divino, reabsorbe.
 
Volviendo a la cruz horizontal, lleva el sello de la amplitud en tanto que extensión y tal extensión la actualizan el número indefinido de posibilidades que encierra la idea de realización de los seres individuales dentro del ámbito de sus propias realidades independientemente de su participación en una Existencia Universal, por lo tanto, cósmica. Incluso la extensión, considerada como una expresión particular de cada ser individual, se activa en el movimiento de huida y retroceso de la infinidad de puntos móviles que los brazos de la cruz contiene. Ese movimiento está reflejado en la respiración de los seres de complexión pulmonar, con el flujo y reflujo de la sangre que se purifica y se "la oye" con los latidos del corazón.

Llegados a este punto cabría preguntar si ha quedado claro que en la relación centro-circunferencia al igual que en la de centro-radios de la cruz (o de la rueda), el centro que es un punto inmóvil respecto de los rayos y de la circunferencia, y que puede prescindir de ambos, pero no a la inversa, debido a que los rayos con o sin la circunferencia, no pueden ser lo que son ni tener movimiento careciendo del centro inmóvil alrededor del cual rotan. Los puntos centrales son inmóviles respecto de los rayos y de la circunferencia, pero se mueven en el Universo y lo colman en todos sus ámbitos y direcciones, porque en su conjunto son el Universo. De otro modo sería imposible pensar en la cruz o en la rueda de cuatro radios, pues inmediatamente se nos estaría requiriendo la determinación espacial de esa figura.

Hasta aquí, todo se ha desarrollado como una explicación de una figura no manifestada; pero, aun en tal trance, seguiría exigiendo una situación en el cosmos, si el centro no pudiera prescindir de los rayos y de la circunferencia para mantenerse siempre móvil en la totalidad de la Creación. Hay que pensar que los rayos, partiendo del centro de la cruz (o de la rueda) pueden admitir la infinitud y como tal número infinito, admitir a su vez otra unidad, otro rayo, tal como acontece con el número infinito en la notación matemática. Por su parte, la circunferencia puede tener una amplitud ilimitada mas, cualquiera sea la amplitud de la circunferencia su verdad geométrica le exige de toda necesidad cerrar el círculo, para dar realidad a una necesaria equidistancia con el centro, de todos y cada uno de los puntos más alejados de él, que son los que llegan a tocar la línea circunferencial. Como se dijo antes, son dos los movimientos: uno interior de cada rayo cuyos puntos huyen del centro para retornar a él, y otro centrípeto o centrífugo dentro de la circunferencia. Cualquiera de estos dos movimientos son comparables a los de la respiración, según acabamos de decir, y constituyen una exigencia constante para la limpieza de la sangre que mantiene vivo al ser humano y demás especies de respiración pulmonar.

Si se piensa en Jesús clavado en la cruz, los radios de sus brazos y de las extremidades inferiores soportan el movimiento interior de los puntos radiales, representando el movimiento interior del cuerpo terrenal de Jesús, aspirando y espirando al ritmo que le impone la realidad traumática que su naturaleza carnal está viviendo; mientras que el movimiento rotatorio de los radios alrededor de la circunferencia, representan el movimiento universal del Jesús cósmico situado en el centro de la cruz haciéndola rotar sin detención posible. Porque la Creación ni deja de moverse, ni deja de expandirse. En cuanto al punto donde está situado el centro o, mejor dicho, el punto central de la cruz, es el punto exacto de la Creación, de suerte que como todo ha salido de él, a él debe retornar. Tal vez convenga decir que no hay una cruz, una sola cruz a la cual atribuirle todo lo que se acaba de predicar de ella. En la Creación están constantemente moviéndose un número indefinible de cruces que en la Existencia Total del Universo crean y a la vez portan el movimiento universal, y además, cada cruz representa el movimiento de cada Existencia individual en razón del movimiento interior de los puntos móviles de sus brazos o diámetros inscritos en la circunferencia.

Uno de los brazos de la cruz horizontal es, respecto del otro, su eje, al asumir la dirección norte-sur, mientras el otro se sitúa en el este-oeste. Sin embargo, dado que los brazos de la cruz tienen un movimiento externo centrípeto o centrífugo, la posición de los brazos no es constante y por ello, la cualidad axial de ambos brazos es sucesivamente intercambiable, sin que varíen por esta razón los movimientos de sus puntos interiores, que no están sometidos a las reglas móviles de los exteriores. El movimiento de estos puntos interiores explica por sí mismo el movimiento total de la Creación. En ella, nada está quieto, todo se mueve sin parar, más o menos lenta o rápidamente; pero se mueve. En cuanto a los puntos centrales, por ejemplo, de la cruz o la rueda, que en definitiva son lo mismo como expresión simbólica de la Creación, están inmóviles respecto de los rayos o radios que se mueven centrípeta o centrífugamente, pero también se mueven en la Creación, del mismo modo que los planetas están regidos por un eje inmóvil que los hace rotar sobre sí mismos, sin que por ello estén privados del movimiento de traslación en el que los ejes de los planetas se mueven sin detenerse y sin embargo siguen fijos respecto del movimiento rotatorio.

Cabe preguntar: ¿cuál es ese punto inmóvil y dónde está situado en la Existencia Universal? Lo primero que cabe afirmar es que ese punto central es el del Universo porque en él se resuelven todas las oposiciones y se unifican los complementarios. En su seidad, ese punto que es el centro de la Creación cada vez que se piensa en él, es uno de todos y cualquiera de los que se mueven en el Universo, porque todos ellos conforman el Universo Total, del mismo modo que tomando cualquiera de ellos para irradiar los brazos de la cruz, ese punto será el centro de la Creación y allí mismo aparecerá representada la Creación. La svástica puede representar el movimiento del Principio sagrado de la Creación, y al mismo tiempo, el movimiento de un punto cualquiera de esa Creación, manteniéndose fijo para que los radios roten a su alrededor. En la visión fija y horizontal de la cruz, la pica vertical es el eje al que está adherido el cuerpo de Jesús mas, producido el movimiento exterior, sea centrípeto o centrífugo, desaparece el eje dentro del movimiento o habrá cambiado de posición. Aunque haya cambiado de posición por causa del movimiento rotatorio, en su visión originaria el eje sigue estando donde debe estar y actuando conforme a su significado simbólico, pero encubierto por la vorágine del movimiento. El movimiento de las nubes encubre el color azul del firmamento, pero el firmamento sigue estando donde está y ostentando sus cualidades de siempre. Cuando "se despeja el cielo", el azul se deja ver tal como era antes de ser cubierto por los nubarrones.

De lo dicho parece surgir una contradicción, que debe ser despejada. El eje de la cruz, que es la pica vertical, es junto a los brazos horizontales, la representación de la cruz en cuanto tal, y no puede variar a costa de variar su sentido y valor cósmico. Por ello, el movimiento exterior que, agitando constantemente los brazos de la cruz alrededor del punto central y fijo, deshace la figura imaginaria de la cruz, tal efecto sólo se puede producir precisamente en la imagen creada por la mente especulativa que necesita de la imaginería óntica para elaborar sus definiciones mas, considerada la cuestión como una mentalidad menos estrecha, es posible admitir que la cruz como símbolo es inalterable, lo que no quita la posibilidad de formar parte de otra visión cósmica donde, sin alterar lo que es en sí misma, pueda cambiar su estado primigenio para generar otros en los que participa con todos sus atributos. Este argumento, pues bien que parece un argumento y nada más que eso, sirve al menos para admitir que del mismo modo en que los seres manifestados tienen una multiplicidad de contingencias individuales en sus Existencias relativas, también del cosmos es acertado pensar que esa multiplicidad se da en la multiplicidad de los estados del Ser Total, al que le es apropiado la Existencia verdadera; de suerte que lo que parecía ser un argumento dialéctico, es en realidad un pensamiento que conoce, sin emplear los métodos de la metafísica especulativa. La pobreza del idioma para explicar estas cuestiones de metafísica tras-ontológica conduce a la necesidad de introducir expresiones poco afortunadas como el atribuir "existencia" al contenido de la no-manifestación y aun más, al Ser Total en la Eternidad. Con tal reserva se deben interpretar estos párrafos.

Las herejías medievales rechazaban el símbolo de la cruz por haber sido el patíbulo donde ejecutaron la condena a muerte de Jesús, lo que los animaba a negar todo carácter sagrado por representar tan repudiable episodio histórico; es decir, allí donde murió un dios, cercado por dos delincuentes, como uno más entre ellos. La cruz patibularia era para las herejías, una vergüenza y una inmoralidad ajena a toda consideración de lo sagrado. En el plano terrenal esta creencia podía ser cierta en una sociedad y en un tiempo en el que la exaltación de lo sagrado estaba mezclada con el rigor de normas morales predicadas con amenazas de condenación. De un punto de vista del simbolismo tradicional, con tales afirmaciones se puede asegurar que los herejes ni siquiera habían dado el primer paso hacia el primer grado del conocimiento iniciático o, en otro caso, si lo hicieron es algo que no podrá saberse, a causa de la pérdida de todos sus textos que perecieron como sus autores en la hoguera de la purificación.

Si la cruz horizontal tiene tanta significación sagrada para el cristianismo, mucho más la tiene la cruz esférica que, por lo demás, contiene a la horizontal, aunque de otro modo, sin excluir el propio, que siempre está presente como el color del firmamento que desaparece a causa de los nubarrones. La cruz de dos dimensiones representa la extensión y la de tres dimensiones, la exaltación la Creación, y esta verdad, como todas las que provienen de la misma fuente de conocimiento se funda en el convencimiento de que el simbolismo no es una creación cultural de origen humano, sino que dimana de la Sabiduría Primordial. Si no pensáramos de esta manera, debiéramos comenzar por admitir que existe una ruptura entre el conocimiento de lo creado y el acto creador. Sólo así sería posible pensar en una simbología estrictamente humana, algo que estaría en la mente de cada ser individual, sin participación alguna de lo sagrado. El hombre no-religioso es quien puede pregonar esta teoría, por llamarla de alguna manera. En este caso, los símbolos serían contingentes y cada civilización, cada momento histórico y hasta cada ser individual reclamarían para sí el derecho a crear su propio sistema estructurado de símbolos, lo que da una idea de lo absurdo que es una propuesta semejante.

Lo que reclama la simbología es una permanencia que garantice su inalterabilidad, rechazando toda idea de progresión del sistema, de actualización, en definitiva, de cambio. Nada más erróneo porque, si los estados inferiores son el reflejo de los superiores, el mundo no es sino el reflejo de un Estado Cósmico Total, que es el que expande el reflejo de las realidades trascendentes e inmutables. En otras palabras: cada símbolo encierra un significado verdadero de la naturaleza, de manera que si se descifra su sentido se habrá logrado un acercamiento a la verdad existencial de lo significado. Y tales símbolos y sus significaciones, son inalterables.

No lo hemos dicho aun, pero deteniéndonos para echar una mirada hacia atrás, es bueno reconocer que en su labor, el hermeneuta puede acertar o errar. Y aun más: puede acertar descubriendo los variados significados que acumula un mismo símbolo, y errar en la elección del apropiado para la tarea que está llevando a cabo. Así, hemos dicho antes, que la pica vertical de la cruz es su eje, y que en su concepción cósmica es inmóvil, aunque en la idea móvil de los brazos de la cruz, puede cambiar y de hecho cambia su posición respecto del brazo horizontal que puede colocarse como eje. Ya hemos explicado que esa visión móvil no altera la inmovilidad del eje de una cruz considerada en sí misma, sin participación de los movimientos exteriores que desplazan sus dos diámetros. Lo que no hemos dicho es que ese eje que es la pica de la cruz, es donde está clavado el cuerpo de Jesús, y que en la simbología tradicional significa jerarquía, dominio, fuerza y estado trascendente del ser, virtudes que convienen sin reservas al Jesús histórico, pues el Jesús cósmico no precisa de atribuciones calificadoras, pues las posee a todas.

Por lo dicho se advierte que la cruz horizontal tiene por sí misma un alto valor iniciático por el atributo cósmico que trasmite. Decimos esto antes de iniciar el conocimiento de la cruz esférica porque la horizontal en nada desmerece frente a la esférica que ostenta más elocuente y representativa de la ubicuidad cósmica. En la cruz horizontal está inscrita toda la verdad del ser individual y su relación con toda la Creación a través del movimiento exterior, mientras que la esférica abre las puertas al pensamiento para ofrecer una visión total del Universo.

La visión individual del ser no es más que eso: una visión, para ser inteligible al conocimiento humano, porque si se puede hablar de realidad de un estado trascendental, lo individual está fundido en la Totalidad de lo manifestado de un modo indiferenciado y con una movilidad adecuada al sistema integral del movimiento cósmico. Para explicarlo más sencillamente: cada ser humano tiene su movimiento individual, que está integrado con los otros movimientos individuales de otros tantos seres semejantes con los que convive socialmente; sin embargo, esa individualidad desaparece en la totalidad del universo donde todas las individualidades están fundidas en los movimientos de rango superior, sin que cada individualidad se vea privada de su propio movimiento. Por esta razón es que dijimos en líneas anteriores, que la cruz horizontal en nada desmerece frente a la esférica.

La esfera supera al plano en una dimensión: el plano tiene dos y la esfera, tres. Y en orden a las direcciones, la cruz horizontal tiene cuatro y la esfera seis. Lo que decía Clemente de Alejandría es que de Dios, Corazón del Universo:

"... parten las extensiones indefinidas que se dirigen una hacia arriba, otra hacia abajo, ésta a la derecha, aquélla a la izquierda. Una hacia delante y otra hacia atrás. Al dirigir su mirada hacia estas seis extensiones como hacia un número siempre igual, Él acaba el mundo; Él es el primero y el fin (al alpha y el omega); en Él se acaban las seis fases del tiempo y de Él reciben su extensión indefinida; este es el secreto del número 7".

Sea la cruz esférica o las seis direcciones del espacio, lo cierto es que se trata de un símbolo presente en todas las tradiciones, las civilizaciones y doctrinas sagradas provenientes del lejano Oriente, para recalar en la más antigua del cercano: la tradición sagrada hebrea que, naturalmente, no podía menos que acogerla. Eludiremos su desarrollo porque ahora estamos interesados en el simbolismo de la cruz, de modo especial.

Las seis direcciones norte, sur, este, oeste, arriba y abajo, integran un sistema de coordenadas que dan una visión de la totalidad del espacio, que naciendo desde el centro se extienden por cada uno de los seis rayos creando una distancia indefinida con la suma de todas las distancias generadas por la extensión habida entre la sucesión de los puntos vecinos. Así como la cruz horizontal resulta del cruce de dos diámetros los que a su vez y a causa del cruce generan cuatro radios que son las cuatro direcciones de la cruz plana, la cruz esférica ostenta seis radios con otras tantas direcciones distintas, cuatro de las cuales se dirigen a puntos divergentes pero dentro del mismo plano, y sólo dos divergen en planos distintos, lo que posibilita la tercera dimensión. Así, pues, la cruz esférica tiene seis direcciones en sus seis radios (norte, sur, este, oeste, arriba y abajo) y tres dimensiones (largo, ancho y hondo).

Siendo la cruz esférica la más exaltada y completa representación de la Creación porque abarca la totalidad del espacio en todas sus direcciones y en sus tres dimensiones, es del caso advertir que este sistema de coordenadas dispone de tres ejes: uno vertical y dos horizontales, que responden al plano de la cruz horizontal, con lo cual los puntos cardinales pasan de cuatro a seis y los diámetros los sitúan en el espacio en razón de la cualidad axial. El eje vertical es el que sostiene todo el sistema y como en la tierra, baja de norte a sur (del cenit al nadir) y corresponde a lo alto y lo bajo; de los dos ejes horizontales, uno es el de la derecha-izquierda y corresponde al sur y al norte; y el delante y atrás corresponde al este y el oeste. El eje vertical es el eje polar, alrededor del que se efectúan todas las rotaciones y es, por lo tanto, el eje principal. Los otros dos son secundarios y podrían tener correspondencia el eje norte-sur a los solsticios y el este-oeste a los equinoccios. Como se advierte, la tercera dimensión desplaza el eje norte-sur como eje principal, a la cualidad de secundario.

La cruz esférica aplicada a Jesús crucificado es el significado más extenso de la divinidad por abarcar todo el espacio creado y por ende, todas las posibilidades de la Existencia Universal, que absorbe todas las Existencias individuales. Su eje vertical sigue siendo el cuerpo de Jesús y su centro el "Sagrado Corazón", expresión tan cara a los sentimientos religiosos de los cristianos y que ya dimos tratamiento en La Última Cena.

No deja de ser ilustrativa la interpretación que de la cruz de San Andrés dan los alquimistas. Reconociendo que gráficamente es idéntica a la letra griega C en su versión mayúscula y c minúscula, habida cuenta la fonética correspondiente (xi o chi), equivale a la "chispa" encerrada en los entes y su inicial, a la triple incógnita de la Gran Obra: cwnh, crusov cronov (el crisol, el oro y el tiempo). Explican, por añadidura, que la X representa la iluminación y por extensión, la revelación divina, pues el Espíritu Santo está siempre figurado por una paloma en pleno vuelo, con las alas extendidas y un eje perpendicular con el que forma una cruz. Y sintetizando, aseguran que la X griega y la X alquímica representan ambas " la escritura de la luz por la luz misma" (1). En álgebra representa la incógnita y en la Edad Media la utilizaban como firma los analfabetos. La X es, y principalmente, la inicial de la palabra Xristóv. Y atravesada por un eje vertical es el monograma de Jesucristo.

* * * * *

Dos palabras acerca del simbolismo de los dos ladrones crucificados juntamente con Jesús. Conocido es el relato evangélico acerca de que uno de ellos creyó en última instancia en Jesús, mientras que el otro, irredento, lo desafiaba. Se repite en esta ocasión la profecía que en El Icono de la Natividad hemos explicado respecto de la presencia del asno, símbolo del mal, y del toro, símbolo del bien. En su crucifixión la profecía del nacimiento de Jesús se hace realidad con el Buen y el Mal ladrón, y es la constante de toda su vida. Tiene que estar constantemente acreditando su cualidad sagrada y predicando muchas veces ante incrédulos que le instaban a que demostrara su poder divino con hechos extraordinarios. Muere Jesús del mismo modo en que ocurrió su nacimiento: entre el Bien y el Mal. Entre el Buen y el Mal ladrón, entre el buey y el asno.

* * * * *

Dejar fuera de la crucifixión el símbolo del manto que echan a suerte los soldados al pie de la cruz, hubiera sido un error, habida cuenta que tiene una mención explícita en los Evangelios, tan sorprendente como ciertas omisiones inexplicables, como ser la falta de información acerca del modo en que se llevó a cabo la crucifixión tal vez, por tratarse de un dato demasiado conocido en la época y que desde los primeros historiadores del cristianismo fue comentado en su doble modalidad: una para los malhechores condenados por delitos comunes, y otra para los insurrectos contra el poder de Roma (2). Lo del manto no deja de ser algo insólito porque habiendo tantas circunstancias dignas de tener una explicación, los evangelistas toman cuidado de mentar una prenda que, se supone, es la misma con  la que cubrieron a Jesús después de desnudarlo para iniciar la humillación y la tortura física a la que lo sometieron. Esto no es casualidad ni capricho de los relatores, porque el manto tiene una bien acreditada tradición simbólica (3).  

En sánscrito, el vocablo sûtra significa hilo, y tiene la misma raíz de la palabra latina sutura en el sentido de coser. En griego, manta strwmnh, tiene la raíz str, del que el latín tomó su sustantivo "s t r"  y el verbo "suturar", lo que indica a las claras que son palabras emparentadas, no en vano el latín es una lengua parásita del griego, del que tomó buena parte de sus raíces o palabras completas, y modificó otras con una variación de la grafía. La manta o el manto, que para el caso es lo mismo, está suturada (cosida) con hilos (sûtra), por lo que existe una conexión entre el sánscrito, el griego y el latín, amén de otras lenguas como el árabe. Lo curioso es que "coser con hilos" tenga raíces idénticas a su origen sánscrito y que el resultado de "suturar" sea una manta, cuya raíz en griego se emparienta con los orígenes de suturar o coser. Es que además, strwmnh´ significa también: cobertor, que es la función que cumple la manta o manto. Hay otra palabra griega más apropiada a la raíz que estamos buscando, y es strwjaw, cuyo significado es hilar, que se adecua perfectamente al resultado de la acción que es obtener una manta o manto. Hilar, en griego, tiene la misma raíz que el suturar latino: str = str (sólo tomamos en cuenta las consonantes por ser los étimos básicos de toda lengua). Así, pues, existe una correspondencia muy clara entre el "hilo" sánscrito, la "sutura" latina que se lleva a cabo con el hilo, y la griega "hilar", que es la más próxima a la idea de manto, como resultado final de la acción de hilar que es, naturalmente, el primer paso que se da en la tejeduría de paños.

La simbología del hilo tiene enorme importancia en la ciencia tradicional, y de hecho precede a la simbología del tejido, que es el resultado empírico de la labor que se lleva a cabo con el hilo, aunque ambas están implicadas en el arte de tejer. Es curioso cómo en la naturaleza hay una correspondencia evidente entre los enunciados de la tradición hermética y la labor paciente de la araña, que teje su red con sabiduría instintiva, elaborando los radios con una sustancia por la que recorre toda su tela, mientras que la trama que entrecruza con la urdimbre radial lo hace con otra sustancia que es pegajosa, lo que la araña obviamente sabe, pero no la mosca.

En el hinduismo, se cree que el "hilo espiritual" es una cadena de oro pendiente del cielo para llevar a cabo ciertas prácticas rituales de procesamiento para la determinación de la inocencia o culpabilidad. En el siglo VIII a.C. se citaba al "Sol como amarre al que los mundos están atados por medio de los cuadrantes. Él encorda, teje, trenza los hilos y quien conoce ese hilo y al Controlador interno que desde dentro controla ese mundo y el otro mundo y todos los seres, conoce al Brahman, conoce a los Dioses, conoce los Vedas, conoce el Ser, conoce al Sí Mismo, conoce todo". Y en el mismo sentido: "Todo el Universo está encordado en Mí, como hileras de gemas en un hilo" (4).

Lo destacable del relato evangélico es que el manto era de una sola pieza, sin costuras, lo que evitó que los soldados se los repartieran a tirones. Por ello, decidieron echarlo a suerte para que se lo lleve uno de ellos, sin destruirlo (5). Este hecho le da sentido a la Unicidad de su dueño. Lo curioso es que tampoco los Evangelios explican de quién era el manto: si Jesús lo llevaba consigo desde el principio, cosa que se debe descartar porque lo que se lee es que le devolvieron la ropa después de desnudarlo y le quitaron el manto con el que lo habían cubierto (strwjaw´), quiere decir que le quitaron el manto (que no le pertenecía) y para que se cubriera la desnudez le devolvieron su ropa. Es extraña esta circunstancia de un manto que aparece en el relato sin ninguna referencia a su propietario, cosa que no ocurre, por ejemplo, con la mortaja que provee José de Arimatea para cubrirlo en el descendimiento.

El manto es un tejido compuesto por la urdimbre, que son los hijos llamémosles "radiales", que se extienden a lo largo del telar y que son atravesados por los hilos de la trama, que van dibujando de manera contingente y variable sobre la urdimbre que representa el elemento principal de la tela, el elemento inmutable. La variabilidad la aportan los hilos de la trama, introduciendo formas y colores diversos. De ese "entramado" en el que los hilos variables se mezclan con los de la urdimbre, lo hacen formando cruces que se manifiestan en la totalidad de la tela. Por eso es importante que en la de Jesús, no contuviera una ruptura interior causada por suturas (costuras). La urdimbre representa lo trascendente, lo celestial de la cruz, que la trama origina al cruzarse con los hilos fijos de la urdimbre. La trama representa, en cambio, lo contingente, lo individual y lo terreno, con lo cual, se produce una vez más la unión de los complementarios. Lo celestial y lo terrenal se complementan mediante el signo de la cruz que forman la urdimbre y la trama en el manto de Jesús, y que está presente para recordar este sentido sagrado, en todos los tejidos que el hombre usa. La continuidad es sagrada y por ello, son más apreciadas las prendas de vestir que están confeccionadas con telas enterizas. Esta clase de vestimenta puede ser confeccionada en las prendas propias de las costumbres árabes o hindúes, cuyas culturas religiosas están muy arraigadas en sus poblaciones y donde lo sagrado está mucho más cerca de sus corazones que en las culturas occidentales. Y decimos "corazones", con el significado que le hemos dado en el capítulo de La Última Cena, que está muy lejos del sentido amoroso que el romanticismo hizo suyo, excluyendo toda otra significación, especialmente la sagrada.

La multitud de cruces que el tejido ha generado entre la urdimbre y la trama, va mucho más allá del simbolismo único de la cruz que, por lo demás, lo tenemos explicado. En este caso y en virtud de tal multitud de cruces, el tejido representa a la Existencia Universal por reunir a todos los mundos, a todos los seres manifestados y no manifestados que conforman la Creación y, ante la evidencia de que tal multitud sólo tiene fin en razón de la decisión racional o caprichosa del ser humano que va formando las cruces con urdimbre y trama, es apropiado pensar que esas cruces del tejido carecen por principio, de límites. Porque la limitación está ajustada a las necesidades del tejedor y no a la "esencia" celestial que el tejido representa. De un punto de vista divino, las cruces del tejido representan la Creación en su infinitud expansiva, mientras que desde el punto de vista humano significa la infinitud de sacrificios padecidos por los inocentes a manos de los perversos que gobiernan y ejercen el poder político, económico y espiritual en beneficio propio.

Cada cruz que forman los hilos de la urdimbre con los hilos de la trama corresponde a uno de los estados o modalidades del ser individual, de su Existencia humana, de modo que los hilos de la urdimbre (cada uno de ellos) vienen a ser el eje de los radios de la cruz, mientras que los hilos de la trama siempre serán las existencias contingentes representados por los rayos mismos. En el centro formado por el sitio exacto donde se produce el cruce de ambos hilos, se manifiesta el lugar donde lo celestial es accesible mediante el eje vertical que sólo idealmente está inserto en el plano horizontal que forman el número indefinido de cruces del tejido.

* * * * *

Hemos dejado para el final un aspecto relevante, a nuestro entender: el sacrificio. No cabe duda que la pasión y más aun la crucifixión son pruebas de un sacrificio notable. Dejando de lado las explicaciones masónicas e hindúes en relación con la víctima y victimario, tomamos lo esencial de sus enunciados para reconocer que en el caso de la doctrina cristiana se observa con claridad que la víctima del sacrificio es a la vez el oficiante de la ceremonia. Esto es así, simplemente porque Jesús cósmico asume la voluntad de llevar adelante el sacrificio y se lo comunica a su naturaleza terrenal. Según Mateo 26, 36-46, en el huerto de Getsemaní, cuando Jesús se entera del futuro sacrificio al que deberá enfrentarse, dice: Padre mío, si es posible,  no me hagas beber este cáliz, pero no obstante, no se haga lo que Yo quiero, sino lo que Tú (Mateo 26, 39). Con palabras similares, Lucas 22, 39-45, añadiendo lo siguiente: Y entrando en agonía, oraba con mayor intensidad. Y le vino un sudor como de gotas de sangre que chorreaban hasta el suelo (Lucas 22, 44).

La dualidad oficiante-víctima en el sacrificio de Jesús se explica con otra simbología distinta de la que enseña el rito masónico de "difundir la luz y reunir lo disperso", en el que el oficiante es el maestro y la víctima el iniciado. Y tampoco la que preconiza la tradición védica y que está vinculada al primer sacrificio del Purusha primordial, cuya dispersión de sus miembros originó la creación de lo manifestado. Algo semejante al sacrificio que en la tradición hebrea corresponde al Adam Kadmon, origen de la Creación. En el cristianismo, no es que sea el propio Jesús quien asuma voluntariamente la condición de víctima y oficiante, aunque de hecho lo es, ante una primera lectura del Evangelio. Sin embargo, en este caso intervienen las dos naturalezas de Jesús y ello da lugar a que, pese a ser objetivamente Él mismo quien parece ser el oficiante, no lo es en realidad porque acude al Padre para afirmar su fe, reconociendo que le causa horror el conocer lo que se le avecina. Si fuera la misma naturaleza la que oficia y sufre, no se hubiera encomendado a Dios-Padre para aceptar su destino y sudar sangre por el dolor que habría de soportar. La naturaleza divina de Jesús pone a la humana en el trance de sobrellevar el sacrificio. Es Él mismo quien oficia y sufre mas, cada una de sus naturalezas en lo suyo.

En cuanto a que si el sacrificio debe o no derivar de un acto reprobable como es el asesinato, creemos que por supuesto lo implica porque el sacrificio para ser tal debe estar inserto en dos circunstancias: ser injusto y saber el sacrificado la razón por la que lo soporta. En cuanto al suicidio, aunque no contiene el rasgo humano del delito, sí que puede ser un sacrificio en términos humanos, aunque la religión católica lo condene en términos dogmáticos. Con la muerte del sacrificado se produce una dispersión, siquiera la de su alma y su cuerpo, para no entrar en otras consideraciones que nos alejen del tema, pero también incluye una reunión de lo disperso, atenidos al dogma de la resurrección de los cuerpos y su unión definitiva más allá de la consumación de los tiempos; es decir, por toda la eternidad.

El masón Robert Ambelain, parafraseando a Víctor Hugo, interpreta la Redención, que es la consecuencia o destino absoluto de la crucifixión como sacrificio, dando el siguiente ejemplo:

"... un profesor indulgente, harto de castigar a alumnos insolentes y alborotadores, y desconsolado por esta causa, un buen día administrará delante de ellos una corrección magistral al único alumno respetuoso y dócil, a fin de poder levantar, a continuación, todos los castigos a los alumnos malos, hilarantes ante dicho espectáculo"6.

La interpretación de este autor demuestra una de dos: que está teñida de mala fe, o con buena fe ignora el verdadero significado de la Redención. En cualquier caso, no nos interesa desentrañar ese misterio. Sí, en cambio, dar la correcta interpretación del símbolo de la Crucifixión, "la corrección magistral al único alumno respetuoso y dócil", según Ambelain, seguidor de Víctor Hugo en esta cuestión.

Lo primero que ha de quedar claro es que la Redención como consecuencia del sacrificio experimentado en la cruz, no es una lluvia que cae sobre todas las cabezas, y menos aun sobre la de aquellos que no la merecen. Porque aun el Hijo del Hombre no vino a que le sirviesen, sino a servir, y a dar su vida por la redención de muchos (Marcos 10, 45). Dijo Jesús: de muchos, no de todos. Pensar siquiera en lo contrario, sería dirigir el pensamiento hacia lo absurdo. La crucifixión representa la realidad de un mundo infame que castiga a los inocentes sin pesar en sus conciencias la crueldad de sus actos. Y esto no va por los judíos ni por los romanos de aquel entonces. Ve por todos los seres humanos que desarrollan sus individualidades en la cuarta y última Yuga de nuestra Manvántara. Los judíos y los romanos, cómplices en la crucifixión del inocente (Pilato se lavó la manos porque no veía culpa en él), son los instrumentos del significado de este símbolo. Un especialista de la doctrina y el arte hindú y la tradición védica se refiere a este tema, demostrando hasta qué punto existe esa línea invisible pero cierta, que a través de todos los tiempos conduce de civilización en civilización, de religión en religión, una verdad cósmica que a todas vincula con un enlace único que se cimienta en el aserto de que toda la sabiduría proviene de Dios, el Creador. De otra manera, la cultura de cada pueblo y civilización sería del todo incompatible con las demás. La cita mencionada, dice:

"La creación y crucifixión cósmica no son sólo los medios de redención necesarios, sino también la antítesis del fin último, que debe ser el mismo que el primer comienzo. Por consecuencia, como lo expresa. "Cuando el par conjunto se partió, los Devas gemían y clamaban, 'Cásense de nuevo'"; y de aquí la representación del matrimonio en el ritual, simbólico de la reunión de Indra e Indrânî en el corazón, tan vívidamente descrito en la analogía de la unión humana. 7. (Hemos suprimidos la citas védicas en sánscrito, por carecer de interés al ser una lengua prácticamente desconocida).

Más allá del sacramento del matrimonio tal y como lo afirman los cristianos, es el matrimonio un símbolo de las tradiciones sagradas que ensalzan la unión del hombre y la mujer como reflejo o representación terrenal de la unión fecunda de los dioses. Mircea Eliade, historiador de las religiones observa un criterio similar:

"En Grecia, los ritos matrimoniales imitaban el ejemplo de Zeus cuando se unió secretamente a Hera (Pausanias, II, XXXVI, 2). Como era de esperar, el mito divino es el modelo ejemplar de la unión humana. Pero hay otro aspecto que importa subrayar: el de la estructura cósmica del ritual conyugal y del comportamiento sexual de los humanos. Al hombre no religioso de las sociedades modernas le resulta difícil captar esta dimensión cósmica y a la vez sagrada de la unión conyugal" 8.

La humanidad, tomada como localización históricamente necesaria, está rodando pendiente abajo con todos los signos evidentes de la decrepitud de los últimos tiempos, y el Jesús cósmico ha decidido ponerlo en evidencia para que aquellos irredentos que con sensibilidad y vocación suficientes, al abrir sus ojos frente a la fatalidad generalizada, renueven la existencia en un ámbito espiritual de comunión con lo sagrado, de modo que si, advertidos, lo hacen, serán redimidos. Los otros, aquellos "alumnos insolentes y alborotadores", no serán redimidos, y ello es justo. Y esto es así, sin duda alguna, pues, para las religiones que atribuyen al Creador la cualidad de Justo Juez y Piadoso Padre, lo lógico para una mentalidad racionalista es que se premie con la Redención a los justos y se castigue a los perversos. La Redención es una campanada de alerta que resuena en los oídos de quienes son capaces de oírla pues, como dice el Evangelio: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y quien busca halla, y al que llama se le abrirá (Lucas 11, 9-10). Los abominables, que viven adorando el vellocino de oro y se regocijan con el dinero acumulado que no deja de crecer en sus arcas, esos ni escuchan ni ansían entender lo que pudieran alguna vez escuchar, y no serán redimidos a causa de su propio rechazo de la Redención posible.

El mensaje de Jesús es la última advertencia de los Últimos Tiempos del Kali-Yuga. Desde el advenimiento hasta el fin de los tiempos cuando se produzca el advenimiento del Paráclito, es el tiempo de la Redención para quienes tienen aun la oportunidad. No lloverá del Cielo como el maná. No premiará a justos y malvados por igual. Y esa advertencia de Jesús es, al mismo tiempo, una profecía: la del fin del Templo y de Jerusalén 9, que se produciría 37 años después por orden del Emperador Tito, ejecutada por su hijo de igual nombre en el año 70, y que duraría poco menos de dos mil años de diáspora y sufrimientos. Aunque históricamente referida a esos dos símbolos del judaísmo, debe ser igualmente aplicada a la especie humana y el mundo que lo habita. De un punto de vista histórico, la Redención es el período de gracia que se extiende, como se acaba de decir, desde la Crucifixión hasta la llegada del Paráclito 10, que es el Hermes de la cristiandad, venerado como Espíritu Santo, intérprete de la palabra de Jesucristo. Se podría decir que la Redención en palabras profanas significa: pedid ser redimidos, y se os redimirá; cerrad vuestros corazones a la última gracia del Creador, y no volveréis al jardín donde florece el árbol de la vida.

El sacrificio de Jesús en la cruz se produce el día viernes cerca de las tres de la tarde. El sacrificio del cordero pascual se produce para los judíos "entre las dos tardes"; es decir, entre el anochecer y la oscuridad de la noche cerrada (en hebreo Mybr(b Nyb).

La hora de la muerte, el momento en el que expira Jesucristo parece no coincidir con el simbolismo de la pascua hebrea; sin embargo, tal como lo explicamos en La Última Cena, inmediatamente después de expirar, los cielos quedaron en tinieblas, cumpliéndose de ese modo el ritual hebreo del sacrificio pascual. Jesucristo muere al atardecer (en hebreo br(). Es la hora del sacrificio del cordero que quita los pecados del mundo.


NOTAS

* Este texto contiene letras griegas y hebreas, que pueden descargarse en esta dirección: (letras SPIonic y SPTiberian).

(1) Ver Fulcanelli, Las moradas filosofales, cap. 2, del libro II.

(2) Así, Eusebio de Cesarea, en su Historia eclesiástica, libro VIII, cap.8,
da cuenta de las dos modalidades de crucifixión que practicaban los romanos: "... mientras que otros morían durante los tormentos; algunos perecieron de hambre y otros fueron crucificados, según la costumbre que se emplea con los malhechores, y algunos de ellos fueron clavados cabeza abajo y abandonados vivos hasta que morían de hambre sobre el mismo madero".

(3) En el cap. XIV de El Simbolismo de la cruz, René Guénon luego de un repaso por las principales culturas y doctrinas sagradas del lejano Oriente, explicita los variados sentidos de este símbolo, sin agotarlo, lo que da una idea de la amplitud de significaciones que ostenta.

(4) Es inconveniente proseguir aquí con el tema del hilo, más allá de lo que ya se ha dicho. Para un desarrollo del tema, ver La iconografía de los "nudos" de Durero y la "concatenación" de Leonardo, de Ananda K. Coomaraswamy, en http://www.symbolos.com/durero1.htm

(5) Juan 19, 23-24.

(6) Robert Ambelain, Jesús o el secreto mortal de los templarios, cap. 24.

(7) Ananda K. Coomaraswamy, La doctrina tántrica de la Biunidad Divina, en Symbolos (www.geocities.com/symbolos/coomara.htm). 

(8) Mircea Eliade, Lo sagrado y lo profano, p. 108, ed. Paidós.

(9) Mateo 24, 2; Marcos 13, 1-2: Yo os digo de cierto, que no quedará de ella piedra sobre piedra.

(10)  Juan 16, 7: Yo os digo de verdad: os conviene que Yo me vaya, porque si Yo no me voy, el Paráclito (llamado también Consolador) no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré.