María Alejandra Crespín Argañaraz
|
||
"EL AMOR DIVINO EN SAN JUAN DE LA CRUZ" |
||
2009
|
||
El objetivo de este breve ensayo es el lenguaje del amor en el Cántico Espiritual en la obra de San Juan de la Cruz (1542-1591). A sus guiados los apartó del mundo, a veces con severidad; pero, también, con lenguaje sereno y afectivo los fue acercando a la verdad. Así, despertó en ellos, sentimientos dormidos. Sus palabras estaban dirigidas, con mayor frecuencia, a contrarrestar la posible tibieza de su vocación religiosa, para hacerlos más dignos de su misión, para que comprendieran que el camino de la perfección comienza con la fe y concluye en el abrazo de amor con Dios. Se presta la poesía para la descripción de sensaciones, para la creación de imágenes que nos transportan de los instantes vividos, turbulentos a veces, a otros de recogimiento y de paz. Mucho de esto encontramos en la poesía de San Juan de la Cruz.
Pero advertimos algo más.
Lo impulsa en forma dominante una sola idea: caminar hacia lo infinito, sin otro rumbo que el fijado por la esperanza de llegar a Dios, tratando siempre, con el largo peregrinaje, de encontrar una luz que lo anuncie y que lo acerque a El.
Para recorrer esa larga senda, el santo ha encontrado en la fe los tesoros de la esperanza, de la comprensión y de la humildad. Es un camino de avances y retrocesos; una lucha permanente de materia y espíritu; una difícil privación de lo que es halago mundano para preferir el silencio, la soledad, la meditación y el sacrificio.
En los retrocesos nos olvidamos de Dios. Solo cuando la adversidad comienza a cercar nuestras ambiciones, nos acordamos de El y surge, entonces, la plegaria, signada por el interés o por el egoísmo. Están los pájaros y los árboles, los ríos y los montes, el fuego y el viento, todo armónicamente distribuido en el mundo porque es la obra de la misma mano divina; objeto de una única voluntad de amor y hacia ella lo eleva el éxtasis, experiencia que refleja en su obra con el lenguaje que le presta la música del canto de las aves, el rumor del agua, la voz del viento entre los árboles y el aromado color de las flores del campo. Todo está en el lenguaje poético de San Juan. Y todo está enlazado por el amor. Las criaturas se mueven dentro de un orden establecido y con una meta definida: llegar hasta "la más alta esfera". El alma debe absorber toda esa armonía y, con ella, la pureza, que la despoje de lo material para poder cumplir con la misión de acercarse a su Creador. El tema principal y su propósito ya lo explicita el santo en el prólogo del Cántico, que dirige a la Madre Ana de Jesús, Priora de las Descalzas en San José de Granada y así lo expresa en el punto segundo: Por haberse, pues, estas canciones compuesto en amor de abundante inteligencia mística, no se podrán declarar al justo, ni mi intento será tal, sino sólo dar alguna luz en general (pues V.R. así lo ha querido). Y esto tengo por mejor, porque los dichos de amor es mejor dexarlos en su anchura, para que cada uno de ellos se aprovecha según su modo y caudal de espíritu, que abreviarlos a un sentido a que no se acomode todo paladar. Y así, aunque en alguna manera se declaran, no hay para qué atarse a la declaración; porque la sabiduría mística -la cual es por amor, de que las presentes canciones tratan- no ha menester distintamente entenderse para hacer efecto de amor y aficción en el alma, porque es a modo de la fe, en la cual amamos a Dios sin entenderle. El Santo, no es absoluto en sus afirmaciones, salvo cuando se refiere al amor; permite que la libertad de cada uno se ejerza para entender el lenguaje de amor que emplea, pero no da lugar para desvirtuar su finalidad. Estas declaraciones nos hacen comprender que es casi imposible llegar al místico carmelitano valiéndonos de los métodos tradicionales de la crítica literaria.Su poesía es tan inalcanzable por lo personal del estilo, que mas positivo parece dejarse llevar por la intuición para desentrañar la densidad de su mundo místico-poético y más si pensamos en qué momento tan especial y penoso de su vida comenzó la redacción de lo que más tarde se llamó Cántico Espiritual. Aquí la envidia y mentira En esos momentos ¿qué lo pudo sostener?. Unicamente el recuerdo de lo vivido, lo contemplado con los ojos del cuerpo y los del alma, el repaso mental de sus lecturas, en especial el Cantar de los Cantares, que conocía profundamente su imaginación y su fe. Sólo la fe y la inspiración de Dios pudieron generar un lenguaje de Amor como el que trasunta la obra. La contemplación y el éxtasis le permitió ver todo a la luz de la transfiguración. Esta imagen está simbolizada en el mundo de la naturaleza en todas sus formas, y se revela una fina percepción del medio, una sostenida observación basada en lo real para trasladarla, con lenguaje sensitivo, al plano de la divinidad. Para expresar ese sentimiento indefinible que es el Amor, las únicas palabras posibles, el único lenguaje, es el que expresa el amor mundano, pleno de sensualidad y de realismo. Difícil resulta, entonces, transformar ese lenguaje para ligarlo al proceso de la mística, para elevarlo en forma tal que la mente olvide su origen sensual para transformarlo en Amor divino. Esa transformación, que no podemos razonablemente comprender, está en el contacto del alma con su Creador y sólo es posible entenderla si logramos compenetrarnos con el mundo de la mística e intentar descubrir los valores íntimos que encierran la posibilidad de que el alma se desligue del cuerpo, abandone la realidad y comience el derrotero. El lenguaje del amor en San Juan de la Cruz debemos estudiarlo y explicarlo como una permanente permuta de la realidad por el Ideal. Un cambio que nos obliga a pensar profundamente. Por eso, para evitar que se desvirtúe ese ideal, el poeta ha considerado necesario explayarse en cada uno de los versos o de las estrofas y sustentarlos en los textos sagrados, donde está su inspiración primera. El mismo nos aclara su lenguaje, el valor de cada palabra o la extensión de cada símbolo y pone orden en nuestros pensamientos. Sostenemos, entonces, que estamos ante un cambio de valores en el lenguaje, provocado por la inasible intimidad del proceso místico. Para entenderlo, sería necesario vivir ese proceso. A propósito de estas apreciaciones semánticas, es ineludible relacionar el lenguaje del Cantar de los Cantares con el del Cántico Espiritual; pero esa relación no implica necesariamente una dependencia literaria, sino contacto con una acabada expresión de la mística, en el que las alas del amor se extienden sobre el Amado y la Amada y se revela con un lenguaje encendido por el espíritu del santo. Hemos mencionado, ya, los términos Amado-Amada y podemos añadir los de Esposo-Esposa, porque se trata, en el Cántico, de un connubio que encierra una íntima unión espiritual, un deseo de fusión que sólo puede lograr el místico elevado por los brazos del amor, que, en esa instancia, le hace ignorar al mundo y acrecienta su determinación para que no lo detengan "los fuertes y las fronteras", ni la belleza mundana que con el tiempo pasa, ni las adversidades que se opongan para que su alma no pueda llegar hasta la gloria del Amado. No sabemos si San Juan de la Cruz escribió para sí mismo, por emoción estética, o lo hizo para nosotros, para nuestro perfeccionamiento espiritual; pero sí sabemos que el núcleo de su lenguaje de amor no puede ser otro que la inspiración divina, la intuición mística experimental. Comprendemos, entonces, que el acto de amor surge de Dios, pues puede considerarse como tal la expresión que el poeta pone en la voz de las Criaturas cuando responden a la Amada a su requerimiento por la presencia del Amado. Mil gracias derramando Acto de amor es la difusión de la gracia que la estrofa resalta, porque las cosas bellas del mundo son la imagen de Dios, pero no son Dios en sí mismas. Sólo lo reflejan. En esta forma podemos comenzar a comprender a San Juan de la Cruz y a iniciarnos en el estudio del proceso del lenguaje de un místico, en el despertar de un divino sentimiento amoroso, revelado por la contemplación y por la plegaria. El lenguaje del amor está también en las palabras sencillas que emplea en sus breves notas a las monjas carmelitas, a algunas de las cuales leyó o recitó los versos primeros del Cántico, el único tesoro que le arrancó a la prisión. Todo esto justifica uno de los comentarios que hace en el Cántico: "No basta que Dios nos tenga amor para darnos virtudes, sino que también nosotros se lo tengamos a El para recibirlas y conservarlas". Así entendemos que el Amor inicia el camino hacia la santidad, porque solamente él tiene la fuerza necesaria para lograr la unión a la que el místico aspira. No podemos decir que amamos a Dios si con nuestros actos de todos los días no demostramos ese amor. El santo piensa así porque en él, el místico se impone al teólogo. Es necesario llegar a los místicos, especialmente a San Juan de la Cruz a su impenetrable esfera, para hallar otra forma de sentir el amor, a encontrarlo en otra dimensión, menos real para nuestros sentidos, pero más pura y trascendente por su inserción en la vida espiritual. En el intento de penetrar en el pensamiento de San Juan de la Cruz, en la grandeza de su mundo poético y de su lenguaje místico, lenguaje de fe, de amor y de perseverancia, hemos querido también asomarnos, con la timidez del profano, al camino siempre dificultoso -cuando no imposible- de la perfección, recorrido por el santo y que éste nos señala. La tarea es ardua para quien sólo ha frecuentado el amor mundano y, llevado por el afán de explicarse las transformaciones del alma, ha incursionado en las obras de los místicos, se ha acercado a su tiempo y ha gustado en ellos "el fruto imperfecto de la sabiduría". En él descubrimos el otro sentido del amor, que hemos tratado de explicar precedentemente a estas reflexiones. Pero no es suficiente. ¿Se puede, acaso, penetrar en los íntimos sentimientos de quienes los rodean?. Los conocemos únicamente por su propia confesión, no siempre comprensible y diáfana; los conocemos por sus actos o por la dimensión lograda en las páginas del inacabable tratado de la vida. San Juan es diferente. En él hemos percibido la claridad del pensamiento. Nada nos ha perturbado para acercarnos al sentido de su obra, dentro del alcance de nuestra percepción. Nos ha llevado por el camino del Amor que siempre se renueva, que nos transforma y nos acerca a la verdad. No es la verdad absoluta. Par serlo, tendríamos que sentir la espiritualidad del Amor como la sintió el santo, que fue producto de la revelación, del favor divino, que a pocos se dispensa. Es necesario hacer un íntimo análisis para llegar a ese punto de comprensión. Análisis que obliga a aceptar que el lenguaje del Amor, del verdadero, no pertenece al mundo en que vivimos ni a la lengua que hablamos. Es la palabra que Dios inspira y que San Juan de la Cruz desarrolla con humildad y pureza, no exentas de alta calidad literaria, para convertirla en nexo espiritual entre el mundo, la carne y el pecado y la insospechada dimensión del Amor divino. Y queremos imaginarlo reclinando su cabeza con amoroso olvido, en la pobre ventana de su celda, aspirando profundamente el aire de la mañana y mirando, como si lo viera por primera vez, con los ojos encendidos por la fe, con el alma en paz, con las manos unidas en ruego o en plegaria, el cielo luminosamente azul ... porque: Al espíritu místico le basta
|
||
BIBLIOGRAFIA FUNDAMENTAL (Por la autora) R.P. Crisógono de Jesús, R.P. Matías del Niño Jesús y R.P. Licinio del Santísimo Sacramento: "Vida y Obras de San Juan de la Cruz". Biblioteca de Autores Cristianos - Madrid. 1960. R.P. Félix García: "Obras Completas Castellanas de Fray Luis de León", Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid. 1959. R.P. Efrén de la Madre de Dios y Otilio del Niño Jesús: "Obras de Santa Teresa de Jesús", Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid. 1961. R.P. Angel C. Vega: "Cumbres Místicas - Ensayistas Hispánicos", Aguilar - Madrid, 1963. Baruzi, Jean: "Saint Jean de la Croix et le problème de l'expérience mystique". París. 1924. Marasso, Arturo: "El Lirismo de San Juan de la Cruz. Estudios de Literatura Castellana". Buenos Aires, 1955. |
||