Atrivm. Portal cristiano.
Renacimiento
Atrivm
NICOLAS DE CUSA (1401 - 1464)
LA VISION DE DIOS
(Selección)
Universidad de Navarra, Pamplona 1994
Traducción e introducción de Angel Luis González, págs. 82-99
 

Capítulo IX

La visión de Dios es a la vez universal y particular, y qué camino conduce a la visión de Dios

    34 Puesto que tú contemplas simultáneamente a todos y cada uno, como lo representa incluso esta imagen pintada que miro, me maravilla cómo en tu poder visivo coincide lo universal con lo particular. Pero porque mi imaginación no capta cómo pueda suceder esto, ya que busco en mi capacidad visiva entender tu visión, la cual no está contraída a un órgano sensible como lo está la mía, considero, por tanto, que me engaño al juzgar.

    35 Tu vista, Señor, es tu esencia, Por tanto, si considero la naturaleza humana, que es simple y una en todos los hombres, la encuentro en todos y cada uno de los hombres. Y aunque en sí misma no está ni en el este ni en el oeste, ni en el sur ni en el norte, sin embargo está en el este en los hombres que están en el este, y en los hombres que están en el oeste está en el oeste. Y de ese modo, aunque a la esencia de la humanidad no pertenezca ni el movimiento ni el reposo, sin embargo la humanidad, simultáneamente y de una sola vez en el mismo instante, se mueve con los hombres que se mueven, reposa con los que reposan y está inmóvil con los que permanecen inmóviles, puesto que la humanidad no abandona a los hombres, se muevan éstos o no se muevan, duerman o reposen. Por eso, si esta naturaleza de la humanidad, que está contraída y no se encuentra fuera de los hombres, es tal que no está más presente en un hombre que en otro, y está de un modo tan perfecto en uno como si no pudiera estar presente en ningún otro, de un modo mucho más perfecto está la humanidad incontracta, que es el ejemplar y la idea de esta naturaleza contraída y que es como la forma y la verdad de esta forma contraída de la humanidad. La humanidad incontracta no puede abandonar jamás a la humanidad contraída en los individuos. Ella es, en efecto, la forma que da el ser a la naturaleza formal humana. Sin esa forma, no puede existir una forma específica, ya que no puede poseer el ser por sí. Esta existe precisamente por aquélla que es por sí, antes de la cual no hay otra. Por tanto, la forma que proporciona el ser a la especie es la forma absoluta; tú eres esa forma, Dios, tú que eres el formador del cielo, de la tierra y de todas las cosas.

    36 En consecuencia, cuando miro la humanidad contraída y, por medio de ella, la humanidad absoluta –es decir, viendo lo absoluto en lo contraído, como en un efecto la causa y en la imagen la verdad y el modelo– vienes hacia mí, Dios mío, como el modelo de todos los hombres, y el hombre en sí, esto es, absoluto. Igualmente, cuando en todas las especies considero la forma de las formas, tú te me apareces como la idea y el modelo. Y como tú eres el modelo absoluto y simplicísimo, no estás compuesto de muchos modelos, sino que eres el único modelo simplicísimo infinito, y de esta manera eres el modelo verísimo y adecuadísimo de todas y cada una de las cosas susceptibles de ser formadas. Eres, pues, la esencia de las esencias, que proporcionas a las esencias contraídas ser lo que son. Fuera de ti, Señor, nada puede ser.

    37 Si, por tanto, tu esencia penetra todas las cosas, entonces también tu mirada, que es tu esencia. Lo mismo que ninguna de todas las cosas que existen pueden evadirse de su propio ser, así tampoco pueden separarse de tu esencia, la cual proporciona el ser a la esencia de todas las cosas; por eso tampoco ninguna cosa escapa a tu mirada. Tú, Señor, ves a la vez todas y cada una de las cosas. Te mueves con todos los que se mueven, y estás parado con todos los que están parados. Y puesto que existen cosas que se mueven mientras otras están detenidas, tú, Señor, estás parado y a la vez te mueves, avanzas y simultáneamente estás quieto. Si el moverse y el estar quieto se encuentran al mismo tiempo contraídamente en diversas cosas, y nada puede ser fuera de ti, entonces ni el movimiento ni la quietud están fuera de ti; Señor, tú estás presente, simultáneamente y al mismo tiempo, todo entero en todas y cada una de estas cosas. Y, no obstante, no te mueves ni descansas, porque estás elevado por encima de todo y desligado de todo lo que puede ser concebido o nombrado. Por tanto, estás quieto y avanzas, y a la vez ni estás quieto ni avanzas. Este rostro pintado me manifiesta esto mismo. Si me muevo, su mirada parece moverse ya que no me abandona. Si, moviéndome yo, otro que contempla la imagen del rostro está quieto, igualmente su mirada no se aparta de él, sino que está quieta con el que está quieto. Sin embargo, al rostro desligado de estas condiciones no puede propiamente convenirle el estar quieto y el moverse, porque está por encima de todo reposo y de todo movimiento en la simplicísima y más absoluta infinitud. El movimiento, el reposo, la oposición y cualquier cosa que pueda ser dicha o concebida, son posteriores a esta infinitud.

    38 Por ello, experimento que me es necesario entrar en la oscuridad y admitir la coincidencia de los opuestos, más allá de toda la capacidad de la razón, y buscar la verdad allí donde aparece la imposibilidad. Y más allá de la razón, incluido el más altísimo ascenso intelectual, cuando llegue a lo que es desconocido a todo intelecto y que todo intelecto considera alejadísimo de la verdad, allí estás tú, Dios mío, que eres la necesidad absoluta. Y cuanto más oscura e imposible se reconoce esa tenebrosa imposibilidad, tanto más verdaderamente resplandece la necesidad, y se muestra y se aproxima menos veladamente.

    39 Te doy gracias, Dios mío, porque me has descubierto que no existe otro camino para llegar a ti excepto aquel que parece completamente inaccesible e imposible a todos los hombres, incluso a los filósofos más doctos, ya que tú me has mostrado que puedes ser visto solamente donde comparece y nos viene al encuentro la imposibilidad, Señor, tú que eres alimento de los fuertes, me has alentado a que me haga violencia a mí mismo para que admita que la imposibilidad coincide con la necesidad. Y he descubierto el lugar en el que apareces de modo manifiesto, el recinto de la coincidencia de los opuestos. Este es el muro del paraíso, en donde tú habitas, cuya puerta custodia el más alto espíritu de la razón, que no franqueará la entrada más que a quien lo tome por la fuerza. Por tanto, puedes ser contemplado más allá de la coincidencia de los contradictorios, y de ninguna manera en el lado de acá. Si en tu vista, Señor, la imposibilidad es necesidad, no existe nada que tu vista no vea.

Capítulo X

A Dios se le ve más allá de la coincidencia de los opuestos, y su ver es su ser

     40 Estoy ante la imagen de tu rostro, Dios mío, que miro con ojos sensibles; y me esfuerzo en contemplar, con ojos interiores, la verdad que está representada en la pintura. Y acontece, Señor, que tu vista habla; pues en efecto tu hablar no es distinto de tu ver. Y como tu ver y tu hablar son sinónimos –ya que no se diferencian en ti, que eres la misma simplicidad absoluta– experimento con claridad que tú ves simultáneamente todas y cada una de las cosas, pues también yo, cuando predico, hablo una sola vez y simultáneamente a la iglesia congregada y a cada uno de los que están presentes en la iglesia. Digo una sola palabra, y con ella sola hablo a cada uno particularmente. Lo que la iglesia es para mí, para ti, Señor, es el mundo entero y cada una de las criaturas singulares que existen o pueden existir. Por tanto, de un modo similar, hablas a cada uno y ves a quienes hablas. Señor, que eres el supremo consuelo de cuantos esperan en ti, inspírame para que yo pueda sacar de mí materia para alabarte. Me has concedido, en conformidad con tu voluntad, un solo rostro, que es visto singularmente y a la vez por todos aquellos a los que predico. Mi único rostro es visto por cada uno, y siendo sólo uno mi discurso es oído íntegramente por cada uno. En cambio, yo no puedo oír diferenciadamente a la vez a todos los que hablan, sino a uno después de otro, ni verles a todos juntos simultánea y distintamente, sino uno tras otro. Pero si yo tuviese un poder tan grande que el ser oído coincidiese con el oír, e igualmente el ser visto y el ver, el hablar y el oir, como sucede en ti, Señor, que eres el supremo poder, entonces yo también oiría y vería a todos y cada uno a la vez. Y lo mismo que hablaría a cada uno simultáneamente, del mismo modo también vería y oiría, en el mismo momento en que hablo, las respuestas de todos y cada uno.

    41 Por tanto, en la puerta de la coincidencia de los opuestos, que custodia un ángel puesto a la entrada del paraíso, comienzo a verte, Señor. Efectivamente, tú estás allí en donde hablar, ver, oír, gustar, tocar, razonar, saber y entender son idénticos, y donde el ver coincide con el ser visto, el oír con ser oído, gustar con ser gustado, tocar con ser tocado, y hablar con oír, y crear con hablar. Si yo viese como soy visible, no sería una criatura. Y si tú, Dios, no vieses como eres visible, no serías Dios omnipotente. Eres visible por todas las criaturas, y las ves a todas. Pues, en efecto, por el hecho de que ves a todos, eres visto por todos. Las criaturas no pueden ser de otro modo, puesto que son por tu visión. Si no te viesen a ti que las ves, no podrían recibir de ti el ser. El ser de la criatura es, igual mente, tu ver y tu ser visto.

    42 Tú hablas por tu Verbo a todas las cosas que existen, y llamas al ser a las que no existen. Las llamas para que te escuchen, y cuando te escuchan, existen. Cuando hablas, hablas a todos; y todos a los que hablas te escuchan. Hablas a la tierra y la llamas para que llegue a ser naturaleza humana; te oye la tierra, y este oír suyo es convertirse en hombre, Hablas a la nada como si fuese algo, y llamas a la nada para que se convierta en algo; y la nada te oye, porque deviene algo lo que era nada. ¡Oh fuerza infinita! Tu concebir es hablar. Concibes el cielo y existe tal como lo has concebido. Concibes la tierra y es como la has concebido. Y mientras concibes, ves, hablas, operas y cualquier otra cosa que pueda decirse.

    43 ¡Eres admirable, Dios mío! Hablas una sola vez, una sola vez concibes. Entonces, ¿cómo es que las cosas no existen todas a la vez, sino que muchas existen sucesivamente? ¿Cómo es que existen tantas cosas diversas a partir de un solo concepto? Situado yo en el umbral de la puerta, me aclaras que tu concepto es la misma eternidad simplicísima. Y con posterioridad a la simplicísima eternidad no es posible que se produzca nada. La duración infinita, que es la eternidad misma, abarca toda sucesión. Por eso, todo lo que a nosotros nos aparece en una sucesión, de ninguna manera es posterior a tu concepto, que es la eternidad. Tu único concepto, que es también tu Verbo, complica todas y cada una de las cosas. Tu Verbo eterno no puede ser múltiple ni diverso, ni variable ni mutable, porque es la eternidad simple. Veo así, Señor, que posterior a tu concepto no hay nada, sino que todas las cosas existen porque las concibes. Ahora bien, tú concibes en la eternidad. La sucesión en la eternidad es la eternidad misma sin sucesión, tu mismo Verbo, Señor Dios. Una cosa cualquiera que se nos aparece en el tiempo, tú no la has concebido antes de que exista. En la eternidad, en la cual tú concibes, toda sucesión temporal coincide en el mismo ahora de eternidad. No hay, por tanto, pasado ni futuro allí donde el futuro y el pasado coinciden con el presente.

    44 Que las cosas existan en este mundo según un antes y un después, se debe a que tú no has concebido tales cosas antes de que existan. Si las hubieses concebido antes, antes hubiesen existido. Si el antes y el después pueden darse en el concepto de alguien, de tal modo que conciba primero una cosa y después otra, ese concepto no es omnipotente, como por ejemplo no es omnipotente un ojo que primero ve una cosa y después otra. Así, puesto que tú eres Dios omnipotente, estás en el interior tras el muro del paraíso. El muro es la coincidencia, en la que el después coincide con el antes, donde el fin coincide con el principio, donde el alfa y el omega son lo mismo. Por tanto, las cosas existen siempre, porque tú dices que existan; y no son antes porque no lo dices antes. Cuando me percato de que Adán existió hace tantos años y que hoy ha nacido un hombre semejante a él, parece imposible que Adán existiese entonces, porque tú quisiste que existiera entonces, y que análogamente exista otro nacido hoy, porque has querido que naciera ahora, y que, sin embargo, no has querido que Adán exista antes del que ha nacido hoy. Pero eso que parece imposible es la necesidad misma. En efecto, el ahora y el entonces existen con posterioridad a tu palabra. Y por tanto, al que se aproxima a ti, el ahora y el entonces comparecen en el muro, que rodea el lugar en el que habitas, en la coincidencia. El ahora y el entonces coinciden en el círculo del muro del paraíso. Pero tú, mi Dios, que eres la eternidad absoluta, existes y hablas allende el ahora y el entonces.

 

Capítulo XI

Cómo pueda verse en Dios una sucesión sin sucesión

     45 Estoy experimentando, Dios mío, tu bondad, la cual no sólo no me desprecia a mí, mísero pecador, sino que incluso me alimenta dulcemente con un cierto deseo. Me has inspirado un estimable ejemplo respecto de la unidad de tu verbo mental, es decir, de tu propio concepto, y de su variedad en las cosas que aparecen sucesivamente. En efecto, el concepto simple de un reloj perfectísimo me conduce en un deliciosísimo arrebato hasta la visión de tu concepto y de tu verbo. El concepto simple del reloj perfectísimo complica toda sucesión temporal. Imaginemos que el reloj sea el concepto. Aunque oigamos el sonido de las seis antes que el de las siete, sin embargo las siete no se oyen más que cuando lo ordena el concepto. Y en el concepto las seis no son antes de las siete o de las ocho; en el concepto único del reloj ninguna hora es anterior o posterior a otra, aunque el reloj nunca da el sonido de la hora más que cuando lo manda el concepto, Y, cuando oímos sonar las seis, es verdadero decir que entonces suenan las seis, porque así lo quiere el concepto del relojero.

    46 Y como el reloj es concepto en el concepto de Dios, se entrevé cómo la sucesión presente en el reloj está sin sucesión en el verbo o en el concepto, y que en el simplicísimo concepto están complicados todos los movimientos, los sonidos y todo lo que nosotros experimentamos como en sucesión; y también que todo lo que acaece sucesivamente no escapa de algún modo al concepto, sino que es un despliegue del concepto, de suerte que el concepto proporciona el ser a cada cosa que acaece en la sucesión; y precisamente por eso, nada ha sido antes de acaecer, ya que no había sido concebido antes de que existiese. Si se considera el concepto del reloj como la eternidad misma, entonces el movimiento en el reloj es la sucesión. Por tanto, la eternidad complica y explica la sucesión; el concepto del reloj, que es la eternidad, complica y explica igualmente todas las cosas.

    47 Seas bendito, Señor Dios mío, que me alimentas y nutres con la leche de las comparaciones, hasta el momento que puedas darme un alimento más sólido. Guíame, Señor Dios, por estas sendas hasta ti, porque si tú no me guiases, yo no puedo mantenerme en el camino, a causa de la fragilidad de mi naturaleza corruptible y de los frágiles vasos que llevo encima. Confiando en tu ayuda, Señor, vuelvo de nuevo para intentar encontrarte más allá del muro de la coincidencia de la complicación y de la explicación. Y cuando, a través de esta puerta de tu verbo y de tu concepto entro y salgo simultáneamente, encuentro el más dulce alimento. Cuando te encuentro como el poder que complica todas las cosas, entro. Cuando te encuentro como el poder que explica, salgo. Cuando te encuentro como el poder que conjuntamente complica y explica, entro y salgo a la vez. Entro desde las criaturas hacia ti, que eres el creador, desde los efectos a la causa. Salgo de ti, creador, desde la causa a los efectos. Entro y salgo a la vez cuando veo que simultáneamente salir es entrar y entrar es salir, lo mismo que el que numera, explica y al mismo tiempo también complica: explica el poder de la unidad y complica el número en la unidad. El salir de ti la criatura es el entrar de la criatura en ti, y explicar es complicar. Y cuando te veo, Dios, en el paraíso, al que circunda este muro de la coincidencia de los opuestos, veo que tú ni complicas ni explicas disyuntiva o conjuntamente. La disyunción a la vez que la conjunción constituyen el muro de la coincidencia, más allá del cual existes tú, desligado de todo aquello que pueda decirse o pensarse.

 

Capítulo XII

Donde el invisible es visto, el increado es creado

    48 Antes te me has aparecido, Señor, como invisible a toda criatura, puesto que tú eres el Dios escondido e infinito. Y la infinitud no es comprehensible con ningún modo de comprehender. Después, te me apareciste como visible por todos, porque una cosa es en tanto en cuanto tú la ves, y no sería en acto si no te viese. Tu visión, ya que es tu esencia, confiere el ser. De este modo, Dios mío, eres a la vez invisible y visible: invisible eres como tú eres; eres visible en la medida en que las criaturas existen, pues las criaturas son en tanto en cuanto te ven. Por tanto, tú, Dios mío invisible, eres visto por todos. Eres visto en toda visión por todo el que ve, tú, que eres invisible, que estás desvinculado de todo lo visible y estás sobreexaltado en el infinito, eres visto en todo lo visible y en todo acto de visión.

    49 Es necesario, pues, Señor, que yo franquee ese muro de la visión invisible, donde se te puede encontrar. El muro es todo y nada a la vez. Tú, que te presentas como si fueses todo y nada a la vez de todas las cosas, habitas en el ámbito de dentro de ese excelso muro, que ninguna inteligencia por sus propias fuerzas es capaz de escalar. A veces te me presentas de tal modo que pienso que tú ves en ti todas las cosas, como si fueses un espejo vivo en el que todo reluce. Pero puesto que tu ver es conocer, me viene a la mente que tú no ves en ti todo como si fueses un espejo vivo, porque de esa manera tu ciencia nacería de las cosas. Después me viene al pensamiento que tú ves en ti todas las cosas como si fueses un poder que se intuye a sí mismo, como la virtud del germen de un árbol, si se viese a sí misma, vería en sí el árbol en potencia, porque la fuerza seminal es virtualmente el árbol. Y después de esto se me ocurre considerar que tú no te ves a ti mismo y, en ti mismo, todas las cosas como si fueses un poder. En efecto, ver el árbol en la potencia de un poder difiere de la visión por la que se ve el árbol en acto. Y descubro entonces que tu poder infinito está más allá del poder del espejo, del germen, más allá de la coincidencia de la irradiación y de la reflexión, e igualmente de la causa y de lo causado; descubro también que ese poder absoluto es una visión absoluta, que es la perfección misma y está por encima de todos los modos de ver. Todos los modos, que explanan la perfección de la visión, son, sin modo, tu visión, la cual es tu esencia, Dios mío.

    50 Pero permite, piadosísimo Señor, que una vil criatura te siga hablando. Si tu ver es tu mismo crear, y tú no ves algo distinto de ti, sino que tú eres el objeto de ti mismo –pues efectivamente eres el que ve, el objeto de la visión y también el ver– ¿cómo entonces creas cosas distintas de ti? Parece, por tanto, que te creas a ti mismo, lo mismo que te ves a ti mismo. Pero tú me consuelas, vida de mi espíritu, porque aunque se alce ese muro de la absurdez, a saber, el de la coincidencia del mismo crear con ser creado (parece, en efecto, que admitir esto sea afirmar que una cosa es antes de que exista; pues cuando crea, es, y además no es, porque es creada), sin embargo no existe obstáculo. Tu crear es, en efecto, tu ser. Crear y al mismo tiempo ser creado no es otra cosa que comunicar tu ser a todas las cosas, de modo tal que eres todo en todas las cosas y sin embargo permaneces desligado de todas ellas. Llamar al ser a las cosas que no son, es comunicar el ser a la nada. Así, llamar es crear; comunicar es ser creado. Y más allá de esta coincidencia de crear con ser creado estás tú, Dios absoluto e infinito, ni creante ni creable, aunque todas las cosas son lo que son porque tú eres.

    51 ¡Oh suma de riquezas, cuán incomprehensible eres! Mientras concibo al creador como creando, estoy todavía a este lado del muro del paraíso. Igualmente, mientras concibo al creador como creable, todavía no he entrado, sino que estoy en el muro. Pero cuando te veo como la absoluta infinitud, a la que no compete el nombre de creador creante ni el de creador creable, entonces comienzo a verte de modo manifiesto y a entrar en la fuente de las delicias, porque de ninguna manera eres algo que pueda decirse o concebirse, sino que estás absolutamente sobreexaltado en el infinito, por encima de todas las cosas. No eres, pues, creador, sino infinitamente más que creador, aunque sin ti nada se haga o pueda hacerse, A ti la alabanza y la gloria por los siglos infinitos.

 

Capítulo XIII

Dios es la infinitud absoluta

     52 Señor Dios, auxiliador de quienes te buscan, te veo en el jardín del paraíso, y no sé qué veo, ya que no veo nada visible. Solamente sé que sé que yo no sé qué veo y que jamás podré saberlo. Y no sé nombrarte, ya que no sé lo que eres. Si alguien me dijese que eres nombrado con este o aquel nombre, por el hecho mismo de darte un nombre sé que ése no es tu nombre. El término de cualquier modo de significar que poseen los nombres es el muro, más allá del cual te veo. Si alguien expresase un concepto por el que puedas ser concebido, sé que ese concepto no es el concepto de ti. En efecto, todo concepto tiene su término en el muro del paraíso. Y si alguien expresase una comparación y sostuviera que tú debes ser concebido en conformidad con ella, sé igualmente que esa comparación no es adecuada a ti. E igualmente, si alguien quisiera describir lo que entiende de ti, queriendo proporcionar un modo para entenderte, ése estaría todavía lejos de ti. En efecto, tú estás separado de todos estos modos de entender por un altísimo muro. El muro separa de ti todas las cosas que pueden decirse o pensarse, ya que estás desligado de todo lo que puede caer bajo el concepto de cualquiera que te conciba. Por ello cuando me elevo lo más alto que puedo, veo que tú eres la infinitud, Y por eso eres inaccesible, incomprehensible, innombrable, inmultiplicable e invisible.

    53 Al que accede hasta ti le es preciso elevarse más allá de todo término, de todo fin y de todo lo finito. ¿Pero cómo llegará a ti, que eres el fin al que tiende, si debe ascender más allá del fin? ¿Acaso quien asciende más allá del fin no penetra en lo indeterminado y confuso, y por lo que respecta al intelecto en la ignorancia y en la oscuridad, que son rasgos de la confusión intelectual? Es necesario, por tanto, que el intelecto, si quiere verte, se haga ignorante y se sitúe en la sombra. ¿Pero qué es, Dios mío, un intelecto en la ignorancia? ¿No es acaso la docta ignorancia? Por tanto, no puede aproximarse a ti, Dios mío, que eres la infinitud, sino aquél cuyo intelecto está en la ignorancia, es decir, el que sabe que es ignorante de ti. ¿Cómo puede el intelecto captarte a ti que eres la infinitud? El intelecto sabe que es ignorante y que no puede captarte porque eres la infinitud. Entender la infinitud es comprehender lo incomprehensible. El intelecto sabe que él es ignorante de ti, porque sabe que tú puedes ser conocido únicamente si se conoce lo incognoscible, sólo si se ve lo invisible, y se accede a lo inaccesible.

    54 Tú, Dios mío, eres la misma infinitud absoluta, que veo que es el fin infinito. Pero no puedo captar cómo el fin sea fin sin fin. Tú, Dios, eres el fin de ti mismo, porque eres todo lo que posees. Si tienes fin, eres fin. Eres, por tanto, fin infinito, porque eres el fin de ti mismo, ya que tu fin es tu esencia. La esencia del fin no termina o acaba en algo distinto del fin, sino en sí mismo. El fin que es fin de sí mismo es infinito; y todo fin que no es fin de sí rnismo es un fin finito. Tú, Señor, que eres el fin que finaliza todas las cosas, eres el fin de lo que no tiene fin; y de ese modo, eres el fin sin fin, es decir, infinito. Esto escapa a todo razonamiento; implica, en efecto, la contradicción. Cuando afirmo que el infinito existe, estoy admitiendo que la tiniebla es luz, que la ignorancia es ciencia, que lo imposible es necesario. Y como admitimos que existe un fin de lo finito, necesariamente admitimos el infinito, esto es, el fin último, o el fin sin fin. Pero no podemos no admitir que existan entes finitos; del mismo modo no podemos no admitir que existe el infinito. Admitimos, por tanto, la coincidencia de los contradictorios, por encima de la cual está el infinito.

    55 Esa coincidencia es la contradicción sin contradicción, lo mismo que es el fin sin fin. Tú me dices, Señor, que del mismo modo que la alteridad en la unidad es sin alteridad, porque es unidad, igualmente la contradicción en la infinitud es sin contradicción, puesto que es infinitud. La infinitud es la misma simplicidad; la contradicción no existe sin alteración. Pero la alteridad en la simplicidad es sin alteración, porque es la misma simplicidad. Todas las cosas que se predican de la simplicidad absoluta coinciden con ella misma, puesto que allí tener es ser. La oposición de los opuestos es oposición sin oposición, lo mismo que el fin de los entes finitos es el fin sin fin. Eres, pues, Dios, la oposición de los opuestos, porque eres infinito. Y puesto que eres infinito, eres la misma infinitud. En la infinitud, la oposición de los opuestos existe sin oposición.

    56 Señor, Dios mío, fuerza de los débiles, veo que tú eres la misma infinitud. Por ello, para ti nada es otro, diverso u opuesto, En efecto, la infinitud no sufre en sí misma la alteridad, porque corno es infinitud nada hay fuera de ella. La infinitud absoluta lo incluye todo y todo lo abarca. Por tanto, si hubiese infinitud y otra cosa distinta fuera de ella misma, no habría infinitud ni otra cosa distinta. La infinitud no puede ser mayor ni menor. Por tanto, no existe nada fuera de ella. Si la infinitud no incluyese en sí todo ser, no sería infinita. Y si no hubiera infinitud, entonces tampoco habría fin, ni algo otro, ni algo diverso, cosas que no pueden existir sin la alteridad de los fines y de los términos. Suprimido el infinito, no queda nada. Existe, pues, la infinitud y complica todas las cosas, y nada puede haber fuera de ella. De aquí resulta que para ella nada es otro o diverso. La infinitud, pues, es todas las cosas de manera tal que no es nada de todas ellas. A la infinitud no le puede convenir ningún nombre. En efecto, todo nombre puede tener un contrario. Pero a la infinitud innombrable nada le puede ser contrario. Tampoco la infinitud es el todo al cual se opone la parte; tampoco puede ser una parte. Tampoco la infinitud es grande o pequeña, ni es cualquier cosa que en el cielo o en la tierra pueden ser expresadas con un nombre. La infinitud está por encima de todas estas cosas. La infinitud no es ni mayor, ni menor, ni igual que ninguna cosa.

    57 Pero mientras considero que la infinitud no es mayor o menor que cualquier objeto dado, esto diciendo que ella misma es la medida de todo, al no ser ni mayor ni menor. Y así, entiendo que ella es la igualdad del ser. Tal igualdad es infinita. Y así, no es una igualdad a la manera en la que lo desigual se opone a la igualdad, sino que en ella la desigualdad es igualdad. La desigualdad en la infinitud es sin desigualdad, porque es infinitud. De modo semejante, también la igualdad es infinitud en la infinitud. La igualdad infinita es fin sin fin. Por tanto, aunque no sea ni mayor ni menor, no por eso la igualdad es, por el modo en que es captada, una igualdad contraída, sino que es una igualdad infinita, que no admite el más y el menos. Y de esta manera no es más igual a una cosa que a otra, sino que es igual lo mismo a una cosa que a todas, lo mismo igual a todas las cosas que a ninguna de ellas. El infinito no es contraíble, sino que permanece desligado. Si de la infinitud pudiese ser contraído, no sería infinito. No es, pues, contraíble a la igualdad de lo finito, aunque no sea desigual a ninguna cosa. ¿Pues cómo podría convenir la desigualdad al infinito, a quien no conviene ni el más ni el menos? En consecuencia, el infinito no es ni mayor, ni menor, ni desigual a ninguna cosa dada. Y no por eso es igual al finito, puesto que está infinitamente más allá de todo lo finito. Y como está infinitamente más allá de todo lo finito, es decir, porque es por sí mismo, el infinito es completamente absoluto e incontraíble.

    58 ¡Cuán excelso eres, Señor, sobre todas las cosas, y al mismo tiempo cuán humilde, ya que estás en todas ellas! Si la infinitud fuese contraíble a algo a lo que se puede dar un nombre, como la línea, la superficie o la especie, atraería hacia sí aquello a lo que fuese contraída. Que el infinito sea contraíble implica contradicción, ya que no sería contraído sino atraído. Pues si dijese que el infinito está contraído en la línea, como cuando hablo de una línea infinita, entonces la línea es atraída al infinito. La línea deja de ser línea cuando no posee cantidad y fin. Una línea infinita no es una línea, sino que una línea en la infinitud es la infinitud. Y como nada puede añadirse al infinito, el infinito no puede contraerse a algo, de modo que sea algo distinto que infinito. La bondad infinita no es bondad, sino infinitud. La cantidad infinita no es cantidad, sino infinitud. Y lo mismo debe decirse de todo lo demás.

    59 Tú, Dios, eres grande, y tu grandeza no tiene fin. Y por eso veo que eres la medida inconmensurable de todas las cosas, lo mismo que eres el fin infinito de todas las cosas. Eres sin principio y sin fin. Señor, porque eres infinito. Eres principio sin principio y fin sin fin. Eres principio sin fin y fin sin principio; y de tal modo eres principio que eres fin, y de tal manera eres fin que eres principio; y no eres ni principio ni fin, sino que, por encima del principio y del fin, eres la misma infinitud absoluta siempre bendita.