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NICOLAS DE CUSA (1401 - 1464),
Cardenal titular de San Pedro Ad vincula
ACERCA DE LO NO-OTRO O DE LA DEFINICIÓN QUE TODO DEFINE
De Li Non Aliud
(Capítulos X al XII)
Editorial Biblos, 2008, Buenos Aires
Traducción Jorge M. Machetta

CAPITULO IX

            FER.: Di algo, te ruego, algo acerca del universo, a fin de que, siguiéndote, ingrese mejor a la visión de Dios.
             NIC.: Hablaré. Mientras con los ojos corporales veo el cielo y la tierra y lo que en ellos hay, y reúno lo que he visto para imaginar al universo, considero intelectualmente cualquier cosa del Universo en su lugar y en un orden y paz congruente, contemplo al mundo bello y que todo ha sido construido con la razón, a la que compruebo que brilla tanto en aquello que tan sólo es, como en aquello que simultáneamente es y vive, y en aquello que, a su vez, es, vive y entiende. Ciertamente en lo primero más  oscuramente, con mayor vivacidad y claridad en lo segundo, pero en lo tercero, muy brillantemente, y en modos singulares variadamente en varios modos.
   Luego me vuelvo hacia la misma razón de las cosas, la cual precede al mundo, y por la cual veo que el mundo ha sido constituido y descubro que ella es incomprensible. Pues no tengo duda de que la misma razón  del mundo, por medio de la cual todo ha sido hecho racionalmente, presupone todo conocimiento y la misma reluce en todos los creados, puesto que nada ha sido hecho sin razón.
Sin embargo a ella de ninguna manera comprendo, pues si la comprendiera, realmente sabría por qué el mundo es así, y no de otra manera, por qué el  sol es el sol y la luna, luna y la  tierra, tierra y todo aquello  que  es, ni es otro, ni mayor, ni menor; más aún si enseguida supiera esto, no sería yo una creatura ni porción del universo, pues mi razón sería el arte creativo del universo y así sería creativa de sí misma. Por lo cual comprendo lo no-otro mismo, cuando veo, efectivamente que la razón del universo no es comprensible, puesto que antecede a todo lo compresible; por lo tanto percibo la misma que es incomprensible, porque brilla comprensiblemente en lo que es comprensible.
            FER.: Lo que precede al ser se comprende difícilmente
            NIC.: La forma da el ser y el ser conocido; por ello, lo que no está formado porque precede o sigue, no es comprendido, como Dios, y la hyle y la nada y tales.
   Cuando con la visión de la mente alcanzamos aquellos, alcanzamos por sobre o fuera de la comprensión; pero no pudiendo comunicar la visión sin la palabra, no podemos explicar lo que no es sin el término "ser", porque de otro modo los que oyen no comprenderían. De donde estas visiones de la mente así como son por sobre la comprensión, así también son por sobre la expresión. Y las locuciones acerca de las mismas son impropias, carentes de precisión como cuando decimos que la materia es materia, la hyle es la hyle, la nada es la nada, y los que son de este modo. Por lo tanto conviene que el que especula opere, como opera el que ve la nieve a través de un vidrio rojo, el cual ve la nieve y atribuye la apariencia del rojo no a la nieve sino al vidrio; de la misma manera opera la mente: por medio de la forma ve lo no-formado.
             FER.: ¿De qué modo veré verdadero esto que dicen los teólogos: todo ha sido creado por la voluntad de Dios?
             NIC.: La voluntad de Dios es no-otro, pues determina el querer. Ahora bien, cuanto más perfecta es la voluntad, tanto más razonable y también más ordenada. En consecuencia, la voluntad antes de otro es vista no-otro: no es otra de la razón, ni tampoco de la sabiduría, ni de otro cualquiera que sea nombrable. Si, por lo tanto, ves que la voluntad es lo no-otro mismo, ves que ella es la razón, la sabiduría, el orden, no es otro de éstos; y de este modo ves que con aquella voluntad todo es determinado, es causado, es ordenado, es consolidado, es estabilizado y conservado, y que en el universo reluce la voluntad como en su columna la de Trajano, en la que está la sabiduría y también la potencia. Pues queriendo Trajano mostrar a sus sucesores su gloria, la cual no pudo ser mostrada sino en un enigma sensible con elementos sensibles con los cuales fue imposible exhibir la presencia de su gloria.
   Hizo esto en la columna que es llamada suya —porque por voluntad suya la columna es eso que es y la columna misma no es por su voluntad otra cosa—, aunque de ninguna manera la columna sea la voluntad, sino que aquello que precisamente es la columna lo tiene por la misma voluntad que la define y la determina. Pero en la voluntad se observa la sabiduría y el orden, la misma reluce en las esculturas de las campañas guerreras cumplidas con éxito; asimismo el poder de Trajano reluce en la riqueza de la obra, que no podría haber sido cumplida por quien careciera de poder.
   Con este enigma te ayudarás a fin de que puedas ver al rey de reyes, quien es significado por no-otro, que para la manifestación de su gloria ha creado con su voluntad —en la cual están la sabiduría y la potencia el universo y cualquier parte suya. Ella asimismo reluce trinitariamente en todos, es decir esencial, inteligible y deseablemente, tal como experimentamos en nuestra alma. Pues allí reluce como principio del ser, por el cual el alma tiene el ser, y como principio del conocer, por el cual conoce y como principio del desear, por el cual no solamente tiene el querer, sino que especulando su principio unitrino en aquellos principios, se asciende a su gloría.
            FER.: Perfectamente contemplo que estas cosas son así y veo que la voluntad creadora, la cual es no-otro, es deseada por todos y es denominada bondad. Pues ¿qué desea todo lo que es? Ciertamente no otro que el ser. ¿Qué los que viven? No otro que vivir. Y ¿qué los que entienden? No otro que entender. Por lo tanto esto es lo que cada uno desea: lo que es por lo no-otro mismo. Ahora bien, no-otro no siendo otro por algo es deseado en grado sumo por todos como principio del ser, medio del conservar y fin del reposar.
             NIC.: Correctamente te mueves hacia no-otro mismo, en lo cual todo comienza a brillar.

CAPITULO IX

             FER.: Algunos teólogos llamaban a la creatura no-otro que participación de Dios. Acerca de esto estoy muy interesado en oírte.
              NIC.: En primer lugar, tú ves, ciertamente, lo no-otro mismo innominable, porque ningún nombre alcanza a ello mismo puesto que precede a todos. Ahora bien, todo nombre es eso que es, por participación de ello mismo, por lo tanto se nombra lo de ninguna manera nominable. De esta forma se participa lo imparticipable en todos. Están, ciertamente, aquellos que participan no-otro oscuramente, porque lo hacen confusa y generalmente; están aquellos que lo participan más específicamente; están aquellos que lo participan muy especialmente, como la vida del alma que algunos miembros participan oscuramente, algunos más claramente, algunos, empero, muy especialmente. Además las potencias del alma participan la inteligencia algunas más claramente, algunas otras más oscuramente. También la creaturas que son menos otras de otras, por ejemplo las inteligencias puras, participan más de ello mismo; y las que son más otras de otras, como por ejemplo las corporales que no se toleran a sí mismas en un solo lugar, participan menos de la naturaleza de ello que es no otro de algo.
             FER.: Veo que lo que has dicho es así; pero además, te ruego, no seas remiso en añadir de qué modo se ve verdadero que las esencias de las cosas son incorruptibles.
              NIC.: En primer lugar, tú no dudas, ciertamente, que lo no-otro mismo es incorruptible, pues si se corrompiese, se corrompería en otro; ahora bien, establecido otro también se establece no-otro; por lo tanto no es corruptible. Además, es cierto que lo no-otro mismo se define a sí mismo y a todo. En consecuencia todas las esencias de las cosas no son a no ser sino de lo no-otro mismo.
Por lo tanto, a partir de que lo no-otro mismo es en ellas mismas, ¿cómo podrían las esencias mismas corromperse permaneciendo no-otro? Pues así como no-otro mismo precede a las esencias y a todo lo nominable, de la misma manera las  esencias preceden a la mutabilidad y a la fluidez que está fundada en la materia alterable. Ciertamente no-otro no es la esencia, pero porque es la esencia en las esencias es llamado esencia de las esencias. Decía el Apóstol: Lo que se ve es lo temporal; lo que no se ve es lo eterno. Pues lo material es aquello que es sentido con cualquier sentido, y conforme a la naturaleza de la materia es fluyente e inestable; pero lo que no se ve sensiblemente y sin embargo es, ciertamente no se ve temporalmente que es, sin embargo es lo eterno. Cuando ves la esencia en otro, como en Sócrates ves la humanidad, ves a la misma humanidad otra en otro; y consecuentemente a causa de esto que es corruptible accidentalmente en el corruptible Sócrates. Si en cambio vieras a la humanidad separada de otro y en no-otro, es decir, conforme a la naturaleza de ella misma, en aquello en que la ves a ella, ves a ella misma incorruptible.
             FER.: Pareciera que llamas idea o especie a aquella esencia a la cual precede no-otro y sigue otro.
            NIC.: De esta manera vio Platón los ejemplares de las cosas antes de las cosas y después de Dios, pues la razón de la cosa antecede a la cosa, puesto que por medio de ella es hecha. Ahora bien, la variedad de las cosas expresa las varias razones, las cuales conviene que sean después de la fuente de la que, según el mismo Platón, emanan. Pero, porque lo no-otro es antes de la cosa, lo cual es la causa perfectamente adecuada de por qué cualquier cosa es aquello que es, no-otro no es multiplicable. De ahí que la razón de las cosas que precede a otro, precede tanto al número como a la pluralidad y es numerada innumerablemente conforme a las cosas que participan de ella.
             FER.: Parece que dices que no hay esencias de las cosas, más bien, que es una, a la cual denominas razón.
             NIC.: Ciertamente tú sabes que lo no-otro no alcanza a éstos: lo uno, la esencia, la idea, la forma, el ejemplar o la especie. Por lo tanto cuando dirijo mi intuición hacia las cosas viendo las esencias de ellas mismas –puesto que, ciertamente, las cosas son por medio de ellas mismas-, las denomino por medio del intelecto contemplándolas prioritariamente en tanto unas y otras. Empero, cuando las veo por sobre el intelecto antes de otro, no veo a las esencias en tanto unas y otras, sino veo no otro que la simple razón de las esencias, las cuales contemplaba en las cosas y llamo a la misma no-otro, o bien esencia de las esencias, puesto que es todo cuanto se ve en todas las esencias.
            FER.: En consecuencia, al ser de la esencia, dices esencia, lo cual Aristóteles no admitió por este motivo: para que no se realizara un tránsito al infinito y nunca se arribara a lo primero y pereciera toda ciencia.
            NIC.: Correctamente afirmaba Aristóteles que no se  podría avanzar hacia lo infinito, en cuanto que la cantidad es concebida por la mente, y por ello excluye a lo mismo infinito; pero en tanto es antes de la cantidad y de todo otro y todo en todo, no rechazó lo infinito de tal modo, sino que condujo todo hacia lo mismo, como lo hizo acerca del primer motor, al cual descubrió de infinita virtud; y vio que esta virtud se participa en todos. A este infinito llamo yo, ciertamente, no-otro. De donde no-otro es  la forma de las formas o forma de la forma y especie de la especie y término del término y acerca de todos de la misma manera, excluyendo esto: que de esta manera haya ulteriormente un progreso al infinito, puesto que ya se ha llegado a lo infinito que todo  define.

CAPITULO XI

             FER.: Proponte, padre excelente, guiarme en algún enigma hacia la visión de lo dicho, de modo que pueda intuir mejor lo que pretendes.
              NIC.: ¡Con mucho gusto! ¿Ves esta piedrita llamada carbúnculo que los simples denominan rubí, en esta misma hora tercera de la noche, en un tiempo y lugar muy oscuro, ni siquiera es necesario que haya una candela, porque en ella hay luz? Cuando dicha luz quiere expandirse, hace esto por medio de la piedrita, porque de suyo sería invisible al sentido; pues no se encontraría con el sentido, y por ello de ninguna manera sería percibido por el sentido dado que el sentido no conoce sino aquello que se le pone delante. Por lo tanto aquella luz que luce en la piedrita traslada a la luz que está en el ojo aquello que es visible de tal piedrita. Ahora bien, tengo en cuenta cómo alguno de los carbúnculos fulgura más, otro menos y es más perfecto ése que es más resplandeciente y mayor en cantidad; en cambio el menor en fulgor, ése ciertamente es menos noble. Por lo tanto percibo que la intensidad del fulgor es la medida de su preciosidad, en cambio no lo es la mole del cuerpo, a no ser que en consonancia  con ella también  la intensidad del fulgor sea más  brillante. En consecuencia, no veo la cantidad de la mole como perteneciente a la esencia del carbúnculo, porque también una pequeña piedrita es un carbúnculo, así como también una grande. Por lo tanto, antes de un cuerpo grande y uno pequeño considero la sustancia del carbúnculo. Lo mismo respecto del color, la figura y de sus otros accidentes. De donde todo lo que con la vista, el tacto, la imaginación alcanzo acerca del carbúnculo, no es la esencia, sino lo demás que le viene accidentalmente, en lo cual, para que sea sensible, él mismo se vuelve brillante, porque sin ello no puede ser sensible.
En consecuencia, aquella sustancia que precede a lo que es accidente, nada tiene de los accidentes. Pero los accidentes tienen de ella todo, porque suyos son los accidentes o bien la sombra o imagen de su luz sustancial. Por lo tanto, aquella luz sustancial del carbúnculo se muestra más claramente en el fulgor del esplendor más nítido, tal como en una semejanza más próxima. El color del carbúnculo, esto es del rubí, es decir, el rojo, no es sino el término de la luz sustancial, pero no es la sustancia, sino es la semejanza de las sustancia, porque es extrínseco o sensible. Por tanto, la luz sustancial que precede al color y a todo accidente que puede ser aprehendido con el sentido y la imaginación es más íntima y más profunda que el carbúnculo y es invisible en el mismo sentido; sin embargo es considerada por medio del intelecto, el cual separa a la misma anteriormente. Ciertamente el mismo intelecto ve aquella sustancia del carbúnculo que es no otro que la sustancia del carbúnculo, y por esto también que la misma es otra de toda sustancia que no es sustancia del carbúnculo. Esto asimismo lo experimenta en unas y otras operaciones, que siguen a la virtud de la sustancia del carbúnculo y no son de otra cosa cualquiera. En consecuencia, dado que ve de esta manera que es otra la luz sustancial invisible del carbúnculo, otra la luz sustancial invisible sustancia del magneto, otra la del sol, otra la del león y así de todo, ve la luz sustancial una y otra en todos los visibles, y antes de todo lo sensible, lo inteligible, puesto que la sustancia es vista prioritaria respecto del accidente, no puede ser vista sino por el intelecto, que únicamente ve lo inteligible.
Después el que penetra con la mente más agudamente en el universo mismo y sus partes singulares, éste ve que así como la sustancia del carbúnculo por el color, la dureza y las demás cosas no es otra de su cantidad, cuando, efectivamente, son accidentes suyos y la sustancia en ellos es todo lo que ellos son. Si bien ella no es ni aquella cantidad ni cualidad ni otro de los accidentes, sin embargo en ellos mismos estos accidentes son unos y otros, puesto que un accidente es la cantidad, otro es la cualidad y de modo similar en todos. De esta manera veo necesario que, siendo otra la sustancia del carbúnculo, otra la de del magneto, otra la del hombre, otra la del sol, entonces en todas las mismas unas y otras sustancias es necesario que no-otro mismo anteceda, lo cual no es otro de todos los que son, sino que es todo en todo, es decir todo lo que en cada uno subsiste. Así también Juan Evangelista llama a Dios luz antes de otro, es decir de las tinieblas, porque afirma que él mismo es luz en la cual no hay tiniebla alguna. Si, por lo tanto, dijeras a la luz esto: que él mismo es no-otro, las creaturas serán las tinieblas, otro. De esta manera la mente contempla más allá de la luz sustancial inteligible el principio no-otro de la luz de los singulares, porque es no-otro de las sustancias singulares.

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