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Edad Media
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ROGER BACON (h. 1210/15 - h. 1294)
OBRA MAYOR "OPUS MAIUS" (Selección)
De: "Los Filósofos Medievales". Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1980

CAPITULO III

     2.910 Lo que se ha demostrado por los textos de los autores, lo dictamina con más seguridad la experiencia de cada cual. En efecto, experimentamos en nosotros y en los demás que, por lo común, caemos en esos males, y aceptamos más frecuentemente lo falso. Y si alguna vez se hallan los humanos ocupados en lo verdadero y bueno, casi siempre es de manera imperfecta, y llegan a un grado débil de sabiduría. La hija sigue, por lo común, el ejemplo de su madre; el hijo, el del padre; el siervo, el del señor; el bufón, el del rey; el súbdito, el del prelado; el discípulo, el del maestro. Pues es cosa familiar a los hijos de Adán el granjearse y ostentar autoridad, y difundir a todas horas su manera de proceder. Todos los hombres, según Aristóteles, en el libro IV de la Etica, tienen amor a sus obras, como los padres a sus hijos, y los poetas a sus poesías, y así en otros órdenes. Y por eso muchos se han puesto a escribir con una excesiva libertad, de suerte que no tuvieron reparo en insinuar a hombres malvados y bestiales: "¿por qué no acabáis el papel, no escribís el fin?"

     2.911 Los tales son como un pastor cojo y cegatón que va con muchas ovejas, a las que, cuando se desvían por malos caminos, no puede ni sabe reducir a los pastos saludables de la sabiduría, y semejantes a [las] aves que quieren volar sin alas, presumiendo de ser maestros antes de haber alcanzado el grado de buen discípulo. Esos necesariamente caen en tantos errores que los que no se ocupan de nada se tienen, en comparación con ellos, por felices; como cuando corren muchos en el estadio, aquel a quien la desesperación no le permite correr, por muy valioso que le parezca el trofeo, se tiene por feliz en comparación con el que, tomando parte en la carrera, cae en un hoyo imprevisto. Y por eso vemos bien patente que por un caso de verdad, tanto en la ciencia como en la vida, se dan más que mil de falsedad. El mundo está repleto de esos casos y, frente a un ejemplo de verdadera perfección, se encuentran con facilidad diez mil de imperfección...

CAPITULO IV

     2.912 Sin embargo, por muy frágil que sea la autoridad, tiene un nombre honorable, y más fuerza que ella tiene para el pasado la costumbre; y más impetuoso todavía que ellas dos es el sentir del vulgo. Pues la autoridad sólo incita, la costumbre ata, pero la opinión del vulgo hace y confirma a los obstinados. La costumbre es como una segunda naturaleza, como dice el Filósofo en el libro De memoria et reminiscentia, y en el libro Problematum, y por eso ejerce una mayor fuerza que la autoridad... El sentir del vulgo es más pernicioso que las otras dos. Pues, como dice Séneca en el libro III de las Declamationum: "La multitud, una vez excitada, no puede guardar moderación". Por eso Juan Crisóstomo, en su comentario a Mateo, dice: "Se juntaron para vencer a poder de multitud lo que no podían vencer con la razón". Y hay que tener en cuenta que el vulgo imperito no sólo ejerce más violencia que los otros dos para inducir al mal, sino que también lo hace de manera más necia y más extraña al fin de la sabiduría. Un particular convierte en costumbre lo que ve bien hecho y perfecto, pero, para el vulgo, basta que no yerre. Y así, en ningún estado eclesiástico se requiere que la multitud alcance o tenga la perfección. Pues aun entre los religiosos, un número escaso está en el centro de su perfección, y la multitud anda vagando por la periferia, y lo mismo sucede en el estado de los clérigos, y en el de los laicos, como lo estamos viendo bien. La turba no subió con Moisés al monte, tampoco con Cristo. Y a la transfiguración no fueron llevados todos los discípulos, sino tres escogidos especialmente; y, habiendo seguido la turba como maestro en perfección a Cristo en su predicación durante dos años, al final le abandonó y clamó: "Crucifícalo". El vulgo no puede llevar adelante nada perfecto: ojalá no errase en la vida o en sus afanes. Y lo mismo que vemos en la verdad de la fe, sucede en los profesores de filosofía. Pues siempre los sabios se han separado del vulgo y velaron los arcanos de la sabiduría, no ya sólo a todo el mundo, sino a la plebe de los filosofantes...

     2.913 Y por eso el vulgo nunca puede llegar a la perfección de la sabiduría, ya que no sabe usar cosas dignísimas; sí alguna vez por suerte llega a conseguirla, todo lo trueca en mal, y por eso, por justo juicio de Dios, se le ha negado el acceso a la perfección y será tina gran cosa si logra no errar. Su mismo nombre da a entender todo eso que hemos dicho: pues todos los autores le llaman "vulgo imperito e insensato".

     2.914 Ahora bien, la impericia consiste en el error y en la imperfección, y por eso le es familiar al vulgo el error y la imperfección, y yerra con más frecuencia cuando quiere, aun imperfectamente, sentir la verdad. Pues muchos son los llamados, pero pocos los elegidos para la recepción de la verdad divina, lo mismo que de la filosófica. Ya dice el Filósofo en el libro II de los Tópicos que hay que sentir con los pocos, aunque hay que hablar como los muchos según las oportunidades de lugar y tiempo: el simular alguna vez la necedad del vulgo se tiene por suma cautela, sobre todo cuando se halla en pleno furor...

CAPITULO VIII

     2.915 El remedio contra esos tres males no es otro que el que con todo nuestro esfuerzo antepongamos los autores de valer a los que no lo son, la razón a la costumbre, las opiniones de los sabios al sentir del vulgo, y que no confiemos en ese triple argumento: esto lo hemos visto hacer, o es costumbre, o lo hace el vulgo; luego hay que atenerse a eso. Pues está bien claro por lo que queda dicho, a tenor de las opiniones de los santos y de todos, que con lógica mucho mayor se sigue la conclusión contraria de esas mismas premisas. Y aunque el mundo entero se halle envuelto en las causas de error, prestemos oídos de buen grado a lo contrario de la costumbre extendida. Pues un gran remedio de esos males, en decir de Averroes, al final del libro II de la Física, es que una, mala costumbre se puede hacer desaparecer por la costumbre de oír lo contrario de ella. Tiene una gran eficacia en la opinión que se forma en virtud de la costumbre el oír cosas extrañas a ella; eso lo confirma dicho autor diciendo que la razón de que la opinión del vulgo se impone con más fuerza que el crédito de los que filosofan es que el vulgo no acostumbra oír muchas cosas diversas, cosa que, en cambio, hacen los que filosofan. Por eso no se extrañe vuestra sabiduría ni se indigne vuestra autoridad si hablo en contra de la opinión del vulgo y contra los ejemplos recomendados por la costumbre. Pues ése es el único camino para llegar al conocimiento de la verdad y de la perfección,

 

SEXTA PARTE

Sobre la ciencia experimental


CAPITULO I

     2.916 Expuestas las raíces de la sabiduría de los latinos en las lenguas, en la matemática y en la perspectiva, quiero ahora poner al descubierto las raíces de la misma por la ciencia experimental, ya que, sin la experiencia, nada se puede saber suficientemente. En efecto, dos son los modos del conocer, a saber, por la argumentación y por la experiencia. La argumentación concluye y nos hace conceder la conclusión, pero no nos deja ciertos sin hacer desaparecer toda duda, de suerte que quede el ánimo aquietado con la contemplación de la verdad, si no la encuentra por la vía de la experiencia: muchos tienen argumentos para probar las proposiciones, pero como no tienen experiencia, las desprecian, y así no evitan el mal ni van tras el bien. Si uno que nunca ha visto el fuego ha demostrado con argumentos suficientes que el fuego quema y ataca a las cosas y las destruye, nunca por sólo eso se aquietaría el ánimo del que le oyese, ni huiría del fuego antes de poner la mano o un objeto combustible al fuego, para comprobar así por la experiencia lo que el raciocinio le había demostrado. Pero una vez obtenida la experiencia del hecho de la combustión, queda con certeza, el ánimo descansa con la evidencia de a verdad. Luego no basta el raciocinio, sino que se requiere la experiencia.

     2.917 Eso se ve claro en las matemáticas, en las cuales tiene cabida en máxima parte la demostración. El que tenga una demostración validísima sobre el triángulo equilátero, sin la experiencia nunca aceptará la conclusión, ni le concederá la más mínima atención en tanto no se le manifieste por la experiencia por la intersección de dos círculos, de una de cuyas secciones se tracen dos líneas hasta el extremo de una línea dada: y entonces acepta la conclusión con plena satisfacción.

     2.918 Por tanto, eso que dice Aristóteles, que la demostración es un silogismo que hace saber, hay que entenderlo de si va acompañado de la experiencia y no de la pura demostración. Y lo que dice también en el libro I de la Metafísica, que los que poseen el conocimiento de la razón y de la causa son más sabios que los que tienen experiencia, lo dice de los expertos que conocen únicamente el puro hecho sin la causa. Pero aquí yo hablo del que tiene experiencia, y por ella conoce la razón y la causa. Los tales son perfectos en la sabiduría, como dice Aristóteles en el libro VI de la Etica, a cuyas exposiciones sencillas hay que dar crédito como si adujesen una demostración, como dice en el mismo pasaje...

     2.919 Pero hay dos clases de experiencia. La una se tiene por los sentidos exteriores: con ésa experimentamos las cosas celestes por medio de los instrumentos para ello adecuados, y las cosas de la tierra por las obras que nos certifica la vista. Y las cosas que no se hallan ante nosotros, las sabemos por otros sabios que han tenido experiencia de ellas. Como, hizo Aristóteles, que, con la autoridad de Alejandro envió dos mil hombres por diversas regiones del mundo para que obtuviesen experiencias de cuantas cosas hay en la superficie de la tierra, como lo atestigua Plinio en los Naturalia. Y esta experiencia es la humana y filosófica, en cuanto puede tenerla el hombre asistido por la gracia que le ha sido concedida; pero esa experiencia no le basta al hombre, porque no le proporciona absoluta certeza sobre los fenómenos corporales, a causa de su dificultad, y de los espirituales no capta nada.

     2.920 Luego el entendimiento humano tiene que tener otra ayuda, y por eso los santos patriarcas y profetas, que son los que primero transmitieron las ciencias al mundo, recibieron iluminaciones interiores, y no se contentaban con el conocimiento que proporcionan los sentidos, y lo mismo muchos fieles después de Cristo. En efecto, la gracia de la fe irradia mucha luz, y también las inspiraciones divinas, no sólo en las cosas espirituales, sino en las corporales y en las ciencias filosóficas; como dice Tolomeo en el Centiloquio, que hay dos caminos para llegar al conocimiento de las cosas: uno, por la experiencia filosófica; otro, por la divina inspiración, que es con mucho el mejor, como dicho autor afirma...

CAPITULO II

     2.921 Pero como esta ciencia experimental es ignorada por completo de la masa de los que estudian, no puedo, por eso, tratar de convencerles de su utilidad si antes no hago ver su eficacia y su índole especial. Pues bien: ésta es la única que sabe muy bien por experiencia lo que se puede hacer por las fuerzas naturales, y lo que se puede por el esfuerzo del arte, por el fraude, qué pretenden y qué sueñan los poemas, las conjuraciones, las invocaciones, las deprecaciones, los sacrificios, todo ello de arte de magia, y lo que en ellos se hace, para eliminar toda falsedad, y retener solamente el auténtico arte. Ella es la única que enseña a examinar todas las locuras que se practican en la magia, no para confirmarlas, sino para evitarlas, como la trágica estudia el arte sofístico.

     2.922 Esta ciencia tiene tres prerrogativas respecto de las demás ciencias. Una es que investiga por la experiencia todas las conclusiones principales de todas ellas. En efecto, las demás ciencias saben encontrar por la experiencia sus principios, pero las conclusiones las obtienen por los raciocinios que hacen sobre los principios así encontrados. Pero si se ven en la precisión de tener experiencia particular y completa de sus conclusiones, entonces deben tenerla con la ayuda de esta noble ciencia. Pues es verdad que la matemática tiene experiencias universales sobre sus conclusiones por medio de las figuras y, de los números, que tienen aplicación también en todas las ciencias y en esta experiencia, ya que ninguna ciencia se puede obtener sin la matemática. Pero si se trata de las experiencias particulares y completas y absolutamente comprobadas en la propia ciencia, es necesario hacerlas siguiendo las orientaciones de esta ciencia, que se llama experimental.

CAPITULO XII

Sobre la segunda prerrogativa de la ciencia experimental

  2.923 Esta consiste en que las verdades importantes en el dominio de las demás ciencias, que no pueden proporcionarlas éstas por ningún medio, sólo esta ciencia, señora de las ciencias especulativas, puede dárselas; por eso, esas verdades no son del patrimonio de las primeras, sino completamente extrañas a ellas, aunque se den en sus dominios, ya que no se dan entre ellas ni conclusiones ni principios. Y se pueden aducir ejemplos bien claros de ellas, pero en los que vamos a tratar enseguida, no se debe poner el hombre inexperto a buscar la razón, para así entenderlos, pues tal razón nunca la alcanzará si antes no tiene la experiencia: así que, primero, tiene que prestarse credulidad, hasta que se sigue después la experiencia, para que sobrevenga en tercer lugar la razón. Porque, si, sin experimentar que el imán atrae el hierro y sin oír de otros que lo atrae, se pone a buscar la razón, por eso, al principio, debe creer a los que lo han experimentado, o a los que han retenido con fidelidad el testimonio de éstos, y no debe rechazar una verdad porque la ignora o porque no tiene razones con qué probarlo...