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SAN CLEMENTE DE ALEJANDRIA (h.150 - h.216)
PROTREPTICO 
(VI, VII y VIII)
Editorial Gredos, Madrid.
Introd., traducción y notas de Mª Consolación Isart Hernández

CAPITULO VI

INSPIRADOS POR LA MISMA VERDAD, LOS FILÓSOFOS HAN DICHO LA VERDAD ALGUNA VEZ

         Una gran multitud de tal especie se me echa encima, como si se tratara de un espantapájaros, que introduce a escondidas una ilusión extraña de demonios extranjeros, y relata cuentos con la locuacidad de una anciana. Les es muy necesario a los hombres volverse a escuchar tales relatos, con los que nosotros ni siquiera tenemos la costumbre de calmar a nuestros propios hijos, cuando lloran, contándolos de forma mítica, como se dice.

         Tememos que crezca en ellos la impiedad, proclamada por la opinión de estos sabios, que en nada conocían lo verdadero más que los niños.

         ¡Por la verdad! ¿Por qué muestras a los que han creído en ti, encandilados con el fluir, la velocidad y los torbellinos desordenados? ¿Por qué llenas mi vida de ídolos, imaginando que son dioses el viento, el aire, el fuego, la tierra, las piedras, la madera, el hierro, este mundo, y dioses también los errantes astros?

         Disertas sobre los fenómenos celestes y engañas a los hombres, que están realmente perdidos por esta astrología tan celebrada, no por la astronomía. Anhelo al señor de los vientos, al señor del fuego, al creador del mundo, el que da la luz al sol. Busco a Dios, no sus obras.

         ¿Qué colaborador encuentro en ti para esta búsqueda? Porque no desconfiamos de ti por completo, filosofía. Si quieres, a Platón. ¿Dónde hay que seguir las huellas de Dios, Platón?

         Es un gran mérito encontrar al padre y creador de todo y es imposible explicarlo a todos los hombres.

         ¿Por qué, en nombre de Dios? "Porque nunca se puede explicar".

         Está bien rozar la verdad, Platón, pero no te canses. Emprende conmigo la búsqueda del bien. Pues una emanación divina inspira a todos los hombres en general y, sobre todo, a los que pasan el tiempo en investigaciones. Gracias a ello, y contra su voluntad, reconocen que hay un solo Dios, que es imperecedero e increado, que está siempre en la bóveda del cielo, en su puesto privado y particular de observación.

         Dime cómo debo imaginarme a Dios. El que todo lo ve sin ser visto, dice Eurípides.

         Me parece que Menandro se equivocó cuando dijo:

         Sol, es necesario adorarte como el primero de los dioses, gracias a ti nos es posible contemplar a los demás,

         pues el sol nunca nos mostrará al dios verdadero. En cambio, el Logos salvador, que es el sol del alma, es el único que se eleva desde el interior, en la profundidad de la misma mente, y da luz a los ojos.

         Con razón decía Demócrito que "algunos hombres sensatos elevaban sus manos y llamaban Zeus entonces a lo que los griegos llamamos aire ahora. Este Zeus lo sabía todo, concedía y quitaba, era el rey de todo". También Platón, por este motivo, al pensar en Dios, le designa misteriosamente así: "todo está en torno al rey universal y es la causa de todo lo bello".

         ¿Quién es el rey de todas las cosas? Dios es la medida de la verdad de lo que existe. Lo mismo que lo medido se puede saber por la medida, así también la verdad es medida y comprendida para conocer a Dios. Moisés, hombre verdaderamente consagrado, nos dice: "no habrá en vuestro saco un peso grande y otro pequeño, ni en vuestra casa una medida grande y otra pequeña. Tendréis un solo peso verdadero y justo". Consideraba a Dios como peso, medida y número de todo.

         Las imágenes injustas y desiguales están ocultas en casa, en el saco y en el alma manchada, por así decirlo. La única medida justa es el Dios verdadero, que es siempre igual a sí mismo y de la misma manera. Mide y pesa todo, como manteniendo y conteniendo la naturaleza de todas las cosas inconmoviblemente, debido a su justa balanza.

         "Dios, según un antiguo dicho, tiene el comienzo, el fin y el medio de todo cuanto existe y avanza marchando según su recta naturaleza. Siempre le acompaña la justicia para castigar a los que abandonan la ley divina".

         ¿De dónde insinúas misteriosamente esta alusión a la verdad, Platón? ¿De dónde un aprovisionamiento tan grande de discursos predice la religión? Las razas de estos bárbaros, dice, son más sabias. Conozco a tus maestros, aunque quieras ocultarlos. Aprendes la geometría de los egipcios, la astronomía de los babilonios, recibes sabios conjuros de los tracios y mucho te enseñaron los asirios; pero para las leyes, las que son verdaderas, y tu opinión sobre Dios, te ayudaron los mismos hebreos.

         Éstos no honran con vanos engaños las obras humanas
         de oro, bronce, plata o marfil
         ni los ídolos de madera o piedra de mortales que mueren,
         lo que sí hacen los mortales de insensatos deseos.

         Elevan, en cambio, las manos puras al cielo;
         levantándose del lecho muy temprano, se purifican siempre el cuerpo
         con agua y honran solamente al que siempre se preocupa de todo,
         al Inmortal.

         ¡Oh Filosofía! No te ocupes sólo de uno, de este Platón, sino apresúrate a presentarme a muchos otros que proclaman como Dios al único Dios verdadero bajo su inspiración, si se han aferrado de algún modo a la verdad.

         Antístenes no pensó lo siguiente como seguidor de la escuela cínica, sino como discípulo de Sócrates; dice:

         Dios no se parece a nadie, porque nadie puede conocerlo a partir de una imagen.

         Jenofonte, el ateniense, habría escrito también él mismo con claridad sobre la verdad y habría dado testimonio, como Sócrates, si no hubiera temido su veneno. No es pequeña esta alusión al decir: "El que conmueve y tranquiliza todo, es evidente que es grande y poderoso. ¿Cómo es en su forma? Invisible. Ni siquiera se parece al sol, que es totalmente brillante y parece que no permite que nadie le vea, sino que, si uno lo contempla por atrevimiento, queda ciego". ¿Por qué habla tan sabiamente el hijo de Grilo? Seguramente se debe a la profetisa hebrea que vaticina:

         ¿Qué carne puede al celeste y verdadero
         Dios inmortal ver con los ojos, el que habita en el cielo?
         Frente a los rayos del sol
         no son capaces de ponerse los hombres, puesto que han
nacido mortales.

         Cleante (el de Pedaso), filósofo estoico, no explica una teogonía poética, sino una verdadera teología. No ocultó lo que pensaba sobre Dios:

         ¿Me preguntas cómo es el bien? Escucha, pues: ordenado, justo, santo, piadoso, se domina a sí mismo, útil, bello, necesario, sobrio, sencillo, siempre apropiado, sin miedo, sin sufrimiento, ventajoso, sin dolor, provechoso, agradable, seguro, amable, estimado, reconocido, glorioso, sin orgullo, solícito, dulce, fuerte, que dura largo tiempo, irreprochable, que permanece siempre. No es libre todo el que mira a la fama en la idea de que va a obtener algún bien de ella.

         Aquí creo que enseña con claridad cómo es Dios y de qué modo la opinión común y la costumbre esclavizan a los hombres que las siguen sin buscar a Dios.

         No hay que ocultar a los discípulos de Pitágoras. Afirman: "Dios es uno solo; no está, como creen algunos, fuera del orden del universo, sino en él mismo. Todo él en el círculo entero, como guardián que protege todo, inteligencia y aliento del universo entero, movimiento de todos los seres".

         Es suficiente esto que escribieron, bajo su inspiración, para el conocimiento de Dios; nosotros lo hemos escogido para el que sea capaz de examinar, al menos un poco, también la verdad.

 

CAPITULO VII

TAMBIÉN LOS POETAS RINDEN TESTIMONIO A LA VERDAD

         Venga a nosotros también la misma poesía (no es bastante sólo con la filosofía). Ocupa todo su tiempo en la ficción; con dificultad dará ahora testimonio de la verdad y reconocerá mejor ante Dios la digresión mítica. ¡Venga cualquier poeta que quiera el primero!

         Arato piensa que el poder de Dios se extiende por todo:

         Para que se produzca todo sin cesar, a Él se dirige siempre lo primero y lo último. Salud, Padre, gran maravilla, gran ayuda para los hombres.

         También Hesíodo de Ascra se refiere misteriosamente a Dios de este modo:

         Él es el rey y Señor de todo. Ningún mortal rivalizó con él en poder.

         Incluso ya en la escena revelan la verdad. Eurípides, después de mirar el éter y el cielo, dijo: "considera esto como Dios".

         Y Sófocles, el hijo de Sófilo:

         Único en verdad, único es Dios, el que creó el cielo y la inmensa tierra, la brilante ola del mar y la violencia de los vientos. Muchos somos, en cambio, los mortales que estamos equivocados en el corazón; levantamos a los dioses estatuas de piedra, como una consolación a nuestros males, o imágenes de bronce, oro o marfil. Les concedemos sacrificios y vanos panegíricos, y así pensamos que somos piadosos.

         Este mismo Sófocles llevó a la escena la verdad ante los espectadores de un modo temerario.

         El tracio Orfeo, hijo de Eagro, era hierofanta y poeta al mismo tiempo. Después de la hierofantía de los misterios y la teología de los ídolos, presentó una palinodia de la verdad y, aunque realmente era tarde entonces, sin embargo entonó un canto a la palabra santa:

         Hablaré a los que pueden escuchar. ¡Profanos, cerrad las puertas todos por igual! Tú escucha, hija de la luna brilante, Musa, pues diré la verdad; que no te prive de la vida feliz lo que antes se te mostró claro en el corazón. Habiendo mirado a la palabra divina, permanece junto a ella y dirige la inteligente envoltura de tu corazón. Camina bien por el sendero y mira al único Señor inmortal del cosmos.

         Más adelante añade en términos precisos:

         Él es único, se engendró a sí mismo. De él solo surgieron todos los seres. En ellos se mueve alrededor de todo; ninguno de los mortales le ve, pero él ve a todos.

         De este modo, con el tiempo se dio cuenta Orfeo de que había estado equivocado.

         ¡Eh, mortal ingenioso, no vaciles ni te retrases, sino aplaca a Dios volviendo atrás!.

         Si los griegos recibieron especialmente algunos destellos de la palabra de Dios y proclamaron unas cuantas cosas de la verdad, testimonian que su poder no está oculto y se acusan a sí mismos de débiles, por no ir al encuentro del fin.

         Creo que ya es evidente para todos que los que hacen o dicen algo sin la palabra de la verdad se parecen a los que son obligados a caminar sin pies. Que te avergôencen, con vistas a la salvación, las pruebas sobre vuestros dioses; esos dioses que los poetas ponen en escena en sus comedias, obligados por la verdad.

         El cómico Menandro, en efecto, en su obra El auriga dice:

         no me gusta ningún dios que pasea fuera con una anciana y que entra en las casas en un cuadro,

         como si fuera un sacerdote de Cibeles mendicante, pues así son éstos.

Por eso Antístenes, con razón, a los que le pedían les decía: "No alimento a la madre de los dioses. ¡Que la alimenten ellos!".

         Y, de nuevo, el mismo comediógrafo se enoja por esta costumbre e intenta refutar por completo el orgullo impío del error en su obra La sacerdotisa, declarando con sensatez:

         Pues, si un hombre arrastra al dios con sus címbalos a hacer lo que él quiere, el que hace eso es más grande que el dios; éstos son los instrumentos de audacia y violencia, inventados por los hombres.

         No es sólo Menandro, sino que también Homero, Eurípides y muchos otros poetas refutan a vuestros dioses y no tienen miedo de ultrajarlos todo lo que pueden. Por ejemplo, a Atenea la llaman "mosca de perro", a Hefesto "cojo de ambos pies", y a Afrodita le dice Helena:

         ojalá no puedas volver con tus propios pies al Olimpo.

         Homero escribe de Dioniso con claridad:

         (Licurgo) un día a las nodrizas de Dioniso, poseído de furor báquico, las perseguía en el sagrado Nisa; todas a la vez arrojaron sus tirsos a tierra, por obra del homicida Licurgo.

         Eurípides es verdaderamente digno de la ocupación socrática, al mirar hacia la verdad y despreciar a los espectadores. Un día contradice a Apolo:

         que mora en el templo del centro de la tierra, distribuyendo a los mortales las palabras más sabias.
         Persuadido por aquél, maté yo a mi madre.
         Consideradle criminal y matadle.
         Aquél pecó, no yo,
         porque es más ignorante del bien y de la justicia.

         En otra ocasión nos trae a Heracles furioso, y en otra, cuando se encontraba borracho e insaciable, ¡cómo no! Se obsequiaba con carne:

         comía además higos verdes y
         gritaba de modo grosero como si lo hubiera aprendido de un bárbaro.

         En su obra Ión, presenta en el teatro a los dioses con la cabeza desnuda:

         ¿Cómo es justo que vosotros, que las leyes para los mortales
         habéis dispuesto, seáis culpables de injusticia?
         Y si, –utilizo este razonamiento, pero no sucederá–
         sometierais a juicios humanos vuestros matrimonios forzados
,
         , Posidón y Zeus, que gobiernas el cielo,
         y tuvierais que pagar las injusticias, vaciaríais los templos.

 

CAPITULO VIII

A LOS PROFETAS ES A LOS QUE ES PRECISO PREGUNTAR LA VERDAD SOBRE DIOS

         Una vez que hemos tratado en orden lo demás, es el momento ya de que acudamos a los textos proféticos, pues sus oráculos nos ofrecen claramente los puntos de partida hacia la piedad y nos asientan en la verdad. Los caminos cortos de la salvación son las divinas Escrituras y un género de vida prudente. Carecen de adorno, lejos de un sonido agradable, de originalidad y de adulación. Pero levantan al hombre que se encuentra ahogado por la maldad, despreciando una vida que se le escapa; por una única y misma palabra ofrecen muchos servicios. Nos alejan del error fatal y nos empujan con claridad hacia la salvación que está ante nuestros ojos.

         Que la Sibila profética nos cante en seguida, la primera, el canto de salvación:

         He aquí que aparece un astro fijo, totalmente visible.
         Venid, no persigáis siempre las tinieblas y la oscuridad.
         He aquí que la luz de dulce mirada del sol brilla extraordinariamente.
         Empezad a conocer; una vez que tengáis puesta la sabiduría en vuestros corazones.
         Es un único Dios el que envía las lluvias, los vientos, los seísmos, los relámpagos,
         el hambre, las pestes, los tristes funerales, las nieves, las heladas, ¿por qué nombro
         cada cosa?
         Dirige el cielo, gobierna la tierra, y existe por sí mismo
.

         Está muy inspirada por Dios cuando compara el error con la tiniebla y el conocimiento de Dios con el sol y la luz. Expone ambas ideas con sensatez y nos enseña a elegir. Pues el engaño no se distingue de la verdad por la simple comparación. Se destierra sólo por la práctica de la verdad, arrancado por la fuerza.

         Jeremías, ese profeta tan sabio, o mejor, el Espíritu Santo por Jeremías, nos muestra a Dios. Dice:

         Yo soy un Dios cercano, no un Dios lejano. Si un hombre hiciera algo en un escondrijo, ¿no lo veré Yo? ¿No lleno los cielos y la tierra? Dice el Señor.

         Por otra parte, de nuevo nos dice por Isaías: "¿Quién medirá el cielo con la palma y toda la tierra con el cuenco de su mano?". Mira la grandeza de Dios y conmuévete. Adoremos a este de quien afirma el profeta: "Ante tu faz se derretirán las montañas como la cera se derrite ante la faz del fuego".

         Éste es Dios, dice, "el que tiene como trono el cielo y la tierra como escabel". "Si abriera el cielo se apoderaría de ti el temor".

         ¿Quieres también oír lo que dice este profeta sobre los ídolos? Se colocarán ante el sol y sus cadáveres servirán de alimento a las aves del cielo y las fieras de la tierra. Se corromperán bajo el sol y la luna los que les amaron y sirvieron. Y su ciudad será arrasada.

         Dice que los elementos y el cosmos perecerán con ellos también: "La tierra –afirma– envejecerá y el cielo pasará", "pero la palabra del Señor permanece para siempre".

         ¿Y cuando, en otra ocasión, Dios quiso manifestarse a sí mismo por medio de Moisés? "Ved, ved que soy Yo, y no hay otro Dios fuera de mí". "Yo daré la muerte y la vida. Heriré y sanaré. No hay nadie que se libre de mis manos".

         Pero ¿quieres oír otro oráculo? Tienes todo el coro de profetas, los compañeros de Moisés. ¿Qué dice el Espíritu Santo por Oseas? No dudaré en decirlo: "Ved que Yo he dado fuerza a la tormenta y he creado el viento". Sus manos establecieron el ejército del cielo.

         Y también por Isaías (te recordaré esta palabra): "Yo soy, Yo soy, afirma, el Señor, que proclama la justicia y anuncia la verdad. Reuniros y venid. Deliberad a la vez los que estáis salvados de todas las naciones. No me han conocido los que erigen un trozo de madera como su ídolo y suplican a dioses que no les salvan". A continuación prosigue: "Yo soy Dios y no hay otro justo fuera de mí, y no hay otro salvador fuera de mí. Volveos a mí y seréis salvos los del confín de la tierra. Yo soy Dios y no hay otro. Lo juro por mi nombre".

         Rechaza a los idólatras diciéndoles: "¿Con quién compararéis al Señor? ¿A qué imagen haréis que se asemeje?" "¿No fabricó el artesano una imagen y el orfebre fundió el oro y la doró?". Lo mismo ocurre en esto.

         ¿No sois vosotros aún idólatras? ¡Venga, tened miedo de sus amenazas! No se quejan las esculturas y las obras hechas por hombres, sino más bien los que confiaban en ellas, pues la materia es insensible. Incluso afirma: "El Señor hará temblar las ciudades habitadas y tomará en su mano toda la tierra habitada como si fuera un nido".

         ¿Por qué te anuncio los misterios de la sabiduría y las sentencias de un niño hebreo, totalmente instruido? "El Señor me estableció al comienzo de sus caminos con vistas a su creación"; y "el Señor otorga la sabiduría y de su boca brota ciencia e inteligencia".

         "Perezoso, ¿hasta cuándo estarás acostado? ¿Cuándo despertarás de tu sueño? Si fueras diligente, te llegaría tu cosecha como una fuente". Es el Logos del Padre, la buena luz, el Señor que nos trae la luz, la fe y la salvación para todos. "El Señor que hizo la tierra con su poder, restableció la parte habitada con su sabiduría", como dice Jeremías. Pues nosotros habíamos caído en los ídolos, pero la Sabiduría, que es su Logos, nos encamina hacia la verdad.

         Ésta es la primera resurrección de la caída. Por eso el admirable Moisés, alejándonos de toda idolatría, grita con hermosas palabras: "Escucha, Israel, el Señor es tu Dios, el Señor es uno solo". "Adorarás al Señor tu Dios y a Él solo servirás".

         Ahora, pues, hombres, comprended según aquel bienaventurado salmista David: "Aprended la lección, no sea que el Señor se irrite y perezcáis fuera del camino justo, pues su cólera se inflama de repente. ¡Venturosos los que a Él se acogen!".

         El Señor se compadece de nosotros y nos entrega un canto salvador como un compás de guerra:

         Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo tendréis un corazón endurecido? ¿Por qué amáis la vanidad y buscáis el engaño?.

         ¿Cuál es la vanidad y cuál el engaño?

         El santo apóstol del Señor, acusando a los griegos, te lo expondrá: "Porque conociendo a Dios no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que fueron insensatos en sus razonamientos y cambiaron la gloria de Dios por la semejanza de la imagen del hombre corruptible; sirvieron a la criatura en lugar de al Creador". Ciertamente Dios es este que "en el principio hizo el cielo y la tierra". En cambio, tú no piensas en Dios y adoras el cielo, ¿cómo no vas a ser impío?

         Escucha otra vez al profeta, cuando dice: "El sol se eclipsará, el cielo se oscurecerá y brillará el Todopoderoso por toda la eternidad. Las potestades del cielo se agitarán y éste dará vueltas. Se extenderá y replegará, como si fuera un cuero" (éstas son las expresiones de los profetas). "Y la tierra huirá del rostro del Señor"